Image::MR PLATON ANTONIOU PHOTOGRAPHER © LONDON::
El primer rumor me llegó a eso de
las nueve de la noche el pasado lunes desde la ciudad de Kent, Connecticut, dictando una conferencia sobre Panorama Global de las Tendencias en el auditorio de una
escuela de moda chilena, dirigida por el septagenario diseñador Luciano Brancoli a quien
tenía al frente mirándome con atención. Fecha importante para quién os escribe,
porque celebraba mi trigésimo segundo cumpleaños y ni bien terminase aquella
clase partiría a celebrar con amigos a una zona cercana. Dudé, porque el contacto en la gran
manzana me volvía a reconfirmar la noticia con insistencia a través de whatsapp. Durante la
conferencia el móvil no dejó de parpadear en silencio sobre la mesa… Preferí esperar al día
siguiente y no retrasar más a mis colegas. Ya mañana estaría la primicia
en todos los diarios y noticieros de la tierra. Y así fue.
Víctima de un cáncer con el que
llevaba una lucha a patadas desde hace más de ocho años, a los ochenta y dos fallecía en su casa el diseñador dominicano Oscar de la Renta. Probablemente uno de los nombres esenciales en la historia de la moda de la
segunda mitad del siglo XX, se trataba de MR Óscar Arístides de la Renta Fiallo, nacido en la
ciudad de Santo Domingo, en la cuna del Caribe, el 22 de julio de 1932. Fue un
sacerdote español quien convenciese a su padre, un acaudalado financiero
dominicano, de que desarrollara su talento como modisto en la península ibérica.
Así, en la década de los cincuenta comenzó su formación ni más ni menos
que con el maestro Cristóbal Balenciaga y estudios de Bellas Artes en la magnífica Escuela
de San Fernando. En la capital española pasó diez años rodeado de flamenco, vida
nocturna y trajes a medida, década que a todas luces influyó en cada uno de sus vestidos y toda una carrera. Por cosas de la vida, la suerte el karma uno de sus bocetos llegó a
manos de la mujer del Embajador estadounidense en Madrid y en 1956 la hija de
la pareja diplomática llevaba su primer vestido puesto causando sensación.
Comenzó trabajando para Balenciaga y cuando le pidió su traslado a la
casa en París, Cristóbal se negó, argumentándole que aún le faltaba
experiencia. Que tuviese paciencia. Pues Óscar, como buen latinoamericano, no
la tuvo. Partió a París para integrarse a las filas de Lanvin bajo las órdenes de Antonio
del Castillo, por ese entonces director creativo de la enseña gala. Dos años
después, De la Renta cogería maletas y partiría a la gran manzana en búsqueda
del sueño americano.
Llegado a Nueva York De
la Renta conoció a Diana Vreeland, quien le aconsejó emplearse en la
división de costura de la marca Elizabeth Arden. Así lo hizo. Dos años después,
Ben Shaw lo contrataría para integrarse a su marca Jane Derby, y tras la
retirada de la creadora pasaría a llamarse “Oscar de la Renta for Jane Derby” y
casi inmediatamente a “Oscar de la Renta”. Para 1974, el dominicano tomaría propiedad completa de la compañía. Su fama llegaría sí en los sesenta cuando
Jackeline Kennedy se paseara por fiestas y galas enfundada en sus nunca antes vistos trajes. El resto de mujeres de la alta sociedad neoyorkina hervían de envidia. Todas querrían un De La Renta. En su vida Óscar tuvo dos esposas, Françoise de Langlade y Anne France Engelhard y
jamás abandonó sus relaciones con República Dominicana, donde hasta el día de
su deceso, hace cuatro días mantuvo el "Hogar del Niño", un centro de acogida para pequeños en riesgo social y el resort "Casa de Campo Estates".
La importancia de Oscar de la
Renta para la historia de la moda radica en ser el primero en tender la mano de
la alta costura entre América y Europa, y eso porque conocía ambas idiosincrasias
como la palma de su mano, viviendo en ambas pero mirándolas desde fuera como un
observador en su condición de latinoamericano. No le debería haber resultado
muy difícil conocer y codearse con el mayor lujo y sofisticación tanto de Europa
como de Estados Unidos viniendo de una familia de clase burguesa de uno de los países más pobres del mundo, de
cuya miseria no se escapan ni las élites. Vamos, que De la Renta no se creía
nada, ni le creía a nadie. Sólo creía en él, y desde ahí, nacía su excepcional solidaridad y sentido del humor. Por eso se reía de todo. Por eso se lo pasaba en grande.
Su caballerosidad, su generosidad, su conocida solidaridad y su excelente sentido del
humor (rarezas extremas en el mundo de la moda), le convirtieron en ese nombre
indispensable que hoy toda una industria llora. Enhorabuena por República
Dominicana. Fue su mejor embajador, y nunca necesitó una embajada. Construyó su propio escenario donde fue amo y señor.
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