Image::CLARÍN © BSAS::
No se llega a cumplir un mes del
fallecimiento de Gustavo… de Gustavito, como le decía cariñosamente quién os
escribe. Pero Gustavo no estaba muerto desde hace un mes. Lo estaba desde hace
más de cuatro años, cuando tuvo ese accidente cerebrovascular en el camarín de
una sala de conciertos venezolana, que lo dejó postrado en una cama de ahí hasta
que dejase de respirar, ese jueves donde toda Argentina bajó la cabeza en
silencio... Es difícil hablar de Gustavo… y es difícil porque tuve una relación
cercana con él en mi época de estudiante en Buenos Aires, hace casi una década
atrás.
No tuvimos buen comienzo. Lo
conocí en mi propio piso, un departamento pequeñísimo que por ese tiempo
alquilaba en el barrio de la Recoleta, en la capital transandina. Por esas
cosas de la vida, empezó a salir con la que era mi mejor amiga y confidente,
una maravillosa diseñadora industrial que a cualquier modelo, de esas que
Cerati paseaba como trofeo, ganaba por goleada. Guapa, culta, elegante,
discreta, de buenas maneras y muy divertida. Valeria lo era todo. Obviamente,
en una noche de juerga en nuestra disco de toda la vida, el palermino Club 54,
Cerati cayó rendido a sus pies. A mí no me gustaba nada el tipo. Era un rock
star. Eso siempre era un peligro… comenzó el romance y a mí se me levantaba la
ceja izquierda y se me dibujaba una mueca en la cara. Vamos, lo odiaba. Lo
conocí en ese apartamento, cuando llegó un buen día a buscarla, entró, saludó,
se quitó un par de zapatillas carísimas, se tiró en mi cama y me pidió una
aspirina. Se le partía la cabeza del dolor. No alcanzaron a pasar sesenta
segundos cuando aquel rock star tenía a un veinteañero diciéndole que se levantara de su cama, se pusiera sus
putas zapatillas, se sentara en el sofá, saludara de forma tradicional y de
ahí, si caía bien, preguntase si acaso había en casa alguna aspirina… Gustavo Cerati, el rock star, quedó en shock.
Lo conocía bien. No a él,
personalmente, pero si al personaje. Había crecido escuchando su música, su “Persiana
Americana” y todo el resto de un repertorio impresionante. Mi hermano lo
escuchaba, mis primos lo escuchaban, toda mi familia (una familia muy numerosa)
lo escuchaban. Era el “Sting” latinoamericano. En el cono sur era uno de los
fijos en cualquier playlist, en la radio que fuese. Pero todo ello no me
impresionó. Por el contrario. Aprendí, con Gustavo Cerati, en esa oportunidad,
siendo muy joven, que las estrellas no existían. Que iban todos al baño. Algo
provocó en él, algo fuerte, porque de ahí en adelante, se portó como un verdadero
caballero. Cerati me pagó cuentas en restaurantes y otras delicadezas que
prefiero guardarme en el recuerdo de un muy buen sujeto. Un tipo
inimaginablemente culto, perfeccionista, un padre preocupado por sus hijos, en
ese tiempo pequeños, insolentemente guapo y asquerosamente perfeccionista. Era
un buen tipo, era un buen hombre, en la carne y en el hueso. La noticia de su
accidente, y luego, de su perpetuo estado vegetal, y hace casi un mes la
primicia de su muerte, causó un impacto real y profundo en mí. No por su
calidad de estrella, su fama y su historia como uno de los músicos más
importantes de su país, su continente y el resto del mundo, sino porque es muy
complejo estar frente a la muerte en vida, literalmente, de una persona con la
que has compartido, y a la que le tenías un cariño. El mundo ha perdido un gran
artista, y más importante aún, a un gran sujero, a un buen hombre.
Probablemente haya sido, después
de conocer y compartir con Gustavito, la lección más grande de vida,
determinante, para sentarte luego de los años, y al pasar de los años, frente a
cualquier estrella, del área que sea, y no creerte nada de tu interlocutor, a
menos que realmente, sea quien dice ser, y no por el trabajo y las luces, sino
por lo que es, como hombre o mujer, padre o madre, hermano o hermana, tío o
tía, a fin de cuentas, un ser humano más, común y corriente como Usted o como
yo… Como bien escribe Alejandro (Rebossio) en el diario “El País”, Gustavo, “Gustavito”,
fue un músico muchas veces adelantado a su época no solo en Latinoamérica sino
en el ámbito mundial. Y eso, personalmente, te saca una sonrisa, o al menos
personalmente, porque ese mismo genio, fue, quizá, un adelantado a su época, en
el ámbito más importante de todos: el personal. Besos para sus hijos, Benito y
Lisa, y para su madre, que fue siempre, su más importante fan. Que descanses en
paz Gus. Al fin. Cumpliste MR. Me quito el sombrero, y lo sabes. Gracias por
todo.
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