Image::TERRY RICHARDSON PHOTOGRAPHER © NYC::
Hace poco tiempo atrás, un
artista de un país de América Latina produjo una acción que causó gran
repercusión local. Quemó los pagares de todos los alumnos de una universidad
privada, deuda cercana a los quinientos millones de dólares. Dicha casa de
estudios, se había visto envuelta en un caso de fraude, por lo que fue
clausurada dejando a su alumnado prácticamente en la calle, elevando con esta
acción al artista a la categoría de héroe nacional en plena época de marchas
estudiantiles y promesas gubernamentales de cambios en el sistema educacional
de dicho país, en el centro de la polémica. Después de dar vueltas en círculo
durante un rato, me detuve a pensar sobre este artista, su acción y la real
repercusión que su acción tendría en el futuro, en el supuesto que llegase a
tener algún significado. Obviamente, aquello no lo sé, ni lo sabrá nadie hasta
que suceda. Todo a su tiempo, dicen.
Después de estas vueltas en
círculo, cigarrillos y tazas de café en completa soledad, cabía preguntarme
sobre el rol que un artista debía cumplir. A primeras, este artista en
particular cumplía con todos los ingredientes: caía en la polémica nacional
asegurándose una total cobertura de prensa, por estos tiempos vital para el
mantenimiento de su profesión y realizaba una gruesa crítica social poniendo de
su parte al pueblo alejado de los círculos de poder, que bajo todo análisis es
la función primordial de un artista, desde siempre.
Ahora bien, cabe la pregunta del
nivel de legitimidad de esta acción. ¿Artísticamente hablando, es aceptable que
un artista use una realidad bullada para utilizarla como caldo de cultivo para
la realización de una obra?, ¿No sería más legítimo que hubiese realizado la
misma acción antes que aquello se transformase en tema de discusión obligado en
todo el tejido social de un país? Los medios locales relativizaban esta
performance como un modo de buscar la atención, a secas. Conociendo
personalmente la obra anterior de este artista, y a él mismo, podría asegurar
que toda su obra ha estado pintada con esos tintes de polémica crítica social.
Era, lo de los pagarés, completamente legítimo en el universo de su trabajo.
¿Cuál es, entonces, el rol de un
artista el día de hoy? Es tan amplia la gama de matices para contestar esta
pregunta que podría ser un debate eterno… o no. ¿Qué opina Usted? ¿Qué límites
debe autoimponerse un artista en la realización de su obra, o por el contrario
no debería ponerse ningún tipo de límites?. ¿Qué sería de un artista si hoy,
como en la antigüedad, no existiesen ningún tipo de medios de comunicación?
¿Debiese el arte adaptarse a los tiempos y a los medios, o en su propia
inteligencia asegurar su perdurabilidad en el tiempo en base a obras físicas?
Seguramente la performance o la instalación tendrían que decir lo suyo sobre
este tema. Esto lleva a otro punto de partida de discusión.
¿En qué medida es realmente
valorable este tipo de intervenciones, como la performance o la instalación en
nuestros tiempos, cuando ya han pasado a convertirse en habituales del mundo
del arte perdiendo la chispa de la novedad cuando aparecieron? Son
inevitablemente propias del mundo contemporáneo, fugaces como la realidad
misma, que logran perdurar en el imaginario colectivo únicamente gracias a su
registro y documentación. ¿Y si evitas intencionalmente el registro y la
documentación? ¿No existe? ¿Nunca existió, nunca pasó? ¿Qué sucedió con una
obra cuando no tuvo valoración mercantil alguna por su propia fugacidad y
ausencia de registro? Son preguntas que abren la puerta a una nueva
valorización de la obra como tal y el rol del propio artista, al hacerlo de esa
manera intencionadamente o no. Más allá
de la primera intención visual, es interesante valorar el mundo que existe
detrás de la vida de la misma obra, convirtiéndose a veces el proceso en el
suceso aún más interesante que la propia concreción de la obra y su registro
para la perdurabilidad en la trayectoria de su ejecutor. ¿En qué medida se
puede valorar ese proceso si no existe documentación alguna más que la
comunicación de boca a boca a puerta cerrada, hecho intencionalmente así por el
propio artista? Es en este suceso cuando aparece la figura del teórico y su
importancia como medio de documentación. Rol que parece a ratos no ser
identificado por los propios teóricos en nuestra época reciente, ni en su
propia importancia de registro. Digámoslo con sus letras, hoy por hoy,
escasean. ¿Por qué? Será por los propios deseos del teórico de forjarse un
nombre dentro de su mundo en base a la documentación de obras o acciones
físicas, palpables? Vuelvo al rol del artista, o de algunos artistas elegidos
con pinza, al privar intencionadamente sus procesos en el sentido de hacer y
construir obra, y más importante aún, procesos de obra reservadas únicamente
para él mismo. En ese sentido, la agudeza del teórico debiese ser incluso más
entrenada que la de los propios artistas, y puede que sea esta relación, o no
relación, la que haya provocado un alejamiento entre ambos agentes para
asegurar la presencia de una obra ante el público. En ese sentido, ¿Es legítimo
que el artista busque sus propios medios en las herramientas de comunicación
masiva que le ofrece el mundo moderno pasando por alto al teórico y su rol de
escribano de su propia historia? Es una situación compleja, y muy actual.
En otro punto del mismo asunto,
¿Están o no pasadas de moda estas manifestaciones artísticas y sus modos de
ejecución?, ¿Es, lo de este artista y otros contemporáneos un refrito de
acciones ya realizadas por otros artistas emblemáticos pioneros en este modus
operandi? Y, en el caso de ser efectivamente un refrito, ¿Debiera el artista
replantearse volver a la realidad de la obra física para su permanencia en el
tiempo? Respuestas, una vez más, deben ser miles, lo único cierto es, al menos
en estos momentos, que este tipo de manifestaciones y sus fugacidades son
reflejos intrínsecos de nuestro tiempo, donde todo poco y nada perdura.
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