Image::MR YU TSAI PHOTOGRAPHER © LOS ANGELES::
En este impresionante mundo de la
moda, donde tantas cosas pasan y en donde la figura de los hombres durante
siempre y, con más ahinco desde hace menos de una década, se ha transformado en
un importante nicho de negocio, existe una pregunta. Seguramente la mayoría de
los hombres la obviarán sin ningún tipo de interés. Quizá un pequeña parte de
ellos habrán reparado en ella alguna vez, en esa pregunta. A lo mejor con mayor
interés esa nueva raza de metrosexuales, o la población homosexual joven y no
tan joven sin mayores preocupaciones que la apariencia personal y el consumo,
que es mucha, o una gran proporción de hombres de clases medias aburridos de
que el mundo del retail les meta el dedo en la boca, o más abajo, que también
es mucha.
Esa pregunta, no es más que la
simple: ¿Saben los hombres, realmente, que coño están usando? En el sentido
amplio de la palabra, o el ¿por qué, inconscientemente, la están usando? ¿Se lo
ha preguntado Usted alguna vez? Más allá del facilismo de cubrirse del frío, la
pregunta abarca varios mundos cuyas respuestas, a juicio personal, deberían
responderse y de forma muy precisa tanto diseñadores como usuarios y clientes.
¿Por qué? Sencillamente, porque de sus respuestas arranca toda la maquinaria de
consumo de uno de las mayores industrias del mundo, monetariamente hablando, y
más allá. El cuerpo humano, en todo esto, es el elemento fundamental, y
partiendo desde ahí, el gran problema para los diseñadores de moda estriba en
que sus estímulos normales y aún supernormales, están relacionados con
características biológicas. Como solo existen unas pocas zonas vitales, la
limitación es estricta y obliga a los creadores a una serie de ciclos
peligrosamente repetitivos [misma razón
por la cual quién os escribe no dedica su tiempo a atender la crítica o el
estudio de la totalidad de pasarelas masculinas, ni siquiera femeninas… de cada
temporada. Sería un absurdo]. Sólo con gran ingenio puede vencerse esa
dificultad, y cuando sucede, generalmente llaman la atención por sí solos sin
siquiera necesidad de asistir a un desfile.
Sin embargo los ciclos de la moda
masculina, desde siempre, siguen un rumbo un tanto diferente. Desde mediados
del siglo pasado hasta la actualidad, el macho ha manifestado estar más
interesado por presentar su status que por sus características sexuales. Un
alto status significa posiblidad de ocio, y la vestimenta más característica
del ocio son las ropas deportivas. ¿Ha visto Usted las últimas pasarelas de
colecciones masculinas de Milán, París, Londres y Nueva York?, ¿Se ha dado
cuenta el protagonismo que en todas ellas, y desde hace ya un buen tiempo,
adquieren los elementos deportivos mezclados con gracia en atuendos de
histórica formalidad? Hoy por hoy caballeros, casi sin darnos cuenta, prácticamente
todos los hombres llevan lo que puede clasificarse como “ex ropa deportiva” y
es que puede demostrarse con lo que os digo que hasta nuestro traje más
ceremonioso tiene este origen. En cualquier momento concreto de la historia
contemporánea reciente ha existido siempre un traje altamente funcional elegido
para la práctica deportiva característico del alto status del momento. Llevar
esa vestimenta indica que uno puede disponer del tiempo y el dinero necesarios
para la práctica de ese deporte, como las camisetas y polos Lacoste, que ya
podríamos ir preguntándonos si acaso ese gigantesco número de personas que las
llevan realmente disponen de los recursos y el tiempo del que hablamos… lo
dudo. Esto quiere decir que esta manifestación de status puede ser supernormalizada
llevando esa pieza de vestir como indumentaria corriente, aún cuando no se esté
practicando el deporte en cuestión, magnificando así, al extenderla, dicha
manifestación. ¿Qué os parece? Las señales que salen a flote de esa ropa
deportiva le dicen al resto que quien las lleva puesta tiene mucho tiempo
libre, y esto mismo puede hablar casi igual de bien respecto a un hombre no
deportista que no puede permitirse el lujo de participar en el deporte. Y por
supuesto, como todo, cuando después de algún tiempo llegan a ser completamente
aceptadas como ropa cotidiana, desde luego pierden su impacto, y se cambia y se
elige otro deporte de status, y ya. En la Inglaterra de hace tres centurias,
los caballeros rurales exhibían su status dedicándose a la caza. Para la
ocasión adoptaron una ostensible forma de vestir. Una chaqueta larga recortada
por delante, lo que le daba el aspecto de tener colas por la parte de atrás.
Abandonaron los enormes y aletentes sombreros por otros rígidos de copa como
prototipos de cascos de batalla. Cuando se estableció como prenda deportiva de
alto status, se extendió por todos sitios.
Los dandys, que hoy han
resucitado de las cenizas y las novelas para tratar de crear [o recrear] un
nuevo hombre basado en un antiguo modelo, pésimamente imitados de por cierto,
fueron quienes empezaron a usar un modificado traje de caza como indumentaria
diaria, considerándose como escandaloso. ¿Y los dandys? Se la sudaba,
completamente. Gracias a ellos se difundió esa moda y a mediados del siglo XIX
el traje de sombrero de copa y faldones se había transformado en el atuendo
diario y normal. Convirtiéndose en lo aceptado y tradicional, obviamente, tuvo
que ser sustituido por la elite que deseaba hacer ostentación de sus señales
supernormales de ocio. Fueron a por la caza, la pesca y el golf. Los bombines
se convirtieron en sombreros hongo, chaquetas de caza en americanas a cuadros,
etc, etc. Ya hace un siglo, la americana fue aceptada como traje serio de uso
diario, perdiendo colorido en su proceso. El frac fue desplazado un paso hacia
la etiqueta y reservado para ocasiones especiales como bodas o ceremonias
nocturnas, pero la americana llegó a su altura y lo despojó de sus faldones
para convertirse en smoking. Y por supuesto, cuando pasó su época de gloria, el
traje de americana fue sustituido. La equitación conservaba un alto valor de
status, por consiguiente la situación se repitió. Ahora la chaqueta de montar
no tardaría en ser conocida como chaqueta deportiva, adquiriendo irónicamente
ese nombre sólo cuando dejó de serlo… convirtiéndose en prenda de uso
cotidiano. Insertándose en en mundo de la vida cotidiana, nació el suéter de
cuello de polo y llevarlo confería a su dueño la subida en un escalón de
status, y así para adelante.
De esta forma, casi todo lo que
llevamos puesto hoy es el resultado del principio de la lucha por el estímulo,
de agotar las diversas posibilidades por producir el efecto de súbita novedad.
¿Cuántos hombres de negocios vestidos con americanas de sobrios tonos pavoneándose
por la calle o en despachos, son conscientes de que están siguiendo la forma de
vestir de los deportistas de principios del siglo XIX? O, ¿Cuántos jóvenes con
chaquetas deeportivas se sienten a sí mismos como jinetes o cuántos de ellos
vestidos con camisas de cuello abierto y suéters de punto como pescadores del
mediterráneo? Probablemente muy pocos. Muy, pero que muy pocos. El mundo de la
moda se ha vuelto tan vertiginoso que apenas nos da un margen de tiempo para
llegar a saber lo que traemos puesto cuando ya debemos cambiarlo para no quedar
atrás, nos obliga. Sabemos todos que los estilos son absorbidos sin tardanzas,
y entonces se hace imperioso otro que ocupe su lugar y suministre un nuevo
estímulo. Cualquiera que hoy sea la más atrevida innovación en el mundo de la
moda mañana se convertirá en respetabilidad y en un abrir y cerrar de ojos se
fosilizará en pomposa etiqueta mientras surgen otras rebeliones para su
sustitución. Es fuerte, y solo mediante este constante proceso giratorio pueden
las vértices centrales de la moda crear estímulos para mantener su impacto
masivo. La novedad es la madre de la necesidad, como también de la invención, y
es bajo esta premisa que esta industria amplifica artificialmente estímulos
seleccionados bajo la otra premisa de que todo hombre es absoluta y
completamente predescible. El juego, para quien esté dispuesto, es no
convertirse en parte del rebaño, ser impredescible, aunque sea por estas
épocas, difícil saber si es que sin desearlo, ya se es parte de él. Son sólo algunas
anotaciones para incentivar en Usted, hombre, cuál quiere que sea su relación
con lo que nos convoca: la moda.
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