Image::MS NINA LEEN PHOTOGRAPHER © MOSCOW::
La noticia dio ayer la vuelta al mundo desde un departamento en Nueva York. Había muerto, un año antes de cumplir nueve décadas, una de las mujeres insólitas
de nuestro tiempo. Betty Joan Weinstein Perske, más conocida como Lauren Bacall.
Actriz de la época dorada de Hollywood en los cuarenta y cincuenta, había
dejado de respirar. A nadie le extrañó que la exclusiva se esparciera por los
cinco rincones de la tierra como la pólvora, contra el tiempo. Era la Bacall.
Hija de un polaco y una rumana, inmigrantes judíos establecidos en Estados
Unidos, ni más ni menos que en Nueva York, ni más ni menos que en el Bronx,
Betty inició sus estudios en la American Academy of Dramatic Art, una de las
factorías de leyendas del teatro y el cine anglosajón. Y en eso se convirtió la
Bacall, en una leyenda, la misma leyenda que en una rueda de prensa le dijera a
una periodista que Nicole Kidman no era ninguna leyenda, que para serlo se
necesitaban años, ser mayor, y tenía razón.
Y es que la Bacall era mucha
Bacall. Para costear sus estudios a los diciseis años, la pequeña judía del
Bronx comenzó a trabajar como acomodadora en un cine y como modelo para la
revista Harper’s Bazaar. Un día, en una sala de exposiciones de la Séptima Avenida,
fue descubierta ni más ni menos que por la icónica Diana Vreeland, directora en
ese entonces de aquella emblemática publicación. Fue Vreeland quien la colocó
entre sus páginas y la portada que encandilaría al director de cine Howard Hawks. Su secretaria la mandó a llamar, y al llegar Hawks se decepcionó.
Encontró a una pequeña Betty tímida, de voz nasal, nada más antagónico a una
futura estrella de la gran pantalla, y la despachó. Pero Betty no aceptó la
humillación. Debutó en Broadway en 1942 con la obra “Johnny 2 x 4” y fue a
visitar a Hawks. Le tocó la puerta a puño cerrado, entró y le dijo “Hola
Howard, cómo estás” con una voz profunda y grave, y simplemente, lo encandiló
irremediablemente. Howard la incluyó en el elenco del film “To Have and Have Not” junto a Humphrey Bogart, y el resto es historia. Entró al Olimpo de
Hollywood y convirtió a Bogart en su esposo hasta la muerte del intérprete, en 1957.
A lo largo de su vida realizó más de cuarenta películas y el pasado 13 de
agosto, el día que dejó de respirar en su domicilio producto de un derrame
cerebral a consecuencia de una embolia, Lauren Bacall pasó a pertenecer a las
enciclopedias de la Historia Universal.
Lauren Bacall es un caso muy
particular dentro de nuestro mundo contemporáneo. Encarnizó la más alta
perfección de lo que aún entendemos por sofisticación. Representa una de las
últimas divas en una contemporaneidad donde aquella clase de mujeres se han
casi extinto en el ámbito de lo público, y su deceso abre la ventana a un
montón de preguntas sobre la degradación de lo onírico en los mundos del cine,
la moda y el show business. La próxima primavera el museo del Fashion Institute of Technology de la gran manzana dedicará una retrospectiva a su figura y su
relación con la moda, el mundo que le abrió las puertas a convertirse en la
leyenda que nos acaba de abandonar. No vale la pena hablar mucho más de la
Bacall, porque los principales tabloides internacionales ya se han encargado de
eso. Más bien la tarea es abrir esas preguntas. ¿Qué actriz, hoy, le llegaría
siquiera a los talones?, ¿Qué mujer del show business actual norteamericano, de
esas que se pasean por las alfombras rojas, podrían siquiera imaginar moverse
sobre esas alfombras con el mismo desplante y derroche de clase marcial como la
Bacall o la aún viva Sophia Loren?... No quedan muchas, y lo grave del asunto,
es que no aparecen más… así son nuestros tiempos, y es una pena.
Si Hollywood construyó a una de
las más destacadas divas del cine clásico, Bacall supo mantenerlo aún bajo la
sombre de Bogart. No se convirtió en “la viuda de”, sino que se catapultó como
La Bacall, como La Monroe, como La Taylor o La Davis. Tuvo los cojones de
enfrentarse públicamente a la casa de brujas del Comité de Actividades
Antinorteamericanas del senador McCarthy junto a otro grupo de estrellas en una
época complicada sin bajar un segundo la barbilla. Aquello sólo se lo reservaba
a la cámara. Y así, a punta de talento y cojones, se convirtió
indiscutiblemente en uno de los íconos de la cultura popular. Cumpliste.
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