“El mundo ya no es digno de la palabra. Nos la ahogaron adentro. Como te asfixiaron. Como te desgarraron a ti los pulmones. Y el dolor no se me aparta. Sólo queda un mundo. Por el silencio de los justos. Sólo por tu silencio y por mi silencio, Juanelo. Es mi último poema. No puedo escribir más poesía. La poesía ya no existe en mí”. Fueron las palabras del poeta mexicano Javier Sicilia para su hijo Juan Francisco, torturado y asesinado junto a otros siete jóvenes hace una semana por narcotraficantes en Cuernavaca, en un país latinoamericano donde esos jóvenes se suman a los más de treinta y cinco mil fallecidos violentamente por, discúlpeme la expresión, esa tropa de hijos de puta, por ese ejército de malnacidos. Pero la barbarie humana no quedaba sólo en esta parte del mundo. Al otro extremo, Juliano Mer Khamis, actor israelí y activista por la paz que dirigía un proyecto de teatro en un campo de refugiados palestino, fue abatido a tiros por hombres enmascarados a pocos metros del teatro que fundó después de haber recibido amenazas por su trabajo en Jenin, en el norte de Cisjordania. Recibió cinco tiros, baleado mientras llevaba a su hijo de un año y su niñera, quien fue herido en la mano. Al mismo tiempo, en otro extremo del globo, el artista y activista chino Ai Weiwei continúa detenido y desaparecido por la policía, donde ni su esposa ni sus colaboradores han podido contactar con él, cuando ya han pasado más de veinticuatro horas desde que la policía le arrestara en el aeropuerto de Pekín antes de tomar un avión con destino a Hong Kong.
Las palabras se suceden, se agolpan, la percepción se confunde, se destroza y el sentido común desaparece, se esfuma en el sentido mismo del ser humano, lo que nos vuelve a traer a la tierra, al frente de nuestras propias pupilas que sin lugar a dudas, somos nuestro propio cáncer, la peor de las razas, los peores animales a nuestro propio tiempo, el tiempo de la vergüenza. Los aciertos y la bondad de visionarios en todo el planeta, es borrada de un plumazo por la maldad, la ambición y el error del desgraciado, aquél, el que se cree rey del mundo, dueño de la verdad, que se multiplican en la oscilación del vértigo y piensa que está por arriba de la vida y la muerte, en los cinco puntos del globo. El desclasado en la culmine de su propia ordinariez, de su propia vulgaridad alimentada por su ego. La repetición de la tragedia griega clásica ya no arriba del escenario… ya no en la ficción. La realidad superó ampliamente el teatro, las historietas, el cine y la televisión. Nuestra realidad contemporánea superó olímpicamente a la ficción, desapareció el orden de las cosas, el orden de la vida sin existir hombres ni mujeres que al menos en tiempos pasados, eran capaces de controlar, desde la antigüedad hasta el inicio de esta centuria, donde pareciese que la revolución industrial hubiese sido el inicio de un futuro donde el hombre desarrollaría lo peor de sí mismo, el puntapié de una era donde ningún animal llevaría tan lejos el concepto de lo siniestro. Fue inventado por los hombres, no por los animales, a nuestro juicio, bestias. Pareciese que ahora son las bestias las que nos miran con desprecio, en un tiempo donde son ellas quienes permanecen como testigos de nuestra propia locura, de nuestra propia mediocridad… de los que van acabando con nuestro mundo, de los que son incapaces de controlar a aquellos desde posiciones de poder, y de los que en su propia mediocridad son incapaces de decir nada, como cobardes paralizados en su propio miedo sin ser capaces de enfrentar a los primeros ni criticar convincentemente y con fuerza a los segundos. Un Farenheit 451.
Estos tres ejemplos lo vuelven a poner de manifiesto. Una sociedad civil latinoamericana en el centro del continente miedosa de salir a por los asesinos, otra en medio oriente que lobotomizada por la opción religiosa es incapaz de exigir justicia por los verdugos de un hombre que pretendía unir dos pueblos y otra sociedad en Asia paralizada por el miedo de levantarse contra una opresión que mantienen en su cabeza como normalidad dentro de sus vidas haciendo caso omiso a la detención de otro hombre que la enfrentó sin más armas que la creación artística de sus propias manos. Y ni los mejores museos del mundo ni sus aclamados directores son capaces de decir absolutamente nada… parece que aquellos pobres diablos sumidos en la miseria (como era catalogados por todo el globo terráqueo) del mundo árabe tenía más huevos… que ya vio y ve tanta sangre correr que a costa de sus propias vidas, van a por ella, a detenerla, que en este mismo instante la enfrentan cara a cara contra unos pocos hombres, tan de carne y hueso como ellos. Esa parte del mundo va dando una cátedra a Oriente y Occidente en cuya burbuja de seguridad no recibirá jamás en ninguna de sus pomposas universidades ni en las clases magistrales de sus pintorescos Honoris Causa.
En esto se hace una voz más poderosa que la propia prensa, como él mismo dice, ya en la sala de espera de los últimos años de su vida José Luis Sampedro, ese economista y escritor veterano cuando afirma caballeros, que el dinero es la medida de todas las cosas, confundiendo economía de mercado con sociedad de mercado, convirtiendo todo en mercancía hasta el punto de aceptar la corrupción, la compraventa de seres humanos como algo natural que se avala en las urnas. Educados en este ambiente y con la finalidad de ser competitivos, productivos e innovadores, es decir, de tratarnos unos a otros a empujones, es difícil mantener la dignidad si no es mediante la autoreeducación. Ya nadie los va a educar señores. Ahora eso le corresponde a cada uno. Es su propia responsabilidad.
Lamentablemente, no tenemos política, en ninguna parte del mundo. Falla precisamente la política, porque con la mal llamada globalización, los poderes abdicaron de su función política a favor de los financieros, lo que ha condujo y sigue conduciendo, como arriba de un Ferrari, a unos déficits democráticos importantes y a la crisis. La crisis financiera caballeros eclipsa en los medios las crisis alimentaria, energética y ecológica. Se trata de una crisis del sistema, y esa situación suscita cada día indignaciones nuevas: la guerra, el paro, la economía… porque la humanidad ha avanzado mucho en tecnología, pero muy poco en sabiduría y humanismo. Escuchen a MR Sampedro, cuyas palabras no están dirigidas a los desgraciados que están arriba, sino a los jóvenes, a que luchen por la causa de los derechos humanos y las conquistas sociales logradas a lo largo del siglo pasado, en franco y alarmante retroceso en estas primeras décadas del siglo veintiuno. Y ese tipo no es un imbécil. Fue uno de los muchos que llevaban advirtiéndolo sin ser oídos o tildados, en el mejor de los casos, de demagogos trasnochados. Protejan el Estado de Bienestar, no acepten los abusos de nadie, absolutamente de nadie. Y con dos cojones. Como las palabras que el mismo Sampedro sacó de Baltasar Garzón: "Alguien ha dicho que nos ha tocado vivir los tiempos de la vergüenza, la mediocridad y la renuncia". Vergüenza "por el abandono de los principios que nos deberían ayudar a afrontar y superar los retos de una crisis económica fabricada por un capitalismo rampante"; mediocridad "porque se ha desarrollado una visión alicorta de la situación política y económica"; y renuncia, "porque todos, en un escenario de corresponsabilidad, estamos consintiendo y propiciando esa situación". Es la nueva moda: tener cojones. Al que no le guste, pues quédese en su casa, y cállese la boca. Por el hijo de Javier, por Mer y su hijo, y por Ai. Arriba. Son sólo artistas. Seguimos trabajando, y no tenemos vergüenza. Que les quede muy claro.
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