Rigor pictórico, impronta,
subterfugio, lecturas, lenguaje y una larga lista de palabras rebuscadas se
repetían sin descanso en tres escuelas de arte por las que pasé durante mi
formación universitaria. Seurat, Monet, Manet, Della Franccesca, Tiziano, Goya
y otros muchos eran repetidos por Historiadores del Arte frunciendo los labios
para que sonara todo muy francés, o muy “british”. En Chile y Argentina, los
artistas locales tradicionales con los que fantaseaban mis profesores tenían
todos apellidos rimbombantes, sin duda alguna parte de las élites cuyos nombres
de familia los hacían eyacular, como si nombrarlos les diera un nivel superior
en unas luchas de clases aún imposibles de erradicar del imaginario cultural
latinoamericano. En pleno siglo XXI… impactante. Daba vergüenza ajena la
verdad. Sabía que dedicarme a eso, en alguno de ambos países o en algún otro de
la región sin que mi padre me legase un apellido extranjero, era un suicidio.
La solución estaba muy clara. Largarme de ahí a Europa o a los Estados Unidos
donde toda aquella tontería hacía ya centurias había sido superada y donde
existían personas que valoraban tu trabajo por su calidad y no por tu apellido
o condición social, y mucha. Así lo hice. Me dediqué a la ilustración,
específicamente de moda, y al entrar en revistas mi popularidad directamente se
disparó como quien pega un bazucazo. ¿Y luego que pasó?
Tras que Damien Hirst hiciera
estallar el paradigma del orden establecido en el mercado del arte y sus
intermediarios, al igual que Bansky en las calles, los historiadores, teóricos
y galeristas estaban en aprietos. La cosa se les puso parda. ¿Qué es arte o,
quienes son realmente artistas?, ¿Qué sucede cuando un graffitero hace valer
más un stencil callejero en su valoración monetaria que muchos cuadros colgados
en innumerables museos repartidos en cada ciudad del mundo?... ¿Qué pasa cuando
Marina Abramovic, la abuela de la performance con la que se llenaban la boca
por su rigor, termina trabajando con Nicolas Ghesquiére para Givenchy, es cover
girl de la revista Elle y se va de fiesta con Jay Z y Lady Gaga?... ¿Qué rol
juega un museo al convertirse sus exposiciones de grandes diseñadores de moda
las más visitadas de la historia del propio museo?... ¿Dónde queda la seriedad
de ese rigor de la institución que legitimiza?... ¿Qué pasa cuando una estrella
de rock o una actriz de Hollywood se pone a pintar y termina siendo exhibida en
la galería de arte más importante de Nueva York o Paris?
La transformación ha
sido tan grande, tan radical que aún el mundo de la teoría del arte no sabe cómo
reaccionar, y lo más grave es que se han callado la boca, y es muy grave,
porque les guste o no, así ha ido cambiando nuestro propio mundo. ¿Quién
necesita ya una galería de arte todopoderosa que determine tu presencia en
medios cuando con internet y las redes sociales tú mismo puedes tener incluso
más repercusión en el “by yourself”?... ¿Necesita un artista que un teórico del
arte o historiador lo legitime con sus textos rebuscados cuando las mismas
audiencias tienen ese poder con solo un click o un “I like”, cuando al final
las obras de arte son para ellos, para los espectadores?
Hace un año al presentar mis
ilustraciones a una web franco-latinoamericana auspiciada por el Centre Pompidou, su directora responsable me enviaba un mail diciéndome que
desestimaban presentar mi obra debido a que se trataba de ilustración y lo suyo
era una web dirigida exclusivamente a obras de arte, al mismo tiempo que con un
jacker materializábamos la performance “Le Cas de Louvre” que acabaría con el
museo de arte más grande del orbe cerrando sus puertas con más de cincuenta
performers robando carteras y objetos personales a turistas dentro del museo,
ahí, a pocas cuadras de su despacho, ahí, de forma paralela… a ver si le
gustaría presentar aquello, vamos. “La ilustración no es considerada Arte” hace
un año atrás, y ahora Taschen publica libros que cuesta coger con ambas manos
dedicados exclusivamente a esta rama creativa. Y una vez más, les vuelve a caer
el escupo en la cara, enorme, viscoso. ¿A qué aferrarse entonces, cuando no
alcanzas a hacer una aseveración sobre algo cuando ya ha cambiado
completamente? Es como meterse a un simulador de huracán, y me gusta esa
palabra, “simulacro”, muy usada por la teoría del arte. ¿Qué vas a simular
ahora… o mejor dicho, es el simulacro la verdadera obra?... ¿Qué me dice Usted?
Probablemente con estas aseveraciones Historiadores del Arte o Teóricos del
Arte me atacarán de todos los frentes posibles, y honestamente y disculpando de
antemano la vulgaridad, me importa una mierda. Y a propósito de esto mismo…
¿Qué se habrán venido a imaginar estos personajes a determinar lo que hace o no
o lo que es o no un artista, cuando no son capaces ni de dibujar? Hay que tener
morro, ¿no os parece? Menudos.
Recorro la totalidad de galerías
en la ciudad mirando qué hay de nuevo, y de todo mucho, pero de nuevo nada, una
vez más. Apellidos rimbombantes si, por todos sitios. Un bostezo gigantesco.
Como si la máxima para una galería de arte “contemporáneo” fuese tener una
copia del estilo Mario Merz o un tufillo a Almine Reich pero cutre. ¿Y qué pasa
si nos vamos a Art Basel Miami? Pues que son mejores y hay más arte en las
cenas y fiestas por toda la ciudad que las obras mismas expuestas en la feria,
llena de idas de olla que nadie entiende o que son directamente una tomadura de
pelo (precio incluido) que los teóricos, supongo, en su desesperación
contemporánea, intentan explicar o darle un marco que justifique su salario. ¿Política?
Algo hay, si, pero todo muy directo, todo muy violento, como emular la misma
violencia con que la crisis financiera nos violó como en una película de manga
japonesa. Todo tiene que ser grande, todo tiene que ser estrafalario, cuando ya
nada es realmente grande, ni nada lo suficientemente estrafalario. Emociona
más, honestamente, una ilustración simple, sencilla, o saber que un artista se
hizo acordeón en su coche como Jackson Pollock… o que te vas de fiesta con
Caitlyn Jenner, ¿No es así? Porque todo lo demás, ¿A quién le importa, si nadie
lo entiende? Más vale un perro globo salchicha gigante de Koons en los jardines
del Palacio de Versalles, ¿no?... Parece que se ve más belleza y estética en un
desfile de Raf Simons para la casa Dior, y es un indicador importante, y a la
vez una luz roja para el mundo del arte, para mostrarle en su cara, y en sus
principales representantes su principal característica: su propia miseria, y
quizá no esté mal, porque es fiel reflejo de nuestro mundo. Ahora veamos cómo
lo explican con lindas palabras y un título sesudo para un sello universitario
o tradicional y ojo, que un gran apellido no ayudará, lamentablemente.
Suerte.
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