Imágen::ESTUDIO DAVIDELFIN::
"Personalmente, considero el proceso artesanal muy importante. La sensación de que algo está hecho a mano me resulta esencial, y considero que representa todo lo que la actual industria de la moda no es. No me gusta la producción ni el consumo masivo y el concepto de producir rápido y ganar mucho dinero está envenenando el mundo de la moda actual", puntualizó Sandra Backlund a la revista Metal en su última edición, la ganadora del Festival de Hyères nominada por el mismísimo Christian Lacroix e integrante de la Segunda Bienal de Arte de Arnhem.
Tomo esta declaración de la diseñadora sueca para detenerme en ese mismísimo asunto: la industrialización. Si bien respaldo su inteligente y pertinente opinión (que comparto y respeto), preferiría ahondar más en la premisa de cómo el universo textil se está tomando esta cuestión. De una forma cautelosa pero a la vez notoria, algunos creadores de altísima talla se han puesto a tratar el tema pero desde una visión que mezcla una crítica y a la vez una provocación como statement, una suerte de declaración de intensiones, un calibrado tratado que mezcla arte, moda y capitales simbólicos aún algo andróginos.
Marcel Duchamp en su tiempo, cogió un urinario y lo insertó dentro del espacio expositivo museístico conmocionando al mundo del arte. Nadie creía bajo este shock que un objeto de uso común devenido del diseño industrial fuera elevado a la categoría de objeto artístico de contemplación estética, muchísimo menos comercializado. Luego vendría el portabotellas, el taburete-rueda y un sinnúmero de ready-mades que darían pié al nacimiento del arte conceptual (Joseph Kosuth y sus "tres sillas" de por medio) vigente y pregonado hasta la actualidad.
Por su parte el artista Joseph Beuys, al ser invitado por una famosa galería neoyorkina a realizar una performance cuyo objetivo sería domesticar un lobo salvaje en la más completa soledad, exigió ser trasladado desde el aeropuerto a dicha galería envuelto en una manta de tejido industrial y atado por sogas. Beuys no quería tener ningún contacto con la cultura de consumo masivo norteamericana ni con nada que tuviese relación con ella. Con su site specific no sólo logró domesticar al lobo, sino que además, como bofetada a los Estados Unidos, volvió al aeropuerto de Nueva York de la misma forma: envuelto y atado con la oscuridad como principal protagonista.
Al ver las últimas creaciones de la Maison Martin Margiela, no puedo sino trasladarme automáticamente a la obra de Duchamp y observar cómo se palpa una evidente intención por cambiar el capital simbólico de objetos de la vida cotidiana y dotarlos de otra connotación arriba de la pasarela. Colgantes-candado (llave y copia incluídas), enormes navajas de principios de siglo transformadas en cinturones y brazaletes, y chaquetas hechas a partir de bolsos de viaje, entre otras, no me dan otra opción para catalogar sus diseños sino como la "duchamptización" misma de la moda.
A su vez en España, Cibeles fue testigo en su última edición de cómo Davidelfin presentó ante sus narices la reencarnación de Beuys como un ave fénix. Modelos envueltas y atadas caminaban con temple serio como queriendo transmitir el lacónico y brillante universo de Beuys, asimismo, acopló a sus espaldas respaldos de sillas industriales de madera, recordando a los que realmente entendían de la relación entre la moda y el arte que respaldando a Beuys se encontraba Kosuth con toda su carga psicológica e iconográfica.
Con estas asociaciones evidentes, podríamos entender el próximo paso del mundo de la moda que quizás se transforme en su principal grito de guerra. Más allá de la muy válida opinión de Backlund, sea la respetuosa sencillez estética y un elevado discurso simbólico socio-cultural los que doten a la industria un merecido puesto dentro de la legitimización cultural, hoy todavía polémica en el circuito.
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