Conocida como la gran mentira... perdón, manzana: New York. Esa ciudad cuyo nombre lo tenemos incorporado casi como un capital social. Ese nombre que venimos escuchando desde la infancia y viendo en más de la mitad de la producción cinematográfica norteamericana. Hablar de Nueva York es hablar del lujo en su forma más exacervada, de la riqueza más petrolera y financiera y del arte y la moda como ícono de la ciudad. Todo esto supuestamente es Nueva York... osea, nada más irreal, burdo y embustero.
Ante esta gruesa etiqueta muchos querrán colgarme, o como menos darme una bofetada. Lamentablemente y para el laconismo de los neoyorkinos... es así. De la innumerable cantidad de personas que van y vienen de Nueva York, el discurso es el mismo: nada nuevo que ver. Y es lógico. La capital financiera de los Estados Unidos, hoy por hoy, es sólamente eso, la capital financiera, ni siquiera tecnológica.
En el pasado la ciudad fue el centro del mundo entero, con istmos culturales por doquier y un motor de producción cultural invaluable. Pero la situación ha cambiado posterior a los atentados que azotaron la ciudad, la enorme crisis económica y una sociedad castigada por un gobierno que mientras más hace, menos produce (y hablo tanto a nivel político, económico y social). Los grandes artistas internacionales siguen manteniendo sus estudios ahí, pero la mayoría han abandonado el país y regresado a Europa. Las firmas de alta costura mantienen sus showrooms, pero no producen en América del Norte ni siquiera un alfiler.
Nueva York en un determinado lapsus reciente de tiempo, se ha convertido sólo en un enorme centro de comercialización de bienes, pero nada más. No crea nada... o nada interesante. Sus grandes teatros son ocupados por compañías parisinas y londinenses que una vez acabadas sus funciones, se retiran con los bolsillos llenos y nada más. La efervescencia y el encanto de los 50 en la gran manzana ya no existe y es poco probable que vuelva a existir dada la nueva mentalidad de la sociedad neoyorkina, más preocupada por una psicosis del terrorismo internacional que por estimar márgenes creativos de valor estético y procesual.
Las antiguas estrellas cinematográficas que eran la reencarnación misma de la clase y el estilo, han sido suplantadas por vulgares cantantes y actrices de dudosa calidad a las cuales los grandes nombres de la industria de la moda niegan sus piezas por miedo a que sus nombres se desvaloricen en sus capitales simbólicos, por ende, desvalorizados también sus grupos adquisitivos en Europa que verán con pésimos ojos vestir igual que la cantante escandalosa de turno en América.
Lo que sí sigue manteniendo Nueva York, es una importante plataforma de multimillonarios dispuestos y deseosos de gastar para asimilarse a los valores sociales europeos y subir un escalón en el tejido social americano, que por sus connotaciones, predominan en la grandeza y vulgaridad propia de nuevos ricos sin plataformas educacionales mínimas. Asimismo, también Nueva York sigue manteniendo un importante núcleo de inmigración de países centroamericanos, árabes, asiáticos, africanos y de europa del este y Rusia, que dotan con una constancia a la ciudad de cualidades nada más alejadas del buen gusto. Es decir, un esqueleto afuncional que lucha socialmente por salir de situaciones de marginalidad, o por su contrario, convertirlas en gritos de guerra que den a Nueva York un nuevo caché creativo erigido precisamente de esas situaciones de desigualdades sociales y educacionales.
La última semana de la moda de Nueva York no fue más que una rectificación de esta afirmación, que en Europa provocó más risas que otra cosa, con una cobertura por parte de los medios que se preocuparon más de los asistentes con escándalos a cuestas que de valores creativos de la "alta costura" yankee... no se lo pierdan, es muy pintoresco...
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