Imágen::DIOR HOMME BY HEDY SLIMANE::
Muchísima gente ha de hacerse esta misma pregunta sin poder encontrar alguna respuesta más o menos loable. Abrir una revista y ver en la mitad de sus páginas avisos publicitarios de firmas de lujo se transforma en toda una experiencia, una ruta mágica que nos saca por momentos a un mundo diametralmente distinto al que acostumbramos. Ante esta experiencia la gran clase media experimenta una suerte de júbilo mezclada con una endemoniada envidia y el deseo por pertenecer a ese grupo que sugieren "real", o al menos poseer algunos de estos productos para ponerse un escaño más arriba que el resto de los integrantes de su círculo social habitual.
La mayoría pensará que es por mantener o aparentar cierto estatus social o económico. Sin embargo las directrices de esta interrogante van muchísimo más allá y mantiene una relación horizontal con factores, además de estéticos, morfo-idiosincráticos y también económicos.
De partida, la gran masa debería ser conciente que si bien aquellos productos promocionados en publicaciones pertenecen a nombres con amplio prestigio, por la propia presencia gráfica en estos medios deberían sacar por descarte que se trata de bienes producidos a grandes tiradas para poder cubrir una demanda medianamente exigente, pero que al final de cuentas son productos de consumo masivo (sobre todo gafas, cosméticos y toda suerte de accesorios).
Por el contrario, gastar miles de euros en un anillo diseñado por Victoire de Castellane, una mesa o una lámpara de Phillip Stark, un par de zapatos de Manolo Blanick, una camisa de Martin Margiela o Anne Demeulemmester o una litografía de Pablo Picasso se rigen bajo una misma directriz: el coleccionismo iconográfico de lo único.Personas con un nivel medianamente alto de ingresos económicos -así también en base a ahorros- hacen esfuerzos por adquirir tales bienes, pero no por un deseo de aparentar un determinado estatus, sino por el puro gusto de adquirir belleza y representar de forma más concreta ideales propios de bienestar. Asimismo se debe reconocer el hecho que adquirir estas piezas no corresponden a "gastos superfluos". Por defecto, adquirir tales bienes son verdaderas inversiones debido a su valoración en el tiempo (siempre y cuando se enmarquen dentro de un estricto campo artístico).
Objetos que se transforman en atemporales, es decir, que nunca pasarán de moda. La clase de llevar un Valentino, cincuenta años después de su compra, seguirá siendo un Valentino, así como un Picasso, cien años después... seguirá siendo un Picasso y por ese hecho de permanecer intacto en sus códigos culturales aumentará su capital simbólico, y de la mano también su valoración económica. Esa sencilla razón es la que hace no escatimar ni rechistar el precio al momento de entrar a un showroom o galería, elegir, pagar y salir. Y tan anchos.
Si abrimos los baúles de las abuelas, esta afirmación queda reforzada con un pedestal de mármol, épocas pasadas en donde las mujeres formaban ajüares que son verdaderas pequeñas fortunas, que bajo nuestra forma contemporánea y deprimentemente victimista de pensar, lógicamente no podemos entender.
Difícil asimilar esta prerrogativa en los tiempos que corren, muy complejo, en donde grandes cadenas y el látigo del neoliberalismo comercial nos ha metido dentro de un depresivo agujero de autoconformismo. Es vital entender que para tener acceso a la belleza, no es sólo una cuestión monetaria, sino una forma de ver la vida, de generar belleza, y para eso debemos sentirnos en primer lugar, bien con nosotros mismos. Es la única forma de acceder a la belleza y que nos siente bien y no parecer un mono vestido de seda... al final sólo en eso queda.
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