Image::TOM FORD BY GUCCI::
Somos muchísimos, infinidad de estos mismos ojos que vemos cómo esa industria llamada moda, que otrora se jactaba con soberbia de su función, hoy en día es percibida a nivel global como una grotesca montaña rusa, de esas que están repartidas por todo el continente norteamericano. Una triste decandencia de la que la globalización se apoderó para transformarla en su principal herramienta, su primer grito de guerra. He aquí un verdadero film de James Cameron-Mitchell. Como un cismo está a punto de dar por acabada una época completa y la mayoría se sienten aterrados en sus suelos telúricos por no acabar junto con ella.
La historia comienza cuando los países y sus sociedades empiezan a avanzar direccionalmente hacia esa antaña fantasía ensoñativa llamada globalización. La apertura de nuevos mercados bajo tratados de libre comercio ampliarían las posibilidades de crecimiento económico y progreso social, el intercambio internacional de las razas y sus lenguas ampliarían una cultura cosmopolita en todo el orbe y, principalmente, las élites accederían de forma instantánea hacia otras formas similares de poder y sus bienes podrían ampliamente ser megavalorizados como verdaderos códigos sociales que blindasen sus privilegios.
La idea era alentadora, sobre todo para las facciones familiarizadas con el poder político e intelectual, pero el tiro salió por la culata. Si bien era cierto que las sociedades progresaban a pasos gigantescos desde este maravilloso puntapié, también comenzaban a enriquecerse, algunas, incluso más que ellos. En ese proceso surgirían infinidad de economías nuevas con poderes adquisitivos muchísimo más amplios que los mismos europeos como Estados Unidos, Asia y sectores específicos del Golfo Pérsico. Fue el surgimiento de un nuevo sector de valiosísima importancia a nivel adquisitivo, la oportunidad única para ampliar ingresos económicos de proporciones meteóricas. Y eso fue exactamente lo que hicieron: fueron a por ellos. La conquista fue irremediable.
La moda pasó a transformarse en el principal árbitro de consumo, rol que la ha hecho saltar por encima de todos los pronósticos agoreros de especuladores bursátiles por más de tres décadas, con la gracia y el tino de una perfecta bofetada hollywoodiense. Su galantería obsesiva hacia las artes visuales y escultóricas ha hecho que su valoración ingrese paulatinamente en espacios exhibitivos de primera legitimización y ha tratado de convertirse en la primera instancia catapultadora para una amplia gama de nuevos talentos que alimentan la principal necesidad de los pueblos: la cultura. Una buena estrategia empresarial para asegurar la vigencia, en mi personal opinión.
Aquí nace un juego al más puro estilo "gran metrópolis", ése de tirar dados y mover fichas a ver qué pasa, pero tratando con la lógica. No podía salir de esto nada más que matrimonios. Las más importantes firmas de alta costura, vienen jugando como si se tratase de un sable samurai con el concepto de la novedad, pero han de sacar sus novedades desde los nuevos preceptos demostrativos de las economías nuevas, liderado a niveles de medios de comunicación de alcance masivo por los Estados Unidos, alejándose conscientemente de códigos culturales incomulgables de la sociedad europea. Es esa incomidad la que provocó el nacimiento de la poca credibilidad de estas firmas, configurarse como empresas de tiraje industrial y masivo que arrasaran en los ejercicios fiscales, pero que cayeran en la más baja posición de la escala social, perdiendo automáticamente la confianza de las élites que les habían conferido el importantísimo sello de la amistad.
Primero fue la expansión de marcas, con la apertura de tiendas en ciudades que desde la occidentalidad son impronunciables. Después fue la claudicación por parte de los grandes grupos al poner en manos de sus diseñadores colecciones limitadas para empresas masivas de moda como H&M, Carrefour y Mango, entre otras muchas. Normalmente no serían un peligro desvalorativo, por el carácter efímero de su oferta. Pero no pensaron que la gran clase media ahora pensaría e interiorizaría el hecho de que podía tener acceso al lujo, es decir, a las élites y, por consecuencia, al poder. Gravísimo, sería el nacimiento de una lucha contemporánea de clases desproporcionada, precisamente lo que vemos en las calles de nuestra ciudades todos los días.
Las pocas leyendas que quedaban activas en la industria de la moda lo vieron, y ante ese panorama, casi al mismo tiempo, todos anunciaban la retirada y vendían sus participaciones totales a enormes grupos franceses. Escaparon de tamaña horterada y comenzaron a fundar museos, fundaciones sin fines de lucro y retrospectivas internacionales, que curiosamente circulan por las grandes capitales mundiales donde sí o sí, tiene que haber una tienda con su nombre.
Mientras tanto, quedaban las empresas, que con todos los accesit de sus antiguos propietarios, debían seguir facturando sumas millonarias. Si ya no quedaba casi ninguno en activo, había que buscar a los nuevos y así lo hicieron, salvo que el cambio fue transgresor, se acercó a las masas populares y comulgó con sus códigos. Crearon desde la nada nuevos íconos, primero en sus departamentos creativos, luego los pusieron como estrellas de medios —sobre todo escritos—, pero no interiorizaron el hecho de que estos nuevos íconos, eran todos sujetos que habían crecido en la época de la mismísima decadencia de la moda, por lo cual sus visiones serían absoluta e idiosincráticamente anarquistas.
Por nombrar sólo un par de ejemplos mediáticos, Hedi Slimane y Tom Ford (reconocidos transgresores) caerían para crear una rebelión total en las élites que reconocieron en ellos códigos comunes, por esa razón volvieron a consumir productos producidos por Dior y Gucci, que en ese entonces estaba a puertas de la quiebra, volviendo a revalorizar su valor simbólico, que al mismo tiempo, sería la imagen que todo nuevo rico desearía tener para el suyo propio. Y disparó los índices de venta, y volvieron a renacer dos imperios.
Alexander McQueen, luego de permanecer una temporada importante a las órdenes de Givenchy, se presentaba ante la industria como autónomo. A partir de eso su trayectoria va siendo brillante, exactamente la misma razón por la que Givenchy lo separó de sus filas. Cuando un nombre y un apellido lograban llegar a ser más importantes que una firma, era hora de decirle adiós y apoyarlo, ya no como firma, sino como industria. La fastuosa razón por la cual ese lugar llamado París sigue siendo un escenario ideal para el parto de ideas. En ese entonces ya nos encontrábamos a las puertas de una nueva época de importantes cambios partiendo de la mentalidad grupal frente a la escandalosa situación de los recursos naturales, como asimismo rodeados del odio de conflictos bélicos internacionales gestados por las principales potencias, seguido por cambios sociales reaccionarios que afectarían profundamente los económicos y sus procesos de gobernabilidad. Lógicamente, la moda se hizo eco y un eco muy importante.
La nueva estrategia para seducir a los nuevos consumidores de las economías emergentes se basaría en la visibilidad constante, un réquiem de absoluta y completa demostrabilidad. Desde ese momento, los presupuestos internos variarían el modo que hasta entonces utilizaban, cambiarían a la fracción "más x menos".
El primer y mayor presupuesto sería para el desfile-show, obvia decisión debido a los costos desorbitados que sugiere. Luego los aportes se canalizaban hacia las campañas de publicidad, que se esmeran con una pasión obsesiva en cada región geográfica por llegar a todos los consumidores potenciales posibles, y ejercen una molesta presión sobre los medios de comunicación para que sus firmas estén presentes en la mayor cantidad posible de editoriales. La tercera posición se la lleva lo más complejo de todo. Me refiero a las nuevas ideas de comunicación empresarial, aquellas necesarias para poder competir audazmente contra sus rivales con la audacia y velocidad de un antílope. En esta parte del presupuesto entran las nóminas de los egresados de la Saint Martin’s londinense, la escuela de Amberes y por supuesto la Ecole de Bellas Artes de París, entre otras. Me refiero a las nuevas figuras de la industria de la moda ampliamente divulgadas y elevadas a la categoría de estrellas.
Ante este espectáculo circense, no era difícil esperar que las élites se sintieran tan patéticas por primera vez en su vida y el cambio de codificación fue sorpresivo, por no decir que absolutamente inmediato. El nuevo valor se regiría por la completa libertad de vivir la vida sin restricciones ni reglas de ningún tipo. La clase y el glamour vendrían otorgados desde los códigos de la sencillez y la simpleza, una generación que respondería a la injusticia y valoraría los orígenes de la sociedad y la raza. Se respetaría la ironía, la divergencia y la transgresión. Las élites adoptaban las formas de vida de la gran masa, por lo que la inversión de roles fue total. Ahora serían los grupos que más se jactasen de ostentación y lucharan por la demostrabilidad, los marginados inmediatos de las verdaderas clases dominantes e intelectuales.
Fue en ese minuto que la industria de la moda entró en un caos, las élites se habían convertido en ironía social y ya no se la podía catalogar con ninguna etiqueta que permitiese un respaldo para el lanzamiento empresarial de nuevos códigos sociales que debían ser consumidos por la población.
En ese territorrio pantanoso nos encontramos actualmente, pero en mi personal opinión creo que las élites tuvieron en parte razón, no era posible tanta payasada. Como pregonan ahora, creo que debería de ser una ley el insobornable valor de la autenticidad. Disfrutar de los pequeños detalles que nos llenan la vida de fantasías que se apropian del espíritu y la hacen más llevadera, más fácill, más ajustada a la realidad, hoy por hoy de connotaciones sociales y políticamente dramáticas. Disfrutar y valorar la simpleza de ser tal y cual uno es, de ahí proviene, a mi juicio, el verdadero glamour y la eterna distinción. Las grandes firmas deberán adoptar estos nuevos códigos si pretenden seguir vigentes y, más importante aún, volver a ganarse la confianza de aquellos que de la noche a la mañana pasaron a considerarla irremediablemente obsoleta. Bienvenidos señores lectores al nuevo relevo generacional.
Me presento. Provengo de un continente de cismos, esos movimientos estrepitosos del suelo con los que crecemos y que incorporamos a nuestra vida antes siquiera de aprender a hablar. Si se nos mueve la tierra, bailamos sobre ella según qué melodía nos sugiera y nos reímos mucho. Si remitiera este efecto a la vida privada, creo que lo llevamos todo de forma horizontal, con este mismo ritmo. Crecemos capaces de afrontar enormes dificultades y peligros con un enorme sentido de la inmediatez lógica, que nos permite una visión directa de lo que sucede a nuestro alrededor y nos da la herramienta de la sensatez para salir de esas situaciones con la velocidad de un rayo.
Somos muchísimos, infinidad de estos mismos ojos que vemos cómo esa industria llamada moda, que otrora se jactaba con soberbia de su función, hoy en día es percibida a nivel global como una grotesca montaña rusa, de esas que están repartidas por todo el continente norteamericano. Una triste decandencia de la que la globalización se apoderó para transformarla en su principal herramienta, su primer grito de guerra. He aquí un verdadero film de James Cameron-Mitchell. Como un cismo está a punto de dar por acabada una época completa y la mayoría se sienten aterrados en sus suelos telúricos por no acabar junto con ella.
La historia comienza cuando los países y sus sociedades empiezan a avanzar direccionalmente hacia esa antaña fantasía ensoñativa llamada globalización. La apertura de nuevos mercados bajo tratados de libre comercio ampliarían las posibilidades de crecimiento económico y progreso social, el intercambio internacional de las razas y sus lenguas ampliarían una cultura cosmopolita en todo el orbe y, principalmente, las élites accederían de forma instantánea hacia otras formas similares de poder y sus bienes podrían ampliamente ser megavalorizados como verdaderos códigos sociales que blindasen sus privilegios.
La idea era alentadora, sobre todo para las facciones familiarizadas con el poder político e intelectual, pero el tiro salió por la culata. Si bien era cierto que las sociedades progresaban a pasos gigantescos desde este maravilloso puntapié, también comenzaban a enriquecerse, algunas, incluso más que ellos. En ese proceso surgirían infinidad de economías nuevas con poderes adquisitivos muchísimo más amplios que los mismos europeos como Estados Unidos, Asia y sectores específicos del Golfo Pérsico. Fue el surgimiento de un nuevo sector de valiosísima importancia a nivel adquisitivo, la oportunidad única para ampliar ingresos económicos de proporciones meteóricas. Y eso fue exactamente lo que hicieron: fueron a por ellos. La conquista fue irremediable.
La moda pasó a transformarse en el principal árbitro de consumo, rol que la ha hecho saltar por encima de todos los pronósticos agoreros de especuladores bursátiles por más de tres décadas, con la gracia y el tino de una perfecta bofetada hollywoodiense. Su galantería obsesiva hacia las artes visuales y escultóricas ha hecho que su valoración ingrese paulatinamente en espacios exhibitivos de primera legitimización y ha tratado de convertirse en la primera instancia catapultadora para una amplia gama de nuevos talentos que alimentan la principal necesidad de los pueblos: la cultura. Una buena estrategia empresarial para asegurar la vigencia, en mi personal opinión.
Aquí nace un juego al más puro estilo "gran metrópolis", ése de tirar dados y mover fichas a ver qué pasa, pero tratando con la lógica. No podía salir de esto nada más que matrimonios. Las más importantes firmas de alta costura, vienen jugando como si se tratase de un sable samurai con el concepto de la novedad, pero han de sacar sus novedades desde los nuevos preceptos demostrativos de las economías nuevas, liderado a niveles de medios de comunicación de alcance masivo por los Estados Unidos, alejándose conscientemente de códigos culturales incomulgables de la sociedad europea. Es esa incomidad la que provocó el nacimiento de la poca credibilidad de estas firmas, configurarse como empresas de tiraje industrial y masivo que arrasaran en los ejercicios fiscales, pero que cayeran en la más baja posición de la escala social, perdiendo automáticamente la confianza de las élites que les habían conferido el importantísimo sello de la amistad.
Primero fue la expansión de marcas, con la apertura de tiendas en ciudades que desde la occidentalidad son impronunciables. Después fue la claudicación por parte de los grandes grupos al poner en manos de sus diseñadores colecciones limitadas para empresas masivas de moda como H&M, Carrefour y Mango, entre otras muchas. Normalmente no serían un peligro desvalorativo, por el carácter efímero de su oferta. Pero no pensaron que la gran clase media ahora pensaría e interiorizaría el hecho de que podía tener acceso al lujo, es decir, a las élites y, por consecuencia, al poder. Gravísimo, sería el nacimiento de una lucha contemporánea de clases desproporcionada, precisamente lo que vemos en las calles de nuestra ciudades todos los días.
Las pocas leyendas que quedaban activas en la industria de la moda lo vieron, y ante ese panorama, casi al mismo tiempo, todos anunciaban la retirada y vendían sus participaciones totales a enormes grupos franceses. Escaparon de tamaña horterada y comenzaron a fundar museos, fundaciones sin fines de lucro y retrospectivas internacionales, que curiosamente circulan por las grandes capitales mundiales donde sí o sí, tiene que haber una tienda con su nombre.
Mientras tanto, quedaban las empresas, que con todos los accesit de sus antiguos propietarios, debían seguir facturando sumas millonarias. Si ya no quedaba casi ninguno en activo, había que buscar a los nuevos y así lo hicieron, salvo que el cambio fue transgresor, se acercó a las masas populares y comulgó con sus códigos. Crearon desde la nada nuevos íconos, primero en sus departamentos creativos, luego los pusieron como estrellas de medios —sobre todo escritos—, pero no interiorizaron el hecho de que estos nuevos íconos, eran todos sujetos que habían crecido en la época de la mismísima decadencia de la moda, por lo cual sus visiones serían absoluta e idiosincráticamente anarquistas.
Por nombrar sólo un par de ejemplos mediáticos, Hedi Slimane y Tom Ford (reconocidos transgresores) caerían para crear una rebelión total en las élites que reconocieron en ellos códigos comunes, por esa razón volvieron a consumir productos producidos por Dior y Gucci, que en ese entonces estaba a puertas de la quiebra, volviendo a revalorizar su valor simbólico, que al mismo tiempo, sería la imagen que todo nuevo rico desearía tener para el suyo propio. Y disparó los índices de venta, y volvieron a renacer dos imperios.
Alexander McQueen, luego de permanecer una temporada importante a las órdenes de Givenchy, se presentaba ante la industria como autónomo. A partir de eso su trayectoria va siendo brillante, exactamente la misma razón por la que Givenchy lo separó de sus filas. Cuando un nombre y un apellido lograban llegar a ser más importantes que una firma, era hora de decirle adiós y apoyarlo, ya no como firma, sino como industria. La fastuosa razón por la cual ese lugar llamado París sigue siendo un escenario ideal para el parto de ideas. En ese entonces ya nos encontrábamos a las puertas de una nueva época de importantes cambios partiendo de la mentalidad grupal frente a la escandalosa situación de los recursos naturales, como asimismo rodeados del odio de conflictos bélicos internacionales gestados por las principales potencias, seguido por cambios sociales reaccionarios que afectarían profundamente los económicos y sus procesos de gobernabilidad. Lógicamente, la moda se hizo eco y un eco muy importante.
La nueva estrategia para seducir a los nuevos consumidores de las economías emergentes se basaría en la visibilidad constante, un réquiem de absoluta y completa demostrabilidad. Desde ese momento, los presupuestos internos variarían el modo que hasta entonces utilizaban, cambiarían a la fracción "más x menos".
El primer y mayor presupuesto sería para el desfile-show, obvia decisión debido a los costos desorbitados que sugiere. Luego los aportes se canalizaban hacia las campañas de publicidad, que se esmeran con una pasión obsesiva en cada región geográfica por llegar a todos los consumidores potenciales posibles, y ejercen una molesta presión sobre los medios de comunicación para que sus firmas estén presentes en la mayor cantidad posible de editoriales. La tercera posición se la lleva lo más complejo de todo. Me refiero a las nuevas ideas de comunicación empresarial, aquellas necesarias para poder competir audazmente contra sus rivales con la audacia y velocidad de un antílope. En esta parte del presupuesto entran las nóminas de los egresados de la Saint Martin’s londinense, la escuela de Amberes y por supuesto la Ecole de Bellas Artes de París, entre otras. Me refiero a las nuevas figuras de la industria de la moda ampliamente divulgadas y elevadas a la categoría de estrellas.
Ante este espectáculo circense, no era difícil esperar que las élites se sintieran tan patéticas por primera vez en su vida y el cambio de codificación fue sorpresivo, por no decir que absolutamente inmediato. El nuevo valor se regiría por la completa libertad de vivir la vida sin restricciones ni reglas de ningún tipo. La clase y el glamour vendrían otorgados desde los códigos de la sencillez y la simpleza, una generación que respondería a la injusticia y valoraría los orígenes de la sociedad y la raza. Se respetaría la ironía, la divergencia y la transgresión. Las élites adoptaban las formas de vida de la gran masa, por lo que la inversión de roles fue total. Ahora serían los grupos que más se jactasen de ostentación y lucharan por la demostrabilidad, los marginados inmediatos de las verdaderas clases dominantes e intelectuales.
Fue en ese minuto que la industria de la moda entró en un caos, las élites se habían convertido en ironía social y ya no se la podía catalogar con ninguna etiqueta que permitiese un respaldo para el lanzamiento empresarial de nuevos códigos sociales que debían ser consumidos por la población.
En ese territorrio pantanoso nos encontramos actualmente, pero en mi personal opinión creo que las élites tuvieron en parte razón, no era posible tanta payasada. Como pregonan ahora, creo que debería de ser una ley el insobornable valor de la autenticidad. Disfrutar de los pequeños detalles que nos llenan la vida de fantasías que se apropian del espíritu y la hacen más llevadera, más fácill, más ajustada a la realidad, hoy por hoy de connotaciones sociales y políticamente dramáticas. Disfrutar y valorar la simpleza de ser tal y cual uno es, de ahí proviene, a mi juicio, el verdadero glamour y la eterna distinción. Las grandes firmas deberán adoptar estos nuevos códigos si pretenden seguir vigentes y, más importante aún, volver a ganarse la confianza de aquellos que de la noche a la mañana pasaron a considerarla irremediablemente obsoleta. Bienvenidos señores lectores al nuevo relevo generacional.
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