Imágen::MAISON MARTIN MARGIELA::
París es un lugar extraño, muy extraño. Creo que las razones por las que fuÍ bien recibido en ese lugar, en ese imperio cuando empecé a trabajar en la industria de la moda , fue en primer lugar, porque era latinoamericano. En ese sitio somos personajes de lujo, simplemente, porque escasean. Aquél culto hacia nuestro continente se fundamenta por sí solo en el exotismo, en el hecho de provenir de una tierra lejana, desconocida, natural, seductora y alegre, donde la gente a pesar de morir de hambre y de sufrir dictaduras militares durante toda su historia por la simple falta de educación, por el primitivismo de la pobreza y los condicionantes perpetuos del miedo y la corrupción, el sólo hecho de pisar esa tierra gala, de llegar hasta ahí por tus propios medios, ya era un factor decisivo y suficiente para ser admirado y respetado. La palabra era dignidad. La segunda razón, creo, fue por el hecho de inmiscuir las narices dentro de la moda sin tener experiencia alguna en aquél sector textil, competencia sólo de Europa y en especial de esa ciudad, pero a pesar de esto, tener la formación como diseñador industrial que me permitía evaluar una pieza de vestir y una marca global desde sus aspectos de producción, materias primas, terminación y procesos de venta y distribución. Segundo, tenía en la espalda una licenciatura en Artes Visuales, lo que al mismo tiempo me daba las bases y la locura suficiente para poder evaluarla desde sus aspectos creativos e inspirativos. Creo que fué aquél hecho lo que me abrió las puertas de la mundialmente conocida ciudad de las luces, hecho que sigo agradeciendo con todos los gestos que mis posibilidades me permiten.
Cuando pienso en ese sitio a solas, casi a diario, mientras miro desde la ventana de mi despacho durante el día a gente de todas partes del mundo caminando por Las Ramblas, y por las noches a prostitutas de orígen africano tratando de conseguir un cliente entre esas mismas personas, surge siempre como un anexo inmediato otro país: Bélgica, tan pequeño como poderoso e igual de extraño, en mi opinión, aún más misterioso, hasta quizás algo retorcido y enigmático. A ese país asocio siempre una palabra: paradigma. Por sus connotaciones históricas y culturales, Bélgica en sí es un paradigma, como sociedad, como cultura. Cada belga es un mundo aparte, miles de mundos personales en una tierra que alguien denominó un día como Bélgica, y a los niños que ahí nacían como belgas. Como bien describe la escritora Amélie Nothomb, ser belga significa no ser de ningún sitio, no tener una identidad clara, definida. La identidad es algo muy vago, y eso es completamente belga. Sea quizás esa razón la que dota a cualquier creación realizada por un belga de una universalidad sin precedentes, que tiene en sí la capacidad de convertirse en un referente internacional con una fuerza simbólica inherente que la hace especial, única e inspirativa, esté en el lugar que esté.
Esa sensación experimenté cuando conocí el trabajo de Martin Margiela: paradigma. Luego cuando recorrí casi a solas su estudio, se repitió una vez más: paradigma. Y cada vez que veo uno de sus desfiles o algunas de sus piezas en una revista o alguna de las exposiciones que monta en cualquier museo del mundo, vuelve a aparecer: paradigma. Belga, referente de la moda internacional, miembro del club de los “seis de Amberes” que a finales del siglo pasado literalmente, robaron la semana de la moda de París y destronaron a todos los intocables diseñadores parisinos. La definición era única: paradigmático. Siempre lo he seguido, no por admiración ni identificación, sino por descubrir si tropieza en su discurso, en ese eterno paradigma que és naturalmente él. No me ha defraudado. Por el contrario, sigue sorprendiéndome, con cada prenda, con cada proyecto, con cada exposición. El es Margiela señores, y él es un emblema. ¿Por qué le dedico estas líneas? Por nuestra crisis, que a medida que más me introduzco en ella para descubrir sus bases, más me convenzo que la razón de este desgaste mundial, se debe precisamente a una crisis de conciencia, a la falta absoluta de lo que Martin Margiela representa: paradigma.
El maltés Edward de Bono, doctor, escritor y psicólogo por Oxford University, nacido en la década de los treinta, hace poco me dió luces a través de una entrevista que le concedió a Borja Vilaseca. Creo señores que las palabras de Bono, son la respuesta al por qué pensé desde el principio en la palabra que ya he repetido cuando conocí el trabajo de Margiela, y la misma razón para que ambos nos hubiéramos cruzado en esta vida, en un encuentro alegre, gracioso y neutral y de transformarse en un respiro personal para no abandonar hastiado este negocio. El cambio climático no es la principal amenaza de la humanidad, sino es la estrechez de nuestro pensamiento señores. La mente humana es un instrumento complejo y muy poderoso. Bien lo sabe y domina Margiela. Si no se utiliza adecuadamente genera malestar, ineficacia y, en definitiva, resultados pésimos tal como estamos viendo hoy en día. Se sabe que nuestro cerebro es experto en crear patrones de pensamientos rutinarios, casi mecánicos, pero no es muy bueno cambiándolos. Por eso nos cuesta tanto trabajo gestionar las crisis, que son tan necesarias para introducir cambios y poder así evolucionar. Cuesta tanto cambiar porque somos y pensamos tal y como nos han condicionado desde pequeños, empezamos a pensar y a percibir la realidad de forma estandarizada y subjetiva, limitando las infinitas posibilidades que cada instante ofrece, de convertir un pequeño detalle en un momento excepcional, la sonrisa de una persona en un valor sin igual y su posibilidad de capitalización. Si experimentamos malestar, se debe simplemente a que nuestra interpretación del hecho es en sí limitada y por tanto, equivocada. La negatividad es un síntoma de falta de imaginación y creatividad absoluta, cosa de la cual, Margiela se escapa en un cohete aerodinámico.
Aunque muchos siguen aferrándose a su zona de comodidad, donde se encuentran sus viejos hábitos, al mismo tiempo algo se está cociendo lentamente en nuestra sociedad, en aquellas buhardillas de París, en viejos barrios de Barcelona, en pequeños cafés de Amberes y zonas undergound de Londres y Nueva York, y eso lo sé porque estoy siendo testigo fiel, in situ y puedo asegurarles, que Margiela está siendo uno importante del equipo. Lo que queda sí por preguntarnos, es si aún no hemos cambiado de paradigma señores para que esta corriente aparezca como una explosión mundial, si aún seguimos pensando como pensábamos antes de que estallara esta crisis, a quien ahora culpamos de todo… el gran reto que exige el mundo es que la humanidad cambie de paradigma, que cambie nuestra manera de ver y de interactuar con la realidad, aprendiendo a diseñar el futuro en consonancia con nuestros verdaderos valores y necesidades humanas, es decir, en crecer de una vez por todas, en convertirnos y comportarnos realmente como adultos. No podemos seguir funcionando desde nuestro egoísmo y egocentrismo, antes ya lo dije y lo vuelvo a repetir, lo repetiré hasta el cansancio, es hora de funcionar desde nosotros como grupo, desde la cooperación y el altruismo, a partir de lo que podemos crear verdadero a dotar de un buen sentido a nuestra existencia, sin confusiones, sin comprarnos ningún discurso institucional, y sobre todo ser capaces de hacerlo a pesar de que la crisis parezca haber acentuado el miedo, que siempre paraliza, la negatividad y la lucha por la supervivencia, sobre todo por parte de las empresas, porque no sirve señores temer a algo que todavía no ha sucedido, eso es de incapaz. Eso es miedo.
Toda la energía que no destinamos a construir, nos destruye. Así de simple. Por eso ir en contra de algo no tiene ninguna utilidad, salvo el ir contra la estupidez, la autocomplacencia y la mediocridad. Lo que funciona es el diseño y la creación de alternativas útiles y eficaces orientadas a la resolución de conflictos y problemas. Y no hay nada que genere mayor creatividad que ver las cosas tal como son en vez de cómo nos gustaría que fueran. Sin embargo, la mayoría de la población no es dueña de sí misma, de sus pensamientos, de su perspectiva y el cansancio derivado de su impotencia les esclaviza a reaccionar impulsiva y negativamente por pura inercia, por puro vicio, perdiendo oportunidades para crear bienestar y valor añadido. La gente se niega a aprender de las cosas que le van sucediendo en la vida, nos pasa casi a la mayoría, con lo que sigue estancada, lo que le impide crecer y mejorar. Y esto señores, también es extrapolable a las empresas. La insatisfacción de los colaboradores es sólo un indicador de que hace tiempo que las cosas tendrían que haber cambiado. Pero hasta que no cambie la mentalidad de las personas, todo permanecerá igual. Es una ley eterna e inquebrantable.
Aprender a pensar de una forma consciente es una cuestión de compromiso y entrenamiento. El objetivo debería ser reprogramar nuestra mente con información basada en la sabiduría, como bien ha hecho durante décadas Martin Margiela, el “incomprendido”, el loco, aquél que con su creación ha velado, como también defiende el arquitecto Richard Rogers, en que la belleza no esté en el coste o la dimensión, sino en la proporción, en la composición, de aquel belga que ha invertido en planes a largo plazo en lugar de buscar beneficios inmediatos como gran parte de esos que comparten pasarela con él dos veces por año. Sólo así es posible cambiar nuestro sistema de creencias, y en consecuencia, empezar a interpretar la realidad de forma mucho menos egocéntrica y mucho más objetiva, potenciando nuestro bienestar emocional y nuestro talento para la innovación y la creatividad, con esfuerzo y disciplina.
Es un acto de deber para cualquiera que trabaje en la moda, o en cualquier otra área creativa, fomentar que el acto de pensar sea voluntario, consciente y sostenido, enfocándose en todo aquello que sea positivo, creativo y constructivo. El doctor de Bono nos compartió que la gente más inteligente a la que ha conocido juegan con su pensamiento, pues son conscientes de su increíble potencial creador. Pienso lo mismo de Margiela, el loco, porque al final lo que uno crea, es el resultado de lo que uno cree. Aprendamos de él y si lo hacemos bien, quizás podamos jugar en las grandes ligas, estoy seguro. No hacerlo sería un acto de cobardía y créanme, la era de la cobardía, ya se terminó. Adelante.
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