Imágen::DEMIAN HIRST by ABC NEWS::
Hace una semana que venía dándome vueltas en la cabeza el mundo del arte, con el que llevo desde hace años una relación difícil de cercanía y alejamiento constante. El mundo editorial y su ejercicio diario deja realmente muy pequeños márgenes de tiempo para encerrarse a dibujar, desconectar del mundo real para conectar con el sensible, íntimo, personal y catalizar a través de él tu mundo propio, particular y único. Por esos mismos días Pablo Esbert, querido amigo y actual bailarín de la compañía suiza de danza contemporánea de Philippe Saire estaba en Barcelona presentando un espectáculo en el Teatro del Raval, junto a otros cuatro fantásticos actores radicados en Madrid, una tropa de locos lindos con los que me lo pasé realmente bien. Un día después del estreno, mientras caminábamos rumbo a casa debajo de una copiosa lluvia me lo volvió a espetar, como siempre “Ponte a dibujar Alex. No dejes de dibujar. Es importante”. Le hice caso, como siempre: volví a coger los lápices y me regalé dos días en completo silencio. Fue un acierto.
En esos dos días, sólo me regalé un brake para leer el periódico con el perro como única compañía, y el mundo del arte volvía a aparecer, o mejor dicho, otro de sus grandes traspiés con el escándalo de un supuesto marchante que había estafado por sumas multimillonarias a coleccionistas de todo el orbe, un verdadero Madoff de güante blanco. Agradecí haber tomado la decisión en su momento de sacar mis obras de las galerías y ponerlas a circular por el mundo editorial. De esa forma podrían viajar solas, con mayor alcance para la gente, más libertad en sus lecturas personales y grupales y sobre todo, alejarlas de un ambiente que ya en esas épocas me parecía raramente viciado, con la intuición que se vendría abajo cuando menos nos lo esperásemos. Demian Hirst luego haría lo suyo, daría la señal, sería el electrodo negativo, pasaría de las galerías y pondría directamente a la venta él mismo más de un centenar de sus obras y con un arrollador éxito de ventas, transformándose en el primer artista vivo con reconocimiento internacional y una abultadísima y bien ganada cuenta bancaria. Asimismo, se transformaría también en una leyenda, el alter ego de un cataclismo en la institucionalidad artística y sus organismos rectores de legitimización a quién nadie sabría como responder, salvo con insultos y descalificaciones. Había causado el quiebre. Di un gratísimo suspiro.
Cuando acabé con el ostracismo volví al trabajo, con energías nuevas y buen humor, había sido un buen momento creativo y productivo. Un pro. Revisé el contenido de este blog, que leen en este preciso instante, y fue ahí cuando me encontré con el comentario de uno de los lectores en el último artículo, rezándome un rosario de pasionales insultos. Releí una segunda vez su texto, y una tercera. La verdad es que las carcajadas salieron solas, naturales, porque me daba el indicador que si una persona dedica más de cuarenta líneas (por la maquetación de este sistema tecnológico) a descalificar a otra por lo que dice, o lo que piensa, o por su carácter y de una forma tan pasional, me volvió a reafirmar que generaba reacciones, por ende, era un trabajo bien hecho, cumplía con su función. Humildemente agradezco su ímpetu y dedicación, creo que la cosa va por un buen camino. Aquello me trajo al suelo una reflexión: la libertad de expresión y su protección.
Políticamente correcto habría sido censurar o borrar su comentario, en mi personal y sincera opinión, de una falta de respeto y una deficiencia cultural y educacional inverosímil, dañina y destructiva, viciosa, pero no sería mi opción, como quizás tampoco sería la de Ian Buruma, profesor de Derechos Humanos en el prestigioso Bard College y autor del recién publicado “The China Lover”. Para Buruma señores, el principio de la libertad de expresión es uno de los derechos fundamentales en las democracias liberales, significa que debemos convivir con opiniones que consideramos reprobables, hasta cierto punto. La pregunta es hasta qué punto. Las leyes sobre libertad de expresión difieren un poco de país en país. Expresar la opinión de que el Holocausto nunca existió es delito en varias democracias europeas, como Francia, Alemania y Austria. Asimismo muchos países democráticos como el nuestro, en aquel que decidí para vivir, poseen leyes contra la apología de la violencia o el odio. Algunos países, incluida Holanda, incluso tienen leyes que penalizan con cárcel el insultar a las personas por etnia, religión o condición sexual.
La persecución legal contra un hombre por sus opiniones acerca de la historia que va describiendo, sea quizás una mala idea. Puede ser criticado, pero no encarcelado. Sin embargo, la libre expresión no es algo absoluto. Existen límites. Pero no es fácil definir con precisión esos límites ya que dependen de quién le dice qué a quién, e incluso donde ocurre. En la vida civilizada señores, la gente se abstiene de decir muchas cosas, independientemente de los problemas relacionados con la legalidad. Las palabras que usan los jóvenes negros en las ciudades estadounidenses para relacionarse tendrían una resonancia diferente proferida por jóvenes blancos. Burlarse de las costumbres y creencias de las minorías no es lo mismo que atacar los hábitos y puntos de vista de las mayorías.
La vida civilizada, la que decidí tener por opción propia, especialmente en países con gran diversidad étnica y religiosa, se desgarraría si todos sintieran la libertad de decir lo que les plazca a cualquier persona. El problema y gran tema es dónde trazar la línea. En términos de legalidad, debería ser aquél punto donde las palabras tienen la intención de generar violencia. En lo social, hay demasiadas variables como para crear un principio absoluto y universal. Personas como éste querido lector, son útiles en la medida en que nos sirven de ayuda para hacer precisamente eso, generar esa convulsión. Hay que dejarlos hablar, voto por aquello, porque prohibirles hacerlo no haría más que permitirles posar de mártires de la libertad de expresión. Y eso no sólo hace más difícil tirar por tierra sus puntos de vista y dejarlo como un verdadero cretino, sino que también da mal nombre a la propia libertad de expresión, y por ese camino estamos. La única recomendación para este lector, en la medida de su tiempo y posibilidades, por favor ponga de nuevo su comentario debajo del artículo pertinente, “Barcelona a contracorriente”, porque se ha equivocado de artículo, error que supongo vendrá de tan sublime pasión que me ha puesto contento. Muchísimas gracias de nuevo y la próxima vez, prefiero que me llame y lo invito a tomar un café en mi estudio, preferiría que me dijese lo que piensa mirándome a los ojos y frente a un buen capuccino. Me encantaría mostrarle los dibujos que hice en mi ostracismo, por eso decidí dedicarme a esto.
1 comentario:
Hola Alex jajajaj este post es un gran indicador de tu arrolladora persona, estoy casi totalmente de acuerdo con tus comentarios, solo que si con tu "derecho de expresión" estas dañando a alguien por su condición de "ser inferior" considero que ese derecho ya dejaría de tener validez.
y acodarte que no todo el mundo no recordaría con cariño y risas que le hallas dicho que parece un Pokémon dentro de un vestido dorado justo antes de entrar a una fiesta en el Sheraton para la cual tuvo que ir a pedir prestado dicho atuendo, pensando que estaba divina!
Como se extrañan las salidas y tus risas. Un fuerte abrazo desde Argentina
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