Hace años leí una novela. Nunca más pude olvidar ni ese título ni esa historia. ¿ Por qué ? Porque pensaba que esa ficción no sólo iba más allá de las fronteras de la tradicional historia novelada, sino que además se unía a algo muy extraño, como un selecto panteón de obras donde se diseccionaban la hidráulica y las consecuencias del poder absoluto. El personaje principal era un verdadero monstruo. Un miserable, un solo sujeto, había infringido más sufrimiento a un pueblo entero que toda una ocupación, invasiones, guerras civiles, batallas entre facciones y caudillos, más dolor que terremotos y huracanes que atacaron históricamente a un pueblo desde el cielo, el mar y el centro de la tierra. Un simple y pobre mal nacido, con mayúsculas. Un soberano y triste hijo de puta. Hace una semana, ese autor, de quien pensaba “ese es otro hijo de puta, pero de los buenos, solamente, porque tomó esa opción”, era declarado desde Suecia Premio Nobel de Literatura… ese cabrón. Fue uno de esos pocos momentos en la vida propia, en la intimidad, donde miras al frente con la vista perdida, se te humedecen los ojos, silenciosamente, y se te dibuja una sonrisa, sencilla, en ese mismo silencio. Un puñetazo a su época y su historia, directo a la mandíbula, sin rodeos ni matices.
Mario… MR Mario Vargas Llosa, ese tipo en donde dos temas se abrían camino a través de todas sus obras, fuesen ficción o realidad: Una fascinación con las ansias humanas de libertad, fuesen políticas, sociales o creativas, y la liberación universal que proporcionan el arte y la imaginación. Literaria y literalmente caballeros, una narrativa que es la principal preocupación, como formato, en toda una obra, tanto en las deliberadamente complicadas como en la inquietud filosófica por los modos en los que la subjetividad actúa como unos distorsionados prismáticos en torno a nuestra comprensión del mundo, de las maravillas o la basura que nos rodea. Así de simple. Mario. Como él mismo escribió en un ensayo para el The New York Times Book Review en el ochenta y cuatro: “Las mentiras en las novelas no son gratuitas… llenan las insuficiencias de la vida… por lo tanto, cuando la vida aparece y parece plena y absoluta, y los hombres [Usted, Yo, nosotros], por una fe totalmente absorbente se resignan a sus destinos, las novelas no desempeñan ningún servicio. Cero.
Las culturas religiosas producen poesía y teatro… y no novelas. La ficción es un arte de las sociedades en las que la fe está pasando por algún tipo de crisis en la que es necesario creer en algo, en donde la visión unitaria, confiada y absoluta ha sido suplantada por una visión destrozada y una incertidumbre sobre el mundo en el que vivimos y el mundo del más allá”… y tenía toda la razón. Qué quieren que les diga. Eso es de un gigante… y un gigante valiente señores, sin genuflexiones, como dice Ampuero, ante lo políticamente correcto y enemigo de todo tipo de dictadura, unos tipos incómodos y vedados por esa gilipollez que encasillan como “contrarrevolucionarios”, que sin embargo los más jóvenes siguen mediante listas secretas, como las corrientes subterráneas… Mario. No sólo se le debe respetar como un novelista [excelso], ensayista [notable], pensador [profundo hasta la incomodidad] y sobre todo como un buen cabrón, un tipo de cultura e inteligencia formidable, sino también un tipo que trasciende su manuscrito para intervenir de forma real, no efímera, y opinar en política contingente y temas de nuestro tiempo, hacer una revolución local, también universal y, quizás, decirnos al final, como una postdata, algo de nuestro diario vivir, de la vida del día a día sin que nada de lo humano le resulte ajeno… difícil, pero no desconocido, en absoluto. Gruesa y pesada tradición [a lo mejor demasiado latinoamericana] que une al intelectual con el político, al artista con el hacedor, pero sin confundir nunca caballeros sus dimensiones específicas [a lo mejor, como un empresario]. Muchos escritores [quizás demasiados] prefieren hoy guardar silencio en política, uno, porque no se sienten cómodos en ella, o dos, porque temen que sus opiniones afecten la recepción de su obra, como totalidad… mencionaré por inercia la palabra… cobarde. Mario… que les sirva de lección para librarse de ese temor, en la mayoría de los casos paralizante [llámenme loco] y a comprender, en silencio, solos, que el escritor, y en verdad cualquier artista que se jacte de tal medalla, puede y debe intervenir en política desde su sagrada independencia crítica y basado en principios básicos, sin repetir los errores del pasado cuando la moda era subordinarse a caudillos [como los de aquella novela] de la utopía, lo que sólo reportó el desprestigio del compromiso y de la mismísima utopía en sus bases más elementales. Y esto no tiene nada que ver con el comunismo, tampoco con la anarquía.
Con todas las “arquitecturas efímeras” que hoy tantas voces nóveles se dedican a proclamar, a los cuatro vientos, megáfono en mano, sobre líderes de opinión y otras estupideces de cuestionable valía, deberían prestar atención a una periodista, MS Leila Guerriero, que les dice que el lugar para ir a buscar herramientas es, aunque sea poco cool, precisamente, la literatura… ahí pueden encontrar procedimientos que es lo único que se puede sacar de ella, porque el invento, en el periodismo, está prohibido. Pero el corpus de la ficción es muchísimo más grande que el del periodismo narrativo, que es, en esta parte de nuestro desplazamiento como sociedad, el realmente interesante señores. No se trata de que el periodismo de actualidad no sea necesario, tampoco es que la crónica sea mejor. Un periódico o una revista que publicara solamente crónicas de dieciocho mil caracteres sería ilegible… pero como dijo David, el Editor de New Yorker, MR David Remnick, si tomas una revista “Time” del año pasado y tratas de leerla, todo va a parecer viejísimo, pero si haces lo mismo con un New Yorker del cincuenta y seis, te lo lees de principio a fin y nada de eso envejece… porque es otro enfoque, otra forma de abordar y tratar de entender el mundo. A pesar de lo que diga su nombre, la crónica, por sentido común, es el género más atemporal de todos… pero también hoy hay más gente interesada en escribir crónicas que lugares para publicarlas… algo está pasando señores, algo que está muy bien, pero no está ni cerca de ser un boom, solamente, porque la necesidad de que te cuenten historias, y de crónicas que pinten el mundo de una manera más compleja, simplemente, nunca fue masiva. Por algo ese tipo, ese buen cabrón, ahora, hoy, es el Nobel. Mario. Felicidades MR.
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