Los caballos son formidables. Quienes hayan crecido cerca de ellos lo saben bien. Su anatomía, sus crines, su lealtad, su olor, su honor y dignidad, la delicadeza con que cogen los terrones de azúcar de tu mano sin hacerte daño alguno, su relincho, sus movimientos, siempre elegantes, el sonido de sus cascos cabalgando sobre la tierra, su piel mojada. Si existe un animal que deba respetarse severamente caballeros… ese es él. El caballo. Lo mismo pensaba de la H. Si existe un nombre que en la industria de la moda deba respetarse severamente, ese nombre, igual de distinguido, se reduce, precisamente, a una simple “H”. La de Hermès. Y se acabó. Lo de la última colección primavera-verano de la enseña gala, presentada en la edición de la semana de la moda francesa, fue un espectáculo sin parangón en la que Jean Paul Gaultier acabó una sublime colaboración con la casa después de siete años de formidable salud. Fue lo que tenía que ser: una caballerosidad.
Entre medio de caballos, tierra, jinetes, majestuosas arañas de cristal, sombreros cordobeses y fustas, un ejército de modelos enfundadas en cuero de pies a cabeza desfilaron con maestría sobre la arcilla acompañadas de fondos sonoros con Gotan Project, tango y música ibérica, en donde la sobriedad ecuestre se impuso con exquisita arrogancia al cemento y la ciudad, literalmente, cerrándole la boca a la metrópolis. A todas, y a todos, y con la barbilla en alto. Un placer.
El “Enfant Terrible” de la industria demostró la competencia de su maestría [otra vez], respetando los códigos de la enseña y ajustando la paleta a ocres, caobas, naranja y negativos aplicados al cuero y la piel, materias primas de una nobleza idéntica al charme que ese desfile sudó por cada uno de sus poros. El corsé, botas palafreneras, tacones altos, boleros, pantalones ceñidos a las curvas más arriba de la cintura, mantas y capas, una vez más, fueron suficientes para mirar por encima del hombro al resto de su competencia en una industria cada vez más en picada, debido, como es sabido, a una oportunista masificación de la cual se abusó hasta perder absoluta credibilidad. Hasta perder la cordura de su función. Hasta perder el juicio.
Con Gaultier y este desfile, Hermés cierra su blindaje simbólico para elevarse, probablemente, como la más representativa casa del sello Francia [marca-país], asegurando su futura rentabilidad y pública discreción, como un sonoro y merecido golpe de fusta a sus rivales, con esa fuerza, montado a caballo, con caballerosidad. Como tiene que ser. Se superó inteligentemente a la difícil realidad del mercado para asegurar su mejor y más importante capital: la percepción de los consumidores. La lealtad de sus clientes. Cosa de caballero. Cosa de caballos. Adiós Jean Paul, fue un broche de cuero, y mejor que el oro. Enhorabuena.
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