El pasado miércoles, estuve con un hombre especial. No era empresario, pero tenía una de las cuatro fortunas más grandes de mi país. Se llamaba Jorge y era un tipo guapo. Aparte del papel pintado, poseía una fundación que era propietaria del Museo de la Moda [con una de las colecciones más impresionantes y sobrecogedoras que me ha tocado ver en lo que me va de vida, con un sistema de catalogación y conservación que dejaba sin palabras al director de cualquier museo, el que fuese], financiaba la atención de un enorme número de niños infectados con el virus VIH y otro hogar para más de quinientos perros abandonados. “Somos todos animales”, me decía. Junto a él recorrí sus depósitos, parte de la extraordinaria casa en la que había crecido y tuve una charla larga, extensa, en la que me confió su historia de vida, su paso por las drogas duras, la relación con sus ya difuntos padres, cómo los vivos habían [y seguían] tratado de arrebatarle su fortuna [parte de su propia familia incluida], su decepción por la gente en general, su alejamiento consciente del mundo, una percepción aguda sobre la sociedad del país, la vulgaridad de su clase dominante, el miedo aterrador de la clase popular y los sistemáticos abusos a los que era sometida, sin asco. “Yo no tengo empresas”, me decía, “sólo administro las que pertenecían a mi padre, y no tendría empresas, ¿para qué?, ¿para tener problemas como éstos?, ¿para no saber quién es quién y no poder confiar en nadie?, ¿Para que todo el mundo esté como una piraña tratando de sacarte algo? No, gracias. No me interesa”… lo escuchaba en silencio. Tenía razón. Sentí una profunda pena por él, porque no era un “hijo de papá”. El tipo venía de vuelta. No tenía educación formal, pero había recorrido medio mundo y tenía más cultura general que cualquiera, y por sobre todo, era un buen hombre, de un corazón gigante, contrariamente a lo que la prensa local se esforzaba sin pudor en contradecir.
“Tropa de cabrones”, pensaba. Porque no es fácil caballeros ser un buen hombre y tener una inmensa fortuna en los tiempos que corrían, menos aún en una sociedad basada en el modelo americano, absolutamente capitalista en tierras sudamericanas, en un país donde la privatización corría desde la educación a la salud en toda suerte de monopolios. Sólo se podía aguantar teniendo un carácter, y cuando hablo de carácter, hablo de la capacidad de mirar a la gente fijamente a los ojos, decir las cosas como son directamente a la cara, sin pelos en la lengua y no esperar el beneplácito de nadie, absolutamente de nadie. Vamos, rock´n roll puro. Jorge era así, y fue un placer conocerlo. ¿Qué más daba el dinero que tenía? El tipo se sabía buscar la vida, y con dos cojones. Lo de él era a su vez suerte y desgracia, paraíso e infierno juntos… supongo que así es la vida, pensaba en silencio. No siempre puedes tenerlo todo, o a veces, el tenerlo todo en algo significa no tener nada en otra cosa. O no. Vaya uno a saber. En lo que a moda respecta, el tipo tenía mucho. Una semana antes de entrevistarlo, recorrí el Museo junto a Hernán, su mano derecha, quien me compartía toda la operatividad, puesta en marcha y la colección. En ese recorrido, presté atención especial a los trajes de Cristóbal Balenciaga. Hace nada acababa de ser abierto el museo dedicado a su obra en el país vasco español… museos… pensaba cómo aquel Museo de la Moda en el fin del mundo, podría ser igual de planetariamente conocido si, como en el caso del de Balenciaga, el Estado tomara partido en la promoción de sus creadores notables, y a lo grande, con toda una estrategia montada milimétricamente para la sonoridad universal de su existencia. Por supuesto, dada la dura realidad, aquello se veía imposible, a menos de hacer girar la vista por parte del Estado hacia este sector creativo… habría que partir por algo. Lo cierto es que la genialidad y estrategia de Balenciaga y su trabajo, alcanzaba por sí sola el ruido suficiente, por historia y registro, para que medios de comunicación, Estados, público y las clases dominantes decidieran apostar por un proyecto así, apostar por él de forma unipersonal. Pero Balenciaga era Balenciaga. Cristóbal Balenciaga señores no aceptaba órdenes de nadie. Hacía lo que quería. Primero tenía la capacidad de imaginar, de estar a solas, coger un lápiz y un papel y echar a volar la imaginación de un alcance que rozaba la perfección creativa, monumental. Después, tenía la histeria suficiente para no tolerar la más mínima imperfección en su trabajo, ni un botón que pudiese salirse, ni una sola costura que pudiese descocerse, ni un solo vestido que pudiese hacer tropezar a una mujer y hacerle daño. Balenciaga no lo toleraría jamás. Después, cogía las materias primas, el más amplio abanico de tejidos y hacía con ellos, disculpando la expresión, lo que le salía de los cojones. Por eso mirar una pieza de Balenciaga provoca, en mujeres y también en hombres, que se te humedezcan los ojos, que se te encoja el pecho. Un hombre que era capaz de observar la naturaleza y sacar su inspiración de ella, pero nunca tocarla, jamás agredirla. Eso lo llevó a un taller de costura. Ahí sí que podía… encerrado dentro de esas cuatro paredes podía recrear la naturaleza, el mundo en su artificialidad, hacer réplicas en materiales de forma colosal, y después, que salieran y dieran la vuelta al mundo por los lugares más refinados y bellos del mundo entero, en las mujeres más refinadas y bellas del mundo entero. Para eso estaban hechas, y Balenciaga lo sabía, lo supo siempre, desde un principio, y lo sabía porque era precisamente eso lo que quería. Y lo hizo caballeros, y lo hizo muy bien. Balenciaga no hacía ropa, hacía obras de arte. El lo tenía muy claro, por eso mismo tampoco permitía que cualquiera usase sus obras. Jamás permitiría que cualquier mujerzuela sin más mérito que una cuenta bancaria abultada llevase una de sus obras, y estaba muy bien. Por eso mantuvo vivo ese imaginario hasta el día de su muerte. Por eso ahora, en nuestros días, todo el mundo se llena la boca con él. Por eso hoy, en esa capitalización y banalización [como decía Jorge con exactitud] de la codicia, de la gula, Balenciaga es incomparable. Por eso, con él y con su trabajo, simplemente no se puede competir. Por eso está entre los grandes, tampoco tiene mucho misterio.
¿Tienen Ustedes conciencia lo que significa, en la contemporaneidad, el cuidar el trabajo propio hasta rozar los límites de la locura, y con todo en contra, con una verdadera carrera de obstáculos de por medio para que se valore por sí sola? Cuidarlo a pesar de que ofrezcan por él sumas ridículamente altas o sonoridad masiva y simplemente decir “No, no me interesa”. Muchos no pueden ni imaginarlo, tampoco entenderlo. Y tiene que ser así, solamente porque dar ese valor al trabajo propio es lo que logra alcanzar grados de exclusividad que rompen barreras geográficas, que dan la vuelta al mundo independientemente del lugar de donde provenga o de donde se encuentre, y sólo sacan aplausos. Eso fue lo que hizo Balenciaga señores, él y otro número del club de artistas que hoy son los mundialmente venerados, los que son incluidos en compendios, enciclopedias y multiplican su presencia por las nuevas tecnologías de la información haciendo nada más que incrementar la propia fortuna, historia y legado. ¿A quién le enseñan a hacer eso? A nadie. Recientemente ha comenzado el calendario de desfiles para las colecciones de verano para el año próximo, primero en Milán y por estos días en la capital francesa, y de la grotesca cantidad de catálogos, fotografías de desfiles y comunicados de prensa, no alcanzas a rescatar algunos cuantos [muy pocos] y con todo el resto, colocar en antebrazo sobre la mesa y barrer con todo al tacho de la basura, porque es así. Van viendo todos lo que va sucediendo con grandes creadores, que la sobrecarga de trabajo que les exigen los grupos económicos dueños de firmas, acompañado con problemas personales que todo el mundo tiene, simplemente, acaban con ellos. No tiene perdón. Todos los grandes diseñadores lo van diciendo, y cada vez con voz más alta, porque ésta época en la que vivimos lo quiere, lo exige sin posibilidad de réplica, como un gran río de lava que acaba con todo, con todos. Deberán salir de ese círculo vicioso antes de que acaben con ellos. Ha sido sólo producto de la ambición, y no precisamente de ellos. Las pre-colecciones y las colecciones resort han sido sólo un invento burdo para aumentar la facturación y satisfacer la demanda de las nuevas economías con el poder adquisitivo suficiente como para seguir abultando las arcas, y no son europeas. Es preocupante, porque más rápido de lo que se pensaba, comienza a convertirse en una bola de nieve, y las bolas de nieve siempre terminan por estallar. Muchos diseñadores con enseñas propias, desesperados por sus economías gracias a la crisis van sumándose a las grandes casas para poder mantener vivas las propias, y más grave aún, asociándose a las de consumo masivo en “colaboraciones” que no son más que un impulso a la desmitificación de enseñas, otrora exclusivas, una grasa más al engranaje de una sociedad cada vez más agresiva en su propio encuentro, en la lucha de clases aumentada por el desaliento ahogador de una recesión que no perdona a nadie. Todo el mundo tiene ganas de ser alguien y por supuesto apelan a lo primero, que es el consumo relativo a la apariencia.
Que no olvide nadie que esta industria es aspiracional, en eso radica su existencia. En eso se basó la gresca entre el grupo Hèrmes y el grupo LVMH que adquirió secretamente en bolsa acciones de la compañía familiar de los Dumas, Puech y Guerrad. La respuesta fue tajante: No. En eso también radican las palabras de Azzedine Alaïa poniendo en tela de juicio la pertinencia sobre el trabajo de Karl Lagerfeld y también la imagen sobrevalorada de la editora americana de la revista Vogue, porque tenía que pasar. Se autodeslegitizaron en sus bases fundamentales, en sus roles. Es de nuevo, el orden de las cosas. En el caso de la industria de la confección de Cataluña, un nuevo gobierno, amparado en esa bola de nieve y en el resguardo de legitimización sobre su administración, han decido incluir al calendario de su pasarela, a realizarse en menos de un mes, incluir firmas de consumo masivo, provocando un grave daño a la exclusividad y legitimización de sus diseñadores locales, a la fuerza mediática que su exclusividad pueda tener en el mercado internacional, simplemente, porque es una pasarela concebida para el diseño independiente, no masivo, e independiente quiere decir no contar con una maquinaria monstruosa de producción, almacenaje, comunicación, facturación y venta final por costos infinitamente más bajos que el resto de diseñadores jamás se podrían permitir por un tema económico. Lo que ha hecho esa administración es una vergüenza, porque está vendiendo a propósito la posibilidad de creación de imaginarios que pueden con el paso del tiempo adquirir notoriedad internacional como grupo, por ende, mantener las posibilidades de supervivencia de marcas hechas en ese sitio determinado y para ese sitio determinado creando una imagen de ciudad-marca, de marca-país. Se están disparando a sí mismos. Balenciaga jamás habría aceptado desfilar junto a unos almacenes. La próxima edición de esa pasarela sin duda será mucho menos difundida que las anteriores por parte de la prensa internacional [solamente porque nadie con un poco de juicio y rigor publicará el desfile de un almacén]. En eso la prensa local tendrá una gran responsabilidad, que será el tratar de impedirlo, redoblando esfuerzos por destacar a los suyos. Y podría haber sido innecesario si sus responsables gubernamentales hubiesen puesto antes que sus intereses particulares, una cuota de humildad, sentido común y generosidad para con los propios, para con su industria y su gente. No es de extrañar que la población siga en las calles. Honestamente.
Por la misma razón, los diseñadores deberán ser muy astutos y redoblar sus esfuerzos. Eso quiere decir que la presentación pública de sus colecciones y todo lo que ello implica [estilismo, sobriedad, espectacularidad y autopromoción] deberá sobrepasar ampliamente al de los almacenes. Segundo, deberán apelar a la mayor cantidad de cobertura por parte de medios especializados, y en ello, los medios de comunicación locales tienen la obligación completa de tomar cartas en el asunto y asumir su completa cobertura. Una vez más, tendrá que ser un trabajo en equipo, el trabajo conjunto de todo un circuito. Tendrán que apoyarse para salvar su propia industria, y lamentablemente, por como están las cosas, no tienen otra opción para no permitir que naufrague un proyecto común que costó años levantar con el esfuerzo de todos, y sobre todo, la desaparición de marcas en grave peligro gracias a una crisis que no se va ni a los tiros. Apóyense, nada más. Creen el fenómeno Balenciaga, es responsabilidad-país, y el verdadero país no está en los despachos de ningún gobierno, están ahora abajo, en la calle. Ya todo el mundo lo vio, y lo sigue viendo. Cállenles la boca, porque ya saben cómo hacerlo. Deberá ser la más soberbia locura, y hay altísimas probabilidades de que va a funcionar. Muchísima suerte para todos los diseñadores, estamos de nuevo con Ustedes, y con más ímpetu que nunca. Que sea por Barcelona, la ciudad se lo merece. Arriba.
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