Acaba de empezar un nuevo año, al cual, globalmente, nadie le tiene fe. El recién terminado acabó con gran parte de las energías e ilusiones de la gente, en todos los rincones del mundo, en toda clase de áreas. Recojo palabras de Lluís Bassets y su reconocimiento sobre las imágenes emblemáticas del año recién concluido son las de los tiranos caídos, entre las que destacan la de Mubarak enjaulado y Gadaffi detenido, linchado y sumariamente ejecutado. Los álbumes de fotografías de los derrocados son sorprendentes, junto a las mejores compañías y amistades del planeta tierra, que en un parpadeo se vieron arrastrados como perros rabiosos al exilio, la cárcel o la muerte. Sin embargo, ninguna de estas imágenes de deshonra y desposesión consiguieron captar por sí sola el tamaño del cambio que cubrió a todo el globo. Así es como ese año maldito emuló y superó a mil novecientos ochenta y nueve, con su caída del muro de Berlín, el punto final del mundo bipolar y la guerra fría. Una oleada revolucionaria quebró los cimientos del poder y de las alianzas en toda la geografía árabe; El renacimiento nuclear que se esperaba quedó ahogado por el tsunami y la catástrofe de Fukushima; Las generaciones conformistas habituadas a los años de abundancia se convirtieron en agitadores indignados que ocuparon calles y plazas desde España a Estados Unidos hasta llegar al extremo final del mundo, cercano a la Antártica, desde donde os escribo, como no se había presenciado desde mil novecientos sesenta y ocho, específicamente en mayo. Específicamente en París. Europa reaccionó a su crisis fiscal a costa de dejar atrás a los británicos en una ruptura de consecuencias históricas, la mayor en las tormentosas relaciones entre el Reino Unido y el viejo continente desde su integración en el mismo año del golpe de Estado del bien muerto y enterrado Augusto Pinochet.
Las redes sociales, Facebook y Twitter, gracias a las cuales en este mismo instante Usted lee estas líneas, estallaron hace un año en número de usuarios y en relevancia en todos los ámbitos, destacándose como instrumentos de organización y comunicación viral en los movimientos de los indignados y en las revueltas árabes. Ha sido también el año de la transparencia, algo que sin lugar a dudas tiene relación con la celeridad de toda clase de acontecimientos. ¿Por qué? Porque pasa caballeros que un mayor acceso a las informaciones y un incremento de la conectividad, debidos ambos a la tecnología, no puede pasar sin consecuencias. El mundo que acaba de terminar hace menos de una semana fue especialmente reacio a la intermediación en cualquier actividad, política, económica o cultural [y en la moda, capital]. Los efectos eléctricos sobre las opiniones públicas y las nuevas generaciones, los nativos digitales ante todo, fueron fulminantes. Había que llevarlo con responsabilidad, con mucha responsabilidad. ¿Por qué? Porque la tecnología nunca ha sido neutra. Puede servir, ya lo han visto todos, para hacer revoluciones y para sofocarlas, para mejorar la democracia o para liquidarla… en la moda sucedió exactamente igual. Bastó solo con utilizar correctamente los medios tecnológicos al alcance de la mano para catapultar creadores y marcas, o para enterrarlos… fue, y es, prácticamente automático, porque como narró en su minuto Giacomo Leopaldi, la naturaleza común de esta industria, y de todo ser humano en realidad, es la de renovar continuamente el mundo… la caída en desgracia de John [Galliano] corrió como la pólvora junto con el chismorreo de quién le sustituiría en la casa Dior. Lo de él, junto a la debacle de Christophe [Decarnin] en la enseña Balmain, inició un debate a través de las nuevas autopistas de la información, como corrientes subterráneas, sobre la presión ejercida por la industria sobre los creadores, apoyando el codo sobre la mesa y la cara en la mano con forma de L para mirar con un casi desprecio a los grandes imperios del lujo. Sin duda alguna, la red también empujó en gran medida a que más de seiscientas mil personas acudieran al Metropolitan de Nueva York para convertir la exhibición de Alexander McQueen en una de las muestras más visitadas de aquel museo de la gran manzana, sostenida sin margen de duda al morbo provocado por su brillo, un suicidio y un matrimonio rosa de la alicaída casa real británica. Hubo que manejarlo con pinzas.
Haremos esto como una historia. Le aseguro que se entretendrá. Ahí vamos. Al mismo tiempo que aquello sucedía, en reuniones privadas, en gran mayoría de los pisos más lujosos [y de toda la vida] de París, Milano, Londres y el resto de capitales europeas, terminadas las veladas, despedidos los invitados y apagadas las enormes arañas de cristal, cientos de mujeres corrían indignadas a sus armarios y empezaban a llenar furiosas bolsas de plástico con vestidos, abrigos, bolsos y otras prendas de las exclusivas enseñas, otrora, también, de toda la vida… eran los comentarios a voz alta y baja de las veladas. Serían el hazmerreír de sus selectos grupos al encontrarse idénticas a alguna esposa de un mafioso ruso, un automotriz japonés, un dictador árabe o un yupie americano, nuevos clientes en el estallido de nuevos puntos de venta en aquellas nuevas economías plagadas de nuevos ricos por las marcas que supuestamente, eran sólo para ellas… Arnault y Pinault, queridos lectores, pues tenían que facturar… ya saben, son hombres de negocios… las estrellas del cine [las buenas actrices… las de toda la vida], también, al recibir el llamado telefónico de las casas para ofrecerles delicadamente piezas a lucir en las alfombras rojas, también, escuchaban a diez centímetros del auricular pensando “Te estoy haciendo un favor, cretino, ya no eres ni un poco de lo que fuiste, ni siquiera eres ya tú, bah, ni siquiera hablo contigo”. La moda de lujo, todas, pues se habían metido en un buen lío caballeros. Había que volver a legitimizarse, por dos cojones, fuese como fuese. ¿Cómo? Los teléfonos en los despachos de los directores de los museos más famosos del mundo empezaron a sonar. “Ponga Usted el precio”, era la frase mágica. Algunas, las menos violadas, fueron recibidas previo cheque sobre la mesa [es un negocio, no lo olvide]. ¿El resto? Pues a sus gerentes les retumbó el cuelgue del teléfono en la oreja. ¿Plan B? “Llama a los arquitectos”. Así asistimos, maravillosamente, frente a un nuevo número de museos pagados del propio bolsillo para hacer eterno los legados de vaya uno a saber quién en la búsqueda [tan aurea como dudosa] de la trascendencia cultural de, entiéndase bien, empresas, o holdings, o como les quiera llamar. Supongo que a Arnault y a Pinault les debe haber hervido la sangre al ver las cifras que se iban en construir aquellos elefantes blancos y en las que habría que desembolsar para mantenerlos, pero bueno… así es el negocio. Básicamente señores, la moda, lo que era, perdió el sentido que alguna vez tuvo [porque ciertamente lo tuvo, de eso no hay lugar a dudas] y ahora sólo se desenvuelve en una vulgar forma capitalista [y antigua] de mantener el imaginario en sus bases fundamentales [que ya tampoco nunca volverán a ser lo mismo], burlándose del mundo del arte y deslegitimizando, de la mano, la institucionalidad de los museos como precisas instituciones de legitimización cultural [algo gravísimo], al mismo tiempo que abren más y más puntos de venta en las economías emergentes, y sin mover un músculo. Ellos piensan que están haciendo una estrategia inigualable en su propia prepotencia, sin tener la inteligencia de ser consciente [cosa de idiota] que con el paso del tiempo [y será veloz] se deslegitimizan aún más. ¿Por qué? Primero por internet, que todo lo ve, y segundo, porque la gente, no es imbécil. Sobre todo el nicho con el cual pretender volver a legitimizarse. Están agotando la paciencia de las élites… sus antaño clientes… de idiota. Más tino tuvieron y van teniendo Richemont, Alaïa y Hermès, que siguen con su respetabilidad intacta, o Valentino, que pese a su imaginario de opulencia, y sobre todo al hecho de estar vivo, tuvo más humildad y al mismo tiempo, más inteligencia al embarcarse en un museo virtual cogiendo de la mano a cualquier ciudadano de a pié, común y corriente [Son íconos populares, no lo pueden olvidar]. Nada que decir. Merecen aplauso. Es así, que todo indica que ha terminado mucho más que una época, para la moda, y sobre todo para el mundo. Quizá, una edad o un eón geológico. Como dice de vuelta Bassets, el tiempo, que se acaba de ir hace una semana, pedía a gritos nuevas ideas, nuevas esperanzas, formas distintas de hacer las cosas. Llegó el año que acaba de concluir y los deberes estaban por hacer. Y así fue como el mundo empezó a reinventarse a sí mismo. Sin avisar, que es como suceden estas cosas, que es, en realidad, por los libros de historia, como siempre han sucedido. No estamos más que repitiendo la historia, y ahora veremos, cómo la moda también lo hace, si es capaz, inteligentemente, de hacerse un buen lifting, aunque como están las cosas, lo tienen jodido. Por parte de quien les escribe, pues se sigue quedando con los independientes, porque son los que ahora mismo, con todas las complicaciones de este mundo [cayendo y volviéndose a levantar], intentan renovar, continuamente, ese mismo mundo, y no tienen desperdicio. Es más, tienen más elegancia que ninguno, y aunque suene a un completo lunático, eso, es una garantía. ¿Por qué? Porque se convertirán en los mejores. Y contra el tiempo. Nada más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario