Image::MR RYAN McGINLEY PHOTOGRAPHER © NYC::
Hace algún tiempo tomé la decisión de preparar maletas y largarme dentro de poco, algo más de un mes
de Santiago de Chile, ciudad latinoamericana donde ya había permanecido
dos años. La experiencia había sido positiva, pero ya era suficiente. A
pesar de ser uno de los lugares más bellos del planeta [el mismísimo
fin del mundo] con una Patagonia selvática de verde intenso, un desierto
que te hacía sentir ínfimo y que en primavera se convertía en un jardín
de flores de cientos de kilómetros y una costa en bruto lleno de gentes
que en su pobreza y tosquedad siempre te regalaba una sonrisa, además una taza de té y pan recién salido del horno de barro sin más pretensión que hacerte sentir en casa, acogido, el resto era insoportable. El país miraba en todo momento a Estados Unidos, el nivel cultural de su gente dejaba bastante que desear [sobre todo de parte de los más ricos], con una clase política provinciana, vulgar [educada en la más prestigiosas universidades, por supuesto, norteamericanas], y una lucha de clases que
dejaba boquiabierto hasta al más comprensivo. Su población era
rabiosamente estafada en la educación, en el consumo y hasta en sus
propios recursos naturales por parte de un puñado de familias hijos de
inmigrantes, que veían a los cerca de diecisiete millones de habitantes
como simples indios a los que podía usarse sin más reparo
para enriquecerse, manteniendo con mano de hierro los fantasmas
provenientes de la dictadura hasta en las más simples formas de ser, en la relación diaria, y a casi dos décadas de haber sucedido. Era todo muy fuerte… Era el país de la tristeza.
El
próximo punto de operaciones sería la ciudad de Buenos Aires, lugar de
Borges, Gardel, Eva Perón y una de las sociedades más mezcladas de la
tierra, con inmigración proveniente, desde la segunda guerra mundial, de
Alemania [judíos que escaparon de las cámaras de gases y luego nazis de
los juicios de Nuremberg], italianos del mussolinismo y españoles del franquismo, croatas, franceses y rumanos, entre muchísimos otros. Ciudad que a ratos parece París, a ratos Londres, a ratos una favela, a ratos un caos y siempre, siempre, Buenos Aires. Fabricante
de los mejores actores de habla hispana, producción editorial, hombres y
mujeres tan guapos como caídos del cielo [en el morbo entre su
pedantería y gracia en sus formas que terminan riéndose de tí], un solomillo delicia para los sentidos, vino y tango, ese baile erótico donde la mujer debe saber bailar mejor que el hombre, en cuya sutileza y rudeza dejaba una estela de romances.
“Pero Argentina está en crisis”, me decía una amiga… “Anda guapa, que
toda la vida ha estado en crisis”… y es difícil caballeros estar en
crisis cuanto tiras un puñado de semillas y en cuestión de meses tienes
una plantación que vamos, ni con transgénicos, a lo largo y ancho de otro de los países más bellos del extremo sur. Hay que montar el cotarro ahí, ya estaba decidido. Vamos, que se va a liar parda, y por cómo es Buenos Aires, seguro que ella, la ciudad, encantada
de la vida. Ese monólogo le sacaba carcajadas a Manuel y su novia, una
pareja oriunda de Jaén que luego de terminar su práctica en un organismo
internacional en Santiago, seguirían rumbo hasta la fastuosa Río de Janeiro para instalarse allí, vaya uno a saber por cuánto tiempo. Y estaba muy bien. La movilidad, hoy, es un elemento vital. Primero para tener mejores oportunidades de vida en tal o cual sitio, de entrada [sin mencionar, por supuesto, a los cientos de miles de desplazados que a diario escapan de guerras civiles y otras tragedias parecidas, que al mundo desarrollado parece resultarles indiferente, como Siria], y segundo, porque alimenta el espíritu y amplia en campo de visión de la propia vida, y eso es siempre una garantía. Y
pasa caballeros que entre la gente que tiene en sus modos de vida la
movilidad, existe una conexión especial, porque los une un único y
simple sentido que es la universalidad, así, sin más. Lo mismo hablas con un francés, un chileno, un boliviano, un tailandés, un saudí, un alemán o un ruso y no existen mayores diferencias entre ninguno, y eso es un privilegio… eso es un lujo, y del grueso. Y también porque alimenta la creatividad a unos niveles que luego te encierras a solas y la sonrisa viene gratis, inesperada, siempre decente. Nunca más caíste en fundamentalismos, y eso es un pro. Los diseñadores Juan Antonio Ávalos y Stefania Borrás,
amigos cercanos, que en su momento estuvieron en medio del cotarro
español se vieron afectados por la crisis, horriblemente, y cogieron
maletas y se fueron, a Amsterdam y New York respectivamente. Roberto [Piqueras] hizo lo propio instalándose en Londres, al igual que Emilio [de la Morena]; Pola [Thomson] optó también por la gran manzana, Estrella [Archs] por París y Jessica [Trosman]
mira en todo momento a la misma ciudad y también a Italia, y está muy
bien. Asimismo otros amigos artistas, fotógrafos, periodistas o que
venían del mundo de las económicas han hecho lo mismo. Y ahí están, cada
cual peleando por lo suyo, y si va bien perfecto, y si va mal, pues
siempre puedes volver a cambiar. Nadie te va a quitar lo bailado. Y
fíjense, siguen sonando, e incluso más fuerte [a todo el mundo siempre
le gustará la gente con huevos, o con ovarios bien puestos] y ya.
La importancia de la movilidad para cualquier tipo de creador [y en realidad para cualquier persona] en el mundo moderno es fundamental, es la apertura de fronteras y pensamientos que pueda enfrentar a las tragedias y sobre todo a los desgraciados que hoy por hoy le asolan, cada uno desde sus respectivas áreas [o su opuesto], y aquello es muy difícil quedándose solo en un sitio [tampoco imposible, miren a Nicanor Parra…]
porque estar siempre en un cuadrado, dentro de sus cuatro lados, lo
dificulta enormemente. ¿Por qué? Porque te acostumbras, te acomodas a
ello, y eso es un peligro, sobre todo para el intelecto. Si prestáis
atención, los mejores artistas del mundo, como los más connotados
personajes del mundo de la política, la empresa y los medios de
comunicación tienen un común denominador en la mayoría de los casos, y
que es eso: en sus propias formaciones o en la construcción de sus
carreras, la movilidad entre países y continentes ha sido constante, y
para eso hay que tener cojones, y todos ellos, independiente de si
finalmente terminan cruzando la línea de la razón convirtiéndose en un
cáncer para sus propios pueblos, o no, los tienen, y muy bien puestos. Y
toda la vida ha funcionado igual. Se crean redes de contactos y
círculos de poder que nadie que se quede dentro de su cuadrado tendrá
jamás. Y qué queréis que os diga, al final se transforma en un vicio, y
te lo pasas fenomenal.
Las
metrópolis mundiales lo son por esa razón, por el ir y venir de
inmigrantes provenientes de todas partes del mundo, que crean istmos
culturales en las ciudades que emancipan la cultura a un nivel de
internacionalización en donde existe sitio para todos, y también gustos
para todos, en donde nadie es menos que el otro, y que crean una oferta
rica en toda suerte de mercados, y eso es una delicia. A su vez, esa
instancia mitiga racismos, hunde xenófobos y ridiculiza extremismos,
crea democracia. Eso pasa en las metrópolis [y ya veis que las derechas hoy en el poder, cada vez más numerosas, están tratando justamente de evitar todo ello, de detenerlo, porque no les conviene]. El gran tema es tratar, durante tu vida, la propia, la de cada uno, llevar esa metrópolis a la propia cabeza, y al propio instinto,
en donde lo mismo comes con las manos las exóticas delicias de la
comida pakistaní con un grupo de ellos en un piso en Barcelona, luego
estás al medio de una pelea de putas transexuales esquivando tacones en
Brooklyn junto a un amigo transformista portorriqueño, meses después
junto a un diplomático alemán llegando a la gala en el Opera de París
vestido de esmoquin, y luego de otro tanto, bailando un tango en un sitio de mala muerte con una mujer que te duplica en edad sintiéndose una diva… si eso no es vida, díganme vosotros qué es. Eso es clase. Fue
una de las bendiciones del capitalismo. Fue uno de los milagros del
mundo moderno, y está al alcance de cualquiera, por supuesto, del que realmente lo quiera. Es la milagrosa movilidad. Disfrútenla, hasta el día de su muerte, porque créanme, jamás
se arrepentirán, ¿Por qué? Porque estará en su lecho de muerte, y la
vida le pasará frente a los ojos como diapositivas, y simplemente, se
descojonará.
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