Image::MR PEDRO KOK PHOTOGRAPHER © SAO PAULO::
Hoy, por el
austral lugar donde me encuentro, es día de elecciones, y está siendo, cuando
menos, impactante. Y es que parece que en dos años, un país entero, es
simplemente, otro país. Su sociedad, como muchas otras alrededor del mundo,
parece pensar que parte desde la base de que ya estás obsoleto. Parte de la base
de que lo que estás pensando ya lo pensó otro, o ya lo pensó tu competidor, y
porque la primera función adaptativa, como dice el creador Marco Antonio de la
Parra caballeros, es repetir. ¿Por qué? Porque somos básicamente conservadores.
Lo habitual nos calma. Marcar el territorio, respetar ciertas costumbres, tejer
una tradición, convocar un linaje, poder imaginar una historia con un trazado
previsible, todo eso fue muy útil desde la era de la cavernas hasta anteayer.
Pues eso ya no nos sirve, porque se fue todo, disculpando la grosería, a la
mierda. La consigna de la modernidad y
el cambio va socavando nuestros hábitos hasta revertir el piso firme en fango,
lo habitual en muerto, la previsión en algo movedizo y la velocidad en una
necesidad vital.
No estamos
hechos para el cambio, pero el cambio nos va cambiando y mutar parece ser lo
único que nos calma. Todo cambia a nuestro alrededor, nuestros estilos de vida,
el paisaje, el clima. Siempre ha estado cambiando, pero nos calmaba sentir que
esas transformaciones partían de un cierto plan previo al cual pertenecíamos.
La sociedad de consumo, arrasado ya el siglo veinte, ha instalado la fugacidad
y el cambio como la vida misma. Toda la segunda mitad del siglo pasado anunció
el cambio en todas las áreas como el ideal de la modernidad. Una moda, un modo,
que viene galopando desde el siglo diecinueve, aunque ya está presente en la
antigua Roma. ¿Y qué pasa con uno? Pues vendría a ser algo como lo que dice MR
Anthony Burgess, el escritor británico de su ya mítica obra, La Naranja
Mecánica: “A veces siento un deseo de aniquilación inmediata, pero el impulso
de seguir vivo siempre se impone… Reconozco que estoy mejor que la mayoría,
pero no me parece que haya renunciado a la agonía y la angustia que acosa a los
hombres y mujeres esclavos de unas vidas que no han escogido y obligados a
vivir en unas comunidades que odian”.
Mientras Uruguay
avanza por estas fechas en su proyecto de ley para que el Estado ejerza el
monopolio absoluto sobre el cultivo y comercio del cáñamo con fines
recreativos, Francia va en la recta final para aprobar la unión de personas del
mismo sexo en territorio galo y Estados Unidos se desdobla para poder seguir
manteniendo un modelo demócrata en la reelección de un presidente proveniente
de otra minoría históricamente abusada, por aquí, al fin del mundo, en las
calles de todo el país, se observan pocos carteles de los candidatos de derecha
con el actual presidente, tan popular como un treinta y dos por ciento y tan
rechazado como un cincuenta y siete por ciento. En dos años, el descontento, la
tristeza y la frustración que la población acumulaba desde hace años tomó forma
de protestas, huelgas y cacerolazos. Los jóvenes salieron a la calle para
exigir educación pública de calidad y la ciudadanía, en su conjunto, comenzó a
exigir más a las autoridades e instituciones democráticas. El Gobierno local,
los partidos políticos, los tribunales y sobre todo el Parlamento están sumidos
en una grave crisis de legitimidad y estas elecciones municipales indicarán
hasta dónde llega el malestar de los chilenos y qué tan profundos son los
cambios que exige. De paso, reflejarán si, efectivamente, el país quiere que
haya un giro a la izquierda, como han vaticinado políticos y analistas. Todo
dependerá de la participación de los jóvenes, quienes tienen el poder real de
cambiar el panorama político de un país.
Pues ahí están
hoy, ellos, una vez más, los jóvenes, en día de elecciones, arrodillados en el
Estadio Nacional [principal centro de torturas, una carnicería colosal, del ex
dictador Augusto Pinochet], con las manos en la nuca y sin decir ni una sola
palabra, algunos llorando, convirtiéndose en fenómeno viral de masas y
ciudadanos a sus espaldas, a vos alta, gritando “Aquí se mató. Aquí se asesinó”
y al mismo tiempo, en otro lugar de la ciudad, el último portavoz del dictador
en el sillón de una alcaldía, en la prepotencia de su reelección, es golpeado,
escupido y basureado en los vítores de la gente que grita incesante “Asesino,
Asesino”. Se te encoje el corazón. Pensaba en las caras de los niños [hijos de
amigos] con los que había estado ayer en un asado, algunos franceses, otros
chilenos, unos rubios, otros morenos, mezclados, divinos. Graciosos. ¿Qué les
esperaría a ellos?, ¿Cuáles serían las atrocidades que les tocaría ver?, porque
de seguro las verían. Será otro mundo, ciertamente. El crecimiento paulatino pero bursátil,
voraz, vigoroso, de la idea de que lo que había que hacer se hacía porque era
lo que se debía hacer, en ese paso del tiempo breve en que el sentido se iba
entre las manos, comenzó hace dos mil años. Su triunfo final se cerró sobre su
propio colapso, su auge y caída, a fines del siglo veinte, un siglo poblado de
guerras entre la fuerza energética del cambio, la relatividad, la
incertidumbre, la filosofía analítica, el psicoanálisis, la sociología, la
fracturación de la experiencia, la física cuántica, la crisis del lenguaje y la
revolución de todas las artes y los pensamientos en contra de la consolidación
de una nostalgia de la ley paterna, la casa, el hogar, lo dado por sentado, el
fascismo de izquierdas o de derechas. Antes venderse era despectivo. Ahora hay
que saber venderse, dicen. Hay incluso que “producirse”. Es todo una mierda
señores, qué queréis que os diga. Es patético. Es una tristeza.
Hoy, a
propósito, suenan en el aire los viejos estilos, ya caducos, en política,
educación, economía elemental y marketing, porque hoy somos emoción: emoción,
estilo, experiencia, sensualidad y sensorialidad. Y a todo eso, los jóvenes le
dan un puñetazo, a escala masiva, idéntica, también, a propósito. Si es para
reírse, pararse y aplaudirlos a carcajadas. Lo son todo. Son puro arte, son
pura creación. “Que os den por culo”, dicen. La sociedad de consumo, donde
todas las utopías fueron demolidas, se ha revertido en una oportunidad
cultural, que no sabemos cuánto dure para el ejercicio de la libertad.
Probablemente no mucho, y hay que aprovecharla en el momento y el lugar
correcto, de eso ni hablar. Sea uno cliente o productor, estás sumergido en un
diálogo donde cada frase crea a la otra, todo es pregunta, nada es respuesta,
todo es búsqueda y también todo es hallazgo. Hay que tener temple necesario,
supongo, para enfrentar el frénesi de una sociedad donde todo muere tan de
prisa. Hay que aprender, de manera implacable, impenitente y tozuda a
resucitar, buscando cómo hacer que el viento siempre esté de nuestra parte y no
nos dejemos solamente llevar por los temporales. Y el resucitar y reinventarse
es una creación, y he ahí el gran tema, porque la creación requiere de una
discreta presión, un punto de sufrimiento, sentido del humor a gran escala,
agresividad confesa, ternura, solidaridad y paciencia, prisa pero no
aceleramiento… un equipo creativo, más que soluciones, genera problemas y los
sostiene sin miedo al dolor, a la falta de respuestas inmediatas. Calma la
angustia, escruta en la oscuridad, espera que amanezca, no tiene temor de
equivocarse y confía que el error descubierto a tiempo será lo que conducirá al
acierto. ¿Será verdad, media verdad o mentira? Quién sabe. Queda la garantía de
que al menos, cualquiera que crea, y quiera, puede crear para no morir, sobre
todo dentro de uno, porque crear es sobrevivir. O creas, o te crean. Usted mismo.
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