Image::MR JOHAN SANDBERG PHOTOGRAPHER © PARIS::
Menudo año este a punto de
terminar. Cantidad de historias, noticias, personas, alegrías, dolores, éxtasis
y rabias, vamos, todos los sentimientos sucedidos en una infinita cantidad de
situaciones en tiempo récord. De la carnicería indiscriminada que aún azota a
Siria en más de un año de masacre, pasando por la celebración de una de las
olimpiadas más glamorosas que se recuerden en su historia, la reelección de
Barack Obama como presidente de los Estados Unidos, la masacre de Newtown hasta
llegar quizás a la mayor de todas: el supuesto fin del mundo. Sobrevivido a
todo aquello, probablemente puedas sentarte a solas en un sofá frente a una
ventana y mirar a través de ella la calle, un parque, un árbol o lo que sea,
frotarte los ojos, quedarte en silencio, bajarte una botella entera de lo que
sea y concluir sobre el año: “Panda de gilipollas”.
Y es que por todo lo que en menos
de un año qué aún no termina, hayamos sido testigos oculares o presenciales de
que, verdaderamente, se trata de una panda de gilipollas, a lo grande. La
indiferencia global ante una guerra en medio oriente donde ninguna gran
potencia occidental es capaz de meter un dedo público ante el pánico a la
inminente intervención militar de China, Rusia o Irán, actual talón de Aquiles
de Occidente. Vamos, que ni siquiera Naciones Unidas tiene los huevos [si es
que en la última década alguna vez los tuvo...], a tomar por saco; el éxtasis y
la ilusión colectiva puestas en las Olimpiadas celebradas en Londres, con el
cual el imperio británico demostró de forma casi histérica, a cientos de
millones de ojos, de que sí, de que eran un imperio y que se mantenían lejos
del desangramiento económico y moral del resto de Europa. A tomar por saco. Las
urdidas siniestras del poder político conservador norteamericano para separar a
su propio país bajo toda suerte de discursos burdos y con la crisis como
bandera, que no fue capaz [pero casi] de lograr la reelección del primer
presidente negro de la nación anglosajona, que se haría con los votos de los
latinos, una mayoría-minoría de las más despreciadas en su suelo. Pero ganó. Es
decir, aquello parece una demostración que los tiempos actuales, donde nadie
entiende nada y todos opinan de todo, no están para seguir con las
gilipolleces, cualquiera que sean, contrarias a la democracia, el estado de
bienestar y la igualdad, sea donde sea. Francia lo demostró de igual forma con
Hollande al frente de la Grand France, indignada por las actuaciones de su
anterior presidente, probablemente, el más hortera de todos los que hubieran
tenido desde la Quinta República. Así con ellos, a tomar por saco. Suma y
sigue. La matanza de veinte menores de edad en un pequeño pueblo en
Connecticut, que trajeron a la memoria el horror de similares horrores y que
abre, de una vez por todas [y defendido por prácticamente todo Hollywood, osea,
los que dan vuelta al mundo una y otra vez] el debate sobre la posesión civil y
control de armas que en América supone casi una adicción [igual de
cinematográfica...]. En ese sentido, los americanos crecen, ahí, sobre la
marcha, como siempre, al momento y a golpe de hostias. Aprenden la lección.
Finalmente, he de centrarme en lo
más paranormal del año y me refiero a la impresionante y francamente
preocupante cantidad de personas que esperaban el fin de los tiempos, en una
imaginación tan patética como
psicológicamente desequilibrante. Noticia en los medios de comunicación del
planeta y en todos sus idiomas, sirvió como otra buena excusa para hacer
efectivo como sólo el comercio sabe de eso, de una panda global de gilipollas.
A tomar por saco. De todas formas, a pesar de esta intriga sobre los límites,
alcances y consecuencias de la imbecilidad humana, habría que preguntarse, o
hacernos la gran pregunta de por qué ha sucedido así. Entro en este tema en
particular, porque después del veintiuno de diciembre, donde todo siguió tal
cual estaba [al menos en apariencias], la gente no mencionó nunca más el tema
en seriedad... pero antes si. Había gente francamente molesta porque nada se
había acabado, como si esperasen en lo más profundo de su ser que se fuese todo
a tomar por saco. Y, dentro de la locura, parece entendible. Para donde mires
parece estar todo no mal, sino cada vez peor. La gente ya no quiere saber más
nada de nada, ni de nadie. MS Susana Fortes escribía en un artículo de opinión
hace nada: "Estamos arruinados, pero aún quedan a nuestro alcance algunas
parcelas extraordinarias de la realidad en las que podemos mantener a raya al
enemigo". Puede que sea así, pero parece imposible cuando existe tanta
gente ahogada en deudas, sin trabajos, con pocas posibilidades de salir de ello
y viendo a diario las barrabasadas de la clase política que ellos mismos han
elegido en las urnas. Volvemos al tema de la gilipollez. Que somos los únicos
que tropezamos una y otra vez con la misma piedra y pues nada, no aprendemos
absolutamente nada. ¿Qué te queda por decir? Pues sabes qué, a tomar por saco,
a tomar por saco todo. El Apocalipsis siempre ejerció una poderosa atracción
sobre la imaginación de los mortales en términos matemáticos. Pero ya se sabe
que la aritmética como la economía es una fantasía salvaje. Por eso, no podemos
mandar a tomar las cosas a ninguna parte, sino como se hacía en el tiempo de
nuestros abuelos, tratar de arreglarlo, de buscar las soluciones tras los
problemas, porque es así caballeros como se han ido construyendo las personas,
las comunidades, la sociedad.
Parece difícil por todos los
desvaríos del mundo moderno y quienes en determinado momento llegan al poder
con ínfulas de haber sido invocados por algún Dios gracias a su inteligencia,
para llevar a un pueblo o para robarle, por igual, porque así piensan los de
nuestro post modernismo, salvo escasísimas excepciones. Imagínense un gobierno
que se dedique a saquear a los ciudadanos para darle el dinero a los bancos, un
juez que deje escapar a Al Capone por la puerta de atrás con el botín de
nuestros ahorros, un ciudadano al que le den voto por liebre. Hay épocas así,
en que la realidad se parece a las canciones que cantábamos de críos en las
excursiones escolares donde por el mar corrían las liebres y por el monte, las
sardinas. Y es que las mentiras oficiales siempre acaban por devolvernos a los
sótanos de la Historia. Pues eso hay que revertirlo, y se puede, sólo depende
de uno. Hacer cosas sin buscar un prestigio personal, porque eso agota, es un
desgaste, y no sirve para nada, ¿Por qué? Porque al final a nadie le importa.
En una entrevista hace muy poco tiempo hecha por quien les escribe al artista
Carles Congost, tras recibir sus respuestas, podía volver a reafirmar esta
concepción, y es lo mismo que cuenta Vicente Verdú. MR Verdú es asertivo cuando
dice que los pintores que solo pintan, los escritores que solo escriben o los
músicos que solo componen no son artistas. ¿Por qué? Porque antes, ser de una
pieza garantizaba el ajuste al artefacto social o laboral y quien no cumplía
este diseño se convertía en un marginado. Pero ese tiempo “moderno” ya ha
pasado. Se murió. Ni el profesional de la comunicación es hoy solo un locutor ni
en el empleo, cualquiera que sea, se valora al sujeto que sabe mucho de algo y
no sabe mucho más. De este modo su rendimiento disminuye puesto que ya en el
omnipresente sector servicios lo que importa no es la pieza exacta sino la
empatía, y vale incomparablemente más el tipo facetado que el de una misma y
única cara. Lo mismo vale para los de las áreas creativas, si no me creen, vean
a Guy Laliberté y el océano azul que ha construido con esa maravilla llamada
Cirque du Soleil... Serlo de veras conlleva no ser sirviente de una única
modalidad a la manera de los troqueles unívocos de la industria metalúrgica.
Muchísimos pintan, cantan, hacen cine, diseñan, escriben o construyen edificios
gracias a una creatividad que, si ha desarrollado más en un sentido no ha
podido impedir que le crezca la poderosa arboleda por aquí y por allá. La
comunicación es la clave del quehacer y cuantas más idiomas se sepan, mejor.
Por eso hay que defenderlos, todos, y también promocionarlos. En el caso de los
artistas resulta tan grotesco que el pintor solo pinte o el poeta solo haga
versos que debe dudarse sobre lo genuino de su condición. Siempre ha habido
pintores poetas y poetas pintores, por ejemplo, pero nunca se les aceptó con
gusto en más de una cosa. Hoy, sin embargo, comporta serlo en tres o cuatro
manifestaciones y bajo la directa comunicación con el mundo, las personas y las
cosas. Mientras más amplio sea el panorama, tanto mejor. Aprender de todo
siempre, siempre, está muy bien. Y no se trata con todo esto de repetir la
alabanza del tipo renacentista. O sí: se trata de un inminente renacer de la
cultura que, en adelante será múltiple o ya no valdrá. Lo mismo sucederá con la
sociedad. Los obstinados fracasos de los políticos y economistas que han
orientado las criminales medidas anticrisis proceden de la misma raíz
invalidante. Es decir, de la falta de atención a la complejidad social y de su
reverencia tan fanática como simplista, tan angelista como satánica, a las
metas del “Porque así es”. Ya los puede Usted mandarlos a tomar por saco. Todo
ello redondea hoy con su hecatombe el término de un mundo que se tambalea como
un zombi a falta de una transfusión de varios colores y sabores. O lo que es lo
mismo, ansioso de la ensalada de frutas de la época que nos espera y en donde,
arrumbado el corsé de la pieza única, gozaremos de artistas en masa haciendo
esto, lo otro y lo de más allá, porque patético será aquel que se embolique en
una dedicación y que, como ciertos animales menores, solo sepa repetir y
repetir las gracias que le enseñó su propio domador. Dicho todo esto y
quitándome el sombrero, una vez más, por MR Verdú, sólo me queda decirles
caballeros, para esta nueva era, para este nuevo mundo tras la profecía maya, o
año, o como quieran llamarle: A tomar por culo: Viva, sobreviva, y sea feliz.
Buen año.
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