Image::MR OSCAR NIEMEYER STUDIO © RIO DE JANEIRO::
Hace poco, en una entrevista el
fotógrafo peruano Mario Testino confesaba a Eugenia de la Torriente una frase
que quedaría dando vueltas en la cabeza de quien os escribe: “Yo vengo de
Sudamérica, donde no nos gusta la tristeza. Somos más luminosos”. Aquella
premisa la aplicaríamos a brazo partido en la inauguración de una galería de
arte y las dos exhibiciones que estábamos a punto de inaugurar en la austral
Santiago de Chile. El mismo día de la apertura, mientras ultimábamos los
últimos detalles de las muestras, por la mañana, una noticia nos dejó mudos, a
todos, y en lo personal, con una profunda tristeza. Uno de los más altos representantes
de este continente, el sudamericano, moría tras 104 años de luz. MR Oscar
Niemeyer dejaba de existir, paralizando a Brasil, declarándose siete días de
luto nacional y recorriendo las portadas del mundo entero. Empezaron a sonar
los teléfonos de los estudios de arquitectura más prestigiosos del globo
terráqueo y los más de seis millones de habitantes de Río de Janeiro empezaron
a salir a las calles con amargura en sus rostros... Se trataba de Niemeyer,
algo más que una leyenda, una celebridad o uno de los hombres fundamentales del
mundo moderno. Niemeyer había muerto...
Oscar Ribeiro de Almeida Niemeyer
Soares Filho, nacido en la ciudad carioca el año mil novecientos siete, en
ciento cuatro años de vida se transformó en uno de los maestros indiscutibles
de la historia de la arquitectura contemporánea, a caballo entre el tercer
mundo y los países industriales más sofisticados. De Río a París, pasando por
Argelia, Pampuhla, Nueva York e incontables ciudades alrededor del mundo con
una suma superior a seiscientos proyectos, desde casas particulares a edificios
institucionales monumentales, Niemeyer desarrolló una arquitectura que
funcionaba a todas las escalas. En palabras del mismo Norman Foster, del mismo
modo resultan memorables tantos sus obras artísticas que sus edificios, porque
en su trabajo el arte se marida excepcionalmente con la arquitectura para
guiarnos en una hipnótica procesión por sus edificios, dotados de un
extraordinario sentido monumental y una gracia fuera de lo común. Incluso los
más pesados parecen flotar, pasar de puntillas por la tierra y mezclarse
generosamente con el paisaje. Una de las cosas más sorprendentes de su trabajo
es la capacidad para dotar de intimidad tanto a los grandes proyectos como a
los pequeños. Y es que Niemeyer caballeros, es uno de los insignes componentes
de la segunda generación de maestros del movimiento moderno. Una segunda
generación que actuó bajo la enseñanza de arquitectos como Le Corbusier y otros
compañeros surgidos del Congreso Internacional de Arquitectura Moderna fundada
en mil novecientos veintiocho, pero introduciendo unas modificaciones y unos
cambios de actitud que caracterizan unas fórmulas nuevas basadas en un lenguaje
menos dogmático, en un realismo ambiental y tecnológico y en una discusión de
teorías y metodologías que han marcado un paso importante en la evolución de la
arquitectura contemporánea, según cuenta MR Oriol Bohigas. Niemeyer, ese mismo
tipo que te dice “La arquitectura no puede ser lo que quería la Bauhaus: “una
máquina habitacional”. La arquitectura tiene que nacer de la nada, sin
influencias. Una vez, un arquitecto muy inteligente me dijo: “No hay
arquitectura moderna o vieja, sólo hay arquitectura buena o mala”. Ahora no veo
la arquitectura como algo que salvará el mundo, pero creo que el arquitecto
debe leer y estar informado. Por ejemplo, aquí en nuestro despacho hemos tenido
durante cinco años una clase en la que un profesor venía a hablarnos de
filosofía y del cosmos. ¡Qué bueno es conocer cosas!”... es el abanderado
significativo del sector más dispuesto a la modernidad de esa segunda
generación. Sus obras lo acreditan sobradamente y su prestigio internacional se
apoya en muchas consideraciones fiables tanto críticas como históricas. Es
decir, DON´T FUCK WITH NIEMEYER.
Y se trataba de un hombre que le interesaba la
vida, que sostenía que la vida era mucho más importante que la arquitectura.
Pasaba de todos, diciendo “El arquitecto siempre ha de ser político. Uno debe
ayudar al otro: solidaridad. Lo demás no es nada. Si miras al cosmos, eres
pequeño, eres poco importante. Debemos ser más simples y no pensar que somos
importantes. Nadie es importante”; “Creo que lo más importante es la
solidaridad. Recuerdo que una vez un periodista me preguntó: “Oscar, ¿cuál es
tu palabra preferida?”. Yo le dije: “Solidaridad”. En esa premisa, no se puede
hablar de Niemeyer sin hacer referencia a su constancia en la responsabilidad
política. No se trata solo de una adhesión partidista, sino de un concepto
general sobre el papel que tiene que ejercer la arquitectura y el urbanismo en
la configuración de las nuevas ciudades. La forma de la ciudad es un tema a
discutir desde puntos de vista políticos y atendiendo a las proximidades más
realistas y, al mismo tiempo, más utópicas.
Qué más les puedo decir de ese gentleman, porque
la prensa lo ha dicho casi todo... de ese cabrón que salía a la calle en Río
como cualquier hijo de vecino caminando y era saludado por todos, queridos
hasta en las fabelas más iletradas, que luchó para poner a su país en el ojo
del mundo, que luchó para el establecimiento de la democracia, que a puño
cerrado les levantó el dedo medio a todos aquellos que a su tierra la llamaban
“país bananero” cerrándoles la boca, que no quería morir, que se sacudió a la
muerte en cinco oportunidades con más de un siglo... no hay palabras para
describir la obra y sobre todo la vida de ese hombre, su sentido del humor, su
visión del mundo y de la vida, que fuese artífice de una capital completa,
creyendo que además de la funcionalidad, la belleza también cumplía un rol
fundamental, belleza de verdad, no de artificios. Vuelvo a Bohigas, porque su
muerte debe de enseñarnos a todos, como una hostia bien plantada en la cara, lo
que significa mantener los principios éticos y políticos de la arquitectura del
movimiento moderno, esperando que su desaparición, en todo este circo en el que
vivimos, provoque nuevos estudios sobre su obra y la afirmación de un propósito
de honestidad y eficacia profesional, y por supuesto, el enaltecimiento de lo
más importante para esta pseudo-democracia universal en vías de desaparición:
La solidaridad. Que en paz descanse, MR, nos llenó de luz.
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