Image::MS EMMA PICQ PHOTOGRAPHER © PARIS::
¿Qué es?, ¿Lo sabe Usted? El
charme. Esos tipos o esas mujeres que pueden llegar a sacudirse cual perro el
agua después de salir de un río a nado, y tirar a todo lo que se encuentre a su
lado ese rocío de elegancia, y que te hace descojonarte de risa, empapado
entero. El charme. Es muy fuerte, pero así es. Encontrarte con esos cabrones es
un placer, porque te lo hacen pasar en grande, y sales con el ego y el amor
propio por las nubes. ¿Lucha de egos? Pues en su mundo eso no existe, porque
incluso pasan de aquel tema del ego. Se las suda. Están por encima de eso. Siempre.
Y no se trata de una cuestión de dinero, en absoluto, sino de educación, y por
supuesto cultura, de esa que te hace doler la cabeza como cuando tienes líos
con una muela del juicio. Cultura y educación a raudales, que no te llegas a
enterar cuando te ha subido y bajado a ofensas en la cara con una gracia tal
que no puedes sentir enfado, sino por el contrario, risa honesta, de esa que
por estos días es tan difícil conseguir, de precio invaluable. Pura gracia. Eso
es charme.
¿Ha estado Usted con esta clase
de mujeres, que pueden ir vestidas sin el mínimo atisbo de detalles, ni una
sola joya o rastro alguno de maquillaje, y que entran a un restaurante o a
cualquier jodido sitio y el lugar entero gira la cabeza a su paso, a sus
movimientos o el aura que llevan que parecen que levitan a centímetros sobre el
suelo? Es indescriptible. Después se sienta Usted frente a ella con un par de
copas de vino y una botella entre ambos, y… lo mismo la cabrona le habla en
tres o cuatro lenguas distintas con sus respectivos slangs, conoce medio mundo,
domina la alta y la baja cultura a la perfección, sus movimientos son tan
delicados y gráciles como los de una bailarina de ballet rusa, su rostro el de
una muñeca de porcelana [sin que sea necesariamente guapa, no se confunda] y si
después de unas copas el ritmo de la música lo amerita, no pierde el tiempo y
es la primera en saltar a bailar, haya o no pista sin perder en el meneo ni el
más mínimo grado de glamour… y lo que piensen o no sus rivales féminas ante la
ferviente mirada de sus maridos o parejas, se la trae floja… muy floja. Eso es
charme caballeros.
O para las mujeres [y hombres
también], encontrarse con esos tipos que sonríen y son igual de embrujantes, y
sus miradas se te pueden clavar directamente a los ojos y atravesarte, y
después menearte por ambos brazos sonriendo preguntándote qué coño te pasa, que
reacciones, y tú despiertas y sin siquiera darte cuenta, estás sentado a su
lado en un bar escuchando a un tipo tocar un piano de cola, hablando desde
política internacional hasta chistes de polígono, sin la necesidad de ir
vestidos de traje pero con una gracia, elegancia y simpleza que lo mismo vaya
así en el campo que en medio de les Champs Elysées y lo mismo, que se lleve las
miradas de todos a su alrededor, de esos cabrones que se saben y sienten
guapos, pero no hacen aspaviento de aquello, sino por el contrario, tratan de
disimularlo contándote idioteces al oído para sacarte esa clase de carcajadas
secas que luego te avergüenzan en público… son unos cabrones… eso es charme. ¿Ha
conocido alguno? Si así es, se merece Usted un aplauso, porque seguro que se lo
ha pasado en grande, y eso está muy bien.
Después de todo esto, podríamos
hablar ahora de… cuán difícil resulta encontrarlos, a ellas o a ellos, a esa
clase de gente, el verdadero charme. Es una aventura. Quizá la crisis, la
tecnificación del mundo, el incremento de las redes sociales y la cada vez más
intensa individualización del hombre gracias a los avances imparables de la
tecnología vaya provocando su paulatina extinción. Viaje en primera clase en un
vuelo transoceánico y se dará cuenta de ello, al mirar a su lado y ver a
hombres y mujeres que a lo mejor podrían llegar a ser puro charme, si no
estuviesen atrapados en sus mundos personales de ordenadores, tabletas,
teléfonos móviles y cuanto aparato nuevo exista. Cuando no existía toda esa
mierda, al menos quedaba la opción de entablar una conversación con su vecino
sobre el libro que leía durante el vuelo o su autor, o sobre una noticia en el
periódico o sobre el destino a la que iban en rumbo, o su cultura… eso ya no
existe. Se murió. Baje a tierra y aquello es exactamente lo mismo. Las
bibliotecas y parques están vacíos y las terrazas de cafés parecen campos
santos gracias al mutismo de sus comensales frente a sus juguetes. Y lo más
fuerte de todo esta historia, es que ellos mismos se piensan que aquello les da
más estatus, o los pone en una suerte de condición superior por sobre el resto.
No te queda más remedio que tragarte un café de un solo sorbo, pensar en
silencio “pobres diablos”, pedir la cuenta y largarte de ahí, o de bajar del
avión corriendo ni bien pise la loza del aeropuerto y salir de ahí lo antes
posible.
Entras a un museo, a lo mejor,
para quedarte frente a una obra de arte, que alguien se te ponga a tu lado y te
haga un comentario sobre el lienzo para entablar una conversación y a lo mejor
acabar riéndote frente a una copa en la cafetería, o un bar. Pues no, todo el
mundo, una vez más, escuchando la historia de tal o cual cosa con unos putos
auriculares en los oídos. Dígame Usted, ¿Cómo entonces se conoce gente?,
¿Saliendo a una discoteca llena de gente que antes que algún tipo de
conversación, de por sí poco probable en un sitio como ese, salvo lo justo para
llegar a lo que van, es decir, un polvo nocturno, vaya siquiera a pasársele
aquello por la cabeza? Por decirlo a lo mejor de un modo, al ir paulatinamente
limitándose las posibilidades de comunicación, al gente va perdiendo
oportunidades vitales de aprendizaje producto de la sociabilidad para conocer
otros esquemas de vida, historias y realidades, que son al fin de cuentas lo
que van formando la experiencia, y por ende, la cultura general, que es lo que
alimenta la vida y la educación, que es lo que forma la personalidad de cada
persona y al final el charme, porque
charme es eso, pura vida, y sin pura vida, lo otro ya le digo, vienen
muy complicado. ¿Qué hacer entonces, si poco a poco la vida en la gran ciudad
va dejándolo completamente solo?... ¿Emigrar?... ¿Emigrar a dónde?... A lo
mejor no sería ninguna mala idea mudarse una temporada larga al campo y
establecer relaciones con agricultores, pescadores o campesinos donde la vida
no ha sido aún violada por el falo gigantesco del avance tecnológico de la
civilización, y donde aún quedan sonrisas honestas, libres de maldad ante
detalles insignificantes de la vida común, sin aspavientos, que provocan el
placer por seguir vivo y dar gracias por no ser un animal, o una planta. Pareciera
que entender ese otro mundo, el real, fuese por nuestro días, la cuota más alta
y eficiente para darle a las cosas la importancia que se merecen y empezar a
reordenar todo, y poner cada cosa en su lugar, que quizá, traiga su vida un
poco de charme. A lo mejor el charme, por nuestros días, sea la capacidad de
análisis, corrosivo y lúcido, de los desvaríos y atrocidades que el hombre
practica en una sociedad condenada a la autodestrucción, o salir del zoológico
humano, o como coño quiera llamarle. Ojalá que Usted, si llegó hasta estas
últimas líneas, sea capaz de hacerlo, porque me levantaría de mi asiento y al
menos uno solo, aplaudiría su propia coherencia, señor lector, porque sería
puro charme. Muchísima suerte.
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