Image::MR DANIEL RIERA PHOTOGRAPHER © BCN::
A finales de julio próximo,
aterrizaré una vez más en la ciudad de mis ojos y de mis años de juventud:
Buenos Aires y su perfume perpetuo a garbo, pese a todas sus complicaciones. En
esta oportunidad, para dictar una conferencia en el décimo Encuentro
Latinoamericano de Diseño invitado por la Universidad de Palermo, sobre nuevas
tendencias en ilustración de moda y comercial. Entre medio de la investigación
sobre el tema, de nuevos ilustradores y la nueva (y no tan nueva) camada que
irrumpe en los grandes espacios publicitarios, grandes campañas y medios de
comunicación de toda la vida para darles aires frescos, asimismo de los nuevos
outsiders de la ilustración protegidos por las mejores revistas de tendencias de
los cinco puntos del globo, recibo un libro en mis manos, casi de casualidad.
El libro se titula “La Lámpara
Maravillosa” del escritor y poeta colombiano William Ospina, Premio Nacional de
Poesía en su país el año noventa y dos, y Premio de Ensayo de la respetadísima
Casa de las Américas en el dos mil tres y trece libros a sus espaldas. La obra
que cae en mis manos, se trata de cuatro ensayos en noventa y ocho páginas sobre
la educación y un elogio a la lectura. No es menor que ya desde la primera
página, MR Ospina cuente que cada cierto tiempo circula por las redacciones de
los diarios una noticia según la cual muchos jóvenes ingleses no creen que
Winston Churchill haya existido, y muchos jóvenes norteamericanos piensan que
Beethoven es el nombre de un perro o Miguel Ángel el de un virus informático…
que un joven no sólo no sabía que los humanos habían llegado a la luna, sino
que creía que lo estaban engañando con esa “nueva noticia”. Desde ahí, a abrir
una ventana como hecho: que nuestro tiempo es paradójico y apasionante, y de él
podemos decir lo que Oscar Wilde afirmaba de ciertos doctores: “lo saben todo
pero es lo único que saben”. El periodismo no nos ha vuelto informados sino
noveleros y la propia dinámica de su labor ha hecho que las cosas sólo nos
interesen por su novedad: sino ocurrieron ayer sino anteayer ya no tienen la
misma importancia. Por otra parte, la humanidad cuenta señores con un océano de
memoria acumulada; al alcance de los dedos y de los ojos hay en los últimos
tiempos un depósito universal de conocimiento, y parecería que casi cualquier
dato es accesible… sin embargo caballeros, tal vez nunca había sido tan voluble
nuestra información, tan frágil nuestro conocimiento, tan dudosa nuestra
sabiduría… ello demuestra que no basta la información: se requiere un sistema
de valores y un orden de criterios para que ese ilustre depósito de memoria
universal sea algo más que una sentina de desperdicios.
Y quiero hablar de educación,
aprovechándome de la posibilidad de estar muy pronto, una vez más, frente a un
grupo de alumnos dentro de cuatro paredes en un centro educativo, con la
pregunta de ¿Qué coño es la educación? Esto es un blog de moda, por ejemplo,
con dos millones de visitas, y las tiene porque vivimos en una época que a toda
prisa cambia costumbres por modas, conocimiento por información y saberes por
rumores, como dice el querido William, a tal punto que las cosas ya no existen
para ser sabidas sino para ser consumidas. No sólo existe una estrategia de la
provisión sino una estrategia del desgaste, pues ya se sabe que después de usar
un vaso hay que destruirlo enseguida. Por la lógica misma de los medios
modernos, bastaría que un gran producto dejara de anunciarse, aunque tenga una
tradición de medio siglo, y las ventas bajarían de una manera abrupta. Quizá
corresponderá a la psicología o a la neurología descubrir si de verdad los
medios audiovisuales tienen esa capacidad pedagógica que se les atribuye, o si
pasa con ellos de borrarse de la memoria con una facilidad asombrosa. Lo mismo
ocurre con la industria editorial. Interesan por igual los malos libros que los
buenos, y no siempre hay un criterio educativo en su trabajo. Un pésimo libro,
insoportable, que se venda bien, a lo sumo puede ser justificado como un
momento que ayudará a atenuar las pérdidas de los buenos libros que se venden
mal, en la inevitable conclusión de que las cosas demasiado gobernadas por el
lucro no pueden educarnos porque están dispuestas a ofrecernos incluso cosas
que atenten contra nuestra inteligencia si el negocio se salva con ellas.
Entonces, ¿A qué vamos a la escuela, a recibir conocimiento o a aprender a compartir
la vida con otros, a conseguir buenos amigos y buenos hábitos sociales?... ¿Es
la educación que transmite nuestro sistema educativo demasiado competitiva
hecha para reforzar la idea de individuo que forjó y ha fortalecido la
modernidad?
La cosa se complica tanto en
nuestra contemporaneidad en cuanto las verdades de la estadística no pueden
eclipsar las verdades de la psicología o de la estética. Un hombre debe ser
igual a otro hombre en las oportunidades y en los derechos, pero también es
importante que sea distinto. A veces la educación no está hecha para que
colaboremos con los otros sino para que siempre compitamos con ellos, y nadie
ignora que hay en el modelo educativo una suerte de lógica del Derby, a la que
solo le interesa quién llegó primero, quién lo hizo mejor, y casi nos obliga
pistola en la cabeza a sentir orgullo de haber dejado atrás a los demás. De
todo esto desprendemos otra idea, más importante aún, y me refiero a ser
competentes. Cuando hablamos de la “Competencia”, nos referimos a la capacidad
de ser excelentes en nuestros respectivos oficios según la lógica darwiniana y
quizá sea correcto este camino de avance sólo a través de la competencia y la
rivalidad. Sin embargo, si cogemos los prismáticos y en ese Derby de pésima
pedagogía de las sociedades excluyentes, donde la fórmula cual carrera de
caballos es la de que uno triunfe al precio de que los demás fracasen, será
reconfortante para los triunfadores pero deprimente para todos los demás,
provocando un auténtico semillero de resentimientos, es decir, contagiados de
la lógica norteamericana que nos divide entre ganadores y perdedores hasta en
el mundo del arte, reino por excelencia de lo cualitativo sobre lo
cuantitativo. ¿Quién dice que el aprender es algo cuantitativo consistente en
la cantidad de información que recibamos?... ¿Quién le dice a Usted que el
conocimiento es siempre algo que se adquiere, que se recibe?... ¿Qué pasaría si
aprender fuera perder y no ganar, si ya Platón decía que la ignorancia no es un
vacío sino una llenura?...¿Por qué una fruta tiene, por “lógica” que caer de un
árbol, cuando las nubes o los globos suben? Quizá lo mejor que podría hacer
hoy, en nuestros días, la educación formal por nosotros, es ayudarnos a
desconfiar de lo que sabemos, darnos instrumentos para avanzar en la
sustitución de conocimientos. Probablemente los educadores formales me digan
que eso no es educación, sino adiestramiento… ¿Y no piensa Usted que es
necesario que nos adiestren para salir a luchar a la selva de la vida real
mientras nos educan para una vez allí fuera, no quedar paralizados del miedo, gélidos
del terror?, ¿A Usted no le pasó? Vamos, a todo el mundo. Mientras la educación
siga siendo sólo búsqueda del saber personal o de la destreza personal, todavía
no habremos encontrado el secreto de la armonía social, hoy por hoy tan necesaria
para salvarnos nosotros mismos, porque para ello no necesitamos técnicos ni
operarios sino ciudadanos. ¿Dónde se nos forma como ciudadanos cuando la
asignatura de Educación Cívica ya casi ha desaparecido de las mallas
curriculares, en todo el mundo?... ¿Dónde se nos forma como seres satisfechos
del oficio que realizan?... ¿Sabe Usted lo importante que resulta en todo esto
y en nuestra vida el gran y extraordinario fenómeno de la felicidad?... de la
felicidad.
El tema de la felicidad no suele
considerarse demasiado en la definición de la educación, y sin embargo es
prioritario, por no decir fundamental. Necesitamos caballeros hombres y mujeres
profesionales si no felices, altamente satisfechos de la profesión u ocupación
que han elegido, del oficio que cumplen, y para ello es igual de fundamental
que la educación, en toda su amplitud, no nos dé apenas un recurso para el
trabajo, una fuente de ingresos, sino un ejercicio que permita la valoración de
nosotros mismos, como sucede en quienes practican las artes, comparándolos con
la tristeza que suele acompañar a cierto tipo de trabajos en los que ningún
operario siente que se esté engrandeciendo al realizarlo. Esta época, que
convierte a los obreros en apéndices de los grandes mecanismos, en seres cuya
individualidad no cuenta a la hora de ejercitar sus destrezas, es especialmente
cruel con millones de seres humanos, y eso no puede ser ni se puede tolerar,
porque no se trata de escoger profesiones rentables sino de volver rentable
cualquier profesión, por el hecho de que se la ejerce con pasión, con imaginación,
con placer y recursividad, aspirando a que no existan oficios que nos hundan en
la pesadumbre física ni en la neurosis, haciendo que olvidemos interrogar el
mundo a partir de lo que somos, y fundar nuestras expectativas en nuestras
propias necesidades. ¿Por qué asumir pasivamente los esquemas?... ¿Por qué
aceptar un tipo de parámetro profesional que convierte un oficio en una
limitación insuperable? Nada debería ser definitivo, sino por el contrario todo
debería estar en discusión. Y esto es importante, porque si bien entendemos a
la educación como el gran remedio para los problemas del mundo, mirando el
aprendizaje como la más grande de las virtudes humanas, es también una gran
responsabilidad, y esto, porque los seres humanos aprendemos, y porque
aprendemos somos peligrosos. Nuestras virtudes son también nuestras amenazas,
porque el privilegio de pensar, de inventar y de aprender comporta también
aterradoras posibilidades. En nuestro actual modelo, en constante degradación
moral, política y empresarial, donde a todo se presta atención presurosa y
superficial, debemos preguntarnos seriamente si la educación está criticando
estos comportamientos, o si acaso está reforzando este modelo. ¿Cómo convertir
entonces a la educación en un camino hacia la plenitud de los individuos y de
las comunidades? Evidentemente, convirtiendo también el modelo de desarrollo,
que suele ser el que define el modelo educativo. Si durante mucho tiempo el
modelo de Occidente ha sido la productividad, la rentabilidad y la transformación
del mundo, hay también un tipo de modelo de productividad que no da empleo, una
rentabilidad que no elimina la miseria, una transformación del mundo que nos
hace vivir en sordidez, más lejos de la naturaleza que en los infiernos de la
Edad Media. Os cuento todo esto para reafirmar, una vez más, que el nuevo
modelo debe ser de un desarrollo de equilibrio y la conservación del mundo.
Nosotros podemos dictar las
pautas de nuestro presente, pero son las generaciones que vienen las que se
encargarán del futuro, y tienen todo el derecho de dudar de la excelencia del
modelo que crearon nuestros padres y abuelos y en el que vivimos en aparente
perpetuidad, y pueden tomar otro tipo de decisiones con respecto al mundo que
quieren legarles a sus hijos. Es como con la tecnología. Después del boom de
iPads, iPhones, facebook, twitter, google, amazon o instagram, lo que los
volverá prudentes en su relación con la tecnología no será la previsión sino la
evidencia de que también hay ella un poder terriblemente destructor. Ese es el
actual paradigma de la educación, esperando, por el bien de todos, que den con
la clave para su correcta transformación. Sería un puntazo.
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