IMAGE::MS IRIS VAN HERPEN © AMSTERDAM::
El pasado jueves 2 de Junio, la
comunidad internacional en su totalidad observaba pasmada cómo Donald Trump, el
nuevo presidente de los Estados Unidos, anunciaba que su país abandonaba el
Acuerdo de París. Sellado hace dos años atrás por más de doscientos países,
dicho acuerdo establecía un calendario de reducción de las emisiones para
paliar los efectos del cambio climático. Estados Unidos, el segundo mayor
emisor de gases contaminantes del mundo, se iba sin dar mayores explicaciones,
dando la espalda a la ciencia y a uno de los más grandes desafíos de la
humanidad para su propia supervivencia.
El anuncio resultó ciertamente
perturbador, una fractura que debe hacernos reflexionar cómo afrontar el futuro,
y cómo debemos construirlo. A finales de febrero pasado, la NASA anunciaba también
un descubrimiento que cambiaría para siempre nuestras perspectivas de futuro:
un sistema solar de siete planetas similares a la tierra, cuya temperatura
permitiría, en principio, tener agua líquida en tres de ellos. Los proyectos
para una probable vida fuera de nuestro planeta se desarrollan a toda marcha,
como así también para la extracción de los recursos naturales de estos mundos a
39 años luz del nuestro.
Las conversaciones entre millones
de personas, hoy, giran a estos temas, y cómo nos adaptaremos a algo que hace
unos pocos años veíamos como imposible pero que ahora toca a nuestras puertas. ¿Pero
qué sucede con la moda? Pasearse por cualquier calle o centro comercial es
marearse hasta el vómito con cientos de millones de prendas de vestir (que de
futurista no tienen nada) en el conocido “fast-fashion” o moda desechable, y es
preocupante. La industria de la moda es la segunda más contaminante del planeta
tras la del petróleo, y en esto ya han corrido ríos de tinta, pero dado su cada
vez mayor éxito, parece no ser suficiente. Las condiciones en que se produce
ropa, la lenta descomposición de las prendas (que puede tardar siglos), la
altísima producción de residuos y químicos, son datos duros que cortan la
respiración. Según la Environmental Justice Foundation, para fabricar un solo
par de jeans se necesita un kilo de algodón y entre 10 000 y 17 000 litros de
agua. El 2.6% del consumo mundial del agua está destinado a los cultivos de
algodón, y de él, el 80% de su consumo proviene de la India y Uzbekistán. Por
su parte, los tintes utilizados por la industria textil implican 200 toneladas
de agua por una tonelada de tejido. Por supuesto, este uso indiscriminado de un
recurso natural que en algunos países como India o de gran parte del continente
Africano (sin contar a Europa), son a estas alturas un bien de lujo, provocan
miles de muertes cada año por falta de agua potable suficiente para su
población, además de tornar los océanos más ácidos y reducir la biodiversidad y
el número de bosques. El tema ya no puede ser tomado a la ligera.
Estados Unidos de América, el
mismo país que acaba de basurear el acuerdo de París contra el cambio
climático, desecha cada año más de 12 millones de toneladas de ropa que no ha
sido usada ni seis veces por una misma persona. En la producción de poliéster,
la fibra más usada por la industria textil, cada año se utilizan 70 millones de
barriles de petróleo, que tardará más de doscientos años en descomponerse.
Asimismo, la producción de rayón o lyocell implican 70 millones de árboles
anuales talados para la extracción de su celulosa. Por su parte, el algodón
utiliza en su cultivo el 24% de todos los insecticidas y 11% de todos los
pesticidas del mundo, que ya podrá imaginar Usted, en un simple ejercicio
mental, de qué forma afecta la tierra y el agua.
Si la moda es la segunda
industria más perjudicial para nuestro planeta, imagínense la responsabilidad
que tiene entonces cualquier persona que esté directa o indirectamente
relacionada con ella: empresarios, diseñadores, hasta modelos y el ejército de
bloggers y “fashionistas” que se multiplican como la peste medieval a un ritmo
obsceno. Esa responsabilidad fue la que impulsó al belga Bruno Pieters a crear Honest By., una marca 100% responsable
en cada uno de los procesos de una prenda de vestir, desde su diseño hasta el
último eslabón de su manufactura.
Una de las premisas para el
presente y futuro de la moda es claramente transformar sus procesos productivos
para asegurar la protección de nuestro medio ambiente, y de paso quitarse de
encima tan pésima fama. En esa vía un ejército de ingenieros e investigadores
trabajan también a toda marcha en los cincos puntos del planeta. Transformar la
maquinaria y los procesos a fin de reducir la emisión de gases de efecto
invernadero han sido, casi sin quererlo, el puntapié inicial para lo que será
la moda: la entrada al futurismo como en la mejor película de ciencia ficción,
lo que quizá alguna vez soñaron Pierre Cardin o André Courréges mientras
diseñaban mirando hacia el cielo, a otros mundos.
¿Cómo será la moda del futuro? Ya
podemos esbozar algunas líneas tras ver el trabajo de investigación de algunas
diseñadoras pioneras, como es el caso de la holandesa Iris Van Herpen. Formada
en los talleres del desaparecido Alexander McQueen y obsesionada con la
ciencia, Van Herpen es pionera en la utilización de las técnicas de impresión
en 3D. Algunas de sus piezas están formadas hasta por 5 000 piezas impresas y
ensambladas, mezclando técnicas tradicionales de la alta costura con igual de
alta tecnología. Su estudio parece más bien un laboratorio repleto de máquinas
de última ingeniería, que produce colaborando con artistas, científicos y
arquitectos. Si lo de Van Herpen es la impresión 3D, lo de la diseñadora y
microbióloga alemana Anke Domaske es la leche. Domaske compra leche que ha sido
descartada para el consumo humano y con tecnología de punta la transforma en
una fibra similar a la seda, natural, fácil de producir, ecológica y
antialérgica. Con Bremen como centro de operaciones, su equipo seca la caseína
de la leche, es decir, los sólidos blancos que se acumulan sobre la lecha agria
hasta formar una suerte de harina, que luego es mezclada con agua y amasada.
Con algo más de 6 litros de leche descompuesta ya puede producir un vestido.
Tras dos años de ensayo, la alemana logró perfeccionar el textil, que ya ofrece
a distintas industrias, desde la médica hasta la automotriz. La situación
antialérgica de sus tejidos se da gracias a que la acidez de la leche es
cercano al pH de la piel humana.
Otra de las mujeres que ha
logrado un avance sustancial para la moda del futuro es la también holandesa
Pauline Van Dongen, a través de paneles solares ultra flexibles integrados a
las telas. Junto a la marca Blue Loop Originals, ha logrado crear cortavientos
que pueden generar energía solar para recargar artículos como teléfonos móviles,
además de ser durables y resistentes al agua. La diseñadora ha logrado integrar
tres paneles solares a las prendas en su proceso de costura, que acumulan energía
en una batería ligera incorporada al forro de las chaquetas. Sin embargo, ha
sido un equipo de investigadores del Massachusetts Institute of Technology
(MIT) quienes han logrado uno de los mayores avances para la moda del futuro.
Se trata de un tejido que funciona a modo de una segunda piel. Se trata de un
tipo de tela de alto rendimiento que combina la investigación de materiales con
el diseño textil a fin de crear ropa óptima y adecuada a las condiciones
ambientales para, por ejemplo, deportistas de élite. Inspirada en la naturaleza
y usando la biología como interfaz, la materia prima puede cultivarse en lugar
de fabricarse. Liderado por Lining Yao, el equipo descubrió un nuevo
comportamiento de la bacteria Bacillus
subtilis natto, un microorganismo que habitualmente se encuentra en el
suelo y que se utiliza para la producción comercial de natto, un condimento
japonés de textura pegajosa. Esta bacteria tiene la capacidad de expandir y
contraer las células dependiendo de la humedad atmosférica, por lo que han
pensado en incorporarla al vestuario para fines de ventilación. Utilizando un
sistema de bioimpresión, han logrado crear una biopiel sintética que reacciona
al calor y al sudor del cuerpo, generando aberturas para liberar el calor. Este
sistema permite que el sudor se evapore y se enfríe el cuerpo humano mediante
un flujo de material orgánico, regulando la temperatura corporal. Ejemplos como
este, hacen volar la imaginación y pensar las infinitas posibilidades que
tendremos en un futuro que ya está aquí, entre nosotros. El futuro de la moda
será ropa inteligente, una revolución biotecnológica que no ha hecho más que
empezar.
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