Imágen::GISELA RODRIGUEZ BY BILLIE JEANS::
Por algún extraño impulso, el fin de semana recién pasado me puse a mirar la televisión. Caí en una nota sobre la fiesta de Mango. Había estado ahí junto a una de mis editoras y otros amigos. La nota era una basura, al igual que lo había sido la fiesta. Luego el noticiero informaba de la presentación de la última colección de Versace en Japón, otra basura. Luego el discurso de Bush en la reunión del G-20 en Washington a dos meses de abandonar su cargo, en el cual defendía el libre mercado capitalista para hacer frente a la crisis... más basura. Saqué por conclusión que perder el tiempo frente a un televisor es precisamente eso: perder el tiempo.
Al día siguiente, leí en el periódico un artículo de Josep Ramoneda y otro de Manuel Ruiz Zamora, y horas después me encontraba con un mensaje de la ex estilista Gisela Rodríguez avisándome que abría su propia tienda: BILLIE JEANS. Me sobrecogió. Hace unos meses había hablado con ella y tratado de convencerla que volviese a ponerse en activo y con razón. Era una de las mejores estilistas del país y por dos huevos iba a hacer que volviese a crear aquellos sublimes e inmaculados estilismos que antaño fueron el respiro del circuito. Le ofrecí involucrarse en uno de mis proyectos y logré de ella un si. Ahora me sorprendía con esta buena nueva. Me llenó de energía, a mí como a todos los que recibimos la noticia, noticia que considerando la burda propaganda de la crisis, era más una soberbia determinación de una mujer, a mi juicio y disculpando la expresión, con un par de ovarios muy buen puestos. Aquello me hizo reflexionar sobre el por qué hemos llegado hasta aquí, a desafiar a ese enorme vertedero de basura que los medios se han obsesionado en transmitir a la población como una paranoia totalitaria sin matices... ¿para asegurar ventas en los quioscos?... probablemente.
Si la actual crisis tiene algo de quiebra moral de las élites capitalistas, según nos comparte Ramoneda, es porque han llevado los valores del capitalismo a unos límites en que es casi imposible que sean aceptados. La crisis actual es, en cierta forma, el estallido final de un proceso de individualización que acabó por quebrar las bases del mínimo concenso social necesario señores lectores. La explosiva mezcla de simplismo liberal en lo económico y rigidez conservadora en lo moral y cultural sólo sirvió para acelerar el estallido, fue una reacción al agotamiento de los grandes relatos que había armado la modernidad, que condujo determinantemente al relativismo y a la pérdida de jerarquía. Empujados por la globalización, que ataco desde hace años, entramos en la era del presente contínuo. Las nuevas tecnologías han provocado una contracción del espacio y una aceleración del tiempo, la cultura del "right now", la ausencia total de verdaderos y necesarios proyectos procesuales.
Es el principio cultural de las empresas de capital riesgo, dispuestas a sacar todo el jugo posible de un negocio en el menor tiempo posible aún a riesgo de agotarlo para siempre. Las empresas, sobre todo las de moda, has seguido esta regla con una arrogancia sin precedentes, como árbitros de los hábitos de consumo. Eso provocó una pulsión grotesca por comprar que no se detiene nunca. El deseo de un nuevo producto recién conseguido, dentro de una inentendible serie de interminables frustraciones. Precisamente, el principio cultural que rige las conductas de los empresarios y no solamente en la industria de la moda. La insaciabilidad como modo de estar en el mundo.
La idea del límite ha desaparecido del horizonte mental de esos mismos que tienen más capacidad normativa. A este punto catastrófico hemos llegado, por la incapacidad de entender que no todo es posible. Es culpa de la clase burguesa señores lectores, porque ha sido así. La potencia revolucionaria de la burguesía está acabando con todo, incluso con la propia clase burguesa. Su afán por mercantilizar a la sociedad ha acabado con el proyecto moderno, en donde todo, desde los sentimientos hasta las mercancías es susceptible de ser producido y comercializado, comprable y vendible. La cultura de la crisis es la del individualismo salvaje en donde la competencia a muerte es la regla, con el miedo como instrumento paralizador y la religión como consuelo. La capacidad que el poder económico ejerce se cristaliza con la universalización del lenguaje del "management", aquel americano concepto que la totalidad de másters en marketing defendían con la vida y que sin embargo ahora no saben cómo demonios sostener. Se gestionan los amores y los odios, se gestionan los conflictos personales, se gestionan los hijos, se gestionan las parejas, se gestionan las personas. Todo se puede gestionar, todo se puede manipular.
El discurso del líder como héroe es el que pregonan las escuelas de negocios y los ideólogos del mercado. ¿qué crearon?: monstruos, líderes cada vez más capacitados para sacar rendimiento a las personas en beneficio propio; empresarios cuyo leimovit era jugar no con recursos propios sino con recursos de los demás. La regla era que su riesgo casi siempre fuese lo más limitado posible protegiéndose en la pseudoideología del líder capital. Pero las escuelas de negocios no se dieron el tiempo de incluir en sus mallas curriculares que existen límites, y también humanistas... la esencia de la cultura de la crisis es la precisa desaparición de la idea de límites, la vía libre para saltarse todas las barreras éticas y culturales.
Billie Jeans, así como otros proyectos que están naciendo en medio de esta crisis, estoy absolutamente seguro que serán rotunda y profundamente exitosos, darán la vuelta al mundo como verdaderas lecciones de clase y sociedad, precisamente, porque son la ética, la cultura, la cercanía de sus gestores y la concepción de sus propios límites los conceptos que los rigen, mismos conceptos que abofetearán con la palma abierta y toda su fuerza al management, desafiando y mirando a los ojos a esta especulación basura llamada crisis. No les deseo suerto porque sé que les irá bien, la gente lo sabrá valorar y muchísimo, sino, terminaré por convencerme con tristeza de que esta sociedad es sencilla e irremediablemente idiota. Merecerán que el mercado se los coma de un solo bocado. Toda la fuerza y energía del mundo, para todos.
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