Imágen::TWIGGY BY RICHARD AVEDON::
"Lo que no crea conocimiento no tiene futuro en la historia de la cultura", dice el coherente Jorge Wagensberg. Todos los entes que existen en la naturaleza señores lectores se pueden agrupar en tres grandes familias: inertes (átomos, piedras, galaxias...), vivos (bacterias, animales, plantas, humanos...) y culturales (mentes creadoras, creaciones artísticas, poemas, teorías científicas...). Pero cierto es que el número de cosas que podrían existir en la realidad es inmensamente mayor y sensible que el de las cosas que verdaderamente existen. El gran problema es que como conjunto y ajustándonos sólo a lo poco que conocemos, ni siquiera somos capaces de catalograrlo. De ahí el caos, y específicamente en el sector de la moda que me compete y asocio a esta reflexión tan universalizada, llego a catalogar esta actual y fantástica industria de la moda con dos adjetivos: vulgar y analfabeta. Así de seco. Y con mucho pesar se los digo.
En los tiempos que corren, con recesión incluída, lamentablemente es así salvo excepciones altamente meritorias que paradójicamente, se mueven en los circuitos independientes. Lo que hasta hace poco nos hacía consumir un producto era el factor sorpresa, lo nuevo, lo atrayente y lo singular. Sin embargo cuando la fórmula se agotó, el factor sorpresa se transformó y se enfatizó por los valores de la revisión y la reinterpretación de lo ya existente, de lo que había sido creado y valorado en el pasado. Fue una etapa brillante, reciente y de primer orden. Por supuesto, lo volvimos a agotar y nos lo volvimos a cargar, con la diferencia que ya la culpa no era del todo de los consumidores, sino más bien de las propias firmas y la revolución del "low cost", que irremediablemente provocó que las marcan terminaran distribuyendo el 30% de su producción a través del canal "outlet". Esto porque en cierto modo, el consumidor acabó sintiéndose culpable de haber pagado precios desorbitados y de haberse dejado maltratar durante las dos últimas décadas.
A las firmas de alta costura italianas y francesas se les recomendó hace años que volvieran a revisar sus archivos, rescatar productos del baúl de los recuerdos de un pasado brillante y volver a reinterpretarlos. Pero su error fue imperdonable, el error de confundir la reinterpretación con la copia y la reproducción sistemática hasta el hartazgo, supuestamente, bajo el alero de nuevos y jóvenes directores creativos que se esforzaron por conocer a fondo las historias de sus respectivas casas, pero que no hicieron ni un ápice por conocer los desplazamientos históricos y culturales de aquellas sociedades en donde habían sido gestadas y paridas aquellas piezas dignas de pertenecer a compilaciones de historia del arte, donde sin duda están. ¿En qué se convirtió entonces su producción?: en colecciones retóricas, aburridas y de mal gusto. Un viciamiento completo y absoluto que en la mayoría de los casos pasa y sobrepasa la delgada línea divisoria de lo vulgar, en todo el sentido de la palabra, desde las materias primas hasta el propio patronaje. Por la misma razón quizás no es raro que en el último estreno hollywoodense veamos a una Nicole Kidman vestida con atuendos "inspirados" (por no decir grotescamente copiados) de la época de oro de Chanel, Balenciaga y Hermès que supuestamente los catalogan como "vintage"... sin comentarios.
Sin embargo señores lectores, todo tiene una razón de ser, una explicación. Y trataré de ser didáctico, humildemente, para que me entiendan en toda su amplitud. Entre los actuales patrones productivos de alta moda -de un ocaso indescriptible- nació un nuevo formato que está respondiendo a una nueva demanda de ir más allá de la competencia y la satisfacción y con esto me refiero al nuevo deleite de los consumidores inteligentes del lujo: las tiendas "vintage".
Pero a pesar de ser la nueva y futuro-inmediata corriente señores, de nuevo no tiene nada, salvo su preciado simbolismo. Han existido siempre, sobre todo en el mercado anglosajón, poco dado a tirar cosas usadas. Quizás por tratarse de una sociedad de inmigrantes en la que lo que dejaba de ser utilizable para las clases pudientes podía ser un bien de lujo inmaculado para los recién llegados. Después de años de haber desempeñado funciones de relativa poca sofisticación, el vintage se ha convertido en una solución que ha encontrado su lugar para el nicho más exquisito de las más cerradas clases dominantes e intelectuales. Las tiendas vintage venden ropa de alta calidad seleccionada cuidadosa y herméticamente. Por la misma razón, han sido una poderosa fuente de inspiración para estilistas de medios audiovisuales como el cine, la televisión y la publicidad. Por ende, inspiración indirecta para los propios diseñadores de moda, seguidos por las grandes cadenas medias.
El consumo de ropa usada señores lectores es al mismo tiempo una forma activa y pasiva de consumo sostenible. No sólo por aquella que sustituye, sino porque a su vez, debe resultar en que otra no se llegue a fabricar. En el vintage se puede llegar a pagar fortunas por piezas únicas de preguerra y de los años cincuenta y sesenta. Y nadie me lo puede discutir ni revatir, sencillamente porque las prendas de Chanel, Balenciaga, Yves Saint Laurent, Halston o Balmain vivieron sus más brillantes días antes de los setenta, cuyos modelos originales bien pueden valer a uno fabricado en el 2009 o incluso superarlo, modelos que sólo tienen en común la marca. Quizás lo más importante de valorar a este nuevo formato sea su simbolismo, ya que el vintage es terreno abonado para el completo disfrute, la verdadera "compra de experiencia" y de la exploración misma de la historia de un producto. Esta sorpresa va sólo de boca en boca entre sus clientes y ya atraen a patronos del planeta entero.
Las tiendas vintage están en su momento oportuno y respetable por razones morales, de sostenibilidad, por ahorrar en plena recesión o simplemente porque lo satisfactorio no es ya suficiente y algunos consumidores desean un servicio superior entregado de manera sorprendente e inesperada que sea una verdadera experiencia de deleite. Probablemente no sirva para todos, pero es importante reflexionar sobre lo distantes que estamos hoy de localizar y vender un modelo único, de prestar atención de quien conoce el producto a fondo o de experimentar una tarde rodeado de interesantes e igual de únicos clientes. De este actual circuito de tiendas destacan las neoyorkinas "Don the Verb" y "What comes around, goes around", la londinense ""Cornucopia", "Iglaine" en París y las barcelonesas "Le Swing" y "Billie Jean". Otras cuantas complementan además su selección con series cortas fabricadas con fornituras o tejidos de época, a fin de asegurar variedad en cuanto a tallas.
Entenderán ahora por qué me parece de pésimo gusto lo de Kidman, lo de los bolsos con ologramas (o mejor dicho ologramas con bolso), lo de las series "limitadas" "inspiradas" en el pasado de las firmas y toda esa chabacanería digna de lo que son y en lo que se transformaron, dignos nosotros mismos de lo que compramos, porque al final es lo que somos... y digno Wagensberg señores lectores, y aún más digna su frase "Selección natural, selección cultural". Darwin nos puede ayudar mucho con respecto a esto, a entender nuestro actual proceso y sus cambios, como economías, como sociedades y cómo afecta y transforma nuestros hábitos de consumo, desde el más simple y sencillo naturalismo, sobre todo ahora que celebramos un siglo de su nacimiento. Seguro que Wagensberg me apoya. Léanlo.
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