Imágen::PHILIPP MUELLER STUDIO PARIS::
La semana pasada estaba en "The Brandery", la nueva apuesta de la Fira de Barcelona ante la emigración del evento Bread & Butter a Berlín, donde nació. La feria era insuficiente, pero cumplió su función. En su primera edición, "The Brandery" consiguió el doble de firmas presentes que el BBB en su igual primera incursión. Era una acierto. Faltó tiempo. Sus festejos cumplieron. El trato con la prensa también. Impecable. Encima tuvieron la decencia de convocar a conferencias sobre el sector con buenos profesionales e invitar a las revistas de tendencias que están haciendo un buen trabajo en la ciudad. Merecían todo mi respeto. Estoy seguro que la próxima será el doble de agradable. Tienen la capacidad suficiente.
Recorriéndome la feria, mi cabeza estaba más ocupada en una entrevista a Roberto Piqueras, un rebeldísimo diseñador además de un muy buen don. Ese día Josep Abril me sacó por una hora de mi mundo, para meterme en el suyo. Me mostró su colección y acordamos una entrevista. Me confidenció fascinado, con ojos como los de un niño ante un gran secreto, la levitación de las piezas, como si volasen solas, como si fueran una gran nube. Miramos los dos el espejo debajo del burro metálico cómo las camisas, camisetas y pantalones se movían. Era verdad. Parecía que realmente levitaban. Doblemente convencido de hablar con el tipo. Cuando acabé con el fabuloso Josep, mi mente volvió al fabuloso Roberto. Ya nos conocíamos de tiempo, tenía hecho su perfil profesional y personal completo, conocía sus colecciones y la totalidad de sus entrevistas para no cometer el estúpido error de repetir una pregunta. Cuando me fuí de aquella feria cogí una revista hecha también aquí, con respetable resonancia pública. Ya en casa me puse a mirarla y me encontré con una entrevista de quién por esos días me quitaba el sueño: Roberto Piqueras. Leí las preguntas, leí las respuestas pero me detuve en una, donde la redactora jefe de aquél medio le preguntaba: "la moda española peca de..." y él responde: "ignorancia periodística y falta de inversión internacional". Pensé durante horas. La verdad que su respuesta hacía reflexionar. Ignorancia periodística. Tiré la revista a la basura, bastante enfadado. Otra más del montón.
El domingo, aún con el cabreo arriba, revisé la prensa. En "La Vanguardia" la pintora de noventa y siete años Angeles Santos, considerada decana del arte español, ofrecía su última entrevista a Josep Massot. Después de eso, la mujer callaría para siempre a la opinión pública. Aquella entrevista, fue una de las mejores que me ha tocado leer en lo que me va de vida, y la verdad, me alegró el día. Por su parte "El País" dió otro regalo, la conversación publicada entre el periodista afincado en París Carlos Galilea con el impresionante músico Gilberto Gil, una leyenda viva y ex Ministro de Cultura de Brasil. Gilberto, Gilberto, otro adulto, otro hombre de sesenta y siete años, de piel oscura y arrugada que no tiene problema en convertirse en cómplice del fotógrafo y tirarse sobre una alfombra del hotel en camisa de manga corta, bermudas, dos sandalias de piel tiradas por ahí y su guitarra abrazada como si fuese su amante. Monsieur Gilberto Gil. Mi casa es su casa.
Ese señor Gil, le dijo a Galilea con una sonrisa que seguramente le partiría la cara con honestidad, que en muchos aspectos los Gobiernos trabajan en función de la agenda del mundo capitalista... "el Estado al servicio de los intereses privados. Algunos gobiernos intentan equilibrar un poco eso, otros no, entregan completamente al Estado". Inmediatamente el sexagenario continuaba: "la música me anima a vivir y me proporciona la posibilidad de un diálogo con la sociedad. A través de ella me sitúa en el mundo. Es mi capital". Sobre su edad, el caballero nos regala una noble opinión: "Envejecer es bueno desde el punto de vista del alma y complicado desde el punto de vista del cuerpo. El alma vieja es cada vez más sabia y menos poderosa. Y eso te da un equilibrio fantástico. El cuerpo tiene los problemas de la decadencia. Unos individuos se revelan y otros, intentan adaptarse adoptando principios ascéticos...", me pregunto el por qué compartir sus palabras con la gente a través de este medio, de internet. Él mismo da la respuesta: "Yo defiendo que el público experimente y se apropie totalmente de las posibilidades que ofrecen las tecnologías", ¿sin límetes?, "los límites tendrán que ser establecidos tras un amplio debate democrático. La regulación de internet le corresponde a la sociedad. Todavía no sabemos hasta qué punto los individuos van a abdicar de su derecho al uso pleno de esas tecnologías y concederlo a las corporaciones. Sobre las leyes que criminalizan al usuario que descarga archivos protegidos, están en juego las libertades en una sociedad democrática. Esas sanciones sólo podrían tomarse en el caso de un gran consenso social". Terminé de leer esa entrevista con un nudo en la garganta. Galilea había hecho un trabajo circular, cerrado y perfecto.
Volvió a mi cabeza la respuesta de Roberto. Ignorancia periodística. Ya tenía mis preguntas en su casilla de correo electrónico, y le agradaban. Ya estaba tranquilo, el asunto Piqueras ya estaba cerrado. Lo que no estaba cerrado, era la conclusión de una pasada discusión con Iñigo Palacios, joven Editor del mismo diario "El País" juntro a otros tres periodistas que la fuerza del destino nos puso cara a cara en un bar. "Busca la verdad. Genera opinión, obliga a tus periodistas a que hagan lo mismo, sino, esto no sirve absolutamente de nada", le espeté. "No!" me dijo ciertamente enfadado. "El rol de un periódico es entregar información veraz, y punto. ¿quién soy yo para opinar? no soy nadie". "Eres un ser humano tipo, no una máquina. Y el ser humano opina. El rol de un medio es entregar información veraz, pero también tiene la obligación y responsabilidad de generar una opinión pública que sea relevante en la sociedad, sino no sirve y ya vez, van desapareciendo unos tras otros. No son útiles. Eso es periodismo, buscar la verdad. Eso es la verdad en sí misma". La experiencia fue grata, agradable. Terminamos con un chupito y un buen apretón de manos. Era otro caballero, un excelente editor, un excelente periodista.
Pero yo no lo soy. La gran pregunta era, desde mi más profunda humildad y a la vez desde mi más pedante soberbia, ¿ cómo es posible que sin haber pasado en la vida por una escuela de Periodismo, alguien sea presentado por revistas independientes de lujo como "Editor Colaborador", invitado a escribir los textos del BAC! y el CMYK, prólogos de libros y a dictar charlas en instituciones académicas sobre este mismo trabajo sectorial ? Me dí yo mismo la respuesta: Algo anda mal. Muy mal. Si esto ocurre, se debe simplemente a que escuelas y universidades, públicas y privadas, no están fabricando, o para los más cautos, "formando" profesionales que sepan moverse correctamente en el mercado de sus especialidades, y eos debe remediarse inmediatamente. En vez de jugar en la improductiva cancha de la lucha por el poder, el dinero y la influencia para ganarse un nombre respetado, diferente a respetable, deberían preocuparse más de que nuestro entorno se está cayendo en picada con viento en cola, y que depende de nosotros mismos pilotear el mando y estabilizar la marcha para que todos no nos destrocemos la cabeza en el asfalto, cuando caiga. Ojalá que meteoricen a más hombres y más mujeres talentosos, capaces de crear proyectos lo suficientemente grandes para ser ostentosos, y lo suficientemente simples para ser importantes. Es la única forma en la que vamos a poder salvar los medios, y además dar la posibilidad a una sociedad entera castigada por una crisis inmensa, desproporcionada, siniestra, el grueso regalo de los ánimos para su presente y futuro. Gracias a esta crisis, para que se den cuenta que esa es su verdadera obligación, para eso fueron creadas, para ayudar a la estabilidad de la democracia y el acceso de la libre información a absolutamente todos los ciudadanos. Eso es cultura. Eso es decencia. Al menos eso creo yo. Pero yo no soy periodista. Prefiero sacar como conclusión lo mismo con lo que terminó Gilberto Gil a Galilea: "Deberíamos esforzarnos por mantener la edad de las luces. Porque estamos en un aviónque cae y nadie sabe si encontrará una pista en la que aterrizar suavemente o si va a impactar con el suelo de forma brutal". Señor Piqueras, Señor Abril, muchísimas gracias por mejorarme un poco más la vida, me inventivan a esforzarme más, a buscarle la vuelta al asunto y tratar de mejorarla en algo. Total, de esto comemos todos. Menos soberbia, señores todos. Los diamantes al final no sirven del todo. Y a Carlos Galilea gracias también. Me queda claro que ese Señor le puede dar cátedra a cualquier periodista, y a cualquier jefe de Gobierno también. Por algo está en París. Una pena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario