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5.10.09

LOS REYES DE PAPEL


Imágen::THE GUY BOURDIN ESTATE::





Hace una década atrás y algo más, el mundo vivía en la ensoñada época de la abundancia, en la supuesta bonanza eterna de la globalización. Con la apertura de las fronteras y el sueño del neoliberalismo, el mundo entero pensó que el sueño americano bien publicitado por Hollywood y sus visualmente poderosos directores de arte permanecería sobre pedestales por los siglos de los siglos cual partenón ateniense. Las universidades privadas nacían y se multiplicaban como una pandemia y los programas de maestrías y especializaciones para cubrir las necesidades de esa suerte de perfume embriagador enriquecían los bolsillos del empresariado sin un ápice de coherencia ni lógica. La sed de poder y prestigio de seguros egresados hacían pensar que vivíamos en la tierra prometida, en un pasaje epocal casi bíblico. Los grandes revolucionarios de la etapa comunista soviética, los golpes militares y levantamientos sociales como el mayo del sesenta y ocho se hacían con el poder, transformando el antaño plan de revolución y bienestar universal en la más paralizadora mafia y mentira de la historia de la humanidad, comparable quizás sólo al libro escrito por los doce apóstoles. Usaron de la idea de "El Dorado" para crear "Sodoma y Gomorra". En mi muy personal opinión, no fue culpa de esos cerdos, sino del gran campesino que los protegió, los cepilló a diario y les dió de comer entrecot: la prensa. Lamentablemente, eran del mismo rebaño.




Mientras editaba este texto, recibí el impresionante regalo de saber que cientos de miles de italianos se hechaban a la calle el sábado recién pasado para exigir libertad de prensa y rechazar los ataques de Berlusconi contra los medios críticos. Trescientas mil personas acudían a una sublime concentración presidida por el lema "no a la mordaza, derecho a saber, deber de informar". Valero Onida, presidente emérito del tribunal constitucional, resumía la sensación general de esa masa humana al afirmar que "el poder político es demasiado a menudo intolerante con las voces críticas, pero la libertad de información es fundamental para la vida democrática. El ciudadano menos informado, o mal informado, es menos libre". Al mismo tiempo la lista interminable de adhesiones ovacionadas incluía los medios y periodistas agredidos con más dureza por Berlusconi, desde los Directores Mauro y De Gregorio hasta Santoro y Travaglio. El voto popular señores no autoriza a absolutamente nadie a colonizar el Estado y untar a un país con un pensamiento único sin derecho de réplica. En los países democráticos esa clase de situaciones se resuelven de dos maneras. Una, su propio partido le exige que renuncie, o dos, el sistema de información le presiona hasta obligarlo a dimitir. Más allá del caso particular de Italia y llevándolo a lo internacional, cabe la pregunta de por qué han demorado tanto. Nadie podría abanderar la respuesta, simplemente porque está ahí, de brazos cruzados tan clara como el agua ante los ojos de hasta los más analfabetos.




La prensa señores fue la gran responsable. Pero no fue la prensa creada por aquellas antañas leyendas del periodismo que forjaron esos medios oficiales. Esas leyendas eran condes que no vacilaban a la hora de desafiar Gobiernos o poner en tela de juicio el discurso del empresariado. Esas leyendas, con el paso de los años, fueron relegados a simples Consejeros, Directores Honorarios o directamente se les solicitó la carta "voluntaria" de renuncia para dejar paso a la nueva camada, tipos en cuya gran mayoría habían sido educados con la única premisa de meteorizar la facturación y monopolizar su influencia. Para aquello se basaron en la lección inglesa del sensacionalismo, los títulos apocalípticos y las imágenes de un impacto visual que rozaba la brutalidad en el más amplio sentido de la palabra. Era la línea editorial que debía ser aceptada por las plantillas a rajatabla, siempre disfrazada con el supuesto "rigor" comunicacional y la estricta e inamovible maquetación de esas grandes hojas de papel. La segunda regla de la lista, sería que la prensa debía proteger los intereses de los Gobiernos, los partidos políticos de sus cabezas y en el caso de los medios privados, de los grupos empresariales que pagaban el sueldo de esas mismas plantillas. ¿Quién iba a rechistar?: absolutamente nadie. La meta de todos los periódicos, de cada uno de ellos, era y es ser el medio más influyente de sus respectivos países y hasta de sus lengüas en términos políticos, más que otro del mismo grupo y desde luego mucho más que sus rivales, simplemente, porque los lectores eran vistos como los votantes que los partidos necesitaban, es decir, el gran rebaño de ganado que debía ser manipulado. Qué elegante gente, ¿no? tan elegantes como una limpia piara de porcinos.




Hace dos años atrás, la Humanidad completa, a excepción de los aborígenes primitivos supuestamente analfabetos que pueblan selvas y desiertos en el más absoluto anonimato y soledad, vió con sus propios ojos cómo todo el sistema inventado se derrumbó de un día para otro, simplemente desapareció, tanto él como su credibilidad. Ante la magnitud de tal catástrofe planetaria, en vez de tratar de deslindar la verdad la prensa se frotó las manos de forma idéntica a un literario Maquiavelo. "Crisis", en portada completa y tipografía bermellón alucinó las redacciones. Seguramente en las salas de juntas directivas se agitaban botellas de champagne cual triunfo del París-Dakar. Las ventas se dispararían y las suscripciones se reproducirían como una gran orgía gracias a una sociedad universal completa en ascuas quienes buscarían en sus páginas la solución o las luces para no perderlo todo. Fue exactamente lo que hicieron. Me bastaba sólo mirar en silencio y la garganta apretada la montaña de ejemplares que fuí acumulando en mi estudio desde ese gran día gran de Lehman Brothers, las principales cabeceras de las principales potencias. Mientras miraba esa montaña de papel impreso, sólo se repetía en mi cabeza una frase con la ceja levantada: "Qué elegantes...". A su vez, dentro de ellas era desquiciante caer en la cuenta que sus reporteros y columnistas, algunos con trayectorias de varias décadas en el cuerpo, se reclamaban a ellos mismos como del pueblo llano pero al final sólo luchaban por los placeres y dignidades de la corte, a mi juicio, para asegurarse en vida una memoria póstuma de respetabilidad, o quizás algún busto en una plaza pública y si era en un barrio de élite, tanto mejor. Esos periódicos que presumían de sus habilidades críticas en realidad nadaban en las repulsivas babas de la adulación. No era de extrañar que se ganasen mi más cariñosa enemistad. Humildemente, basura. Pero era lo que había, y era lo oficial. No quedaba más remedio que seguir leyendo y seguir repitiendo en la conciencia: "Qué elegantes..."




Quién les escribe no era ni es periodista, ni quería serlo. Con lo que observaba, no valía la pena. Hubiese sido una completa y absoluta pérdida de tiempo, y dinero. Pero los jesuitas, esos curas trastocados que a uno lo habían criado y de los que después había renegado por sus burdas doctrinas totalitarias como las de hacerte repetir oraciones hasta la demencia durante períodos de tiempo tan largos como innecesarios para sentir la fé de un Dios que nunca habías visto con tus ojos, a su vez, habían tenido el acierto de inmiscuirte en el mundo de los booms literarios latinoamericanos de los cincuenta y los sesenta, que hoy son los que mantienen las librerías europeas abiertas con éxitos de venta y evitan el enloquecimiento de sus frías sociedades gracias a su cálida y directa narrativa. De ellos se captaba la esencia de sus textos, cuya principal virtud era la destilación: transparencia en el estilo y fuerza embriagante como un trago de licor, donde se pone de manifiesto una simple y a su vez ostentosa boda entre el poder y el arte, en un afán personal de reivindicar la literatura y el periodismo por encargo, rompiendo la idea moderna del escritor independiente enfrentado al poder. Cualquiera que escriba para medios poderosos saben que muchos a lo largo de la historia han escrito para el poder, pero a la vez incordiaban a ese poder en los mismos textos que éste le había pedido que escribieran. Los mejores textos se han escrito así señores, por encargo pero traicionando en cierto modo a quién los encargaba. Bien lo saben los viejos grandes editores y agentes literarios, como también los nuevos Javier Senón (FEW), Yolanda Muelas (METAL), David Vivirido (HERCULES), Thomas Persson (ACNE PAPER), el dúo de Gert Jonkers y Jop van Bennekom (BUTT, FANTASTIC MAN), Eva Villazala (LAMONO), Adriana Ferreiro (DECOLLAGE) o la otra dupla de Vincent Louis y Jean-Denis Monégier du Sorbier (SO CHIC) a quienes les hice la gran patraña, a todos por igual. Con todos, sin excepción terminaba discutiendo acaloradamente en voz alta, pero todos, a su vez, terminaban publicando los textos prácticamente sin tocar ni una sola coma. De esto hoy ellos se ríen y cultivamos la buena amistad, porque todos esos reyes guerreros, matadores, llevan algo dentro de sí que representa el apetito estético, algo que les hace descender de su pedestal de poder, algo que les falta y les humaniza. Por eso son grandes editores. Los grandes editores son como los empresarios cansados señores. Tienen escrúpulos. Los grandes artistas y escritores muestran eso: la belleza de la vida y también la muerte, la crueldad, la tragedia. Los hombres de poder suelen conocer la experiencia de matar o ordenar matar, y quizás por eso pueden ver claramente las implicaciones mortales, trágicas, de una obra de arte. Tienen la reflexión que les lleva al recuerdo del relato de Borges titulado "Los Teólogos", que entre ellos cara a cara se admiran enormemente pero se esfuerzan en enviarse mutuamente a la hoguera por sus discrepancias. Al final, en el paraíso, Dios los confunde porque para él los dos eran uno solo. Es una historia admirable, de una ironía total.




Es decir, que pareciese que son los Editores, los buenos, los únicos capaces de ver que la gente se emociona más ante los colores de su equipo de fútbol que el sufrimiento ajeno. Como dice Manuel Cruz, es en ese punto donde, por desgracia, parece que ya estamos, donde la aparente y enfática afirmación del individuo encubriría su reducción a mero consumidor. Y ellos encargan entrevistas, artículos o columnas, el ir a enfrentarse a gente poderosa, notable en el pensamiento y con proyectos personales irasciblemente perfectos, y es en ese punto queridos lectores donde la conversación deriva hacia la embriaguez de la escritura. Ese estado de gracia en que el texto fluye casi sin intervención de la conciencia pasando ampliamente de poder, dinero, fama o posición, un acierto descomunal donde se escribe no sólo con el ritmo de la lengüa sino con el ritmo del mundo, en un periodismo casi literario que se mueve, metafóricamente, entre junio y diciembre: el color de la vida y el frío de la muerte, pero un frío que se asimila a la nieve, casi maternal. También se procura de forma rabiosa preservar la vida para que pueda renacer. Estas damas y caballeros saben perfectamente bien que el momento de la escritura es el de la llama de la existencia, pero termina en cenizas, en nada. Sólo al ser leído vuelve a brotar el fuego de entre las cenizas, como un ave fénix. Créanme, es notable. Por eso me río de ellos, por eso me río con ellos. Por eso sus proyectos dan vuelta al mundo y sus nombres suenan casi como la de una estrella cinematográfica.





Como afirmaba don Pierre Michon, aquél escritor de culto, sabíamos que Nizan era marxista y decía que hay que desconfiar de los escritores que quieren llevar el objeto literario a la temperatura de un dios, evidentemente sabiendo que hay que colocar esa frase en su momento y contexto histórico, que es muy diferente al que vivimos hoy. Pero a su vez, sería un placer hacer exactamente aquello que hacía desconfiar, en elevar la escritura a esos extremos, pero más interesante aún, sería hundirla en el terreno. Cualquier persona que escriba por vocación sabe que Faulkner decía que sólo tenemos para escribir el espacio de un sello de correos, pero si se profundiza debajo de ese sello de correos hay un planeta entero. ¿Qué pasa si adaptábamos eso al periodismo de investigación y documentación?, ¿qué pasa entonces?... Sucede que hay siempre un cierto sentido sacro, como en los griegos antigüos que veían dioses por todas partes. Incluso si no existe dios alguno, si no somos más que un simple y vil puñado de huesos, es maravilloso, es excepcional, por eso tiene siempre algo de litúrgico. Los editores independientes, hoy enfrentados a dificultades económicas inverosímiles, están siendo los que como nadando contra la corriente en un río de rafting, producen y consiguen ajustar lo solemne y lo prosáico en un periodismo literario que de alguna manera aspiran a producir el mismo efecto que aquellos antaños versos de Víctor Hugo y Baurdelaire. Por esa razón señores, sus puntos de venta y distribución pueden ser los museos más reconocidos y prestigiosos, así como las tiendas más exclusivas del globo terráqueo; simplemente, porque son esa parte de la prensa universal que no se dejó violar ni comprar por absolutamente nadie. Por el mismo motivo, no debería extrañar a ningún hombre o mujer que esos editores tengan bajo sus faldas a los mejores creativos del orbe, desperdigados como un ejército en todas y cada una de las metrópolis internacionales del planeta. Voilá, dirían los franceses con una discreta sonrisa. Esas damas y esos caballeros, componen en sus páginas además de textos, piezas de vestir y complementos de los nombres igual de sacros de aquella industria que es el principal capital simbólico de la capital gala, la todopoderosa ciudad de las luces. Pero no van envueltos en esas piezas y casi nunca utilizan aquellos complementos. Muchos de ellos van horadados de colguijos y pelos puercoespín, sencillamente, porque su arma letal no es una espada ni un revólver, sino un ordenador con el que pueden convertirse en dioses, ser omniscientes, ubicuos, violentar todas las intimidades para llegar a la verdad, y enfrentarse, con esa supuesta desdeñosa indiferencia a los asesinos, pervertidos, traficantes y canallas hijos de cualquiera menos de dios que pululan a su alrededor como pirañas hambrientas, que tristemente, una vez más, son los que están en el poder.




Muchos de "esos" editores son mujeres, y lo meritorio del asunto, es que en este mundo, en el que todavía se cometen tantos abusos contra ese género, al mismo tiempo que una Hillary Clinton afirme que la transformación de los papeles de la mujer es el último gran impedimento para el progreso universal, hayan ya muchas que como ellas, han conquistado la igualdad y aún la superioridad, invirtiendo en ello un coraje desmedido y un instinto reformador que no suele ser tan extendido entre los machos, más bien propensos a la complacencia y el delito. Así se gestan aquellos proyectos, bimensuales, trimestrales y hasta bianuales, de tirajes limitados y algunos numerados, como objetos de colección. Si piensan que sus redacciones son como la vulgar imágen extendida por el personaje de Anna Wintour encarnado por Meryl Streep en una parodia dantesca, están muy equivocados. Sus redacciones son estrechas y para el número de personas que trabajan en ellas, los dedos de una mano sobran. Pero a sus lectores les hace bien, les levanta el ánimo entrar en esos espacios cálidos y limpios sin excesos, de gentes que escriben por principios y convicción, que no temen enfrentar enemigos poderosísimos y jugarse la carrera si es preciso, que preparan cada número con talento sobrecogedor y amor por el papel, con el socialmente escaso sentimiento de estar suministrando a sus lectores no sólo una información fidedigna, sino también la magia de fabricar universalidades atemporales. Como decía Vargas Llosa sobre la trilogía de Larsson, aplicable a todos ellos: "Entre la muchedumbre espesa y municipal, haya todavía algunos quijotes modernos que otean su entorno con ojos inquisitivos y el alma en un puño.




Si piensan que aquí acaba la historia, nuevamente vuelven a tropezar con la equivocación, porque se traen entre manos algo grande, fuerte y coherente que verá la luz dentro de un año en la nueva principal capital del mundo, y no es precisamente Nueva York, y que probablemente, tirará por tierra el mal discurso de los que se creían dueños absolutos y beneplácitos de la opinión. La última gran revolución fue la Industrial. Con todo el dolor y las mentiras que hemos tenido que aguantar, viene la nueva revolución. Vayan a los museos o a esos puntos escasos, busquen esos proyectos y colecciónenlos como obras de arte, están al alcance, guárdenlos como tesoros, porque créanme, se inicia hoy señores, en mitad de la última gran crisis universal, la nueva revolución universal, y ella incluye no sólo las mejores mentes artísticas de las juventudes 2.0, sino de todas las generaciones de creativos y artistas vivos en los cinco puntos del planeta. Y lo más notable, es que de ella no participan ni políticos, ni empresarios ni la prensa oficial, sencillamente, porque no tuvieron el coraje ni las hagallas, mucho menos las ganas. Nace aquí, en Barcelona, la capital mundial de la Edición. No será ni epopeya bíblica ni novela romántica, será periodismo, puro y duro y usarán para sus propósitos al nuevo principal socio y aliado para preservar el romanticismo del papel: Internet. Sean muy bienvenidos, hombres y mujeres, a la Revolución de la Comunicación. Lo harán ellos, con su lúcida y políticamente correcta cuerda locura, los nuevos Reyes del Papel.






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