Las últimas semanas han sido, cuanto menos, extrañas. Por opción propia y una igual de extraña curiosidad, he metido las narices en el impresionante misterio de la infancia, rodeado todos los días por niños que no superaban la primera década de vida, anárquicos, arrogantes, desafiantes y contestadores. Brillantes creadores, en suma. Honestamente, te cambian el switch, magistralmente. Al mismo tiempo, en la tranquilidad de la soledad nocturna, la prensa traía de vuelta al mundo real, al sucio, al de los ladrones, corruptos, pedófilos eclesiásticos, terroristas, mafiosos y tragedias provocadas una vez más, únicamente por mano y gracia de nuestra propia raza humana. Rabia y melancolía. El desazón y la extraordinaria impotencia por una banda local y global de simples desgraciados, tristes delincuentes. Tampoco te podían amargar. Limitarte a mirarlos en menos y reírte concientemente en su cara, de momento, era suficiente. Estos mundos tan opuestos me llevaron de regreso a mi propia infancia, en medio de una familia dedicada a la política en gran mayoría y dispersa por variopintos cargos públicos, de ministerios a municipios pasando por fundaciones y periódicos. Esa experiencia me convirtió es testigo presencial y silencioso de situaciones complejas, estrategias y maniobras de todo tipo… que finalmente te hacían sacar la simple conclusión de que todo aquello era un asco. Así de sencillo. Pero creía que eso era cosa sólo de latinoamericanos. Crecimos con el robo. La corrupción nos educó. Dos décadas después, hoy, revierto y corrijo. No era cosa de nosotros. El primer mundo nos superó, pero de aquí a la muralla china. Lo del “primer” mundo, es hoy, discúlpenme por favor si ofendo, de “cuarta” calaña. Una mala película clase B, aplomante, pensaba observando con el mismo silencio a los niños y niñas que por estos días corren descalzos por casa.
La generación anterior exacta a mi año de nacimiento, creció bajo el constante bombardeo del consumo, conoció la llegada de internet, el fin de la Unión Soviética y la aparición del maldito Sida, y quedó caracterizada, al menos en muchos libros y enciclopedias, como algo apáticos y poco conflictivos. La nuestra, la que nació después del ochenta, está caracterizada ante los ojos de hasta el más imbécil, por encima de todo, por su uso desde la más tierna infancia de nuevas y poderosísimas tecnologías. Son más liberales y tolerantes, no reclaman superioridad moral respecto a las anteriores y es la primera que no cita la ética del trabajo como algo que importe. A su vez es la que menos importancia le da a la raza y que mejor se relaciona con diferentes grupos étnicos, quizás porque es también la más dispersa racialmente. Es la menos religiosa, la más optimista y en mi opinión absolutamente personal, quizás la más educada de la historia, menos escépticos sobre el poder del gobierno que sus padres y abuelos, declarándose políticamente liberales, tolerantes con la homosexualidad y convencido de la igualdad de género caballeros. Pese al desempleo que les afecta, el mayor en décadas, son los más confiados en que lograrán vivir razonablemente, considerándose ellos mismos dispuestos al cambio con un elevado rasgo de pertenencia a redes sociales. Todo un pro.
Vuelvo la vista a mi área, a la moda y concluyo que todo está endémicamente conectado, porque es obvio. El stock de bienes discrecionales en los armarios acumulados a lo largo y ancho de la pasada orgía consumista ha desaparecido: los perfumes, el calzado, con mujeres hasta las narices de vestidos negros gastados y de repetir bolsos y bisuterías… parecen improrrogables compras. En este sector, en lo textil, en cuyos tres últimos años se han esfumado cerca de dos mil millones de euros en ventas y han bajado la persiana cerca de quince mil establecimientos, se han vendido, curiosamente, el mismo número de prendas. Los consumidores ni dejaron de ir de tiendas ni de comprar ropa. El diferenciador es que fueron con menos frecuencia, más tarde y más barato. Las tiendas han podido ajustar sus compras al nuevo nivel de ventas en crisis, por ello las rebajas de verano tendrían menos oferta. Ahora cabe esperar que regrese el consumo, primero de todo aquello que reciba subsidios y ayudas, más aún si son cuantiosas y reciben apoyo mediático. Después los bienes discrecionales cuyos stocks se han agotado: ropa imprescindible, fragancias o artículos deportivos. Continúa la compra de bienes que se han de poseer o reponer para posibilitar el nuevo estilo de vida, porque se vive y se recibe en casa más que nunca, está por verse si los detallistas sabrán cómo devolver al rebaño a esa oveja convertida en cabrito, como dice Nueno, un oportunista que han fabricado con promociones y descuentos. Lo bueno del consumo señores, es que gana glamour a base de mostrar lo que pasa cuando desaparece. Hasta sus críticos más feroces y despiadados reconocen hoy su importancia, así que nadie debe asustarse, los diseñadores en primer lugar. ¿ Por qué ? Simplemente porque las coyunturas económicas suelen ofrecer una sintomatología absolutamente previsible que las anticipa, como explica don Sergio Lorca. Cuando se aproxima una época de crisis o de recesión, la inversión publicitaria la olfatea como si de un sabueso se tratase. Y cuando regresa la bonanza, la ve en el horizonte con prismáticos de alta definición. La inversión publicitaria es un barómetro de pronóstico cuya fiabilidad es cual dardo al centro rojo, porque posee la virtud de detectar las primeras medidas de ajuste en las empresas, avisa de la caída al principio siempre levemente del consumo, advierte de los usos sociales que introducen cautela en sus desembolsos y finalmente refleja el estado de ánimo de los anunciantes como de cómo los usuarios reciben los mensajes publicitarios. Según los directivos de marketing, comerciales y de investigación de los principales grupos y medios vinculados a los soportes que suponen más del ochenta y cinco por ciento de la inversión publicitaria, el mercado podría remontar de forma ligera a finales de año, pero ese repunte no evitaría que la caída publicitaria general superase el cinco por ciento, lo que nos retrotraería a niveles de 1999. El año pasado el descenso de la inversión publicitaria fue del 20,9%; por la misma razón, la nueva basada prevista para el año en curso no es una pésima noticia. Simplemente, no es buena. Tampoco hay que espantarse ni hacer un drama griego por eso. Algunos soportes van a repetirse el pastel como el marketing móvil e internet, así como los canales temáticos de televisión. En los demás soportes caerá, en los diarios de pago un 9,4%, en los gratuitos un 13,3%, las revistas un 11,5% y los suplementos hasta un 12%, a excepción de los realmente buenos en calidad de contenidos, que darán vuelta a las cifras lapidarias.
Los medios convencionales y en particular los periódicos, en este preciso momento se están desviviendo y desangrando en una estrategia realista pero que probablemente no dará resultado, que pasa por la reducción de costes en papel, distribución y plantillas ayudando a dejar a más gente en la calle, y por la diversificación de ingresos rentabilizando las inversiones on-line mediante el sistema de contenidos de pago, coartando el acceso a la información de la ciudadanía a la legalmente tienen derecho. Así no se hacen negocios caballeros, el poco elegante, por no decir que es una capitalista y soberana ordinariez, aunque suene seco. Parece posible una adecuada normativa que proteja la propiedad intelectual de los contenidos de las webs informativas y se va suavizando una cultura más madura en la utilización de la red en la que gratuidad actual resulta insostenible, por lo que los periódicos, conforme a una nueva morfología y contenidos, tienen un futuro posible haciendo sinergia con los demás medios o soportes. No vendan la información señores directores, vendan la investigación, fabriquen premios Pulitzer o galardones Ortega y Gasset. Hagan el trabajo para lo que fueron concebidos y transfórmenlos en mitos. Será la mejor estrategia de todas, de la que curiosamente todos pasan y a nadie parece importar, que suena a fantasía. No segreguen. Agreguen. La cuestión está en irse preparando. Si se toma la necesidad como virtud, el tiempo siempre ofrece más oportunidades para idear soluciones. Si hasta hace poco la publicidad buscaba la fragmentación de soportes para llegar a distintos nichos y grupos objetivos, ahora se impone la agregación. Ya ven cómo se está produciendo en el ámbito de la televisión y en internet. No me estoy inventando nada. Y está costando que los periódicos encuentren la fórmula de agruparse sin confundirse para ofrecer una amplia plataforma publicitaria que optimice la inversión de los anunciantes. En cinco años internet será el segundo mayor medio por inversión publicitaria superando a la prensa. Tomen nota. Ahora para mis colegas editores, los independientes [los que más quiero], en estas circunstancias, la crisis de los medios debe ser matizada. No implicaría en ningún caso una catástrofe, pero sí supondría una reformulación de la actual distribución de la inversión publicitaria. Y los grandes grupos de comunicación internacionales han detectado que esta realidad impone cambios drásticos en el enfoque del negocio en su relación con los anunciantes, que han elevado, como es natural, sus exigencias de llegada a los usuarios y su legítima reclamación de optimización de su inversión. Y tienen toda la razón, qué quieren que les diga. Si los hábitos de lectura se han transformado; si los soportes de comunicación lo son de información, servicios, ocio; si las generaciones jóvenes están profundamente sintonizadas con el uso de las nuevas tecnologías y el conocimiento es casi universalmente accesible, es obvio [y defender lo contrario es de sacrosanto cretino] que hay que acoplarse en una percepción muy dinámica y fluida de los acontecimientos, acompañándolos para no perder el ritmo de la historia, que se ha acelerado de modo extraordinario. La publicidad volverá a suministrar financiación a los medios de comunicación en todos los soportes, sean convencionales o alternativos y acrecentará por un lado su capacidad creativa, y por otro, su carácter ético, o sea, cuidará y celará de que sus contenidos se adecuen cada vez más a la deontología que impide la banalización de los mensajes, porque la publicidad damas y caballeros no sólo es necesaria para vender. Lo es también para crear marca y construir reputación, para motivar colectivamente. Por ende, resultaría un factor general de lubrificación social, simplemente porque tiene capacidad y un poder extraordinario para incidir sobre los sentimientos y las emociones colectivas de la gente. Lo que sucederá con este tema dependerá también de factores intangibles como son la confianza, las perspectivas de futuro y la propia decisión colectiva, con dos cojones, de superar las dificultades. Si lo trasladase Usted a la política, sería tan aplicable y paralelo como que si Baltasar Garzón fuese encerrado tras las rejas por investigar genocidios y delitos de lesa humanidad durante una guerra contra miles de personas, naciones enteras saldrán a la calle para exigir cabezas y cargos públicos. Sería una hecatombe institucional sin precedentes para los tres poderes, pero un puñetazo en la defensa de la democracia. Estén atentos. Volviendo a la publicidad, si la creatividad es un reto para el sector, también lo es que encuentre fórmulas nuevas sobre las tradicionales para explotar nuevas maneras de impactar sobre el mercado. En ese reto, créanme, estamos todos. No podemos esperar a que pase la recesión, debemos empujarla entre todos para que, discúlpenme la expresión, esa zorra se aleje, y lo antes posible. Y para ello, vuelvo a repetir [lo repetiré hasta el cansancio] debemos innovar. Una innovación que concierne a todos porque se muere una forma de entender la comunicación en su más amplia acepción y está naciendo, como un enorme y poderosísimo dinosaurio que rompe su cascarón, otra en la que la publicidad es una variante absolutamente necesaria en la creación de valor y en la sostenibilidad de diversos sectores productivos. No hay que confundir, bien claro lo dice el periodista y abogado Paul Fabra, como hacen con tanta frecuencia los dirigentes de los países occidentales, una estrategia eficaz de “salida de la crisis” con las señales de cierta reactivación económica. Es probable que esa recuperación de la actividad no sea debido en lo esencial a un impulso de las empresas dispuestas a invertir de nuevo, sino al efecto de estímulo, necesariamente temporal, provocado por el galopante y dantesco gasto público desde el dos mil ocho. El reciente crecimiento de los déficit presupuestarios debe analizarse como un nuevo y gigantesco paso hacia delante en pro de la financiarización de toda la economía, uniendo ambos sectores, público y privado. Para financiarse, los Estados en lugar de contar con sus ingresos fiscales, tienen que apelar más que nunca al mercado financiero, al de la deuda. Es decir, al de las obligaciones. La analogía con el sector privado es patente, de nunca acabar. Para las empresas más grandes la financiarización a ultranza ha consistido en depender cada vez más del endeudamiento. Los fondos propios, suministrados de modo directo por el ahorro como es el caso de las entradas impositivas, en lugar de ser el recurso más importante de la financiación de la empresa, tienen ahora como función principal servir de palanca para levantar en el mercado recursos prestados. Idiotez: 1-0.
Por poco que consideremos que la crisis financiera nació de los abusos de financiación bajo todas su formas, sabores y colores, la idea de que una reactivación económica sostenida por gastos deficitarios permitirá salir de la crisis se nos presenta tal como es: descabellada. Idiotez: 2-0. Entran las cheerleaders con sus pompones. Saquen sus gafas 3D… Ni Cameron con su planeta Avatar. Desde semejante punto de vista, el drama griego adquiere el valor de una seria advertencia, pero también sirve, momentáneamente, de coartada a dirigentes ciegos que siguen sin ver venir nada, pusilánimes y cínicos, porque lo que es bueno para los países grandes es malo para los pequeños, Grecia o los países bálticos. El hecho de que se conmine a Grecia a tomar severas medidas de recorte de los gastos públicos, da a entender que sus más ricos mentores practican ellos mismos las políticas que se imponen en términos lógicos para volver a una situación normal, o que están en una posición que les permite hacer caso omiso de ellas… ¿ Qué le parece a Usted estimado lector ? Honestamente, hay que tener cara. En Argentina dicen “cara de viga”. En realidad, un país que arrastra un abultado déficit público padece una peligrosa anomalía. Los Estados occidentales, incapaces de ver venir la crisis y de analizar todas sus consecuencias, se han encerrado, lamentablemente, con el mismo ímpetu en otra anomalía, siguiendo el ejemplo de lo que hizo hace más de quince años Japón, un país que aún no ha conseguido salir de sus apuros, la reserva federal y poco después el Banco Central Europeo: bajaron sus tipos de referencia hasta un valor cercano a cero. El tipo de referencia es la tasa de interés a la cual los bancos obtienen liquidez a corto plazo ante el banco emisor. El precedente japonés muestra con claridad que los bancos no utilizan una increíble y antieconómica facilidad de este tipo para estimular una economía sumida en la recesión. La aprovechan para lanzarse de cabeza a un carry-trade muy lucrativo para ellos, pero también muy debilitador para la economía nacional y que al mismo tiempo sirve a los políticos como soporífero. Los bancos toman prestado a corto plazo y por un coste casi nulo unos fondos que colocan acto seguido en obligaciones del tesoro a medio y largo plazo. Elegantes, ¿no? Ahora bien, el rendimiento de los préstamos estatales a diez años caería entre el 3,2% del Bund alemán y el 6,1% de los títulos griegos. Provechosa operación. El problema sería que el Banco Central, así como que no quiere la cosa, elevara de pronto sus tipos… Jean-Claude Trichet, como Bernanke en Washington, repiten que la subida del tipo no es algo que se contemple de forma inmediata… o sea, todos happy. Los bancos disponen de una fuente regular de beneficios casi sin riesgos en el futuro previsible. Los necesitan de modo acuciante. Han podido retomar así unas actividades de trading arriesgadas pero rentables. En cuanto a los tesoros públicos, pueden seguir prestando de forma masiva a tipos relativamente bajos y ello a pesar de la explosión de los déficit. Los mercados de obligaciones se mantienen muy líquidos [como los helados de agua] pero es gracias a las enormes compras de los bancos. Artificio. Así es inviable creer las promesas de reducción de los déficit públicos caballeros. En Japón el total de la deuda pública ha pasado del sesenta por ciento del producto interno bruto en el noventa y cinco, al doscientos por ciento hoy… que salgan de nuevo las cheerleaders. Pompón arriba, pompón abajo.
Será imposible salir de esta trampa en tanto que unas reformas profundas no aporten algo de razón a unos bancos enloquecidos por los enormes beneficios que les permiten obtener las finanzas modernas. Financiar la economía con créditos que financiados con fondos propios y cuyos riesgos asumirían hasta el vencimiento sin revenderlos bajo forma titularizada… no les resulta de gran interés. El escándalo salpica a toda la eurozona: bancos mantenidos mediante préstamos a tipo cero, porque no se ha hecho nada por sanear unos balances bancarios extremadamente sobrevalorados. Por eso son incapaces de confiar unos en otros, mientras que el ahorro de las familias, en lugar de reorientarse hacia inversiones en las pequeñas y medianas empresas, sigue indirectamente absorbido por los préstamos del tesoro. Se los vuelvo a advertir señores: cuando la gente se entere, irán a por Ustedes. Están alimentando un incendio… La palabra clave; o su absoluta ausencia: confianza. La confianza es el elemento clave del funcionamiento de una sociedad y de una economía. En esto meto en el saco a Guillermo, MR Guillermo de la Dehesa. Sólo la confianza permite que una persona tenga relaciones o haga negocios con otras personas, y es sólo haciendo negocios entre personas y creando empresas como se crea renta y riqueza. La confianza puede ser personal, cuando una persona cree y confía en sí misma, lo que le permite tomar iniciativas y riesgos. Puede ser interpersonal, cuando se confía en otras personas, lo que permite tener amigos, participar en organizaciones y asociaciones, pertenecer a la sociedad civil y crear empresas. Finalmente puede ser interpersonal o institucional, lo que permite que las normas, contratos, propiedad privada y otros derechos básicos de un país sean respetados y que su economía funcione eficientemente al confiar sus ciudadanos en la equidad, imparcialidad y eficiencia de las instituciones políticas, sociales y económicas creadas por ellos. El economista principal del Banco Mundial, MR Steve Knack, demostró que la paralizante diferencia entre la renta por habitante de Estados Unidos y Somalía está explicada, en su totalidad, por el enorme contraste entre sus niveles de confianza institucional. En ese desgraciado país de gente buena, Somalía, la ausencia de confianza institucional y de normas e instituciones confiables hace que sea un Estado fallido, incapaz de generar iniciativas, inversión y empresas. Hoy tipo, y te lo digo desde lo más profundo del corazón, en un mundo tan monstruosamente globalizado, la confianza es aún más importante, ya que es la que ha permitido la creciente división internacional del trabajo, en la que cada parte o proceso de una manufactura o de un servicio se produce en países diferentes y se intercambia globalmente, resultando en un progreso económico mundial desconocido hasta ahora. Aunque quede en la lista negra de los banqueros [que honestamente me trae sin cuidado] la ciencia económica no es una ciencia exacta, como es la física, porque no trata con materia o naturaleza, sino con predecibles seres humanos que no responden de la misma manera ante situaciones iguales y que muestran a menudo, triste y dolorosamente, una racionalidad limitada, especialmente en situaciones de incertidumbre. Estas creencias que generan confianza o desconfianza son imprescindibles y muy importantes en los ciclos económicos, ya que pueden acelerar y exagerar sus fases de auge o sus fases recesivas. La dramática caída de la confianza ha llegado a paralizar mercados de crédito, encareciéndolo y racionándolo y la financiación mayorista, acelerando la recesión, reduciendo los efectos del multiplicador y obligando a los gobiernos a gastar en exceso. Lamentablemente estimados lectores, llegó en el peor momento, estando los frágiles hogares y empresas del sector privado muy endeudados con ahorro extranjero justo cuando los mercados de crédito al por menor y la financiación mayorista se cerraban. Por supuesto que este dramático cambio de ciclo ha hecho que los ciudadanos hayan entrado en una fase de pesimismo y de desconfianza creciente en sus instituciones políticas, sociales y económicas que está en buena parte justificada por el escaso nivel de liderazgo mostrado en todas ellas. Lo peor de esta actitud pesimista es que, de mantenerse, puede llegar a auto cumplirse y alargar o incluso empeorar la recesión, más aún si los mercados financieros responden encareciendo el riesgo. Esta situación justifica plenamente que la sociedad civil haga un intento de movilizar a la ciudadanía y evitar que coja miedo, pierda confianza en sí misma y en sus ciudadanos, y quede inerme, a la deriva, cuando resulta que los ciudadanos lo son todo en una democracia, incluido el Estado, que se nutre de sus impuestos y la política misma, que ellos eligen. Por lo tanto, cuanto antes recuperen la confianza en sí mismos y tomen iniciativas individuales o colectivas, antes se recuperará la economía de esta recesión, ya que existe la certeza histórica de que las crisis siempre acaban.
Si todo va bien en India y China, y si nada va catastróficamente mal en el núcleo noratlántico de la economía global, rico y postindustrial, la próxima generación, la de esos niños que pululan por casa, alcanzará un verdadero hito. La mayor parte de la humanidad estará ocupada en encontrar suficientes retos y diversiones conceptuales en sus vidas laborales y de ocio como para evitar el aburrimiento, y suficiente estatus relativo como para no vivir envidiosa de sus vecinos. Y, por supuesto, tendrá que librarse de los matones que antes usaban espadas y hoy disponen de misiles crucero y bombas de hidrógeno, librarse de los macroparásitos que han infectado a la humanidad desde que los agricultores se dieron cuenta de que tener cultivos eliminaba la opción de escapar al monte… fue el desencanto del mundo. El paso de una visión que confiaba en la oración y los espíritus propicios a una basada en la manipulación racional de la naturaleza y la sociedad. Los griegos clásicos contaban con la filosofía natural y los romanos clásicos creían en determinar lo que funcionaba y aplicarlo. Sin embargo señores, todo lo que produjeron fueron algunas espléndidas obras de arquitectura e infraestructura, y un sistema de entrenamiento militar que llevó su sociedad más allá del mediterráneo. Deben todos Ustedes saber que a fines del siglo XIX ocurrió algo realmente especial. Y ese suceso se dividió en tres etapas: la llegada de las comunicaciones globales, que significó que las ideas inventadas, descubiertas o aplicadas en una parte del mundo se podían comunicar y adaptar rápidamente en otras partes del orbe, en lugar de esperar décadas o siglos a que atravesaran los océanos; el desarrollo del transporte global que significó que cualquier buena idea se podía poner en práctica para producir enormes utilidades a medida que se aprovechaba en todo el planeta; y en tercer lugar, y en gran medida como consecuencia de los dos factores anteriores, el ascenso del inventor profesional y el laboratorio de investigación industrial crearon una clase de gente cuyo negocio no era crear y aplicar un invento específico, sino inventar el proceso mismo de invención e innovación constantes… las humanidades, se dice, contribuyen muy poco a la economía de un país, de donde se sigue que invertir en ellas no parezca ser rentable, sea en docencia o en investigación, que el I+D parezca ser cosas de ciencias y tecnologías. Cultos, ¿no? Si a ello se añade la dificultad de comprobar la calidad de la producción humanística, su futuro, el de las humanidades mismas, se ennegrece. Y sin embargo, ya todos Ustedes lo ven, es una vez más, una suculenta falacia. Foros de economistas, empresarios y científicos acuerdan en la imperiosa necesidad de incrementar la productividad formando buenos profesionales, cuidando los recursos humanos, que aunque nadie se lo crea, forma el más importante capital de un país. Podrían ayudar los buenos conocedores de las técnicas, pero no se reducen al “hombre-masa” del que hablaba Ortega, sino que tienen sentido de la historia, los valores universales, las metas. Para formar a este tipo de gentes será preciso cultivar la cultura humanista, aunque suene a un desquiciado [una vez más, me trae sin cuidado] que dominen de narrativa y tradiciones, de patrimonio y lenguaje, de metas y no sólo medios, de valores hoy prácticamente desaparecidos y aspiración a cierta unidad del saber. De esa impresionante intersubjetividad humana, de ese ser sujetos que componen conjuntamente su vida compartida. Son Ustedes testigos caballeros de cómo se van estrechando los lazos entre humanistas y científicos, practicando una auténtica y tangible transferencia del conocimiento, que no es sólo cosa de patentes o copyright. Aumenta el trabajo interdisciplinar, porque los problemas desbordan las respuestas de una sola especialidad. Y en ese trabajo conjunto un tema estrella es, y todavía tiene que ser más, la causa de los pobres, de los verdaderamente desgraciados por culpa de otros. De todo ello resulta que la necesidad de las humanidades no decae, sino que aumenta, y no sólo porque nos ayudan a vivir nuestra común humanidad con un sentido más pleno, sino porque incrementan esa soñada productividad en euros, que parece ser que a los líderes finalmente es lo único que importa. Es muy fácil protestar por el funcionamiento del sistema capitalista. Basta con abrir la boca y decir lo que pensamos. Vilaseca es un crack. Es tan fácil protestar, quejarse, criticas, juzgar y lamentarse que todos sabemos cómo hacerlo. Lo reconozcamos o no, somos co-responsables de que nos suceda todo lo que nos está pasando. No es la tierra lo que pisamos, sino un sistema monetario, donde por medio del capital las naciones y los seres humanos estamos interconectados. Es cierto que vivimos condicionados por la publicidad y el marketing, pero nadie nos apunta con una pistola en la cien para saciar nuestros caprichos y deseos. Ese absurdo e inentendible egocentrismo nos lleva a victimizarnos cuando nos presionan y nos faltan el respeto… lo curioso es que cuando presionamos y faltamos el respeto a los demás, nosotros, siempre encontramos una razón de peso que lo justifique. La mayoría nos quejamos por falta de líderes [miren la prensa], por la ausencia de referentes y sobretodo por la decadencia de valores que padece ahora mismo la sociedad. No sé si alguno de los actuales líderes lo tendrán muy claro, la afirmación irremovible de que es ni más ni menos que un líder quien asume la responsabilidad de convertirse en el cambio que quiere ver en el mundo, es decir, cualquier ser humano que ha descubierto que para cambiar el mundo hemos de comenzar mirándonos en el espejo, más que nada porque el cambio de mentalidad de la mayoría de individuos es lo que promueve la transformación de las empresas y el sistema. Alude a la necesidad de cuestionar el condicionamiento socio comercial que nos ha sido impuesto, indagar en la veracidad o la falsedad de las ideas, normas y dogmas que forman parte de nuestro sistema de creencias. El malestar, el vacío existencial y el sufrimiento son los indicadores más fiables, como la publicidad, de que nuestro sistema de creencias está contaminado por ideas falsas. Así, no es casual discernir que los verdaderos líderes siempre dedican sus vidas al servicio de los demás, impulsando y meteorizando proyectos que realmente beneficien a la sociedad, y convertirlos en mitos que nadie podrá borrar de enciclopedias, aunque quiera, aunque suene utópico o idealista. MR Franz de Waal, biólogo y psicólogo, según “Times”, una de las cien personas más influyentes del mundo, sostiene que ahora, en tiempos de crisis, nos iría incomparablemente mejor, acaso inexorablemente, si imitásemos comportamientos de empatía que tanto se registran entre animales y de los que él mismo ha recogido una abrumadora colección de ejemplos. O nos empatizamos todos en esta compleja textura global, o nos hundimos a granel por falta de redes. Las redes representan la clave obvia, indispensable y cabal. El mundo globalizado progresa a través de crecientes interconexiones y éstas deciden la naturaleza del conocimiento, la organización política, el sistema económico y la vida personal. Las webs sociales son las primeras colmenas de esa agrupación dialéctica [ya lo dice Verdú] y tanto su número y variedad creciente forman un tejido en que por su misma textura implicará a unos y otros en la asunción de problemas y su, una vez más, colectiva resolución. El asunto magnífico se centra en el mandato ecológico que o protege el planeta para la supervivencia o nos mata hasta el final. En esa tarea de preservación universal, sin embargo, es crucial que la asunción de la fuerza del contrario termine confundiéndose con la propia fuerza, su provecho y su voluntad. Dos aspectos unen, siempre bajo el signo de la relación, los libros de la empatía con la filosofía. No hay un libro y una mesa, sino un estado de cosas, objetos en cierta relación. En la teoría cuántica, del mismo modo, no se llega a ningún sitio examinando el mundo como una serie de entidades objetivas, sino en un pastiche variante entre el sujeto y su percepción, y por supuesto, entre el objeto y su seducción. En las personas ocurre lo mismo. El padre no sería tal sin hijo, de modo que la causa se confunde con su consecuencia en la misma acción. La teoría cuántica que mostraba la interdependencia entre objeto y sujeto, entre la mirada del sujeto y la subjetiva estampa del objeto, abre, por fin aunque retrasadamente, como una caja de leal metal, por siglos hermética, la tapa a un entendimiento de las relaciones con el mundo y al mundo en sí como un ovillo en que las fuerzas no se hallan determinadas ni el destino escrito. Los renglones torcidos de Dios, tan torcidos como asociar la pedofilia a la homosexualidad como estos días se empeña la iglesia son tan efectivamente enrevesados que la complejidad prima sobre la claridad y no sólo porque todo lo sofisticado gana prestigio en la moda, sino porque lo llano, lo concreto o lo mónada es una herencia de la historia de Descartes, las mónadas de Leibniz y el convento de Newton y su congregación. Ideas, sin duda flácidas, poco elitistas. Poco firmadas porque, desde luego, ni el comunismo comunitario podía soñar en su actual generación. Este mundo y su ideología será o no será en el crecimiento de la empatía que viene a ser, en ciertos términos, como la recuperación de la vecinal supertrama del mundo, el complicado y aproximado pseudobarrio de la aldea global. El año pasado fue el de la caja de pandora. Éste, por esos niños, será el de la caja de metal. No se dejarán engañar, nunca más. No es una advertencia… es, como esa pesadísima materia prima, una aseveración. Tengan cuidado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario