El placer de viajar, de derribar distancias, de consumir mundos con hambre, insaciable, de sacar lo mejor de cada lugar, lo positivo de lo simple, de lo popular, y elevarlo a categorías de elegancia sin importar banderas, razas y creencias, era virtud de reyes y emperadores. Así nacieron y engordaron los mejores imperios y museos del universo territorial llamado tierra, desde su creación. Lo mismo sucedió casi como un milagro, hace seis décadas, en la cabeza de un hombre. Y lo volvió real. Y lo hizo precioso, y sacó sonrisas de todo el mundo, y lo transformó en un imperio. Y hace sólo unas pocas semanas, lo volvió a demostrar. Jean-Charles, el artista, el rockero, el loco, el príncipe, el mito.
De su París sacó lo mejor, y se lo mostró en la cara. La quiso, la besó, la acarició y la hizo reír, a su manera, como no podía ser de otra forma, como siempre: formidable. Su última colección, “Über Tropikal Airlines” reconcilió con magia, por instantes, a su Francia hoy tan dividida, con su Antoine de Saint-Exupéry, su África inmigrante, su torre Eiffel y su eterno guiño a América, con el buen gato Félix como maestro centrípeto. El principito en vestidos, camisetas y camisas hablándonos de un viaje onírico, arriba de un avión con tripulantes de cabina alistados para caer cual paracaidistas sobre la sabana africana, todos con sus libros en mano. La dicha de Gallimard. Abajo esperarían las cebras, los leopardos y elefantes, conviviendo con las gentes, con sus ornamentos, sus coloridas túnicas, su color y dignidad. La buena voluntad de esa África mágica. El gato Félix sonreiría… y así lo hace, estampado con literal majestuosidad, a punta de lentejuelas.
El regreso de ese viaje es a París, con su torre iluminada, también, a lentejuelas bordadas una a una sobre vestidos, pero también en cuellos como collares y sus tricolores insignia, su souvenir, el sello Francia, su sello, el que justifica que todo aquello esté ahí, porque eso es de ahí. Bendito seas. Jean-Charles, el único que expone la disyuntiva entre la cultura de masas y la reproducción en serie contra la individualidad y lo irreproducible, sin miedos, con dos cojones, como un caballero. El único con la formación universal y el bagaje cultural suficiente para utilizar íconos populares o figuras infantiles en esa problemática, superponiendo a copias de obras de arte clásicas los logos de casas de moda o que representan la cultura de masas contemporánea. Jean-Charles.
Mientras a su alrededor, el resto se pelea como gatos de bodega para mostrar la propuesta más sorpresiva, exuberante y llamativa que capte la atención de los medios, el otro, el rockero, Jean Charles, se atraganta con una hamburguesa de comida rápida preguntándose dónde está realmente la nueva frontera, lo que atañe a lo popular, la moda conceptual… a lo mejor por eso caballeros, la usa a su soberano antojo como un medio de arte, vinculándolas de forma casi homérica, y facturando con ello, y yéndose a casa en motocicleta. Cosa de un crack. Larga vida, Jean-Charles. Hiciste reír a una realidad triste y eso, créeme, no tiene precio. Gracias.
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