¿Las últimas semanas? Impresionantes, conmovedoras, únicas. Las cabezas más sonadas de todas las ramas de las artes han sacado la carne al asador. Como si las que estuviesen bajo tierra hubieran resucitado para alistarse con las vivas y poner, entre todos, el grito en el cielo. Simplemente se aburrieron, de la inoperancia de los ineptos, de los que están hundiendo al planeta, de los políticos, empresarios y banqueros. Los que quedaron arriba en el cielo, las leyendas que crearon los Estados, la Democracia, las ciencias, el desarrollo y la comunicación, de seguro, arriba, gritaban pompón y cerveza en mano “¡Denles duro!”.
Nicolas [Gesquière] presentó una colección en París que funcionó como cerbatana cargada con dardos de cianuro puro para blindar su casa. Todos sabían la “exclusividad” que sacaría Lanvin y H&M para sus tiendas “selectas”, y el ruido que haría. Sería eso, quizá, el magistral lobby para dejar paso a la retrospectiva de Cristóbal Balenciaga, con la misma reina de anfitriona que fue como sacar con furia el mantel de la mesa [servida con toda la platería y cristalería encima] de la sociedad neoyorkina. Al mismo tiempo, Rabanne seguramente se reiría al recibir el premio nacional de diseño de moda, pensando en la previsibilidad de la gente. Vuelta a Francia en teletransportación inmediata. Richard Avedon resucitaba en la sede de Christie´s en París para batir el récord de venta por una sola fotografía con su “Dovima con los Elefantes”, la imagen disparada en 1955 en el circo de invierno de la misma ciudad. Nueva York, again. Alexander McQueen resucitaba en el Metropolitan de la gran manzana con el anuncio de su retrospectiva de primavera. Pasajes a España. Después de que Santiago Sierra rechazara el premio nacional de las artes argumentando que no daría nunca la mano a cómplices de la barbarie bancaria y militar, el BAC! celebraba su primera década legitimizando la videocreación y disparando a nuevos talentos en su calidad de cuasi institución. En el mismo lugar, su circuito de diseñadores, la “Golden Generation”, cerraba filas y se preparan para montársela a lo grande como advertencia a la administración política que pretende meter las narices en un territorio que no les corresponde: el suyo. Con sutileza, con elegancia, con huevos. Un placer. Un verdadero éxtasis. Será el legado del “DON´T FUCK WHIT US”.
De todo esto, como tenía que ser, la prensa, ni se enteró. Un pro. Al mismo tiempo, llevaba a una reflexión por parte de quién les escribe. Por esas cosas de la vida, caían en mis manos las palabras de Cercas, MR Javier Cercas, donde hablaba de la falacia. Ni más ni menos. El mercado de las ideas caballeros es como el otro. Hay productos que de golpe se ponen de moda y de golpe, tras envejecer rápidamente y demostrar su inoperancia o su tosquedad, desaparecen. Lo que es inentendible [y a su vez predecible] es que a veces, vuelvan a aparecer y causa mucha gracia como lo dice Cercas, igual que si se hubieran hecho un lifting y su juventud artificial ocultara su olvidada tosquedad, también su inoperancia… lo que tanto pasa hoy, en el mercado de las ideas estéticas, en lo nuestro, en las áreas creativas. Y en todo. ¿Pero por qué pasa? Me preguntaba. A lo mejor MR Víctor Pérez Díaz tenía la respuesta, o algo muy cercano a ello. A lo mejor, porque en condiciones normales, las gentes tienden a seleccionar los papeles sociales más adecuados para sus talentos y gravitan hacia aquel medio que recompensa sus inclinaciones. Lo ven Ustedes mismos señores, cuando se encuentran en un medio desfavorable, la solución más simple es escaparse de él, y ya. Otra solución es dedicar una parte de su energía a defenderse del medio, y otra… a transformarlo. Por supuesto, la tercera, la apuesta más ingrata y arriesgada, lo sabemos todos, pero al mismo tiempo, puede ser inevitable cuando ese medio corre el peligro de autodestruirse. ¿Están viendo cómo se va todo al carajo, no? No son imaginaciones ni filosofía barata. Se está cayendo todo. Nuestra realidad, ahora mismo, desvela una realidad que no innova lo suficiente, cuyo tejido empresarial es frágil, cuyos políticos se bloquean o se pierden en peleas internas, cuyos medios de comunicación producen demasiado ruido y cuyas gentes confían poco unas en otras. Un dolor. Una pasión. En estas circunstancias, los circuitos y los países no resuelven sus problemas dándose ánimos, cambiando de políticos o con más dinero. Eso se resuelve con cojones, auténticos, enfrentándose con su realidad y cambiando su propio modo de ser, y para eso, uno necesita situarse y compararse, así de simple. Y eso, es lo más complejo del mundo. El modo de ser o el carácter de un grupo social es el tatuaje que queda de las costumbres, virtudes o vicios que tenga. Nombrar a las costumbres “virtudes” o “vicios”, humildemente, requiere un criterio para distinguirlas, y su ejercitación diaria. Hasta el último de tus días. Eso depende de generar una tradición que en Europa tiene una presencia de dos milenios y medio, y es la filosofía de las virtudes cardinales de las que habla Pérez, ese buen carácter que corresponde al ejercicio de la prudencia o el cultivo de la inteligencia, junto con las virtudes de la fortaleza y de la templanza, de los cojones, que es lo que cimienta la autoconfianza, y de la justicia, esa tan menospreciada palabra, que alimenta la confianza en los demás y se prolonga con una actitud e apertura a otras personas. Es impresionante que casi nadie lo pueda entender. Los filósofos antiguos, esos mismos que están ahí arriba con los pompones y las cervezas, solían decir que reunidas estas virtudes, todas ellas hacían posible vivir bien, sin complicaciones, y por consiguiente una vida alerta, confiada y generosa, sin ser un miserable, una rata. Eso caballeros, que nadie quiere hacer, traducido a los lugares comunes de hoy, equivale a afirmar que esas putas y sencillas costumbres conducen a una sociedad más libre, próspera y solidaria.
Es aterrador ver con tus propios ojos, de primera mano, cómo los jóvenes dedican menos tiempo a estudiar, su tasa de abandono escolar es mayor, leen menos o no leen, y practican menos actividades artísticas que a muchos, nos salvo la vida. Ello indica, lamentablemente, un cultivo menor de su propia inteligencia, teniéndola ahí, expectante de hacer cosas grandes. Te hace sacarte de tus casillas. Te entran ganas de darles vuelta la cara de una hostia… se emancipan más tarde, dan más importancia a la cobardía de vivir en un entorno seguro, viajan menos, saben menos inglés, el francés les resulta un misterio, confían menos unos en otros, se interesan menos en la política y desconfían más de los políticos, se están autodestruyendo… se están autoliquidando a sabiendas… ello sugiere un déficit de confianza en sí mismos y en los demás que paraliza, ligado con un impulso menor y un horizonte de vida más reducido. Eso, créanme, te entristece, muchísimo. Y entristece caballeros, porque ese déficit de disposiciones virtuosas, de cultura moral vivida, se traduce en fragilidad, primero de ellos, y después en fragilidad, la rigidez y el menor dinamismo de la economía, en el carácter derivativo de buena parte de la cultura, en la falta de ecuanimidad del debate público y en la triste y dolorosa mezcla de desconocimiento y timidez de fondo con aires de ordeno y mando de tantasy garrafales decisiones políticas.
Aquello mismo genera la pregunta de si deberíamos angustiarnos. La respuesta es una: No. La angustia confunde, induce a huir, y la clave está, precisamente, en hacer todo lo contrario: reventarla, con todas tu ganas. Si encaramos la verdad, la bendita verdad, en lugar de escapar de las malas noticias y apuntar a los desgraciados pesimistas con el dedo. A sus portadores, por mala clase, por horteras. Todos son humanos y van al baño, no lo olviden jamás. Todo esto, con la ayuda de la memoria, que nos recuerda a todos y cada uno de nosotros que hemos estado mucho peor, en guerras, donde además de los muertos en las batallas a campo descubierto, hubieron asesinatos en la retaguardia, con cifras donde los ceros no alcanzan la altura de la imaginación. Con eso en la cabeza, debemos saber que no estamos mal, porque en la experiencia de este último medio siglo abunda a borbotones el testimonio de esfuerzo y convivencia sin una montaña de cadáveres de por medio. La inferioridad cultural de determinados pueblos caballeros, comparten los rasgos mencionados de una estructura productiva más frágil, con menos innovación y más dificultades para resolver problemas comunes, y hoy, en una situación aún más delicada. Sobre todo Europa. Dejen de llorar. No tienen derecho, porque son países con pasados gloriosos. Esos recuerdos pueden y deben servir de inspiración para afrontar el porvenir. Su historia de gloria y también de tragedia puede facilitar que cada uno aprenda de los errores del pasado y también de los demás. De los nórdicos de hoy pueden aprender que lo más importante no es ser de derechas o de izquierdas, o de centro, sino razonar y controlar a su clase política, hacer compromisos sensatos entre unos y otros, innovar y educarse más y mejor, aprender inglés y largarse de la casa paterna, usando sus propias emociones negativas, porque controladas y usadas con discernimiento pueden dar mucho juego. Mal usadas, esas emociones llevan a una violencia destructiva y hacen daño. Del siniestro. Lo mismo cabe decir de sus medios de comunicación. A la gente, a las masas, a todos, les informan de los acontecimientos de una manera confusa y desordenada.
El reto del periodismo riguroso es mostrar de la forma más fidedigna posible una realidad siempre compleja y que a menudo aparece distorsionada por la controversia ideológica y su egoísmo. En situaciones altamente polarizadas por la pugna política, ofrecer al lector una visión lo más objetiva posible exige otro ejercicio, y es el distanciamiento, que ya vemos cómo son incapaces de hacer. Y quedamos atrapados en el lenguaje, unas veces porque no utilizamos las palabras adecuadas y terminamos diciendo lo que no queríamos decir. Otras, porque con la elección de determinadas palabras, no mostramos tanto la realidad objetiva como nuestra particular visión de esa realidad. Y cuidar eso es fundamental, simplemente, porque todas las palabras se definen en relación a determinados marcos conceptuales que conforman una manera de ver el mundo. Por lo mismo, en lugar de quedarse en la mera desconfianza de los políticos y los medios, Debemos asumir más responsabilidad directa por lo que nos ocurre e informarse por su cuenta. Cambiaríamos nuestra manera de ser… y honestamente, es la única forma que tenemos de cambiarla. Por eso uno lucha, contra todo. Y en esto, les confío una intimidad, para la que el mismo Cercas puso las palabras. No hay arte serio que no aspire a cambiar el mundo. Pero la forma en que el arte cambia el mundo, por historia, es distinta de la forma en que lo cambia la política… es más lenta, más compleja y más sutil, tal vez más profunda. De hecho, a lo que el arte aspira no es exactamente a cambiar el mundo sino a cambiar nuestra percepción del mundo… esa es su forma de transformarlo. La forma en lo que lo hace es distinta, quizás opuesta. El político busca cambiarlo simplificando problemas complejos con el fin de resolverlos. El artista busca lo contrario. Toma un problema complejo y lo vuelve todavía más complejo, para, reinventándola, mostrar una realidad tal y como es. Por eso, el arte de verdad siempre humaniza a los malvados, a los desgraciados, porque, aunque sean malvados y desgraciados, también son humanos. También van al baño. Esta es una de las grandes razones por las que arte y política se mezclan mal y por las que, casi siempre, los artistas son pésimos políticos y los políticos pésimos artistas, lo que no significa que haya un gran arte político, ni siquiera que toda obra de arte no adquiera una lectura y dimensión política… significa solamente que identificar sin más los fines del arte con los de la política es hacerle un flaco favor al arte. Y de paso, a la política. Ahora entenderán porqué, estas semanas estuvieron llenas de gloria. Fue sólo por la cabeza de ellos. De esos titanes. Por algo son eternos.
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