Y el mundo estuvo a punto de caerse, una vez más, por culpa de los mismos desgraciados. El partido demócrata del pesidente Barack Obama fue derrotado con comodidad en las recientes elecciones legislativas de los Estados Unidos. Ganaron los ultraderechistas de un grupo fundamentalista llamado “Tea Party”, los que a pesar de haber aparecido en las boletas de los republicanos, porque ellos también lo son, conforman un espacio más parecido al Ku Klux Klan que al grupo de atildados señores de una democracia moderna, como pretenden supuestamente ser, o aparentar. Un nido de ratas. Difunden sin escrúpulos, como dice MR Jorge Giles, sus rabiosas posiciones contra el aborto legal y el matrimonio gay [igual que alguien de visita por España no muy bien recibido] y a favor del racismo y la supremacía de los blancos. ¿Elegantes, no? Estos fanáticos basaron su campaña electoral caballeros presentándose como los salvadores de la gran crisis que azota al mundo y especialmente a su país, culpando a Obama de no haber generado nada bueno a favor de los intereses nacionales. Digamos que no es fácil, con el aparato de seguridad que recibió de Bush. Ese hombre creía que podía resolver Guantánamo en diez meses. En eso, un arma de lucha en su contra, el gran asunto es que le va a costar toda la legislatura recuperar el control de los servicios de seguridad como él los querría. Ha habido demasiados vuelos clandestinos, demasiadas cárceles secretas y muchas de las personas que estuvieron en eso forman ahora parte de sus servicios de inteligencia. Difícil, porque Incluso en las democracias más consolidadas ha existido siempre una lucha subterránea entre el poder civil y el militar, o el de los servicios. No son palabras mías, sino de Felipe González, supongo que lo conocen…
Volviendo a lo primero, a los de las tacitas de té, tienen su envoltura en un movimiento popular y moralista que clama porque el Estado deje de mantener todo espacio donde se refugian los que en su debilidad social, arrastran al resto del rebaño a la catástrofe. Cobardes. Basta de educación y salud pública, impuestos para sostener el gasto público, la protección ambiental, la inmigración. Basta de tener un presidente negro en la gran potencia blanca. Por lo tanto, nada debíamos esperar de ese mundo ancho y ajeno que va camino a profundizar un modelo social y económico que está en las antípodas del modelo de desarrollo inclusivo. De toda gran crisis los países salen para la derecha o para la izquierda, así de sencillo. O triunfan los mismos que ocasionaron la fenomenal crisis, ofreciendo nuevas ambulancias o fármacos placebos para sus víctimas, o aquellos que proponen más consumo interno, más mercado nacional, más producción industrial, más desarrollo social inclusivo, más educación, más y mejor empleo, más Estado.
El nazismo y el fascismo nacieron de la madriguera gestada en otra gran crisis… hay que sacar lecciones de la historia, supongo. Y una de esas lecciones es que no hay que dormirse en tiempos donde los cambios se suceden a la velocidad del rayo. Los que trabajamos en moda y tendencia lo sabemos bien, pero no actuamos en política. Sí actúan quienes están en la prensa, por otro lado… el triunfante “Tea Party”, que no es un convento de monjes, fue financiado por el multimillonario Rupert Murdoch, dueño del grupo de medios de comunicación más poderoso del mundo. Es decir, por la misma corporación mediática que le hizo la vida imposible a Obama en estos dos años de gestión. Elegante también, ¿no?
A Delacampagne, MR Christian Delacampagne, que murió hace tres años atrás, gran Director del Centro Cultural Francés en Barcelona, Madrid, El Cairo y Tel Aviv, le indignaba la indiferencia que observaba a su alrededor respecto de los crímenes masivamente organizados, como el genocidio de los tutsis en Ruanda o el etnocidio en Serbia. ¿Conocéis a MR Sergio Sinay? El lo dice muy bien. Lo sublevaban también la liviandad y el creciente negacionismo que percibía en torno de hechos monstruosos de la historia humana, como el Holocausto o el genocidio de armenios de principios del siglo pasado.
¿Son lúcidos, mis estimados lectores, Ustedes los adultos, más que los jóvenes?... es interesante tomar de él, de Delacampagne, su concepto de banalización, otro réquiem de la moda, sobre todo hoy, con lucidez, con dolor, con fundamentos y con furor, la forma en que se manipulan conceptos para deformar visiones de la historia, como las bombas nucleares arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki, que no tenía como fin amedrentar a los japoneses, sino impresionar a los soviéticos que se perfilaban como los enemigos en la inminente guerra fría. A un joven se le puede dejar pasar, pero a un adulto, no se le puede perdonar. Si no se respeta el sentido de las palabras, si se mezcla todo, los conceptos se confunden y se vacían. Eso es la banalidad. El vaciamiento irresponsable de las palabras y de lo que ellas dicen. Logrado eso, es posible manipularlas del modo en que se desee. Dictadura, tortura, desaparecimiento [hoy radicado en América Latina, palabras que suenan más fuertes que nunca en mi realidad], son palabras cuyos significados resultan aterradores. Nombran lo que a veces no alcanza a caber en una palabra. Hasta mil novecientos cuarenta y cinco, no existía el concepto “crimen de lesa humanidad”. Y recién en Nuremberg, en el fallo del Tribunal Militar Internacional, se escuchó por primera vez la palabra genocidio. A tal punto son términos precisos, a tal punto nacieron para nombrar lo que era o innombrable o inimaginable.
La banalización, producto del uso ligero e irresponsable de las palabras o de su manipulación premeditada, procura que se olvide lo que contienen, de un valor capital. Si se logra que pierdan su significado, quedan indefensas ante cualquier contexto y con cualquier fin. Ya no revelan una realidad, sino que son usadas para ocultarla, desvirtuarla o intentar cambiarla. Conceptos caballeros, que deben ser preservados y honrados para que no se repita aquello que los originó, solamente, porque cuando dejan de evocar lo que significan, acaba por generar indiferencia, y eso, no es nunca producto de la ingenuidad. Proviene de la mala fe. No lo digo. Lo dice Sartre, que es la actitud de quien sabiendo lo que ocurre, y consciente de lo que hace, pretende hacer como que no sabe. Quien actúa de mala fe sabe siempre lo que hace, y a ese, hay que reventarlo, sea quien sea y venga de donde venga. Hoy se banaliza una historia dolorosa y aún no saldada cuando con un fin mezquino y coyuntural, en el que se combinan rencores personales y voracidad de poder por el poder mismo, se carga desde ese poder contra todo, creando historias insostenibles y manipulando en la embestida conceptos que no pueden rifarse como en un bingo a riesgo de que luego nada signifiquen. Esa puta banalidad en la tergiversación permanente de nuestra historia, la de todos, para acomodarla a los fines del presente.
También hay banalidad en otros sectores de la sociedad, cuando se llama lucha a lo que son simples transgresiones. Cortar calles y rutas, tomar escuelas y edificios, actuar desde la prepotencia del número, negando o impidiendo el sonido de otras voces, confundiendo a menudo urgencias, conveniencias, intereses o deseos con derechos, esa mierda caballeros, no es lucha, porque si lo fuera, no quedaría palabra para nombrar gestas heroicas, dramáticas o trágicas, algunas exitosas, otras no, que se emprendieron en circunstancias adversas, de extremo riesgo de vida y en defensa de valores humanos sin los cuales lo humano mismo hubiese desaparecido. Presten atención, absoluta, porque si los derechos humanos son invocados con liviandad y oportunismo aún por algunos de quienes dicen defenderlos, y pasan a ser medios y no fines, sólo se logra banalizar un precioso concepto. Y eso pasa, las palabras política, programa o acuerdo, sencillamente, no existen. Cuando la banalidad arrecia, cuando nos deja sin herramientas para apreciar, valorar y transformar la realidad y hasta nos muestra cómo, en su adicción bulímica a Twitter, mandatarios, ministros, funcionarios, opositores y todo tipo de personajes representativos de la sociedad y no sólo en la política, también en la farándula, el deporte y la cultura, exhiben impúdicamente su desconocimiento y su ignorancia, la banalidad deja e ser sólo una cuestión semántica. Pasa a ser un cuestión moral. Crisis de credibilidad en una sociedad que se ha complejizado mucho, y en donde el arte de gobernar es algo más que la administración de las cosas. Es, aunque tan pocos lo entiendan, la capacidad de hacer de una sociedad plural en las ideas, diversa en los sentimientos de identidad, y contradictoria en los intereses, un proyecto común que interese a todos en mayor o en menor medida. Ese es el arte de gobernar el espacio público que compartimos. Gobernamos la complejidad, pero además gobernamos hipotecados por esa complejidad, sin un proyecto que enganche al conjunto de los ciudadanos. Y eso pasó porque la democracia se convirtió en mediocracia, en sus dos sentidos: democracia mediática y mediocre. En el mundo es la moneda de cambio y en algunos países como España, principal preocupación. En eso estaba toda su clase política para que por este mismo medio, por internet, y por un sitio como éste, un blog, un solo sujeto, amedrentara a todo un país. Con estas palabras: “Agradezco mucho a los profesionales del arte que me recordasen y evaluasen en el modo en que lo han hecho. No obstante, y según mi opinión, los premios se conceden a quien ha realizado un servicio, como por ejemplo a un empleado del mes. Es mi deseo manifestar en este momento que el arte me ha otorgado una libertad a la que no estoy dispuesto a renunciar. Consecuentemente, mi sentido común me obliga a rechazar este premio. Este premio instrumentaliza en beneficio del estado el prestigio del premiado. Un estado que pide a gritos legitimación ante un desacato sobre el mandato de trabajar por el bien común sin importar qué partido ocupe el puesto. Un estado que participa en guerras dementes alineado con un imperio criminal. Un estado que dona alegremente el dinero común a la banca. Un estado empeñado en el desmontaje del estado de bienestar en beneficio de una minoría internacional y local. El estado no somos todos. El estado son ustedes y sus amigos. Por lo tanto, no me cuenten entre ellos, pues yo soy un artista serio. No señores, No, Global Tour. ¡Salud y libertad!”. MR Santiago Sierra, premio nacional de artes. Había que prender un cigarrillo, largarse a reír y pensar en lo que una mujer, una que quería ser bailarina o trapecista, que unos cuantos días antes había dicho al ser electa primera presidenta de Brasil, MS Dilma Roussef: “Quienes como yo hemos luchado por la democracia, somos amantes de la libertad. Dije y sostengo que la prensa libre es indispensable para la democracia. Dije y reafirmo que prefiero las miles de voces de la prensa al silencio de los dictadores ”… y después de emocionarte, escuchar: “Nadie se imagina cuántas secreciones salen de un ser humano cuando es golpeado sin parar y es torturado. Porque esa cantidad de líquidos que tenemos, la sangre, la orina, el excremento, aparecen en su forma más humana”, por experiencia propia. No creo que haya falta decir nada más. Enhorabuena, nos han regalado un réquiem... para un sueño. Lo necesitábamos.
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