Un artículo publicado hace una semana exacta en el periódico oficialista de mi país, en relación a una pasarela local levantó pasiones, buenas y malas, algunas opiniones divertidas y otras siniestras. Por las redes sociales corrió como la pólvora y gracias a las nuevas autopistas de la información, fue el alimento para el cotilleo de absolutamente todo el pequeño circuito de la moda en esta zona austral del globo. Levantó opiniones, y precisamente, esa era la premisa. Porque esa debe ser la función de un artículo caballeros: generar opinión. Y esa es la responsabilidad de cualquiera que ose dedicarse al periodismo y publicar. Es su principal responsabilidad, porque si no genera opinión, no sirve para nada, porque si no existe opinión, no existe nada. Precisamente esa es la función de un medio de comunicación, cualquiera que sea y en cualquier soporte. No cuento nada nuevo ni nada que ya cualquiera no sepa.
El día que el director de ese medio me confió la responsabilidad de escribir sobre ésta área específica ante la ausencia nacional de verdadero periodismo de moda, porque sólo existe un solo nombre con el conocimiento suficiente, en las filas de otro medio escrito y privado, lo único que le exigí fue: “Asegúrame la libertad de prensa, nada más”. Y ese caballero, excelente y pragmático periodista pasado por mil y una calamidades, aceptó, porque consideraba que era necesario. Fue un acuerdo mutuo bajo un código que era hacer periodismo, periodismo de verdad, sin proteger intereses particulares ni públicos. Si un diseñador tenía una colección deficiente, habría que decirlo. Si un privado organizaba una pasarela convocando prensa y era deficiente, había que decirlo también, pesase a quien le pesase. Volviendo a esa pasarela, se escribió y se publico sólo lo que se vio, sin ningún tipo ni intención de cizaña, pero la gente enloqueció, tirando toda una montaña rusa de descalificaciones posibles, y por todos los medios posibles. Lamentablemente, esa tormenta de insultos no quitaba ni un solo minuto de sueño, porque era lógico que sucedería, de dos dedos de frente. ¿Han visto Ustedes alguna vez a un actor de televisión dando la bienvenida y clausurando alguno de los desfiles en la Semana de la moda de París? Jamás. ¿Creen que alguno de los organizadores de las pasarelas internacionales tendrían la poco elegante desfachatez de hacerlo ni más ni menos que en un centro comercial, paseo dominical de media ciudad existiendo un Museo Nacional de Bellas Artes, un Museo de Arte contemporáneo, otro de Ciencias Naturales, una Biblioteca Nacional, un Ministerio de Justicia, edificios joya de una belleza e imponencia que quita el aliento que además de tirar por los aires a los creadores, movilizarían el sublime patrimonio arquitectónico y el centro neurálgico de la toma de decisiones de un país? La respuesta es no. No había que ser muy listo para darse cuenta que la americanización de cada aspecto de la vida pública y también privada de esa sociedad en específico iba tomando tildes alarmantes, en donde fabulosos proyectos de creación iban siendo ahogados sin posibilidad de réplica y en donde los medios de comunicación miran al norte sin siquiera darse la molestia de preguntarse si entre esos pequeños talleres o habitaciones existen personas con un mundo tan rico en su trabajo que podrían convertirse en verdaderos embajadores en su propia tierra, haciendo soñar a su propio país… y ni ellos mismos lo sabían, precisamente por lo que sucedió con ese artículo, que era nada más que un perpetuo mal nacional de cortar alas, con bruxismo, en un eterno malestar, en una eterna discordancia, sulfúrica mediocridad de la autocomplacencia. Todo aquello, lamentablemente, alimentado por una rampante déficit de cultura y educación, patrimonio de países jóvenes violados por constantes golpes de estado, actualmente polarizados en una grotesca lucha de clases y la poca elegante disposición de hacerlo saber, y más grave aún, vanagloriándose de eso. Como para paralizar a cualquiera que se viera inmerso obligadamente en ese pequeño cuadrado, en ese freudiano delirio.
Una semana antes de esa situación, frente a MR Milan Ivelic, Director del Museo Nacional de Bellas Artes y un buen café lo volvía a reconfirmar, de su propia boca, de la boca de uno de los pocos y quizás últimos gentleman que quedasen en el país, en su ya séptimo decenio de vida, viniendo de vuelta del bien y el mal, como toda persona con historia, e historias. Ni bien llegué a realizarle una entrevista para otro medio impreso, ante su negativa de no concederme la entrevista por considerar un lenguaje soez en un artículo escrito por un actor [que efectivamente caía en descalificación], después de una pelea y hasta el atrevimiento de golpear su mesa mirándolo a los ojos, finalmente aceptó y en tres horas y media me explicó ese constante malestar, en un fabuloso relato de idas y venidas, de silencios y también risas, del por qué de aquello y en la falta de educación abismal, por parte de ricos y pobres, en la regla de no apoyar nada, ni a nadie, en establecer jerarquías y mantener las oficialidades en absolutamente todos los sectores. Milán decía que veía a su país con un malestar permanente, en donde no se lograba el respeto a la dignidad humana y el cuidado al ser humano. La desigualdad era muy fuerte, según él, porque no se ha tomaba aún la conciencia que todos tienen derecho a oportunidades para hacer mas cualitativamente: “Nos creen a todos imbéciles, tienen que nivelar hacia abajo. Sin duda una falta de educación de la clase dominante y la diferencia abismal entre lo público y lo privado”. Y después de haberlo vivido quien les escribe en carne propia, tenía toda la razón, qué quieren que les diga. Me quito el sombrero.
Respecto a la moda en la misma ubicación gráfica, una actividad que poco existe porque tampoco existen sus bases fundamentales, que son la capacidad fabril, la ausencia tecnológica para el procesamiento de las materias primas existentes, la relación de matrimonio con el show business y la televisión donde todo lo confunden, y la prácticamente nula existencia de medios escritos donde puedan desarrollarse escritores, fotógrafos, estilistas, por supuesto, ponen las cosas muy difíciles. Precisamente esa razón generaría que lo publicado generase tanta conmoción, que corriese como la pólvora. Un aparato de relojería, y estaba muy bien. ¿Cómo podías decir que una cosa como lo hecho en ese centro comercial fuese un aporte?, ¿Aporte para quién?, ¿Para los diseñadores, que más allá de periódicos locales, uno que otro canal de televisión y un ejército de blogs escrito vaya a saber uno por quién les daba verdaderamente visibilidad para la ampliación de sus enseñas? Creo, humildemente, que la respuesta se daba por sentada. Lo sucedido ahí fue una promoción de un centro comercial, una multitienda y sus firmas, nada más. Y estaba muy bien, pero eso no te daba la excusa para coger un puñado de diseñadores, ponerlos a desfilar como puedan y reclamar con pompa que es un evento de trascendencia vital para la moda nacional y sin bastarte, atacar y además, injuriar a las voces que ponen en juicio la verdadera condición y utilidad de un hecho y encima al propio medio de comunicación. Como para una película, o una telenovela ya que estamos aquí y son el alimento diario. Una vez más, pecando en la repetitividad, no extrañaba, porque es parte de la idiosincrasia nacional, y eso señores, no te puede afectar, porque es sólo carcasa, y las carcasas dan igual, porque son sólo envoltorios. Como decía Milan “el camino no es la censura, es la educación”. Un crack.
El gran tema, y para disgusto de unos y alegría de otros, dando un paso, era abrir los ojos, tarea compleja cuando se está acostumbrado a tapar el sol con un dedo, pero tampoco imposible. El aporte real de una pasarela, una pasarela de verdad, desde la creación independiente, es hacer lo suficiente para que primero los creadores locales crucen las fronteras a través de los medios de comunicación internacionales, que son globales y en primera línea. Luego, traer otros para que a partir de la observación y el intercambio generen nuevas vanguardias y desarrollen el mejoramiento de sus propuestas. Después, hacerla sonar lo suficiente para que sea capaz de movilizar la ciudad, incrementar la ocupación hotelera, la vida nocturna y la industria de la restauración, como lo que hizo y sigue haciendo inteligentemente Barcelona, donde el gobierno tomó cartas en el asunto, partiendo por su financiación primero a los creadores a través de espacios-taller y segundo a la propia pasarela transformándola en herramienta para la promoción de la ciudad en el resto de Europa y el mundo como atractivo turístico. Lo vuelvo a repetir caballeros, porque así es. Los días en que se da cita, la ciudad es una fiesta, y es la fórmula que hay que replicar, pero para que eso suceda, deben comprometerse todos los actores involucrados [gobierno, privados y medios de comunicación] y hacerlo estallar. Eso caballeros es una pasarela que aporta, a sus diseñadores, a su ciudad y a su país. Chile tiene la estabilidad política y económica para asumir una cosa así, y Santiago tiene los espacios [fabulosos, verdaderamente excepcionales], los mejores hoteles, bares, restaurantes y clubs para hacerlo realidad. Es solamente el querer hacerlo, demostrar que una historia lo suficientemente oscura en el pasado no logró ser lo suficientemente poderosa como para asesinar la ilusión. Sigan opinando, pero también hagan, de eso se trata todo esto, de nada más. Generen Producto Interno Bruto, porque podríamos estar todos mejor. Cuando en ese mismo periódico, en el primer artículo se terminaba con un “La gente se ha empezado a movilizar, se acabó el aislamiento, y está muy bien. Nos unimos a eso, a mostrar lo mejor de lo nuestro, de la Nación. Sean muy bienvenidos”. No era ninguna broma, tampoco palabras en el aire. Me alegra que hayan prestado atención. Gracias por los comentarios, de eso se trata, de moda y opiniones. Ahora a trabajar, todos. Estaremos muy bien, tengo la seguridad.
4 comentarios:
Sr. Alex:
Acabo de comentar su columna en el diario La Nación, así que espero la lea. Me dirijo ahora a usted, a través de este medio, ya que el espacio asignado en la edición online del diario La Nación, no me permitió expresar una última opinión, referente precisamente a esta publicación "Moda y opiniones". Cito una frase que me pareció la más notable:
"¿Han visto Ustedes alguna vez a un actor de televisión dando la bienvenida y clausurando alguno de los desfiles en la Semana de la moda de París? Jamás."
Solamente me gustaría aclararle Sr. Ceball (en caso de que usted no se haya localizado geográficamente en el mapa), que estamos en Santiago de Chile, no en París. Por consiguiente, su pregunta retórica está completamente fuera de lugar. Que yo sepa, "Vanguardia Made In Chile" jamás se ha querido parecer a los desfiles de Chanel, Lanvin o Balmain, a los cuales por cierto, no tiene nada que envidiarles.
Saludos,
Jesús Sire.
test
Jesús, quiero comentarte algunas cosas. Al leer tu comentario, me doy cuenta de que se hace evidente lo que dice Alex, respecto a esta costumbre simplista o simplona más bien, de nivelar hacia abajo. Se hace evidente en cada comentario en contra de la columna. Es increíble como buscan párrafo por párrafo, línea tras línea, dónde refutar algo que diga la columna. Y lo que tú comentas es aún más explícito.
Te refieres a la pregunta “retórica”. De partida la pregunta no tiene nada de retórica, es absolutamente clara y directa, no persuade por ninguna parte. Todos sabemos que estamos en Santiago de Chile y no en París. Es evidente que la gente que ha logrado hacer crecer y a veces surgir de la absoluta NADA un circuito de moda en distintas partes del mundo, no piensa como tú, gracias a Dios. Porque es justamente cuando uno nivela para arriba, cuando existe la posibilidad de generar industrias de nivel. Obviamente la intención en el texto no es de criticar ni al actor, ni menos a los diseñadores. Es que simplemente es mezclar peras con manzanas, y el fin principal que tiene una pasarela, que es abrirles mercado a los diseñadores (entre muchísimas otras cosas), no se cumple, eso es todo. La idea es que la prensa vaya a ver el circuito de diseñadores, no por el actor que presenta el asunto, ni tampoco por las figurillas que van de invitados: ¿Es tan difícil de entender?.
Y por último, como guinda de la torta terminas diciendo que "Vanguardia Made In Chile" jamás se ha querido parecer a los desfiles de Chanel, Lanvin o Balmain, a los cuales por cierto, no tiene nada que envidiarles”. Si tú realmente crees que la pasarela que vimos en Parque Arauco no tiene nada que envidiarle a una de Chanel, sencillamente no tienes ni la menor idea de lo que hablas, y en esto sí que estoy seguro que cualquiera que trabaje medianamente en este rubro estará de acuerdo. Y por último, la intención principal, más allá de generar opinión o debate (que lógicamente es la primera parte), es que se generar algo real, que nos deje mejor a todos y que podamos mostrar a todo el mundo, y no sólo a un grupo de estrellitas de televisión y un par de señoras que sólo quieren ver a la Bolocco mostrando “su” colección en un MALL.
Saludos.
Jorge Reyes.
Sr. Reyes:
Respeto mucho su opinión, pero aún así considero chaquetera y poco constructiva la crítica de personas como usted y el Sr. Ceball hacia iniciativas como Pasarela Santiago o Vanguardia Made In Chile. Conozco personalmente a la productora detrás de ambos eventos y ella, con su trabajo y experiencia en el medio, ha logrado insertar, poco a poco, el mundo de la moda en nuestro país, lo cual me parece bastante loable.
Para su información, reviso, a medida que se van publicando, todos los desfiles de Chanel, Valentino, Vuitton, entre otros, por tanto conozco el nivel de producción que conllevan y el espectáculo que constituyen. Sin embargo, creo que proyectos chilenos como Vanguardia Made In Chile, son plausibles, más que criticables, ya que nos encaminan hacia un nivel más alto en cuanto a moda se refiere. Todos los grandes comienzan con algo y creo que el desfile de Vanguardia... es un excelente puntapié para un país como el nuestro, donde dicha industria no está precisamente muy desarrollada.
Todos tenemos derecho a dar nuestra opinión si así lo queremos, no obstante me parece que si se va a ser tan negativamente crítico, al menos hay que superar o igualar el nivel de experiencia de aquello criticado. Que yo sepa, no es su caso, ni tampoco el del Señor Ceball.
Saludos,
Jesús.
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