Anoche, la ciudad de Nueva York explotó dentro de las salas del Metropolitan Museum con ALEXANDER McQUEEN: SAVAGE BEAUTY. Entre actrices holywoodenses, diseñadores de holdings, editoras y corresponsales de medio planeta [de holdings editoriales también], de blanco absoluto, Sarah [Burton] se paseaba en silencio entre un centenar de piezas hechas por Alexander McQueen y detrás, con un perfil bajo, por ella misma. La imaginación lleva a pensar, por su semblante, quizás, hasta un sentimiento de desprecio silencioso por toda la masa de gente que la rodeaba, y estaba en todo su derecho. Sabía lo que había. Después de quince meses desde el suicidio de Alexander, en donde esos mismos medios que ahora alababan la vida de su jefe y amigo, tomaron su muerte como materia prima para ensalzar el siempre bienvenido escándalo, después pusieron precio a su cabeza en la presentación pública de la siguiente colección de la casa, en un aire viciado donde cientos de lenguas cuestionaban su calidad profesional para igualar a su maestro, ocasión donde les pego un puñetazo a todos con una colección maestra. Sarah nada tenía que envidiar, a nadie. Y se los dejó muy claro.
Después de esa prueba de fuego, jugó una impecable estrategia de silencio y al mismo tiempo de organizar la soberbia muestra que será abierta a los mortales a partir de mañana, junto al Fashion Institute y la complicidad del curador Andrew Bolton, Harold Koda y la directora de la edición norteamericana de la revista Vogue, Anna Wintour, hace una semana, ella misma, Sarah, se encargó de hacer más ruido que cualquier exposición posible en cualquier museo del mundo, ni más ni menos que en el cuerpo de la futura reina de Inglaterra: Catherine Middleton. Hizo ver lo suyo y el imaginario de su fallecido amigo por más de dos mil millones de personas de punta a punta del globo terráqueo. Lo de anoche era simplemente el punto culmine de la hipnotizante estrategia de una mujer brillante, y lo ha hecho excepcionalmente. Esa inglesa pasó del bien y el mal, y estuvo muy bien. Para levantarse y aplaudirla, nada más.
Alexander, hoy, ha hecho correr más tinta que ningún otro diseñador contemporáneo. Debe de mirarnos a todos desde arriba y negar con la cabeza apretando los dientes. No lo debe poder creer, y seguramente se lo imaginaba. El no estaba para este tipo de cosas. Ya vemos que Sarah piensa exactamente igual. Bien lo cuenta Eugenia [de la Torriente] en un medio escrito español el día doce de febrero, hace un año. Alexander era un tipo complejo, también extremo. No le gustaban las gilipolleces, de nadie. Como bien lo describe, la brutalidad, el romanticismo, la pasión, el drama, la muerte y la destrucción fueron los ingredientes para catalogar la carrera de McQueen. Por eso se considera que sus diseños son un fiel reflejo del estado de su torturada mente, y muy pronto y en exceso se le concedió la categoría de artista genial, con la igual de torturada carga que ello conlleva. A lo mejor pensó que ya no le quedaba nada más que hacer aquí, en este mundo siniestro y tan sinsentido como toda esa masa de gente en el Metropolitan lo acaba de demostrar, donde gran parte de un puñado de mujeres de cuestionable prestigio, poca meritocracia y mucha visibilidad luchaban por aparecer en la foto sin saber siquiera lo que llevaban puesto, a lo mejor no serían capaces siquiera de identificar las materias primas de los vestidos prestados que llevaban, y no se les puede criticar, porque sencillamente no les interesa. Es sólo cosa de mirar la cara de Sarah en todas las fotografías publicadas de lo sucedido anoche en la gran manzana.
Dice el comunicado del Metropolitan que Alexander promovió tenazmente la libertad de pensamiento y de expresión, defendiendo la autoridad de la imaginación. Y es muy cierto, porque al hacerlo, fue un ejemplo caballeros de la persona romántica, el héroe-artista que sigue incondicionalmente a los dictados de su inspiración, de su corazón, y de esos, prácticamente no quedan en las grandes ligas. Sólo están en lo independiente. Precisamente tuvo que suicidarse ese tipo, que magistralmente expresó la originalidad más fundamental y rabiosa a través de métodos de corte y construcción que fueron innovadores y revolucionarios. Este ingenio técnico era evidente ya en su colección de graduación en el Central Saint Martins, y a lo mejor era un mensaje de antelación a lo que sucedería después… titulado “Jack el Destripador acecha a sus víctimas” [1992], introdujo diseños tan emblemáticos como el de tres puntos "origami". En su primera colección después de graduarse lanzó su "bumsters", pantalones que estaban dispuestos tan bajo en las caderas que revelaba las nalgas, siendo un diseñador de la confianza de que sus formas y siluetas, como la "bumster," se establecieron desde sus primeras colecciones y que mantuvo relativamente constante a lo largo de su corta carrera. Todo lo que hacía Alexander se basaba en la adaptación, donde junto a la precisión y las tradiciones de confección y patronaje, bailaba un vals con la espontaneidad y la improvisación de drapeado y confección en un enfoque que se hizo más refinado después de su mandato como director creativo de Givenchy, en París, desde el noventa y seis hasta el dos mil uno. Este es el enfoque, a la vez riguroso e impulsivo, disciplinado y sin restricciones, que subyace a la singularidad de McQueen… ese tipo era inimitable, y Sarah lo sabe muy bien. Ha tirado las cartas sobre la mesa desde esa perspectiva, y ha ganado la partida.
A Alexander la depresión se lo comió. Después de enterarse del suicidio de Isabella Blow, su descubridora y catapultadora en el dos mil siete, su siguiente colección, como describe implacable Eugenia, fue un tributo a su valiente excentricidad en la primavera del año siguiente. Para la colección de otoño-invierno 2009 presentada en la capital francesa lo tildaron de misógino y fue ferozmente criticado por su falta de pragmatismo al presentar una enorme montaña de basura que enmarcaba a modelos de frágil andar dentro de reproducciones caricaturescas de los grandes clásicos de la alta costura. Un pre que pudo ser la voz de alarma a lo que en su cabeza se estaba cocinando, para que el once de febrero hace un año atrás, fuese encontrado ahorcado en su casa londinense, aparentemente, tras no superar la muerte de su madre una semana antes. Cuando eso sucedió y las razones se conocieron, el propio circuito de la moda se cerró en sí misma, hermética, nadie dijo ni una sola palabra, a nadie se le permitió hablar imbecilidades ni dar opiniones, era un tema de respeto por él. La casa ya se encargaría de hablar, y sería más que suficiente. En eso las mujeres de la industria fueron verdaderas damas y los hombres auténticos caballeros, y ahí se cerró el tema. Anoche, pasó lo que hace un año no sucedió, y fue disparar a Alexander por los cielos, y a lo grande. No lo hizo ni Middleton, ni el Metropolitan, ni Wintour, ni nadie. Fue Sarah, sólo ella, y lo hizo como quería: poner a su amigo en un altar, y porque lo merecía. Y así fue. Los ríos de tinta ya están impresos, las pantallas digitalizadas y las celebridades en la foto. Aquí se cierra su tema, y con cremallera de oro. Así fue dispuesto. Visiten su exposición, conozcan su mundo, créanme, no será una pérdida de tiempo. Felicidades por Sarah, y por supuesto, por Alexander. Que en paz descanses y para Sarah, larga vida. Enhorabuena, por ambos.
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