Esta semana, gran parte de los editores de revistas independientes [las buenas], se encuentran enclaustrados en las redacciones y las imprentas cerrando las ediciones de segundo semestre. Algunos avanzan más, otros siguen con teléfonos a dos manos hablando con escritores, fotógrafos, estilistas, gráficos, artistas, directores de cuentas y responsables de marca. Por estas fechas, el estrés es total. Para muchas, este semestre será clave para la subsistencia de sus medios [dada la crisis que sigue sin dar tregua, absolutamente a nadie y apaleando con mayor fuerza a lo que papel se refiere] o el fin de un sueño. Probablemente, los números que pronto verán en la calle, proporcionarán quizás los mejores contenidos que se hayan visto en mucho tiempo, y estará muy bien. En esas circunstancias, por supuesto, el resto del mundo deja de existir, aún cuando el mundo siga su curso, su historia, hoy por hoy, de forma macabra. Principalmente, sobrevivirán dos tipos de proyectos. Los primeros, cuales hagan olvidar al gran público de la realidad y se conviertan en soporífero a través de lo sublime. Los segundos, quienes se enfrenten directamente y sin rodeos a la realidad más prepotente, siempre desde el pragmatismo, con la misma prepotencia. Ambos, cuando entiendan e integren el concepto de globalidad y universalidad en base a su realidad directa, igual de global y universal. El resto, lamentablemente, lo tendrá muy difícil, y será una pena. Sin embargo, los que sepan cómo hacerlo, lo harán muy bien, porque pertenecen la mayoría de ellos a esa generación de jóvenes que dejó de creer en cuentos chinos, o en la perpetua relación monárquica que antiguamente regía el mundo editorial, específicamente en el dedicado a la moda, las artes y las tendencias. Y en realidad, a todas las áreas de la máquina industrial, total.
¿Por qué? Porque precisamente, han sido esos tres sectores que en mayor o menor medida, han legitimizado los cambios, primero, de los órdenes preestablecidos y después, la resistencia, desde un punto de vista coherente y aplicado a todas sus áreas de acción y creación, con sobriedad, sin caer en la propaganda ni la sectorialización. ¿Por qué? Porque es el mismo mundo y sus sociedades quienes han ido cambiando la forma de entender ese mismo mundo, y cómo esos sectores de la edición, la moda y el arte independiente son o no capaces de entenderlo y retransmitirlo bajo sus líneas básicas. Deberán ser muy astutos. Moisés [Naím] habla de la reconversión del idiota sobre el prototipo descrito por Mario Vargas Llosa. Lo señala como el que cree que somos pobres porque ellos son ricos y viceversa, que la historia es una exitosa conspiración de malos contra buenos en la que aquellos siempre ganan y nosotros siempre perdemos, siempre en el pedestal entre las pobres víctimas y los buenos perdedores, no tiene empacho en navegar en el ciberespacio, sentirse online y, sin advertir la contradicción, abominar del consumismo... ¿Quién es él, según ellos? El idiota. No dejan de tener razón. Aquello lo traducen en una demoledora disección de las malas pero populares ideas que han tenido a muchos países empantanados en el subdesarrollo y la corrupción. También ofrecen un muy preciso retrato del tipo de personas que creen en estas ideas y las promueven. Sus reflexiones obligan a pararse, apagar ordenadores, móviles, salir a caminar y sacar cosas en limpio, y rápidamente. De ahí nacen las bases para la resistencia, ordenando todo como un juego de naipes sobre la mesa, y cuidando en su estrategia no perder la partida.
¿Qué mostrar en una revista [existiendo tanta competencia], o qué decidir publicar o no en una reunión de pauta, para llevar algo a lo impreso que será leído por infinidad de personas y extendido también a la red, con alcance aún mayor, cuando un tipo como Sampedro, MR José Luis Sampedro, economista, filósofo y autor, te dice en la cara que nuestro tiempo es esencialmente un tiempo de barbarie? Donde no se refiere solo a la violencia, sino a una civilización que ha degradado los valores que integraban su naturaleza. “Un valor era la justicia. Dígame si Guantánamo o lo que pasa en China es justicia. Se juzga a la gente en virtud de la presunción de culpabilidad. Todo eso del ataque preventivo, un nombre eufónico para hablar de la ley de la selva. En dos mil años, la humanidad ha progresado técnicamente de forma fabulosa, pero nos seguimos matando con una codicia y una falta de solidaridad escandalosas. No hemos aprendido a vivir juntos y en paz”. Desde el punto de vista de un editor, las cosas se complican. Aparte de hacerlo visualmente atractivo para lectores, avisadores y colaboradores, ¿Quieres hacer algo guapo, edulcorado y que pueda llevarse bien con dios y con el diablo y funcionar comercialmente? [que en lo que a nuestra área respecta, esa es la principal premisa], ¿O quieres hacer algo más?, ¿No tendrá ningún valor que la recién nombrada directora de un medio como The New York Times, Jill Abramson, tenga fama de “tener más pelotas que los Yankees de Nueva York” o “Pelotas como melones de acero”? Vuelvo a una respuesta de Sampedro: “La gente vota a uno como Berlusconi porque la gente no hace crítica, porque acepta la creencia que le proponen a base de bombardearle con los medios. Los titulares de los periódicos son efímeros, tienen muy poca importancia frente a cosas como Guantánamo, un insulto a la justicia y a la inteligencia. ¿Y de Japón? ¿Y de Haití? Del sida en África, o de la falta de educación, no habla nadie porque no interesa al poder, que es el que dispone de los medios, que dicen lo que al poder le interesa. Contra eso hay que indignarse, reaccionar y decir no”… ¿Puedes pasar de esto, hacer cómo que nada de esto existe, ni está sucediendo? Puede ser, sería posible, probablemente hasta muchos lo hagan este próximo semestre, pero como están las cosas, habría que pensar hasta qué punto la gente que compre un producto como una revista de colección vendida en los mejores museos del mundo y los puntos más exclusivos del planeta, aceptará esa planeada invisibilidad de la realidad, la incapacidad de generar un registro fiable, amistoso y pragmático de un tiempo y su desplazamiento correlativo. Ahí se verán cuales son las revistas del montón, y las buenas lo saben, y están trabajando entorno a ello, y así tiene que ser. Ya no queda plan B, porque el tiempo ya está sobre todos. Será interesante ver el resultado general. Observaremos.
Mientras eso sucede, las palabras de Sami Naïr, para quien les escribe, en un profundo silencio [por un tema pasional y personal por esta área], resultan de una reflexividad removedora. Dice MR Naïr que el inconveniente de esta edad de oro de la comunicación y la información es que no hay medios para saber lo que sucede, y es cierto caballeros. De los medios de masa a la masa de los medios… Sami pregunta si la sobreinformación, reducida a la recopilación de los acontecimientos y de los sucesos, será acaso información… ¿Adónde ha ido a parar la capacidad de relacionar acontecimientos diferentes cuando todo es rebajado y banalizado por unos hechos entregados de cualquier manera, tan alejados en su importancia como en su significado? La prensa escrita pierde terreno ante la masa de los medios audiovisuales y hace comprender a Usted, señor lector, que tiene alguna cosa importante que decir. Cuando ha elegido los análisis de fondo, en resumen, una exigencia que no se basa en la facilidad de los hechos sino en la voluntad de aprender… ¿Se equivoca Sami? Personalmente creo que no. Aquello, por supuesto, sumado a que los periodistas trabajan a las órdenes del poder y el mercado, no todos, los hay que se resisten y reaccionan. De ahí la resistencia, pero incluso los que siguen la corriente lo hacen inconscientemente: eso que llaman la información es una parte de lo que pasa, ocultando todo lo demás. Como cuando en una biblioteca hay libros delante y no dejan ver lo de atrás. Lo hacen inconscientemente porque saben que eso es lo que vende. Y de esos señores, al final, no se acuerda nadie.
La masa de los medios fabrica sobreinformación, da incluso a cada uno el derecho a hacerse su propia información, ¿pero con qué finalidad? Si observamos los grandes acontecimientos que aparecen y desaparecen a la velocidad del relámpago, nos damos cuenta de la verdad que su rol no es el de dar a conocer sino el de fabricar olvido. Sin embargo, la fábrica del olvido no es incompatible con la reproducción de la dominación mediante la manipulación. Produce sentido insensato, rebajado con el divertimiento vulgar y aparentemente inofensivo. El monstruo sonriente. Más original, la manipulación indirecta, que aspira a producir consenso alrededor de un orden democrático totalmente pervertido por la falta de capacidad para tener peso sobre sus fundamentos. Y es tanto más cierto que los medios parecen no tener un contrapoder. ¿Deberían surgir desde la independencia un contrapoder a los propios medios? ¿Alguien dijo 2.0? Y el gran tema caballeros, es que los 2.0 empiezan a sonar cada vez con mayor fuerza, y desde un fin: el de Manuel Vicent: “saber parar”. Saber parar a tiempo, tener el sentido del límite es la primera regla del arte. Este principio debe aplicarse igualmente a cualquier ideal o sentimiento colectivo, ya se trate de una revolución o de una juerga entre amigos y por supuesto también a la insurrección. El fin es encontrar una salida desde un fermento interior para evitar que el tiempo lo pudra. Ni siquiera la moda más frívola en las corbatas es posible si no se expande previamente en el campo magnético de la estética. Los proyectos que saldrán, no les quepa duda, serán más elevados que la bazofia ideológica que nos sirven ciertas tertulias televisivas y una dialéctica más sutil que esa crispación que los partidos nos ofrecen a cara de viga sin un mínimo sentido del Estado. Habrá que verlo en papel, y si eso sucede, como dice Sampedro, ocurrirán cosas que no se pueden prever, pero que conducirán a una situación distinta, dará paso a un nuevo sistema. Los buenos, los mejores del mundo, deberán, desde el sentido común, enrolarse en aquello. No habrá forma de que no puedan sobrevivir. Están en ello, están trabajando. Estén atentos. Es el juego de la resistencia.
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