No resultó fácil el jueves pasado sentarse a pensar en algún tema, el que fuese, daba igual; sintiendo el ruido de dos helicópteros sobrevolando arriba de tu cabeza, y cercano, casi en tu oreja, el ruido ensordecedor de las cucharas de metal golpeando cacerolas… por toda la ciudad. Hoy se volvió a repetir. Se te encogía el corazón. Pero ahí estaba, todo el país haciendo esa protesta contra la brutal represión que la policía militarizada chilena hizo contra sus estudiantes, contra sus niños. Hoy tampoco fue fácil, viendo por todos los medios de comunicación, locales y también extranjeros, la guerra civil que se libraba a pocas cuadras de tu casa, con los ojos irritados de la picazón gracias a los gases repartidos a unos pocos kilómetros. Y estaba muy bien, era legítimo. Eran la importantísima suma de cien mil personas primero marchando [luego corriendo] por el centro de la ciudad, escapando y enfrentándose a la policía armando una gresca [infiltrados de la propia policía de por medio haciendo desmanes] por… ¿educación?, ¿Por uno de los derechos universales más elementales para cualquier mortal, junto con la alimentación y la salud? Era realmente cautivante a la retina caballeros, eclipsado únicamente por la explosión de violencia en Londres y el resto de Gran Bretaña teniendo al mundo entero con la boca abierta, sin dar crédito a una rebelión ya hace años silenciosamente anunciada.
Por aquí, el país entero ardía, y por una razón muy sencilla, que era al final, nada más, que la gente abría los ojos. Primero los jóvenes, una suma gigantesca en el país que no se sentían escuchados. Y se trataba de una enorme suma que nació en Democracia, no en dictadura, que les pegó como una bofetada, violenta, a palma abierta un presidente que consideraba la educación como un bien de consumo, como todo lo demás. Pero era un empresario, uno más de los “chicago boys”, en un país donde gracias a esa misma gente, la mayoría se siente abusada [por no decir violada] por la letra pequeña, los contratos que solos, como por arte de magia, se renovaban sin procedimientos claros, promesas de campaña incumplidas después de venir, con altos y bajos, de una tradición de servicio público honesto por su propia situación de australidad con respecto al resto del mundo después de una otrora y brutal represión militar. Donde se habla todo el tiempo de “conflictos de intereses” para ocultar que se trata realmente de corrupción consentida por la clase dominante. El gobierno, compuesto en su totalidad por esos típicos nuevos ricos de toda la vida hijos de inmigrantes, ardieron en sus despachos cuando el antepenúltimo presidente dijo a la prensa extranjera, global, que el actual gobernante concebía al gobierno como una empresa, reemplazando ministros cada dos por tres, hablando por televisión y cambiando sistemáticamente de opinión según sus propios intereses y actuando con escasa transparencia… y tenía razón. Hoy se había vuelto a poner de manifiesto, y los niños no dieron su brazo a torcer. Sus padres tampoco, familias completas, miles de adultos y jóvenes saliendo a calles y plazas para expresar su repudio, golpeando sin cesar ollas, cacerolas y objetos metálicos a la represión desatada contra los estudiantes, y contra ellos, contra el país. Se te dibujaba una sonrisa en los labios.
El conflicto estudiantil al fin del mundo ha puesto a estudiantes de secundaria, universitarios y profesores a realizar marchas de protesta, ocupaciones de centros, asambleas, huelgas de hambre y todo tipo de movilizaciones en las ciudades más importantes en demanda de cambios constitucionales para que el Estado asuma un mayor papel en la educación, aporte recursos y reforme un sistema educativo construido durante la dictadura. Han puesto entre la espada y la pared de un solo empujón a una administración desconcertada ante un fenómeno social cuya existencia se ha empeñado en negar, cuyo índice de aprobación ciudadana cayó hasta un impresionante veintiséis por ciento, el más bajo que haya tenido un gobernante desde el regreso de la democracia hace un poco más de dos décadas. Les salió el tiro por la culata. Primero los estudiantes y luego casi la totalidad de la población, tomaron una inusual postura confrontacional con el gobierno y la “élite” empresarial, exigiendo cambios radicales en la educación, el transporte y la política energética, y así fue hace una semana, y así volvía a ser hoy, donde el gas lacrimógeno cubrió los rincones de Santiago, con personas arrestadas y decenas de policías y manifestantes heridos en un país que aparecía ante la comunidad internacional como un modelo de consistencia económica y administración fiscal prudente, pero que ocultaba por todos los medios posibles [y sus medios de comunicación] un profundo descontento con el modelo neoliberal y sus consecuencias económicas para aquellos que no formaban parte de la élite económica, es decir, para prácticamente todo el país, con el mayor ingreso per cápita en América Latina, pero también con una de las distribuciones más desiguales de la riqueza en la región y el mundo. Entenderán por qué aquello era legítimo: porque simplemente están pidiendo una sociedad más justa, una sociedad más igualitaria. No se trataba [como los medios locales controlados por esa élite empresarial han empeñado en transmitir a la población con escasos resultados] de una lucha entre izquierdas y derechas extremas, tampoco de una subversión contra el orden público [háganme el favor…], sino, como bien explica el corresponsal Manuel Délano, el malestar latente que persiste en amplios sectores de la sociedad contra la desigualdad del modelo económico, a pesar de su crecimiento, el moderado desempleo y el buen orden de las cuentas públicas. Y qué quieren que les diga, vivido en carne propia, una de las luchas de clases más paralizantes que me haya tocado presenciar en lo que me va de vida, paralizante, aterradora, siniestra.
Coincidiendo las fechas de estas protestas con el primer año de regresar al país, en el caso de quien os escribe, después de haber montado [a propósito y con pleno conocimiento de causa] grescas en importantes medios de comunicación escritos, locales, a través de la opinión, la libertad de prensa y las nuevas tecnologías de la información ante situaciones de monopolio y lucha de clases en las áreas creativas que os trae hasta este sitio, resultan hasta graciosas las palabras de MR Juan Arias, cuando afirma que antes luz y taquígrafos, y hoy luz e internet, son el mejor remedio a la barbarie, a los abusos del poder, a los atropellos a los más débiles. Por eso señores, todos los déspotas del mundo, odian la libertad de expresión. Y es que pareciese ser cierto que la información sea quizá, una de las mejores terapias para ser menos infelices. Se puede vivir sin saber nada de los otros, encerrado en el propio cascarón, aunque además de aburrido debe resultar de una pobreza existencial sin nombre. Es verdad que al abrir un periódico o bucear en la Red [hoy más fuerte que nunca], corremos el peligro de desayunarnos con las lágrimas de angustia provenientes de todo el globo terráqueo… es verdad que a veces se nos congelará el alma al descubrir que somos más demonios que ángeles… todos… los humanos. Y es la misma certeza que cerrando los ojos a esas lágrimas, a esos horrores, nos convertimos cada vez más en trozos de mármol, incapaces de derramar lágrimas por los que lloran y de ser felices con los que consiguen serlo, como en esta tierra, tatuado en el cuerpo como una segunda piel. Negarnos a estar informados por miedo a sufrir, es declarar nuestra derrota ante la vida, es negarnos a aceptarnos. Con todo esto, pareciera que es mejor mancharnos de dolor o de disgusto, como esos niños, que vivir ciegos y con el corazón arrugado. Como pregunta Arias, ¿Para qué un corazón incapaz de latir con los latidos del mundo?, en la frase “dejad que los muertos entierren a los muertos”, porque deben interesar los vivos, a veces crueles, a veces sublimes… los muertos no dan miedo caballeros. Somos los vivos los que damos miedo, pero así somos, no como nos gustaría a veces ser, sino como somos de verdad… y esos niños, han sido más reales, en poco tiempo, que el resto del mundo, anglosajón, francófono, árabe y oriental… por algo el mundo, esos mismos mundos, han girado la vista hacia ellos, y con sublimidad. Fueron esos niños los que han puesto de manifiesto la realidad no sólo de su gobierno, sino de prácticamente todos los Gobiernos latinoamericanos, con dirigentes y clases políticas que no son los mejores, los que tienen capacidad para marcar diferencias. Y es así, porque no son los que saben más, ni los honestos ni los que creen en el valor de dialogar, sino que son los corruptos y los populistas, y resulta inconcebible, pero es así, como si el azote de los desastres naturales, un campeonato de golpes de Estado y el yugo de la pobreza no hubiesen sido suficientes para que sus gentes no volviesen a tolerar esa injusticia, ese horror, esa violación a la bondad, a la verdad, a la razón, nunca más. Ya todo el mundo lo vio, ya todo el globo lo sabe, luchan por lo justo, fueron ellos, los niños. No den el brazo a torcer, porque nadie los volverá a tocar, porque no lo permitiremos, y ese mundo fuera del encierro arriba por el desierto, abajo por la Antártica, a la derecha por la cordillera y a la izquierda por el mar, lo verá. Y nos encargaremos de ello, porque todo esto, simplemente, es vuestro, no de ellos. Ganen su educación, porque será la clase magistral del fin del mundo. Será la clase del Sur. Arriba.
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