Anoche, por esas gracias de la coincidencia, acabé sentado bebiendo copas con Jorge [Díaz], un profesor de primaria oriundo de Santander radicado en Madrid, que pese a no pertenecer a los cinco millones de parados en la península ibérica, por esas cosas de la vida, había decidido mandar todo a tomar por saco y venirse un año [sin planes preparados] a descubrir la intimidad de América Latina, empezando por aquí, el fin del mundo. Harto de todo, dueño de una simpatía como pocos y risa fácil. Un caballero. En la charla, por temas de obviedades, le explicaba la precaria situación de la educación en el país, punto por punto. Él se ensalzó en su obsesión por enseñarle a los chicos a hablar correctamente, la magia de la gramática y el poder infinito de la palabra, pero estaba frustrado… los chicos estaban más interesados en sus programas de televisión, cuya violencia y vulgaridad los atrapaba y pescaba cual buque ballenero al medio del océano, sin asco. Le conté de lo sucedido en Barcelona con sus revistas, su intento de educación sistemática con los estudiantes que por ese entonces iban y venían por la ciudad, también de sus espacios sin igual, que contra viento y marea hacían de todo para vender libros de autores excepcionales. Mutt era uno de ellos, donde el mismo Mario Vargas Llosa, el premio Nobel de Literatura, impresionantemente, había prestado atención a sus actividades. Le contaba también de otros, como Motto en Berlín, LN-CC en Londres, Colette en París, RA en Amberes o el espectacular NY Art Book Fair de la gran manzana capitaneada por el igual de espectacular AA Bronson.
Mientras le hablaba de ello, de ellos, por dentro me amargaba profundamente que por aquí no existiera nada igual, ni remotamente. Le hablé de la revista que editábamos aquí también, se la mostré, explicándole que poca gente entendía en su discurso como producto editorial total y asimismo, de mi decepción sobre las dos librerías más grandes del país, la Feria Chilena del Libro y Contrapunto, que sin siquiera haberla ojeado hayan rechazado de un plumazo comercializarla en sus puntos de venta a lo largo del país, con un “NO” a secas ante la propuesta. Pero todo aquello no te podía tirar abajo, porque no era culpa tuya, sino simplemente, de la falta de educación, sistemática. Había que seguir. Había que intentarlo, y ya, con dos cojones. Y pasó que hace una semana, a solas, en un tour por aquellas mismas librerías revisando títulos, se ponía de manifiesto como un puñetazo la pedante industrialización del mundo editorial, a precios de salida que para los salarios de la enorme clase media resulta, simplemente, prohibitivo. El país tenía el impuesto al libro, altísimo, donde adquirir un ejemplar de calidad resultaba más caro que en la misma Europa o en Estados Unidos. Una vez más, la violación al acceso a la cultura, a las letras, a la educación, te dejaba sin palabras. Te hervía la sangre de la irritación.
Hoy, al prender el ordenar y revisar las redes sociales, me encontraba a bocajarro con un artículo escrito por el mismo Juanjo [Fernández], cabeza detrás de la sede barcelonesa de Mutt y publicado en la revista BARCELONÉS, una de las buenas apuestas editoriales de la city que, como a todos, les ha costado un infierno mantenerse. Ahí estaba, una vez más, la confirmación a la realidad, al hecho de que las grandes editoriales fuesen las que no cuidasen a los pequeños libreros, ni tampoco los grandes libreros a pequeños proyectos editoriales; incapaces de entender que unos pocos no quieran convertirse en un supermercado del libro, o en una revista de peluquería. Juanjo hablaba de la falta de humildad… y tiene razón, mucha razón. No hace falta tratar de entender qué será lo que le pasa a la gente por la cabeza, o a esa gente por la cabeza, porque resulta obvio. Me preguntaba qué opinará el propio Vargas Llosa sobre esto mismo, o qué hubiese opinado Gallimard, el gran Gallimard si estuviese vivo… Juanjo habla de outsiders. ¿Será que los outsiders, a lo mejor, tuviesen mejor educación que los grandes, o a lo mejor más honor, o dignidad, o respeto a eso tan importante, a la base de cualquier sociedad, a eso que tan pocos entienden por la palabra educación, eso que Jorge trataba de enseñar antes de decir, como escribe Juanjo, “apaga y vámonos”? Quién sabe. Supongo que a Jorge, el profesor de primaria, se le pasa también por la cabeza. Hoy mismo leía un artículo en el diario “El País”, el mismo periódico donde Vargas Llosa habló de Mutt, escrito por el escritor de aquí, del fin del mundo, Jorge Edwards: “Me sorprendió hace algunos años, en una de las frecuentes cumbres iberoamericanas que se organizan ahora, observar que jefes de Estado moderados, progresistas, honestos [¿?], de cuello y corbata, recibían un aplauso tibio, educado, mientras Fidel Castro, con su barba, a veces con su legendario uniforme verde oliva, era ovacionado en las calles, en las entradas de los encuentros y hasta en las salas de reuniones”… y pareciese ser que Castro, de outsider, era el primero, como dice Edwards, del todo o la nada, de los comienzos fundacionales, de la tabla rasa, de la revolución. Preludio usado por Edwards para tratar de encontrar una explicación a lo que le preguntan en todas partes: ¿Por qué, si su país ha hecho tantos progresos en su desarrollo, como lo demuestran las cifras nacionales e internacionales, existe tanto descontento interno, tanta manifestación apasionada, multitudinaria, en contra del Gobierno y hasta de lo que llaman el Sistema? Edwards responde que, a pesar que los estudiantes hablan de treinta años de retroceso en el país y proponen una “tabla rasa completa”, un cambio equivalente a “una revolución” usando el lenguaje del “todo o nada”, declara: “Soy partidario de la libertad de enseñanza, de la diversidad, de los colegios de excelencia, que producen un efecto de contagio, pero a la vez de una intensa ayuda a los sectores más postergados”. Todo esto, para terminar con un asombroso “Aunque algunos jóvenes digan lo contrario, los treinta años que siguieron no han sido en absoluto de retroceso. Han sido años de impresionante consolidación democrática y fuerte desarrollo económico… Y si un país casi pierde la paciencia, como dicen que le ha ocurrido a Chile, no tiene más remedio que respirar hondo, hacer una pausa y recuperarla. Desde todos los extremos, y para encontrar soluciones humanas y aceptables”.
Después de leer lo de Edwards, me hacía una pregunta, un poco consternado: ¿Sabrá Edwards, con toda su trayectoria y títulos publicados, sus premios y tal, de lo que está hablando? Digo porque el mismo fue un “outsider” al ser exiliado en Barcelona [la ciudad de Mutt], después declarado “persona non grata en Cuba” [de la que ahora hablaba], haber trabajado en Seix Barrall, y haber sido puesto, hoy, como diplomático en París por el mismo presidente del que ahora todo el país pide su cabeza y es considerado el jefe de Estado peor evaluado de toda América Latina, columnista fijo de los medios de extrema derecha que intentan acabar con el movimiento estudiantil y la opinión del 80% de la ciudadanía… Me causa un poco de intriga, siendo que el apellido Edwards [serán cosas de simple coincidencia] es el mismo de la familia propietaria del monopolio mediático de extrema derecha del país, vinculados a la papelera y al resto de las pocas familias dueñas del país. Cosas de la vida. Edwards es un tipo de buena educación, educado con los jesuitas [cosas de coincidencia también], en el mismo colegio privado de donde egresó quien les escribe, con título de una universidad norteamericana [donde en treinta años han metido las narices en todo lo que han podido, y más], en cuya retórica se expresa en un elitismo diferencial, en la manía [muy de por aquí] de la lucha de clases que tiene dividido a su país a niveles monstruosos. Si a “consolidación democrática” se refiere mi querido don Jorge, a esa consolidación a base del abuso sistemático de la privatización de todas las áreas de la vida, pues parece que no. Y si a “fuerte desarrollo económico” se refiere también, ese basado en la venta indiscriminada y brutal de los recursos naturales del país, de la mano con tratados de libre comercio que liquidaron gran parte de las industrias nacionales, pues me parece que tampoco. Esa forma de pensar tan de Edwards, para quién les escribe, humildemente, no le fue inculcada, por los mismos jesuitas, como patrimonio de las verdaderas élites, muchísimo menos intelectuales. Fidel Castro [¡otra casualidad!] pues fue educado por los mismos jesuitas, entonces, parece que algo no se entiende… o pareciera que se entiende perfectamente bien. Como el mismo Edwards dice en ese mismo artículo, que precisamente, las mejoras sólidas se construyen con razones en lugar de retórica [algo que a los hispanoamericanos nos cuesta mucho entender]”. Supongo que por la ventana de la embajada en París no se ve unas cuantas decenas de miles de Indignados sentados en la plaza, o lo mismo no hay una televisión para ver la revolución social global o a cientos de miles de personas en las calles en todos los puntos del globo terráqueo… puede ser. Vaya uno a saber. Lo mismo sigue siendo outsider.
Sin ser negativo y ya que tenemos sobre la mesa a editoriales, libreros, educación, revistas y autores, me encantaría compartiros el suceso, en la misma ciudad de París, por ahí por el setenta y seis cuando Cioran escribió una carta a Fernando [Savater] sobre Borges, llamándolo “el último delicado”. En esa carta, Cioran le habla que la desgracia de ser conocido se había abatido sobre Borges, y merecía algo mejor. Merecía haber permanecido en la sombra, en lo imperceptible, haber continuado siendo tan inasequible e impopular como lo es el matiz. Ese era su terreno. “Creo haberle dicho en otra ocasión que si Borges me interesa tanto es porque representa un espécimen de la humanidad en vías de desaparición y porque encarna la paradoja de un sedentario sin patria intelectual, de un aventurero inmóvil que se encuentra a gusto en varias civilizaciones y en varias literaturas, un monstruo magnífico y condenado… profundidad y erudición no se dan juntas; él había logrado sin embargo reconciliarlas. Es ahí donde aparece la superioridad de Borges, seductor inigualable que llega a dotar a cualquier cosa, incluso al razonamiento más arduo, de un algo impalpable, aéreo, transparente. Pues todo en él es transfigurado por el juego, por una danza de hallazgos fulgurantes y de sofismos deliciosos. Nunca me han atraído los espíritus confinados en una sola forma de cultura. No arraigarse, no pertenecer a ninguna comunidad: ésa ha sido mi divisa y continúa siéndolo. Lo que sucede en el Este de Europa debe necesariamente suceder en los países de Hispanoamérica, y he observado que sus representantes están infinitamente más informados y son mucho más cultivados que los “occidentales”, irremediablemente provincianos. Ni en Francia ni en Inglaterra veo a nadie con una curiosidad comparable a la de Borges, una curiosidad llevada hasta la manía, hasta el vicio, y digo vicio porque, en materia de arte y reflexión, todo lo que no degenere en fervor un poco perverso es superficial, es decir, irreal. Es la nada sudamericana la que hace a los escritores de aquel continente más abiertos, más vivos y más diversos que los europeos del Oeste, paralizados por sus tradiciones e incapaces de salir de su prestigiosa esclerosis. Puesto que le interesa [a Sabater] saber qué es lo que más aprecio de Borges, le responderé sin vacilar que su facilidad para abordar las materias más diversas, la facultad que posee de hablar con igual sutileza del Eterno Retorno y del tango. Para él “todo vale”, puesto que él mismo es el centro de todo. La curiosidad universal es signo de vitalidad únicamente si lleva la huella absoluta de un yo, de un yo del que todo emana y en el que todo acaba: comienzo y fin que puede, soberanía de lo arbitrario, interpretarse según los criterios más caprichosos. ¿Dónde se halla la realidad en todo esto? El yo, farsa suprema… El juego en Borges recuerda la ironía romántica, la exploración metafísica de la ilusión, el malabarismo con lo limitado. Friedrich Schlegel, hoy, se halla adosado a la Patagonia… Una vez más, no podemos sino deplorar que una sonrisa enciclopédica y una visión tan refinada como la suya susciten una aprobación general, con todo lo que ello implica… Pero, después de todo, Borges podría convertirse en el símbolo de una humanidad sin dogmas ni sistemas y, si existe una utopía a la cual yo me adheriría con gusto, sería aquella en la que todo el mundo le imitaría a él, uno de los espíritus menos graves que han existido, al “último delicado”… para Juanjo y su impresionante Mutt, mi querido profesor de primaria, el también querido Edwards, las editoriales, los libreros y estudiantes, a lo mejor, eso que le escribió Cioran a Sabater sobre el querido Borges, sea, quizá, lo que el mismo Borges entendió por educación… cosas de outsiders. Nada más.
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