PUBLICIDAD

28.11.11

FICCIÓN Y REALIDAD

Image::MR LEON MARK PHOTOGRAPHER © LONDON::

Este es un artículo, para quien les escribe, muy personal. Es íntimo, pero me gustaría compartirlo con vosotros de todas formas. Si no lo desea leer, no puede reprocharse, lo entenderé y hasta se lo agradeceré. Hace unos días calló en mis manos una carpeta enorme y pesada lleno de discos compactos. Eran todos films, cerca de doscientos, casi todos de óperas primas realizadas por autores muy particulares, o sobre historias muy particulares. Debo reconoceros que hace muchísimos años que no asisto a las funciones de cine, básicamente por un tema personal de detestar profundamente las filas [y no solamente en el cine], además de sentarse frente a un televisor a perder el tiempo [otra opinión muy personal, repito] pero decidí escoger algunas que sonaban interesantes. Aquello desembocó en dos días completos mirando esas obras, y no fue tanto el impacto de las producciones en sí, como en la relación que tenían con la más estrecha y actual realidad, y a ratos, con tu propia historia personal.



Los títulos seleccionados fueron “ Salò, 120 días de Sodoma”, de Pier Paolo Pasolini [la historia de cuatro fascistas italianos durante la ocupación nazi que secuestraban un grupo de adolescentes jóvenes inculcándoles las aberraciones sexuales y morales más bajas para terminar torturándolos]. Después de investigar a Pasolini, descubriría cómo había sido atacado por la más férrea derecha italiana y asesinado en circunstancias poco claras a las afueras de Roma en una zona de chaperos y yonkis que hace unos años habían vuelto a reabrir el caso; “Le ley del Deseo”, de Pedro [Almodóvar], la historia de un trío homosexual entre un director de cine, un camarero y el hijo de un político andaluz; “El diario de Agustín”, un documental sobre el periódico chileno “El Mercurio” y las pruebas fehacientes por archivos desclasificados del gobierno norteamericano y testimonios reales de cómo ese medio se convirtió en principal herramienta contra el entonces presidente Salvador Allende, el principal fomento para la captura [y posterior tortura] de cientos de personas contrarias al régimen y el encubrimiento de esas torturas contra los detenidos desaparecidos. Escalofriante. Documental financiado, entre otros, por la mismísima Fundación Ford; “El Jefe de todo Esto”, de Lars Von Triers. Una ópera prima graciosa e irreverente sobre las maniobras de un empresario danés para hacer de las suyas y reventar a sus empleados que acabase disparándosele el tiro por la culata gracias a un actor contratado por él mismo; “Carne Trémula”, de Pedro otra vez, otra historia de enredos entre un convicto, un policía en sillas de ruedas, la hija de un diplomático italiano y una bailarina de flamenco en Madrid que acabaría en una carnicería para ensalzar la democracia española post-franquista; “Farinelli”, de Gerard Corbiau, la narración de un cantante de lírica castrado en la efervescencia de la Europa de los reyes; “Perdidos en Tokyo”, de Sofía Coppola, un elegante trabajo visual y pausado sobre el encuentro de una filósofa y una mega estrella del cine agobiados por sus matrimonios respectivos y su shock personal en el contraste de la cultura de la urbe japonesa; y “Capote”, del director Benett Miller, la vida de Truman Capote durante el tiempo que escribiría la novela “A Sangre Fría”, sobre el asesinato en Kansas de una familia entera, un caso real que convertiría a Truman en el escritor más famoso de Estados Unidos, quien crearía el fenómeno contemporáneo de la novela de “no-ficción” cambiando la forma de escritura en ese territorio, que se auto-catalogaría como “homosexual, drogadicto, alcohólico, un genio” y acabaría su vida gracias a la bebida.



Después de esa maratón y un dolor de cabeza que os encargo, por supuesto, se te venían a la cabeza una verdadera ensalada rusa de ideas, de reflexiones. Pensaba primero en Pedro, hoy venerado por la industria del séptimo arte, y en realidad por todo el globo, el más importante, el suyo, venerado por Iberoamérica entera, y sobre todo en su propio país… “profeta en su tierra”, como dirían algunos. A los francófonos y a los anglosajones les flipaba, por historias tan bizarras como irreales y a la vez tan comunes. Pero pasaba que a Pedro siempre le ha dado todo igual, y eso es lo que encanta de él, y Pedro lo hace, simplemente, porque todo eso es real. Son cosas que pasan, a diario, pero en otro mundo, en un mundo que la gente en la gran mayoría no ve, o se esfuerza por n ver. Y quien les escribe sabe que aquello es real, porque el mismo que les escribe vivió dos años en eso, en una auténtica película de Almodóvar, entre prostitutas, transexuales, yonkis, homosexuales, depresivos, chaperos, sádicos, camareros, performers de discotecas gay, alcohólicos, artistas aclamados y también jóvenes artistas ilusionados con el estrellato, todos anónimos desconocidos, y qué les puedo decir, me lo pasé de puta madre. Fue la escuela de guerrilla, capital, para un auto aprendizaje se sacarte la mayor cantidad de prejuicios y dogmas posibles, un mundo de gentes tan sencillas como complejas a la vez, que entre toda la parafernalia y las extrañas entrañas de la noche, pintoresca, no lo pasaban del todo bien. Por no decir que no lo pasaban nada de bien, pese a las risas eternas y perpetuas bajo el manto de la noche oscura. Es un mundo que valía y vale la pena conocer [para el que tenga el interés y los huevos, claro], para no temer a la diferencia, y eso es siempre bueno… es siempre muy bueno. Pedro y gran parte de los protagonistas de sus películas, vivían en él, vivían en ese mundo, y muchos hasta el día de hoy. Extienden aquello a la propia realidad, y esa es la gran e importante divisa del mundo cinematográfico de Pedro. Para serles sincero, Almodóvar no hacía más que hacerme explotar en carcajadas y recordar historias tan cercanas como idénticas a sus narraciones visuales. Bien merecido tenía sus premios, así, sin rodeos. Es una pasada.



De Pedro pasé a una reflexión sobre el periódico aquel, “El Mercurio”. Leerlo era imposible. Sus páginas, de principio a fin, eran una auténtica lobotomía política y social. Era una de las manipulaciones periodísticas menos sobrias que me había tocado leer en mi propio idioma. Alimentaba una lucha de clases y distancias sociales que en Europa serían inaceptables, y probablemente penalizadas. Con el periódico a mis pies, era muy triste caer en la cuenta que todos los medios escritos de tu propio país eran extremistas, o en la extrema izquierda o en la extrema derecha. Los de derecha, casi dictatorialmente, seguían perpetuando la idea de “patrón de fundo” para proteger los intereses de las pocas familias dueñas del país y sus peleles, y los de izquierda se esmeraban en dictar informaciones acertadas pero que caían con demasiada frecuencia en extremismos idénticos. Es triste no poder ver caballeros sutileza en la información, independientemente al razonamiento político que tengas, esa falta de clase en la forma en que comunicas contenidos, de todas las áreas que conforman la realidad de un país, darle a la gente la posibilidad de la balanza, ese 50/50 que les permita a los electores la capacidad de información relativamente pragmática, para que puedan decidir por ellos mismos. Eso aquí no existía. Se me venían a la cabeza las palabras de Jorge [Yarur], propietario de la cuarta fortuna más grande del país, cuando me decía en una entrevista que los periódicos de aquí ni los leía. Las revistas tampoco. Y tenía razón. Falta de educación por ambos bandos, pero sin lugar a dudas lo de “El Mercurio” era especialmente insoportable, en el hecho de haber legitimizado torturas y asesinatos solamente por intereses particulares y económicos. Esa gente no tenía perdón, desde ningún punto de vista. Así de simple. Y es lamentable que sigan en lo mismo. Eso no es de “élites”, como se autoproclaman, jamás lo ha sido, y jamás lo será. Y ya. Cosas de Latinoamérica, de toda la vida.



Pier Paolo Pasolini y su film no se quedaba atrás. Su “Excelencia”, el “Presidente”, el “Monseñor” y “El Ministro” presentados por el realizador boloñés, por ahí por la época de la ocupación fascista-nazi en Italia, hacían un recorrido por pueblos junto a cuatro putas para seleccionar jóvenes adolescentes, hombres y mujeres para encerrarlos en una casona vigilada por guardias metralleta en mano y adiestrarlos en las artes del sexo para su propia satisfacción. Los hacían follar entre ellos, comer mierda, caminar como perros a cuatro patas a latigazo limpio en sus espaldas y casarse en ceremonias macabras dignas del imaginario de Pasolini, para terminar el film en un campo de concentración de torturas inimaginables por ese mismo cuarteto de enfermos. En las narraciones de las cuatro putas, una de ellas, hace un relato de sus experiencias con clientes que era, fulminantemente, a lo mejor, la inspiración para las fiestas del ex primer ministro Silvio Berlusconi en su casa de verano, que por los relatos de las prostitutas hace demasiado poco tiempo atrás, se vuelven prácticamente idénticas a la imaginación de Pasolini. Después ese hombre, en la vida real, sería asesinado de forma brutal supuestamente por chaperos según narró la prensa de entonces, y sería la periodista y novelista Oriana Fallaci [narradora exacta de la realidad del Líbano] quien defendiese la hipótesis de que su exterminio viniese de otro sitio… de esferas bastante más altas ¿Dónde quedaba lo real, y dónde quedaba la ficción?... vaya uno a saber, honestamente. Era para cerrar la boca y tragar saliva, con dificultad.



Paso la palabra a Lars von Triesrs con su película, donde “El Jefe de todo Esto” representa una introducción delicada y contemporánea a lo que hace poco años atrás haría Madoff con su compañía de inversiones, que a su vez sería el prólogo a lo que sucedería con Lehman Brothers y Goldman Sachs, provocando el descalabro del sistema financiero hundiendo al mundo en la peor crisis económica desde el treinta y nueve, que desembocaría en la segunda guerra mundial… y a modo de comedia… para dejar paso a Gerard Corbiau y su “Farinelli”, un pequeño niño que cantaba como los dioses y que su propio hermano, a la muerte de su padre, castró sus testículos para que su voz fuese eterna, y que con el paso de los años se convirtiera en la voz más sublime, querida y reconocida de los reyes y la nobleza de su época, a su vez en uno de los mejores cantantes líricos del mundo y cuyo propio hermano compondría “Orfeo” para su tono único y ayudaría a fecundar un hijo y devolverle la humanidad que le había robado. Del sufrido Farinelli pasamos a Sofia Coppola y sus “Perdidos en Tokyo”, donde una estrella del cine norteamericano va a hacer una campaña para una marca de whisky con una familiar casi deshecha y ahí, en un país extraño y una cultura que le resulta un absoluto misterio inentendible, conoce a una joven egresada de filosofía, esposa de un famoso fotógrafo de celebridades cegado por la fama, en cuya desorientación, ambos, casi sin tocarse, encuentran cosas en común y en donde la química fluye rabiosa, para terminar en un tímido beso y a lo mejor al destino de no volver a encontrarse nunca más… o si. Concluye toda la maratón en “Capote”, el pasaje más importante de la vida de Truman, que mete las narices en la historia de dos asesinos condenados a la pena capital, en cuya mezcla de investigador culto, hijo de puta, celebridad y buen hombre, hace de ese homicidio su proyecto literario más ambicioso y que termina transformándose en parte de su propia vida, interviniendo en la propia vida real de sus protagonistas y poniendo en evidencia, a sí mismo, todos sus defectos y aflorando de ahí mismo sus máximas virtudes y su propia humanidad, su compasión en medio de la degeneración de la fama y la frialdad de un circuito que dominaba como nadie ante la crónica de una muerte anunciada. Después de ver todos estos films, caía en la cuenta, una vez más, que a veces la realidad supera ampliamente a la ficción. Y más importante aún, que la ficción no es más que la creación de seres humanos, y los seres humanos no hacen más que repetir las historias, las reales, a lo largo de la propia historia, una y otra y otra vez, a lo mejor, para reforzar la idea de que siempre, nosotros, tropezaremos una y otra vez con la misma piedra. Que somos todos, sin excepción, absolutamente previsibles… estúpidos, y al final, humanos. Ellos no han hecho más que volvérnoslo a recordar… ya está documentado. Hoy me di cuenta de ello, y no estuvo mal. Solo me dio de pensar, en una idea romántica, que apareciesen ciertas ficciones que pudieran superar a la realidad, y bien. No creo que suceda, pero si por esas cosas de la vida [que ya da para mucho] pudiese suceder, sería, simplemente, lo más. Cosas de la vida, y el cine: cosas de ficción, cosas de realidad…




No hay comentarios: