El pasado lunes en una conferencia de prensa en Nueva York, Val [Valentino Garavani] junto a su socio y compañero Giancarlo Giammetti, inauguraron oficialmente “The Valentino Garavani Virtual Museum”, un espacio virtual en 3D equivalente a un edificio de diez mil metros cuadrados que alberga cinco mil imágenes y cerca de ciento ochenta videos sobre la trayectoria del creador italiano. Franca [Sozzani] y la actriz norteamericana Anne Hathaway fueron maestras de ceremonia de la aplicación gratuita que permite investigar los detalles de alrededor de trescientos vestidos confeccionados a lo largo de sus más de cuarenta y cinco años de carrera. En lo que a nuestra lengua respecta, Eugenia [de la Torriente] lo ha dicho casi todo, y estupendamente. No hace falta derrochar más tinta. Sin embargo, queda una ventana abierta que resulta meritorio abordar, y se desprende de las mismas respuestas a las que Garavani y Giammetti respondieron en aquella rueda de prensa.
Con Valentino retirado desde hace tres años, Karl Lagerfeld representa el último superviviente de una casta de creadores que vivieron, se educaron y aprendieron en el esplendor de la alta costura en la década del cincuenta, aquello que ya no existe. El mismo Karl se ha transformado en una suerte de personaje pintoresco y versátil que a medida que envejece saca cada vez más carcajadas… en una actualidad donde los creadores son arrasados por la presión y los números que le exigen los grupos propietarios de sus enseñas. Ese lunes en Nueva York, Giancarlo decía: “Esta industria le ha quitado mucha libertad a los diseñadores. Lo que importa hoy son los resultados de las compañías… pero la tecnología puede permitir reconquistar parte de esa libertad. En la moda hoy no hay suficiente sueño. Valentino y yo somos soñadores y por eso dejamos el negocio. Ahora bien, si alguien esperaba que al retirarnos nos fuéramos a quedar en un banco de Central Park alimentando a los peces, se equivocó por completo. Esto es solo el principio”. Qué les puedo decir… Giancarlo tenía toda la razón. Eran tipos soñadores, románticos. Muy románticos.
La bizarra y ofensiva opulencia en que ambos han vivido durante décadas, ofensiva aún más en nuestra actual realidad para el de a pié, por sí sola se transforma, a lo mejor y paradójicamente, en un respiro. ¿Por qué deberían ofender, cuando primero no han hecho daño a nadie, han vivido su mundo personal y a la vez público ariscos a los escándalos? Garavani creó un mundo caballeros donde la opulencia se adosaba a la belleza más intrínseca, antaña, embelleciendo mujeres como él mismo lo describe a Eugenia: “Mi obsesión ha sido siempre hacer ropa bonita. Hoy hay mucha gente que no aprecia la elegancia y que prefiere el desarreglo. Eso fue muy evidente cuando se llevó el grunge. Pero al mismo tiempo, muchas, muchas mujeres quieren ser extraordinarias y femeninas. Eso es algo que nunca va a desaparecer”; “Si hay algún problema en el cuerpo, a mí me corresponde disimularlo. Hay muchos trucos, muchas cositas que se pueden arreglar con un buen patrón. Y también lo hago en el prêt-á-porter. Cuando las modelos se prueban la ropa, les pido que se muevan, que se sienten, que se inclinen. Un vestido puede ser el más bonito del mundo, pero no va a vivir sobre un palo de madera. Lo que quiero hacer con las mujeres es que cuando entren a una habitación, la gente, todo, se detenga, que nunca pasen inadvertidas y que siempre despierten admiración”… y lo ha logrado, siempre.
¿Qué importa su extravagancia de cenas y bailes, fuegos artificiales en el Coliseo, una cena para quinientas personas en el Templo de Venus, el Ara Pacis repleto de maniquíes convertidos en vestales escarlata o una colección de alta costura con la que se auto homenajeó, además de sus soberbias propiedades, castillo, yates y cuatro perros idénticos que le siguen en fila cual crías a codorniz? No debería importar, cuando primero, ha hecho soñar a todo un país. Segundo, se lo ha ganado todo por él mismo en un trabajo de día y noche. Y tercero, cuando su fortuna no proviene de robar nada a nadie como lo han hecho cientos y cientos de jefes de Estado, dictadores, mafiosos o banqueros. De Garavani nadie puede decir absolutamente nada, y si todo aquello no bastase, se ha dado la lujosísima posibilidad de permitirse soñar, y a lo grande, lo que hoy pocos quieren hacer por miedos o inseguridades. Ese es Valentino, un hombre que admite sus dificultades para comprender el universo digital e incapaz de hacer funcionar un DVD, pero que financia de su propio bolsillo un proyecto como el Virtual Museum y luego afirma públicamente y frente a toda la prensa especializada de esta industria que ha aprendido a valorar este nuevo lenguaje y sus posibilidades para la conservación y difusión de su legado… con setenta y cinco años, un bronceado perfecto y un peinado inmóvil…. Hay que tener los huevos, y un carácter, sinceramente. Lo de Garavani debería servir, hoy, a un ejército de nuevos diseñadores para pararse, mirarse al espejo, cerrar los ojos, abrirlos y observarse detenidamente, creer con absoluta convicción en lo suyo y, de una vez, permitirse lo más importante del mundo, y no sólo para la moda, sino para todo: soñar. Por Valentino y Giammetti, tanto como por Saint Laurent y Bergé, simplemente, mi más sincera y humilde admiración. Visiten el museo, será un regalo. Enhorabuena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario