En un subterráneo del Museo Nacional de Bellas Artes, entre pinturas, grabados y esculturas, junto a Benjamin [Vidal], un amigo oriundo de los Alpes franceses radicado desde hace ya casi un año aquí en el fin del mundo, recorríamos la exposición de Roberto Matta, uno de los genios del surrealismo y parte de la camada de Bretón, Man Ray, Dalí, Picasso y unos cuantos más. Aquella era su primera vez en la muestra. Quien les escribe iba ya por la octava, y seguía impresionando con la misma intensidad. “Pero este chico estaba completamente loco”, me dijo el francés ante los oníricos mapas universales de Matta que colgaban de la pared, sin haber escuchado su nombre jamás. Me encogí de hombros. Luego llegando al final de la muestra; una línea cronológica que fechaba su vida desde su nacimiento hasta su muerte, mencionaba la más extensa cantidad de grandes nombres del arte y la historia, premios, nacionalidades, ciudades, continentes, guerras, dictaduras y movimientos de hemisferio a hemisferio, vamos, lo que fue la vida de uno de los artistas más importantes de la historia del arte. “Parece que no estaba tan loco...” Le dije a Benjamin con las manos cruzadas a la espalda levantando una ceja. “Hijo de puta” fue su respuesta. Después recorrimos otras tres muestras temporales, una de video arte, otra de esculturas en base a mimbre, una fibra vegetal típica chilena, y otra de pequeños amantes en bronce iluminados por pequeños reflectores…
“Menuda mierda de obras. ¿Te das cuenta de toda la porquería que están produciendo los artistas locales? Es por esas cosas que te digo de las faltas de cultura y educación tan garrafales de esta gente, es que hay que ver, menuda puta falta de creatividad, vamos, si es para prenderle fuego a toda esta mierda”, le decía a Benjamin irritado de rabia. Había que ver realmente caballeros cómo al artista más grande del país y después uno de los más grandes de todos los tiempos, en la celebración de su centenario, en su propio país, en su propio Museo Nacional de Bellas Artes era relegado a una sala subterránea que lleva su nombre, cuando no una retrospectiva gigantesca en aquel sitio antes que repartir exposiciones de dudosa calidad por el resto de la ciudad y además tener el atrevimiento de hacerlo compartir espacio con esculturas de mimbre y videos que ya mirarlos era insoportable, porque eran una vergüenza… Si Matta o Gordon, su hijo [Dueño de las vanguardias en la ciudad de Nueva York junto a Trisha Brown y Laurie Anderson en los setenta tras la gran depresión], hubiesen estado vivos, ahí os aseguro que se hubiera liado parda, y muy parda. Con los Matta no se jodía. Pero qué más daba, total, dentro la gente seguía paseándose como gallinas sin enterarse absolutamente de nada… era angustiante caballeros, como cultura, como país. Una colosal horterada.
En silencio y con una irritada vena palpitante en la frente volví a confirmar mi posición personal e inamovible de no realizar jamás una exposición en mi propio país, aunque me la pusieran en bandeja, simplemente, por la mediocridad de sus instituciones, sus gobiernos populistas o una tropa de galeristas tan arribistas como el peor nuevo rico americano. Para quien les escribe, aquello representaba violentar tu propia obra casi a modo de una violación. Te entraban arcadas del asco… menuda gentuza. Hasta Benjamin [que en arte no es especialista pero si dueño de una gran cultura] se daba cuenta. Lo mejor que pudo hacer fue reírse de buena gana de mi cabreo, porque iba por la calle con una escopeta doble cañón. Al día siguiente, otra noticia hacía tumbar todas tus energías, y a ratos tus ilusiones propias, como en un solo momento paralizar todos tus proyectos de un solo baldazo de agua fría… Antoni Tàpies había dejado de respirar. Muerto en Barcelona a los ochenta y ocho años de vida, uno de los últimos artistas vivos de la misma grupie a la que pertenecía Matta. Octavio [Paz] o Miquel [Barceló] le dedicaban poemas, su Fundación abría sus puertas en calle Aragó para que decenas y decenas de personas escribiesen palabras de admiración y dolor por su fallecimiento, y la noticia daba vuelta al mundo en tiempo récord, y no era para menos. Tàpies era una leyenda. Su obra no sólo es pieza fundamental para entender el arte de la última centuria, en piezas que nadie jamás pudo encasillar. Tàpies se les escapaba a todos por todas partes, y sin bastarle, hizo de su vida un verdadero film de acción, y eso [que tantos artistas contemporáneos no son capaces de ver ni a un metro de distancia] debe de ser la vida de un artista, enfrentarse a su época, convertirse en uno de los grandes a nivel global, reconocible a nivel universal por cualquier cultura o territorio, y desde ahí, empezar a romperlo todo, como decía Dalí “Después de pegarle una patada en la rodilla izquierda a la historia, dedícate a ser un snob…”. Fue eso lo que hicieron esa camada, que por nuestros deprimentes y mediocres días nadie tiene intención [ni cojones] de hacer.
Tàpies fue uno de los artistas que mas luchó contra la dictadura y Franco, trabajando en todo momento para el reestablecimiento de la democracia en su país. Ya no era por Barcelona, ni por Cataluña, era por un país entero y por las implicaciones que aquello acarrearía para el resto de un continente, y de la mano para el resto del mundo. Su mayor propaganda fue su propia obra, y eso, hoy, el globo terráqueo entero es lo que reconoce, lo que hace hasta que el más analfabeto en temas artísticos pueda observar y darse cuenta de su importancia. Tàpies fue puro rock´n´roll, y del muy bueno. Probablemente Ai [Weiwei] sea la reencarnación en solitario de esa grupie de artistas que miraron a su mundo y reaccionaron sin pensárselo dos veces, y con mucha inteligencia, profesionalidad, talento y sobre todo, un par de cojones muy bien puestos. Si en esto la pregunta que podría formularse fuese ¿Es necesario deshacerse tanto en halagos por Tàpies, o Matta, o Ai? La respuesta es sí, y más, porque ninguna lluvia de halagos será jamás suficiente para agradecer lo que esos y otros artistas han hecho por sus países, continentes y universalidades. Algún periodista escribía, tras conocerse la noticia, que para cualquier pintor, para cualquier pintor de verdad, la muerte de Tapies significaba la muerte de la verdad… y tenía toda la razón. Tenía que morir. Solo quedará la esperanza que surja una nueva camada, de todos los puntos del globo terráqueo, que no sean muchos, pero si los suficientes. Ai es el primero de ellos, y por Tàpies, deberían aparecer más, y pronto. Hasta siempre MR Tàpies, descansa en paz.
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