Pese a un cielo grisáceo y un frío de aquellos, hace una semana exacta desapareció la última modelo, se apagó el último de los focos, concluyó la semana de la moda de la capital británica y sencillamente, Londres había vuelto a la vida. Estuvo hecho milimétricamente, como si para su circuito aquello, en esta ocasión, hubiese sido casi un tema de Estado. Los medios oficiales cerraron filas para cubrir la imposible cantidad de desfiles prácticamente en tiempo real, el British Fashion Council sacó las garras y salió a la pista de baile cual Robert de Niro en “Perfume de Mujer”, desde su principal responsable hasta el último del equipo, y debían hacerlo. En esta ocasión la oportunidad era un privilegio, una auténtica mina de oro. La Somerset House se convirtió en centro de operaciones para volver a poner a sus locales al nivel de los grandes, y de los muy grandes. Ahí no cabía un alfiler. La Semana de la Moda de Londres se convirtió en el plato de entrada mediático para las próximas olimpiadas [y así fue], que reportarán a la ciudad un grueso de ceros para las arcas del imperio. Lo hicieron excelentemente.
Aprovechando la vergonzosa puesta en escena de la semana neoyorkina recién concluida [porque aquello fue un circo, de una falta de identidad y clase sin precedentes], Londres se enfrascó en resaltar a sus principales enseñas insignia y en casa, como Burberry, Vivienne Westwood con su línea Red Label y Alexander McQueen con McQ, Paul Smith, Stella McCartney y asimismo, la catapultación necesaria y definitiva de enseñas menores como Christopher Kane, Peter Pilotto, la griega Mary Katrantzou, Emilio de la Morena y el fuerte abrazo a otras afuerinas como la ya muy bien posicionada enseña sueca Acne Studios. La última camada de la mítica Saint Martins también, tras ser elegidos militarmente los distintos diseñadores que serían puestos al ojo público, respondió al cien por cien. Tras el escándalo a cuatro vientos entre las organizaciones de las distintas pasarelas internacionales en cuanto a sus fechas Londres salió parada, y muy bien parada. Se ha allanado ella misma el camino para la próxima puesta en escena de su pasarela masculina, cuya marcha blanca está dispuesta para mediados de año, y si mantiene el mismo ritmo de esta edición, cubrirá cabalmente tanto su propósito comercial como mediático, y se transformará en números. Ya se verá.
Con esta edición, Londres vuelve a colocarse sobre su perdido pedestal ante el resto de pasarelas internacionales, anteriormente opacado gracias a un paulatino estancamiento de su organización, la dificultad para crear un hilo conductor entre el impresionante número de enseñas participantes y cuestionable interés por parte de la prensa internacional y nacional, aspectos que han sido revertidos en ciento ochenta grados completos. Olé por Londres. Sin duda alguna, la vuelta de la firma Alexander McQueen a casa ha significado uno de los mayores atractivos para la prensa, respaldada por el ruido de la trágica desaparición de Alexander, el posterior circo circundante al vestido en el enlace real del año y la exposición retrospectiva dentro de los salones del Metropolitan de Nueva York que haría explotar las taquillas del museo. Si eso no bastase, la teatralidad de su show y la colección presentada por Sarah [Burton] en una línea menor de la casa, ya la hubiesen querido otros para sus gamas altas. Sarah lo volvió a hacer. Les partió la cara. A su vez, Viviene [Westwood], diva indiscutible de la industria británica, aferrándose al imaginario deportivo y su firme convicción de la protección de materias primas que no violasen la protección al medio ambiente, de la mano con su indiscutible imagen neopunk y capital personaje de la historia viva de Gran Bretaña, volvió a convertirse en carta pocker del imperio para la promoción de marca-país. Lo de ella estaba asegurado, como siempre. Burberry, usando una vez más su poderoso sello británico, incluyó el uso de la más alta tecnología, como también Christopher Kane y Mary Katrantzou, creando una imagen internacional del virtuosismo de ese lugar del mundo para ir a la par de los avances imparables de la tecnificación en cualquier tipo de áreas e industrias, y al mismo tiempo, crear prendas que se acercan cada vez más en belleza y perfección al objeto como obra de arte. McCartney también hizo lo suyo, a lo grande en un fastuoso cabaret. Lo de Londres caballeros, hace una semana, fue como volver a esos años sesenta y setenta donde parecía ser el centro del mundo, aquellos narrados por Mario Vargas Llosa en la historia de su “niña mala”, porque hubo mucho más para ver que solamente una pasarela. Fue un auténtico hervidero. París debe mirar impactada afilando cuchillos, y Nueva York seguramente [por no decir con pleno convencimiento], tremendamente angustiada.
Vale la pena detenerse un minuto, por la misma razón, para analizar las recién terminadas semanas de las dos grandes ciudades del mundo anglosajón. Lo recién sucedido con Nueva York fue, por no buscar otra palabra, una auténtica vergüenza. Modelos por los suelos y la muerte en pleno desfile de la nonagenaria Zelda Kaplan, en un segundo convirtieron aquello en una película de Woody Allen, vamos, otro circo, por supuesto, a la americana. Aparte de algunos desfiles notables como los presentados por Marc [Jacobs] Michael Kors, los Proenza Schouler, Rodarte, Alexander [Wang] y Miguel [Adrover] en su cuarta vuelta a las pistas, el resto de lo presentado era como para agachar la cabeza, porque nadie entendía nada. Hasta la siempre grácil Suzy Menkes [como si de una previa a lo sucedido en Milano se tratase], se ensañó con todo lo que veía, catalogándolo como una “completa falta de identidad americana”… y tenía razón, qué quieren que les diga, de dos dedos de frente. Fue un cuadro. Probablemente en la situación en la que se encontró la Semana de la Moda de la gran manzana, a ratos, fue lo mismo en lo que se encontraba perdida la británica antes de esta edición, donde los roles se invirtieron, de nuevo, en ciento ochenta grados. ¿Conclusiones? Para Nueva York: Hay que sentarse a la mesa, urgentemente, y en plan muy serio [extendible a Milano, claro está]. Para Londres: Después de esta edición, no la vuelve a ningunear nadie, porque no tienen cómo. Para París, a punto de comenzar: Ya saben lo que tienen que hacer, porque ya lo han visto y leído todo. Y por supuesto, para los que comparten nuestro idioma, en ambas pasarelas, Emilio [De la Morena] y Miguel [Adrover]: Chicos, han sido, en medio de los horrores que vive España [y las pasarelas no solamente ibéricas], los mejores embajadores de su país. Fueron sus colecciones, y vosotros, un auténtico privilegio para Londres, para Nueva York y para nosotros. Me quito el sombrero. Enhorabuena. Y para todo el resto… Bienvenidos todos a París, porque en menos de una semana, ahí si que se va a liar parda. No os lo perdáis. London is back… & the others are back. Enjoy.
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