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15.5.12

PARADOJAS DEL COUCHÉ


 Image::MR JAMES KARALES PHOTOGRAPHER © CANTON::



El domingo recién pasado, la cabecera británica “The Guardian” publicaba un artículo de opinión sobre el rol de las revistas femeninas respecto a su alejamiento de la realidad intrínseca de la vida de las mujeres, las de carne y hueso, o sea, la de todas. La periodista Eva Wiseman, básicamente, no les daba más importancia que aquella de pasar páginas como en la consulta del ginecólogo en el más desinteresado de los desaires, con más preocupación en el propio entrepiernas que en una cascada de recomendaciones sobre cosmética, dietas, cómo tratar a los hombres y cómo elegir vestido de novia. Después de recorrer el sinnúmero de sitios virtuales de esas revistas para confirmar la impresión de Eva, salí a la calle en su búsqueda. Di con “Vogue”, “Cosmopolitan”, “Harper´s Bazaar”, “Marie Claire”, “Elle”, “Glamour” y otro par de publicaciones locales. Sentado en un café comencé la revisión, página por página, una a una, en silencio, leyendo editoriales, entrevistas, artículos, notas, todas, durante casi cuatro horas. Con las locales te descojonabas [de verdad no tenían desperdicio] y luego con las globales fruncías el ceño, y no por el dolor de cabeza que te producían, sino por la reflexión de Wiseman. La mujer tenía razón. 



Se apoyaba su opinión, ¿Por qué? Porque habría que ver a quién ostras podría interesar esa cantidad infinita de superficialidad cutre en tantos kilos de papel, y habría que verlo porque en su interior, más que información, lo que integraban era un cansino y antiguo esquema editorial que es, desde aquellos años donde realmente funcionaba, a estos, un disparate. Disparate en el sentido de que resulta difícil que un hombre coherente, decente y al ritmo de los tiempos que vivimos, llegase a poder interesarse por una mujer que replicase las recomendaciones de esas revistas, tan alejadas de la realidad, por todo el dinero y la clase del mundo que se tenga [o se pretenda tener… la fauna es grande]. El mundo ya no funciona igual, para fortuna de unos y desgracia de otros. En el pasado caballeros esas revistas tenían un rol importante dentro de la vida de las mujeres, que era apoyar su refinamiento en todas las áreas que conforman el abanico de la femineidad, medios de comunicación al servicio de la opinión, la ilusión y la vida de una minoría, antaño, relegada a un segundo plano en beneficio de los hombros, para los que parecía escribirse toda la prensa durante décadas. En eso radicó la importancia que esas principales cabeceras tuvieron en sus tiempos dorados, por algo se convirtieron en leyendas. Todo eso, hoy, se ha ido al garete. Sin desmerecer el trabajo de sus respectivas editoras, y el de todos esos equipos [conociendo de primera mano el ritmo de trabajo frenético que aquello conlleva para sacar número mes a mes], las revistas femeninas se han convertido en una pedante representación de lo más triste del mundo moderno, un truco irrelevante para maquillar la confusión del glamour con la vulgaridad, la inteligencia con el espectáculo, la belleza con la esclavitud personal que aquello acarrea, uniéndolo todo como en un ballet mecánico [de cabaret], generando una gran nada, perdiendo reglas que en sus tiempos dorados eran ley, que en mayor o menor medida orientaban una época. Terminaron todas por convertirse en una extensión del patético “show business” que resulta gancho imprescindible para asegurar ventas y la propia permanencia, la supervivencia. ¿De qué te entraban ganas? Pues de tirarlas todas a la basura. Por supuesto, ninguna de ellas llegó a casa. Hablemos de pesos muertos. ¿No me creen? Basta mirar, hace nada, la repercusión global que tuvo la gala anual del Metropolitan Museum de Nueva York, donde capitaneada por la ya mediática Anna Wintour, agolpó cual rebaño numerado una cantidad de celebridades de la moda, la música, el cine y vaya uno a saber qué más. Usando de chivo expiatorio a las creadoras italianas Miuccia Prada y Schiapparelli, recolectó millones de dólares de un solo plumazo, volvió a posicionar a Vogue como una de las revistas insignia del conglomerado editorial CondéNast y de paso, ella misma se aseguró, como dando otro martillazo al clavo en el muro, esa imagen edulcorada de celebridad, iniciada gracias a un film inspirado en ella misma [que absolutamente todo el mundo se ha tragado], en una megalomanía que representa a ciencia exacta lo que el mundo de la moda se convirtió, o al menos las revistas femeninas… una horterada. 



Lo paradójico de todo esto estimados lectores, es que los mismos más grandes creadores vivos, vean esas revistas femeninas como esa periodista del Guardian: a la rápida. Sólo para asegurarse ver los avisos publicitarios de sus enseñas impresas y a las actrices, cantantes y chicas de turno vestidas con lo propio. Y ya. Wintour lo sabe, y muy bien. Probablemente ni ella misma preste mucha atención el kilo de papel en sus manos recién salido de imprenta. Honestamente lo dudo. Ya no se trata de “Vogue”. Se trata de ella. La marca es ella, y ese es su objetivo. Nadie dice que esté mal [todo el mundo quiere trascender, vamos]. Lo preocupante es que mujeres alrededor del mundo entero crean que eso es glamour, o estilo, o decencia, porque de eso, aunque les hierva la sangre, no existe nada. Lo del MET fue, una vez más, una gruesa confirmación. ¿Por qué? Porque una mujer con glamour, estilo o decencia, la de la vida real, la de carne y hueso, que se valga como mujer en su propia femineidad, se preocupa de las cosas que realmente le afectan, en la propia comprensión de la vida. En medio de una crisis gigantesca, un ejército de desclasados en los arrimos del poder, otro tanto de mercenarios tras su cuenta bancaria y la paulatina defensa de la individualidad egoísta que el mundo moderno alimenta cual carnicero a las hienas, en un consumo grotesco, eso que ahuyenta al hollywoodense príncipe azul con las que todas sueñas [inventado por Walt Disney, claro está] sinceramente, no creo que preste atención a un kilo de papel en sus manos que la oriente cómo elegir un vestido de novia, o a comprar zapatos u otras sandeces por el estilo… eso es de estúpida, y ni la misma cultura americana [cuna de la estupidez] se encuentra por estos días en la bonanza del sueño americano que les permitió a sus musas [en su tiempo] la posibilidad de la imbecilidad. En esto podríamos sacar a Vicente [MR Vicente Verdú] cuando se refiere al arte del engaño. En el juego de la mendacidad se encuentra la insidia o la estratagema pero también lo ilusorio y lo sugestivo. En ocasiones, el fenómeno de la captación se produce mediante el brillar de las propias lentejuelas pero otras se decide en el juego de bolos de las pupilas que contemplan. La mentira es un fornido pilar de civilización. De manera que, como puede constatarse en nuestros tiempos de gran crisis o en los de gran prosperidad el aura de la pobreza y de la riqueza, respectivamente, contribuyen a exacerbar la falacia de la comunicación. La mentira espolvorea cual azúcar a panqueque la historia, y se convierte en un sonoro granizo cuando los tiempos aprietan, como ahora. O en pólvora casi diariamente. El emisor puede ser honesto o no, paleto o culto pero en su oficio la calidad del artificio decide la autenticidad de su valor. Los profesionales, sin embargo, y sobre todo cuanto más oficio tienen son conspicuos fulleros. De ahí que se diga que se sacan siempre nuevas cartas de la manga. Cartas mágicas tanto más singulares cuanto mejor se esmaltan de buenas mentiras. En el artista, la argucia bien aplicada es la ganzúa hacia el éxito de la comunicación puesto que el arte es eminentemente ladrón. Nos roba el alma, el corazón, el gusto, la memoria. Viene a sacudir una existencia diaria, relativamente determinada, con otra de mayor indeterminación. Olor a menta, fresa, pestilencias, la creación artística nos recrea y de la misma forma que las réplicas nos fascinan y las falsificaciones nos liberan el arte nos salva de la verdad imperial. La verdad tan pura que acaba inexorablemente por matar. Sea a lo mejor por eso que las mujeres contemporáneas vayan de a poco desvinculándose de este tipo de productos editoriales. Todas esas editoras debieran modernizarse, profundamente, si pretendieran sobrevivir a la crisis del papel con dignidad, manteniendo ese poder de su época dorada sin bajarse la falda a ese violador del entretenimiento, que todo lo parte, que todo vulgariza, que heredó lo peor de Hollywood… debiesen caer en la cuenta que son editoras, no actrices de cine. 



De esto se desprende la pregunta de si, pese a sufrir los embates de una crisis sin parangón, desde lo editorial, desde lo económico y desde lo intelectual, ¿ Será más noble continuar en el vía crucis de producir revistas más “avant-garde” en un elegante anonimato, las que realmente leen en intimidad los más connotados y románticos creadores, como Alaïa, Margiela o la misma Prada, y por un lento pero cada vez mayor número de lectores, o será mejor cortar por lo sano, seguir el modelo Wintour, asegurar la supervivencia y convertirte en otro más de aquel circo hortera postmoderno cultivando ese arte, el arte del engaño?... ¿Sería mejor pasar de la ilusión que una revista descansase desde su salida de la imprenta en las bibliotecas y salones de las casas junto a los libros y pasar de la pena de que todo ese trabajo termine en el bote de la basura, como a Wintour da la impresión de importarle? Paradojas del couché. Supongo que al final, serán las mujeres las que tengan la última palabra. Todo esto, al final, es para ellas… aunque quieran engañarlas, ya no viven en Hollywood, y hay que defenderlas. ¿Por qué? Porque son nuestras musas, todas. Y os lo dice un hombre, y uno que ama el papel, con locura. Nada más. 



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