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Leyendo a diario medios de
comunicación escritos, periódicos y revistas, por montón, cualquiera cae en la
cuenta que las escuelas de periodismo no pasan por su mejor momento, y da esa
impresión porque no alcanza uno a llegar al segundo párrafo cuando ya el tema
agobia... en la mayoría. Me refiero a la forma en que una enorme suma de
redactores presenta temas que hace soso hasta el más interesante de los
asuntos, al menos en lo que al idioma español nos reúne. Y no entro con esto a
las estructuras de escritura, sino a la vida que un artículo, reportaje o
entrevista debería tener para que el lector se sambulla en el mundo que tal o
cual periodista le propone. Todo esto, por supuesto, respecto a la misma generación
de periodistas de quién os escribe. Generaciones anteriores siguen resultando
un delirio a la lectura, viejos que al leerlos producen orgasmos a la
comprensión del mundo en el que vives, el que a diario intentas comprender. De
esos, muchos. ¿A qué se deberá? A lo mejor se acerca a la respuesta la
impresión de MR Antonio Campillo, que dice no sin conocimiento de causa que un signo
de la crisis es la reducción de estudios de artes y humanidades en los países
de ideología neoliberal, y con ello, una concepción economicista y tecnocrática
del conocimiento y la educación.
Es curioso esto del periodismo,
sobre todo qué tipo de periodismo. El periodismo tradicional resulta un coñazo,
y dentro de sus ramas, pareciese ser el cultural el que más va seduciendo a
innumerables lectores. ¿Por qué? A lo mejor, porque como tradicionalmente se
piensa que hablan de cosas irrelevantes desde ese pensamiento economicista y
tecnocrático que hoy rige casi a la totalidad de los medios, van teniendo más
libertad, y en esa liberta, han aparecido verdaderas exquisiteces de autores,
con mensajes entre lineas que dependiendo de la agudeza del lector, enganchan
hasta el culto. Xavi Sancho, Gregorio Belinchón, Eugenia de la Torriente, Iñigo
López Palacios, Inés Muñoz Martínez-Mora, Javi Giner o Iker Seisdedos resultan
una alegoría a la narración, por nombrar sólo a algunos. Resultan un plato muy
fuerte, ágil, acogedor y culto, y es porque como muchos otros, provienen de una
generación donde todo ha cambiado a ritmo de tornado, naciendo en una época,
quizás la última, donde todo era más calmo, por eso leerlos resulta ubicarlos
entre dos mundos distintos, que a su vez es nuestro mundo, el actual, y a su
vez siendo capaces de unir las generaciones más jóvenes con las adultas. Es
admirable, porque son parte de la actualidad, y eso es un privilegio. Al menos
a esta edad, donde parece que nadie se entera de nada, y si se enteran, no
hacen mucho más que permanecer parados como un pisapapel... ya lo decía MR Vicente
Verdú. Si TIME se trata de una elaborada fotocopia de la realidad, VOGUE es
parte exacta de la actualidad... sólo una parte, pero incomparablemente más
prometedora que los buenos deseos o que liantes mandamases. Desde hace ya
bastante, muy buenas revistas de tendencias han crecido en sus análisis, sus
noticias sobre humanidad y consumo, pudiendo decirse que a estas alturas del
mundo de las apariencias en el capitalismo de ficción, han pasado a integrar el
contexto en cuanto la cosmética ha extendido sus brazos hacia mujeres y
hombres, en una cabal acepción de un tratamiento del cosmos... un cosmos de la
contemporaneidad reflejada en un surtido de conocimientos que jamás se
recibirían de un parlamento o una universidad.
Esta cultura [porque lo es,
aunque sea mirada por encima del hombro por la intelectualidad, autodenominada
culta y mal vestida, dicho sea el paso...], en la alicaída y añorada sociedad
de consumo azotada por la austeridad, la publicidad, la moda y el modo en la
totalidad de sus signos, han ido ocupando un lugar central para juzgar cada una
de las épocas. Esas publicaciones de calidad procuran los brillos más
elocuentes de algunos intersticios sociales, que parecen, en vista y contenido,
un antídoto contra tanta tristeza... y no es menor. Dice Verdú que son gran cosa,
y cada vez los serán más, en la medida que dejen aparte los sermones sobre el
fin del mundo, el carromato político y la corrupción para abrazar el estilo
famoso, amoral, libre y curativo del deslizante papel couché... ¿Qué os parece?
Pueden estar o no de acuerdo. Lo cierto de todo este asunto, es que es ahí donde
va naciendo un grupo de periodistas que se dice son unos torcidos, y escriben
lo que se les sale de los cojones. Y eso está muy bien caballeros, considerando
que fueron otros torcidos, en suelo americano por ejemplo, los que crearon la
época dorada del periodismo anglosajón.
Me robo a Iker [Seisdedos] cuando
habla de ellos: Tom Wolfe, Hunter S. Thompson, Joan Didion, Jimmy Breslin, Gay
Talese, John Sack, Norman Mailer, Thomas B. Morgan, Truman Capote... esos
autores impresionantes que cambiaron la forma de comunicarse a través del texto
impreso, que seguían, a propósito o no, la senda de García Márquez y lo que el
boom latinoamericano produjo como la mayor factoría de sueños que la literatura
haya conocido hasta entonces... el soñar, que es el paso previo para hacer
cosas grandes y cruzar generaciones. Los héroes del relato, capaces de acercar la fantasía
a nombres de carne y hueso. ¿Cómo no te vas a deborar un texto entero así? Y
con gusto... con mucho gusto. En eso, Latinoamérica ha dado cátedra. Un
periodismo de historias, no simplemente de noticias rápidas; un periodismo con
mirada y voz de autor más allá del producto impersonal de la factoría
informativa... e imagínese Usted, con tantas malas noticias, pues nadie quiere
eso, la fría impersonalidad, o al menos, no creo que nadie en su sano juicio lo quiera, aunque para
gustos, colores. Un periodismo bien contado, pero no por pura habilidad
narrativa, sino por la necesaria fundamentación en la investigación y el
trabajo de campo, ahí, en la puta calle, así como por la depuración creativa de
un buen proceso de edición... los nuevos aires a los medios de comunicación, si
quieren sobrevivir, debería ser un periodismo que aspirase a enganchar a sus
lectores apostando a temas duros, al conocimiento, al respeto por la audiencia
dejando de lado las asquerosas banalidades mediáticas, a los que gran parte de
periodistas de mi generación están acostumbrados, haciéndose inleíbles.
Si no me creen, basta mirar el
fenómeno, donde aparecen nichos de mercado auténticamente interesados [porque
lo consumen] incrementando gradualmente el impacto político y social del
género, mientras que los académicos encerrados tras sus impolutas cuatro
paredes lo vuelven objeto de estudio. Aquel grupo de americanos crearon modelos
fundamentales para medios del mundo entero, como el apego a los hechos y la
intervención de los editores, una corriente que hoy, resulta obligatoria para
una buena educación periodística. Los nuevos aires a los medios en habla castellana, vendrán, más que por todo el resto, por la inspiración y el ejemplo
de la tradición propia del periodismo literario. Y en eso debe mirarse a
América Latina y leer [por estos días casi una práctica vintage] y aprender de
la crónica aquella que te teletransportaba al lugar de los hechos de la mano de
algunos como Rubén Darío, José Martí, Tomás Eloy Martínez, Elena Poniatowska o
el mismo García Márquez. Y es importante, a los que se dediquen a esto, a
escribir, y en los medios, ensanchar los espacios de un periodismo narrativo de
altas ambiciones, también ideales, por supuesto, ante un futuro carente de
certidumbres para el negocio del periodismo, y por sobre todo, para el oficio,
si es que lo considera realmente una vocación, renovando profundamente el
ejercicio del pensamiento ante la gran tarea y a su vez responsabilidad, que no
es más que ayudar a reconstruir la razón, esa importante razón que se haga
cargo de su pasado múltiple y se enfrente al porvenir con una actitud reflexiva
y cooperativa, y sus lectores se multiplicarán, porque terminarán con el punto
final, y tendrán en la cara una sonrisa. Y eso, por supuesto, siempre se agradece:
La sonrisa.
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