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14.4.13

AIRES Y MEDIOS

Image:: © THE ALEX CEBALL STUDIO_WORLDWIDE::


Leyendo a diario medios de comunicación escritos, periódicos y revistas, por montón, cualquiera cae en la cuenta que las escuelas de periodismo no pasan por su mejor momento, y da esa impresión porque no alcanza uno a llegar al segundo párrafo cuando ya el tema agobia... en la mayoría. Me refiero a la forma en que una enorme suma de redactores presenta temas que hace soso hasta el más interesante de los asuntos, al menos en lo que al idioma español nos reúne. Y no entro con esto a las estructuras de escritura, sino a la vida que un artículo, reportaje o entrevista debería tener para que el lector se sambulla en el mundo que tal o cual periodista le propone. Todo esto, por supuesto, respecto a la misma generación de periodistas de quién os escribe. Generaciones anteriores siguen resultando un delirio a la lectura, viejos que al leerlos producen orgasmos a la comprensión del mundo en el que vives, el que a diario intentas comprender. De esos, muchos. ¿A qué se deberá? A lo mejor se acerca a la respuesta la impresión de MR Antonio Campillo, que dice no sin conocimiento de causa que un signo de la crisis es la reducción de estudios de artes y humanidades en los países de ideología neoliberal, y con ello, una concepción economicista y tecnocrática del conocimiento y la educación.



Es curioso esto del periodismo, sobre todo qué tipo de periodismo. El periodismo tradicional resulta un coñazo, y dentro de sus ramas, pareciese ser el cultural el que más va seduciendo a innumerables lectores. ¿Por qué? A lo mejor, porque como tradicionalmente se piensa que hablan de cosas irrelevantes desde ese pensamiento economicista y tecnocrático que hoy rige casi a la totalidad de los medios, van teniendo más libertad, y en esa liberta, han aparecido verdaderas exquisiteces de autores, con mensajes entre lineas que dependiendo de la agudeza del lector, enganchan hasta el culto. Xavi Sancho, Gregorio Belinchón, Eugenia de la Torriente, Iñigo López Palacios, Inés Muñoz Martínez-Mora, Javi Giner o Iker Seisdedos resultan una alegoría a la narración, por nombrar sólo a algunos. Resultan un plato muy fuerte, ágil, acogedor y culto, y es porque como muchos otros, provienen de una generación donde todo ha cambiado a ritmo de tornado, naciendo en una época, quizás la última, donde todo era más calmo, por eso leerlos resulta ubicarlos entre dos mundos distintos, que a su vez es nuestro mundo, el actual, y a su vez siendo capaces de unir las generaciones más jóvenes con las adultas. Es admirable, porque son parte de la actualidad, y eso es un privilegio. Al menos a esta edad, donde parece que nadie se entera de nada, y si se enteran, no hacen mucho más que permanecer parados como un pisapapel... ya lo decía MR Vicente Verdú. Si TIME se trata de una elaborada fotocopia de la realidad, VOGUE es parte exacta de la actualidad... sólo una parte, pero incomparablemente más prometedora que los buenos deseos o que liantes mandamases. Desde hace ya bastante, muy buenas revistas de tendencias han crecido en sus análisis, sus noticias sobre humanidad y consumo, pudiendo decirse que a estas alturas del mundo de las apariencias en el capitalismo de ficción, han pasado a integrar el contexto en cuanto la cosmética ha extendido sus brazos hacia mujeres y hombres, en una cabal acepción de un tratamiento del cosmos... un cosmos de la contemporaneidad reflejada en un surtido de conocimientos que jamás se recibirían de un parlamento o una universidad.



Esta cultura [porque lo es, aunque sea mirada por encima del hombro por la intelectualidad, autodenominada culta y mal vestida, dicho sea el paso...], en la alicaída y añorada sociedad de consumo azotada por la austeridad, la publicidad, la moda y el modo en la totalidad de sus signos, han ido ocupando un lugar central para juzgar cada una de las épocas. Esas publicaciones de calidad procuran los brillos más elocuentes de algunos intersticios sociales, que parecen, en vista y contenido, un antídoto contra tanta tristeza... y no es menor. Dice Verdú que son gran cosa, y cada vez los serán más, en la medida que dejen aparte los sermones sobre el fin del mundo, el carromato político y la corrupción para abrazar el estilo famoso, amoral, libre y curativo del deslizante papel couché... ¿Qué os parece? Pueden estar o no de acuerdo. Lo cierto de todo este asunto, es que es ahí donde va naciendo un grupo de periodistas que se dice son unos torcidos, y escriben lo que se les sale de los cojones. Y eso está muy bien caballeros, considerando que fueron otros torcidos, en suelo americano por ejemplo, los que crearon la época dorada del periodismo anglosajón.



Me robo a Iker [Seisdedos] cuando habla de ellos: Tom Wolfe, Hunter S. Thompson, Joan Didion, Jimmy Breslin, Gay Talese, John Sack, Norman Mailer, Thomas B. Morgan, Truman Capote... esos autores impresionantes que cambiaron la forma de comunicarse a través del texto impreso, que seguían, a propósito o no, la senda de García Márquez y lo que el boom latinoamericano produjo como la mayor factoría de sueños que la literatura haya conocido hasta entonces... el soñar, que es el paso previo para hacer cosas grandes y cruzar generaciones. Los héroes del relato, capaces de acercar la fantasía a nombres de carne y hueso. ¿Cómo no te vas a deborar un texto entero así? Y con gusto... con mucho gusto. En eso, Latinoamérica ha dado cátedra. Un periodismo de historias, no simplemente de noticias rápidas; un periodismo con mirada y voz de autor más allá del producto impersonal de la factoría informativa... e imagínese Usted, con tantas malas noticias, pues nadie quiere eso, la fría impersonalidad, o al menos, no creo que nadie en su sano juicio lo quiera, aunque para gustos, colores. Un periodismo bien contado, pero no por pura habilidad narrativa, sino por la necesaria fundamentación en la investigación y el trabajo de campo, ahí, en la puta calle, así como por la depuración creativa de un buen proceso de edición... los nuevos aires a los medios de comunicación, si quieren sobrevivir, debería ser un periodismo que aspirase a enganchar a sus lectores apostando a temas duros, al conocimiento, al respeto por la audiencia dejando de lado las asquerosas banalidades mediáticas, a los que gran parte de periodistas de mi generación están acostumbrados, haciéndose inleíbles.



Si no me creen, basta mirar el fenómeno, donde aparecen nichos de mercado auténticamente interesados [porque lo consumen] incrementando gradualmente el impacto político y social del género, mientras que los académicos encerrados tras sus impolutas cuatro paredes lo vuelven objeto de estudio. Aquel grupo de americanos crearon modelos fundamentales para medios del mundo entero, como el apego a los hechos y la intervención de los editores, una corriente que hoy, resulta obligatoria para una buena educación periodística. Los nuevos aires a los medios en habla castellana, vendrán, más que por todo el resto, por la inspiración y el ejemplo de la tradición propia del periodismo literario. Y en eso debe mirarse a América Latina y leer [por estos días casi una práctica vintage] y aprender de la crónica aquella que te teletransportaba al lugar de los hechos de la mano de algunos como Rubén Darío, José Martí, Tomás Eloy Martínez, Elena Poniatowska o el mismo García Márquez. Y es importante, a los que se dediquen a esto, a escribir, y en los medios, ensanchar los espacios de un periodismo narrativo de altas ambiciones, también ideales, por supuesto, ante un futuro carente de certidumbres para el negocio del periodismo, y por sobre todo, para el oficio, si es que lo considera realmente una vocación, renovando profundamente el ejercicio del pensamiento ante la gran tarea y a su vez responsabilidad, que no es más que ayudar a reconstruir la razón, esa importante razón que se haga cargo de su pasado múltiple y se enfrente al porvenir con una actitud reflexiva y cooperativa, y sus lectores se multiplicarán, porque terminarán con el punto final, y tendrán en la cara una sonrisa. Y eso, por supuesto, siempre se agradece: La sonrisa.





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