Image::MR JAVIER PINO PHOTOGRAPHER © SCL::
Hace un par de días, en la ciudad
de Santiago de Chile, en el extremo sur de América Latina, bajo un tímido sol
de entrada al otoño por bajo la linea del Ecuador, salí rumbo a visitar una
exposición en el centro de extensión de la Universidad Católica, ubicada sobre
la avenida principal de la capital. Era una estupenda muestra sobre la
dirección de arte del tabloide norteamericano “The New York Times”. Como
supuse, aquello estaba vacío. Ni un alma. Luego de recorrerla y al salir de la
sala de exhibiciones, un grupo de alumnos [cerca de un centenar que no
superaban la veintena de edad] veía en una de las terrazas de la casa central
de ese centro de estudios [la misma casa donde quien os escribe había estudiado
años atrás], una pantalla de televisor. Se encontraba hablando uno de los
candidatos de derecha a la presidencia de las próximas elecciones del mes de
noviembre. Se trataba de Andrés Allamand, y estaba en directo en el auditorio
de la segunda planta. Subí las escaleras y tras convencer al guardia de
seguridad, entré al plenario. Lo conocía bien. Ese hombre era el socio del
hermano de una tía política, abogado, quienes habían sido los primeros chilenos
en abrir un estudio de abogados en la ciudad de Nueva York. En los poco más de
cinco minutos que pude permanecer dentro de ese sitio, escuché a ese tipo, que
defendía y sostenía la legitimIdad absoluta del lucro por parte de las
universidades privadas a costillas del Estado [el mismo lío por el cual
cientos de miles de estudiantes y civiles se encontraban hace algo más de dos
años enfrentándose en las calles de la ciudad contra la policía [en verdaderas
batallas campales]. Y no se le movía ni una ceja.
Salí de ese auditorio y cogí un
ejemplar de una revista local llamada “Qué Pasa” [auspiciadora de la charla de
Allamand], una publicación de prestigio dentro del país, asociada a ese mismo
grupo de derecha, y mala copia de la norteamericana “The New Yorker”. Volví a
la exhibición del “The New York Times” con la última edición de la revista en
las manos, abrí sus páginas de par en par, una por una, poniéndola al lado de
las imágenes expuestas del periódico. Habré pasado en ello un poco más de media
hora. Finalmente, tras recorrer por segunda vez las dos salas dedicadas al
periódico, salí de ahí y tiré aquella revista al tacho de la basura. Era,
directamente, un cuadro. No había por donde cogerla. Seguí rumbo a otro centro,
donde una exposición dedicaba su sala principal al diseñador industrial y
editor Francesco Mendini, que no estaba nada mal. Mendini, con los años, se
había convertido en uno de los maestros del diseño italiano, uno de sus más
fuertes sellos de marca país. Una vez fuera, me puse a trabajar en el monitoreo
de informaciones relativas al Festival de Hyères, la principal plataforma de
nuevos talentos para la industria de la moda francesa, organizada por la
Fédération y financiada por algunas de las marcas insignias del sector galo. En
esta edición, Felipe [Oliveira Baptista] era presidente del jurado, ex ganador
del certamen hace una década atrás.
En esta edición, el premio del
jurado de Hyères caía sobre Satu [Maaranen], una finlandesa con una colección
donde traslada paisajes a siluetas extrapoladas de la alta costura de los
cincuenta. A pesar de la energía y frescura que transmitía la Villa Noailles [como siempre], en vez de seguir en ella, volvía pensar en el país donde me encontraba,
en Chile. Como ejercicio, visité las webs de los periódicos, canales de televisión, museos,
centros cuturales, universidades, galerías de arte, bibliotecas, las pocas
revistas en el país, ministerios de educación, cultura y turismo, [de artistas
y diseñadores, el tema digital seguía siendo casi inexistente], a fin de
hacerme una impresión general nueva de donde me encontraba. Y el resultado fue,
sino siniestro, alarmantemente preocupante. Mientras en Hyères, Didier Grumbach,
presidente de la Fédération y Sidney Toledano, cabeza de Dior, alababan la
creatividad y su necesidad para la creación de riqueza de la industria y del
producto interno bruto de su propio país, en el otro, donde me encontraba,
al fin del mundo, su ministro de cultura amenazaba públicamente a artistas,
gestores culturales y escritores con quitarles dinero público para el
desarrollo de sus actividades. Asimismo, la producción en diseño, artes y literatura, permanecían estancadas en una
eterna década de los ochenta, y prácticamente nadie parecía dispuesto a salir de aquello, y
los que quisiesen hacerlo, parecían ser absolutamente despreciados por su misma
gente, además de públicos y privados. La pregunta, era, y en un tono muy grave:
“¿Qué coño está sucediendo en este sitio?”. Era de escalofríos. Honestamente.
“Si no te gusta, vete”. Parece
ser la respuesta a todo, y a todos, en una especie de círculo que se niega a
avanzar, intrincada en tradiciones que parecen salidas de hace media centuria
de retraso y en la negación casi general de adaptación a la alta cultura propia tanto de la postmodernidad como del pasado universal, negada a rajatabla desde modelos norteamericanos
neoliberales que según sus principales protagonistas culturales, han hecho al
país perder su identidad propia, como país, sumiéndolo en una sensación de
autocomplacencia, bastardeo y una producción cultural general insuficiente,
víctima, por supuesto, de la falta de relación respecto al resto del mundo,
culturas e idiomas que no mantengan relación estricta con la estadounidense.
Aquello, sin embargo, viviéndolo en la calle, parece no ser así, con una
población ávida de novedad y cambios, nuevos aires de frescura que un grupo de
familias dueñas del país [hijos o descendientes, todos, de inmigrantes], además
de los Estados Unidos y España, se niegan por completo a esos avances por miedo
a perder su primacía, ignorando por completo, víctimas de un sistema educativo
igual de insuficiente [culturalmente hablando] y tecnócrata, que aquello mismo
podría reportarles réditos como país pionero en lo que a manifestaciones
culturales se refiriese. La fractura social, intensa y profunda, parece ser el
talón de Aquiles para el desarrollo de su población, y por ende, para el
nacimiento de referentes en toda suerte de áreas relacionadas con el
conocimiento que les permitiese colocarse en el panorama internacional, como
país, aprovechando su estabilidad económica en la región.
Si una nación como Chile, que es
rock´n´roll puro, que ha sobrevivido a tragedias tan recientes que permanecen
en el imaginario colectivo como una dictadura militar que aún no ha sido
sanada, un terremoto y un tsumani que devastó el 80% de su territorio [y se
volvió a parar, con dos cojones, con las manos de sus propios nacionales], asi
como a todos sus estudiantes en las calles que se han dado cuenta que han sido
estafados durante años, asi como el resto de la población en todas las áreas de
la vida, privatizadas, enfrentándose cara a cara con la policía, dándoles un
carácter muy específico que ha sido rescatado por los ojos de todo el globo
terráqueo, está en perfectas condiciones de sacar a sus creadores, artistas y
escritores al mundo, y darle de ostias al resto, con otro par de cojones. El
tema es, o será, que ante la indiferencia del Estado y su sistema económico,
aparezca entre todo ese grupo de “Chicago Boys”, otro grupo que se ponga como
objetivo principal, sacar lo mejor de su país al resto del país y al mundo, que
será siempre, más importante que el vino, el salmón y el cobre, su propia
cultura, y volverla universal. Y sin buscar a cambio compensación económica,
sino cultura, que en divisas, a largo plazo, lo harán una potencia. Dependerá
de ellos mismos, de su orgullo y de lo que sean capaces de crear. Queda en sus
manos.
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