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19.5.13

PUÑETAZO BLUMENFELD

Image::MR ERWIN BLUMENFELD PHOTOGRAPHER © BERLIN::



Por estos días, donde uno vagabundea en la calle y mira cual espía a través de las ventanas de los cafés, se coge un avión, se va a otro sitio, hace lo mismo, y lo mismo y otra vez lo mismo tratando de encontrar personas extraordinarias con historias extraordinarias, las cosas se complican. Escasean. Hay, pero es como encontrar una aguja en un pajar. A los pertenecientes a la misma generación de uno, digo. El mundo se ha vuelto tan caprichoso que los caprichosos van siendo tirados por tierra sin ser capaces de levantarse, y desaparecen en una sociedad que tiende a condenar el talento y el éxito ajeno, donde la envidia paraliza el progreso propio por el miedo que genera no encajar con la opinión de la mayoría, de diferenciarse del resto y no ser aceptado. No quedan muchos de esos caprichosos, que los tiran al suelo a propósito, pero se vuelven a levantar, y vuelven a hacerlo, cada vez mejor, como en un perfecto juego de ajedrez, o de bridge, y ganar la partida, forrarse y no desaparecer ahí, sino siguiendo ahí, en la pista de baile, dándolo todo. Prácticamente no se ven.



En ese mismo vagabundeo callejero, probablemente sea buen ejercicio meterse dentro de la Somerset House londinense a fin de mes, y ser testigo de la vida extraordinaria de uno de esos caprichosos, igual de extraordinarios. Me refiero a la figura del fotógrafo Erwin Blumenfeld, y el recorrido en imágenes que una retrospectiva dedicada a su obra lo cogerá del cuello y le dará de ostias hasta hacerlo llorar, o reír a carcajadas. Y porque Blumenfeld no se va con pequeñeces o medias tintas, sino todo lo contrario. Jamás lo hizo. “Blumenfeld Studio: New York 1941-1960” se titula aquella muestra a punto de ser inaugurada, una recopilación de los disparos más representativos [y también otros desconocidos] realizados por el fotógrafo alemán nacionalizado estadounidense en su época de oro, organizada en conjunto por los propios descendientes de Blumenfeld. Y créame, son tan impresionantes como la propia vida de ese hombre digna de una película, y el séptimo arte, por supuesto, ya prepara lo suyo.



En estos tiempos donde todo se copia [le llaman por estos días “tributos” o “inspiración”...] la imagen de Erwin resucita para elevarse sobre prácticamente todos los fotógrafos de la actualidad para eso, para darles de puñetazos y dejarlos como pringados. ¿Y sabe Usted cómo murió Blumenfeld? Se provocó su propia muerte, en compañía de su amante cuarenta años menor Marina Schinz. Con la fabulosa fuente de agua en la Plaza España de Roma como testigo, en un intento deliberado por provocarse un ataque al corazón, subió y bajó corriendo varias veces sus escaleras hasta que su corazón se detuvo, ahí, en frente de cientos de personas, y porque no quería tener una operación o morir sufriendo una muerte prolongada. Quería simplemente la muerte, por eso no tomó su medicación y salió a las carreras en uno de los sitios más sublimes del mundo. Y se acabó, a los setenta y tres años. Old School. Don´t fuck. En esa plaza de Roma, en brazos de Schinz llorando y bramando desconsolada, desaparecía uno de los fotógrafos más innovadores e influyentes del siglo veinte.



En su carrera, los desnudos en blanco y negro serían ampliamente considerados como uno de sus mejores obras, aunque fuese la fotografía de moda en colores con un sentido innato de estilo y arte lo que le hizo rico y famoso. En ella combinó su experiencia técnica en el cuarto oscuro donde experimentó con solarización y la combinación de negativos y positivos, y si hacía falta meterlas a la nevera, a la nevera se iban. En esa estela de innovación, fue el responsable justo hasta la década del sesenta, de la realización de películas para ser utilizadas como publicidad de belleza adelantándose a todo el resto. ¿Qué le parece?... Y parece que su vida hubiese sido la de un tipo con mala suerte, malísima, que nació en un momento en que tenía que servir en la Primera Guerra Mundial, para después, ser perseguido por los nazis en la Segunda Guerra Mundial, y luego, ser un fotógrafo de arte que a regañadientes tenía que hacer fotografía de moda para ganarse la vida y mantener a su familia, y si no fuese suficiente, abandonar el París que amaba con locura para huir a Nueva York sin hablar una sola palabra de inglés... pero Blumenfeld siempre ganaba la partida, por cojones. Perdió a su hermano menor quien murió en combate durante la Primera Guerra, luego a su padre producto de la sífilis en 1913, luego fue entregado por su madre al ejército tras enterarse que quería desertar y llamándolo traidor, luego la quiebra absoluta. Nacido en Berlín en el seno de una familia judía de clase media, fue a los diez años cuando recibió una cámara fotográfica de manos de su tío Carl, y a partir de sus primeras experimentaciones y autorretratos, tomaría eso, la fotografía, como forma de vida, y sería eso, la fotografía, la que le salvaría la vida. Después de la guerra, trabajó como chofer de ambulancias y en ese período conocería a George Grosz, quien formó parte del movimiento Dadá en Berlín, y se harían amigos, y utilizaría las fotos de Erwin, además de recortes de revistas para experimentar con el collage.



A los veinticinco años, Erwin se casó con Lena Citröen [1921] y al año nacería su primera hija Lisette. Un año después, la familia se trasladó a Zandvoort, Holanda, dondre creó sus propias cartera de cuero poniéndolas a la venta en una pequeña tienda. Convertido en hombre de negocios y con ventas terribles, escribía cuentos cortos... hasta que descubrió un cuarto oscuro totalmente equipado, que había sido abandonado por un inquilino anterior, tras una puerta tapiada en su edificio. Seguramente sonreía solo. Así, empezó a fotografiar a sus clientes y se convirtió contra el tiempo en una parte activa del circuito del arte holandés. Con el tiempo empezó a hacer algunos desnudos, influenciado por revistas de arte francesas de la época, donde vio la obra de Man Ray y otros fotógrafos que lo inspiraron para impulsar aún más sus experimentos encerrado en el cuarto oscuro, el uso de la solarización y las exposiciones múltiples. Empezó a exponer su obra en su tienda, hizo dos exposiciones junto al marchante Carel van Lier y en 1935 publicó su primer disparo en la revista francesa “Photographie”. Un año después, y justo antes que la tienda de marroquinería se declarara en quiebra, Erwin mandó el cuero a tomar por saco y la convirtió en un estudio de fotografía. Dos meses después, conocería a Geneviève [Rouault], una dentista bien relacionada que tenía una clínica en París. Y pasó que Geneviève era hija del pintor Georges Rouault, que como era de esperarse, olió a kilómetros lo de Erwin. ¿Qué hizo “Gene”? Pues le ofreció colocar sus fotografías en la sala de espera de su clínica y presentarle a otros artistas como su padre y uno de sus mejores amigos... Henri Matisse. Fue todo lo que necesitó Erwin para cerrar el estudio, hacer maletas y largarse a París, el mismo año.



Así, en la ciudad de las luces Erwin mostró lo suyo en la sala de espera e intercambió sus retratos por bocetos con Matisse, y un año después, vió su trabajo publicado en el primer número de la revista “Verve”, cuya portada era, por supuesto, de Matisse. Esas fotografías publicadas en Velvet eran exposiciones dobles y triples realizadas en la cámara y con impresión de alto contraste. Era pura vanguardia, pura experimentación... y porque Erwin no respetaba las reglas, que les dieran. Y él tan ancho, vamos. Aquel número de Velvet cayó en manos ni más ni menos que de Cecil Beaton, y alucinó, y fue a por Blumenfeld, a perseguirlo por París, y pasaba que el británico flipaba con el mérito de Erwin, que era el hecho de que el berlinés fuese incapaz de compromiso alguno, y Beaton lo quería trabajando para Vogue, pero sus disparos no eran de la calidad de Vogue, porque eran más graves, provocadores... e infinitamente mejor que la moda. Así y todo, lo introdujo en la edición francesa de la revista de moda ese mismo año, el treinta y siete, y sin quererlo, a la edad de cuarenta y un años, Blumenfeld fue contratado durante un año por la actual cabecera de Condé Nast. Ahí haría historia con sus fotos, entre ellas, la de la modelo Lisa Fonssagrives en equilibrio sobre el borde de la Torre Eiffel, publicada en 1939. ¿Quiere más? Pues bien, sigamos. Se llevó, en ese punto ya capaz de hacerlo, a su mujer y sus tres hijos a vivir a París. Cuando su contrato no fue renovado por Vogue, se fue a Nueva York y obtuvo uno con la revista Harper´s Bazaar para documentar la moda en París. Volvió a París en gloria y majestad, y la Segunda Guerra Mundial estalló... su familia salió contra reloj de la ciudad rumbo a Bretaña, y Erwin cogió todas sus impresiones y películas en dos cajas. Salió de su estudio entre el caos bélico y el boulevard de Montparnasse se encontró con una de sus modelos. A cambio de su gramófono y todos sus registros, le pidió esconder su trabajo, y la modelo, increíblemente y al más puro estilo rockambolesco, lo hizo con un buen par de ovarios. Volvería a trabajar con él años después, en 1947. Partió a reunirse con Lena y los niños, pero fue cogido por los nazis e internado en una serie de campos de concentración, incluyendo Le Vernet. En un año perdió 20 kilos de peso antes de que fuese a ser trasladado a otro campo en Catus. Atemorizado por su vida, se encontró con el comandante del campo, lo convenció de que se había producido un error en su detención, les dijo quién era y fue puesto en libertad. Posteriormente, se escondió junto a su familia en un viejo castillo y concentró todos sus esfuerzos en conseguir una visa para escapar a Estados Unidos. Se fueron a Niza y desde ahí a Marsella usando una credencial de prensa estadounidense  que le habían dado en Nueva York. Usó la misma para sortear una fila de más de dos mil personas para entrar a la embajada americana y encontró a Oliver Hiss, un cónsul que sabía, era aficionado a la fotografía. Entró sin tocar a la puerta en su despacho mientras el cónsul se encontraba con una amante, que para sorpresa, Blumenfeld conocía muy bien. Fue ella quien prácticamente le ordenó a Hiss que le diera visa a él y su familia y así, escaparon a Nueva York el veintidós de junio de 1941. Ni bien pisar la gran manzana, Erwin partió a ver a Carmel Snow, editora en jefe de Harper´s Bazaar, y cuando entró en su despacho, Snow no se levantó de su silla, tampoco levantó la mirada. Sólo sonrió y le dijo “Blumenfeld! Necesito dos páginas imposibles y el cabrón de George [Hoyningen-Heune] se ha ido de nuevo de vacaciones! Cierro el número de septiembre mañana, asi que corre al estudio y hace tomas fabulosas”.



De esa forma, las imágenes a color altamente estilizadas de Blumenfeld pasaron a convertirse en el aspecto de los años cuarenta y cincuenta. Trabajó para Bazaar y Vogue y a pesar del entorno comercial en el que trabajaba, continuó experimentando y se negó a comprometerse con su fotografía de moda, por cojones, siendo que de su cámara salieron algunas de las portadas más emblemáticas de la revista más importante del mundo. En ese estudio en el número 222 de Central Park South, además de su casa en Los Hamptons, pasaron desde Marlene Dietrich a Grace Kelly, y entre medio otras como Audrey Hepburn y la mítica Carmen Dell'Orefice, con quien entablaría amistad hasta el día de su muerte, en esa plaza en Roma. Pese a las tragedias y el horror, fue uno de los hombres más carismáticos de la industria y las mujeres lo adoraban. Pero como todo funciona en ciclos en la industria, la revista cambió, cambió la cultura, cambió la ropa, los diseñadores habían cambiado y Blumenfeld fue consecuente con sus tiempos. Abandonó la fotografía y sus últimos años de vida los dedicó a trabajar en su autobiografía, que quería, fuese su legado después de su muerte. Posterior a su deceso, en 1969, Blumenfeld dejó un impresionante patrimonio que incluía 8000 grabados, 30.000 transparencias y más de 150 collages, muchos de los cuales nunca han sido publicados o vistos por el público. Ahora sus nietos y primos, han trabajado junto a Schinz para hacer posible la exposición que se abre dentro de tres días exactos. Ahora, por primera vez desde su muerte, la obra de Erwin Blumenfeld estará reunida en un mismo lugar, y físicamente. Si se lo pierde, será, sencillamente, imperdonable. Deberá recibir un puñetazo, y ya no de Blumenfeld... no la deje pasar.




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