Image::MR ERWIN BLUMENFELD PHOTOGRAPHER © BERLIN::
Por estos días, donde uno vagabundea
en la calle y mira cual espía a través de las ventanas de los cafés, se coge un
avión, se va a otro sitio, hace lo mismo, y lo mismo y otra vez lo mismo
tratando de encontrar personas extraordinarias con historias extraordinarias,
las cosas se complican. Escasean. Hay, pero es como encontrar una aguja en un
pajar. A los pertenecientes a la misma generación de uno, digo. El mundo se ha
vuelto tan caprichoso que los caprichosos van siendo tirados por tierra sin ser
capaces de levantarse, y desaparecen en una sociedad que tiende a condenar el
talento y el éxito ajeno, donde la envidia paraliza el progreso propio por el
miedo que genera no encajar con la opinión de la mayoría, de diferenciarse del
resto y no ser aceptado. No quedan muchos de esos caprichosos, que los tiran al
suelo a propósito, pero se vuelven a levantar, y vuelven a hacerlo, cada vez
mejor, como en un perfecto juego de ajedrez, o de bridge, y ganar la partida,
forrarse y no desaparecer ahí, sino siguiendo ahí, en la pista de baile,
dándolo todo. Prácticamente no se ven.
En ese mismo vagabundeo
callejero, probablemente sea buen ejercicio meterse dentro de la Somerset House
londinense a fin de mes, y ser testigo de la vida extraordinaria de uno de esos
caprichosos, igual de extraordinarios. Me refiero a la figura del fotógrafo
Erwin Blumenfeld, y el recorrido en imágenes que una retrospectiva dedicada a
su obra lo cogerá del cuello y le dará de ostias hasta hacerlo llorar, o reír a
carcajadas. Y porque Blumenfeld no se va con pequeñeces o medias tintas, sino
todo lo contrario. Jamás lo hizo. “Blumenfeld Studio: New York 1941-1960” se
titula aquella muestra a punto de ser inaugurada, una recopilación de los
disparos más representativos [y también otros desconocidos] realizados por el
fotógrafo alemán nacionalizado estadounidense en su época de oro, organizada en
conjunto por los propios descendientes de Blumenfeld. Y créame, son tan impresionantes
como la propia vida de ese hombre digna de una película, y el séptimo arte, por
supuesto, ya prepara lo suyo.
En estos tiempos donde todo se
copia [le llaman por estos días “tributos” o “inspiración”...] la imagen de
Erwin resucita para elevarse sobre prácticamente todos los fotógrafos de la
actualidad para eso, para darles de puñetazos y dejarlos como pringados. ¿Y
sabe Usted cómo murió Blumenfeld? Se provocó su propia muerte, en compañía de
su amante cuarenta años menor Marina Schinz. Con la fabulosa fuente de agua en
la Plaza España de Roma como testigo, en un intento deliberado por provocarse
un ataque al corazón, subió y bajó corriendo varias veces sus escaleras hasta
que su corazón se detuvo, ahí, en frente de cientos de personas, y porque no
quería tener una operación o morir sufriendo una muerte prolongada. Quería
simplemente la muerte, por eso no tomó su medicación y salió a las carreras en
uno de los sitios más sublimes del mundo. Y se acabó, a los setenta y tres años.
Old School. Don´t fuck. En esa plaza de Roma, en brazos de Schinz llorando y bramando
desconsolada, desaparecía uno de los fotógrafos más innovadores e influyentes
del siglo veinte.
En su carrera, los desnudos en
blanco y negro serían ampliamente considerados como uno de sus mejores obras,
aunque fuese la fotografía de moda en colores con un sentido innato de estilo y
arte lo que le hizo rico y famoso. En ella combinó su experiencia técnica en el
cuarto oscuro donde experimentó con solarización y la combinación de negativos
y positivos, y si hacía falta meterlas a la nevera, a la nevera se iban. En esa
estela de innovación, fue el responsable justo hasta la década del sesenta, de
la realización de películas para ser utilizadas como publicidad de belleza
adelantándose a todo el resto. ¿Qué le parece?... Y parece que su vida hubiese
sido la de un tipo con mala suerte, malísima, que nació en un momento en que
tenía que servir en la Primera Guerra Mundial, para después, ser perseguido por
los nazis en la Segunda Guerra Mundial, y luego, ser un fotógrafo de arte que a
regañadientes tenía que hacer fotografía de moda para ganarse la vida y
mantener a su familia, y si no fuese suficiente, abandonar el París que amaba
con locura para huir a Nueva York sin hablar una sola palabra de inglés... pero
Blumenfeld siempre ganaba la partida, por cojones. Perdió a su hermano menor
quien murió en combate durante la Primera Guerra, luego a su padre producto de
la sífilis en 1913, luego fue entregado por su madre al ejército tras enterarse
que quería desertar y llamándolo traidor, luego la quiebra absoluta. Nacido en
Berlín en el seno de una familia judía de clase media, fue a los diez años
cuando recibió una cámara fotográfica de manos de su tío Carl, y a partir de
sus primeras experimentaciones y autorretratos, tomaría eso, la fotografía,
como forma de vida, y sería eso, la fotografía, la que le salvaría la vida.
Después de la guerra, trabajó como chofer de ambulancias y en ese período
conocería a George Grosz, quien formó parte del movimiento Dadá en Berlín, y se
harían amigos, y utilizaría las fotos de Erwin, además de recortes de revistas
para experimentar con el collage.
A los veinticinco años, Erwin se
casó con Lena Citröen [1921] y al año nacería su primera hija Lisette. Un año
después, la familia se trasladó a Zandvoort, Holanda, dondre creó sus propias
cartera de cuero poniéndolas a la venta en una pequeña tienda. Convertido en
hombre de negocios y con ventas terribles, escribía cuentos cortos... hasta que
descubrió un cuarto oscuro totalmente equipado, que había sido abandonado por
un inquilino anterior, tras una puerta tapiada en su edificio. Seguramente
sonreía solo. Así, empezó a fotografiar a sus clientes y se convirtió contra el
tiempo en una parte activa del circuito del arte holandés. Con el tiempo empezó
a hacer algunos desnudos, influenciado por revistas de arte francesas de la
época, donde vio la obra de Man Ray y otros fotógrafos que lo inspiraron para
impulsar aún más sus experimentos encerrado en el cuarto oscuro, el uso de la
solarización y las exposiciones múltiples. Empezó a exponer su obra en su
tienda, hizo dos exposiciones junto al marchante Carel van Lier y en 1935
publicó su primer disparo en la revista francesa “Photographie”. Un año
después, y justo antes que la tienda de marroquinería se declarara en quiebra,
Erwin mandó el cuero a tomar por saco y la convirtió en un estudio de
fotografía. Dos meses después, conocería a Geneviève [Rouault], una dentista
bien relacionada que tenía una clínica en París. Y pasó que Geneviève era hija
del pintor Georges Rouault, que como era de esperarse, olió a kilómetros lo de
Erwin. ¿Qué hizo “Gene”? Pues le ofreció colocar sus fotografías en la sala de
espera de su clínica y presentarle a otros artistas como su padre y uno de sus
mejores amigos... Henri Matisse. Fue todo lo que necesitó Erwin para cerrar el
estudio, hacer maletas y largarse a París, el mismo año.
Así, en la ciudad de las luces
Erwin mostró lo suyo en la sala de espera e intercambió sus retratos por
bocetos con Matisse, y un año después, vió su trabajo publicado en el primer
número de la revista “Verve”, cuya portada era, por supuesto, de Matisse. Esas
fotografías publicadas en Velvet eran exposiciones dobles y triples realizadas
en la cámara y con impresión de alto contraste. Era pura vanguardia, pura
experimentación... y porque Erwin no respetaba las reglas, que les dieran. Y él
tan ancho, vamos. Aquel número de Velvet cayó en manos ni más ni menos que de
Cecil Beaton, y alucinó, y fue a por Blumenfeld, a perseguirlo por París, y
pasaba que el británico flipaba con el mérito de Erwin, que era el hecho de que
el berlinés fuese incapaz de compromiso alguno, y Beaton lo quería trabajando
para Vogue, pero sus disparos no eran de la calidad de Vogue, porque eran más
graves, provocadores... e infinitamente mejor que la moda. Así y todo, lo
introdujo en la edición francesa de la revista de moda ese mismo año, el
treinta y siete, y sin quererlo, a la edad de cuarenta y un años, Blumenfeld
fue contratado durante un año por la actual cabecera de Condé Nast. Ahí haría
historia con sus fotos, entre ellas, la de la modelo Lisa Fonssagrives en
equilibrio sobre el borde de la Torre Eiffel, publicada en 1939. ¿Quiere más?
Pues bien, sigamos. Se llevó, en ese punto ya capaz de hacerlo, a su mujer y
sus tres hijos a vivir a París. Cuando su contrato no fue renovado por Vogue,
se fue a Nueva York y obtuvo uno con la revista Harper´s Bazaar para documentar
la moda en París. Volvió a París en gloria y majestad, y la Segunda Guerra
Mundial estalló... su familia salió contra reloj de la ciudad rumbo a Bretaña,
y Erwin cogió todas sus impresiones y películas en dos cajas. Salió de su
estudio entre el caos bélico y el boulevard de Montparnasse se encontró con una
de sus modelos. A cambio de su gramófono y todos sus registros, le pidió
esconder su trabajo, y la modelo, increíblemente y al más puro estilo
rockambolesco, lo hizo con un buen par de ovarios. Volvería a trabajar con él
años después, en 1947. Partió a reunirse con Lena y los niños, pero fue cogido
por los nazis e internado en una serie de campos de concentración, incluyendo Le
Vernet. En un año perdió 20 kilos de peso antes de que fuese a ser trasladado a
otro campo en Catus. Atemorizado por su vida, se encontró con el comandante del
campo, lo convenció de que se había producido un error en su detención, les
dijo quién era y fue puesto en libertad. Posteriormente, se escondió junto a su
familia en un viejo castillo y concentró todos sus esfuerzos en conseguir una
visa para escapar a Estados Unidos. Se fueron a Niza y desde ahí a Marsella
usando una credencial de prensa estadounidense que le habían dado en Nueva York. Usó la misma
para sortear una fila de más de dos mil personas para entrar a la embajada
americana y encontró a Oliver Hiss, un cónsul que sabía, era aficionado a la
fotografía. Entró sin tocar a la puerta en su despacho mientras el cónsul se
encontraba con una amante, que para sorpresa, Blumenfeld conocía muy bien. Fue
ella quien prácticamente le ordenó a Hiss que le diera visa a él y su familia y
así, escaparon a Nueva York el veintidós de junio de 1941. Ni bien pisar la
gran manzana, Erwin partió a ver a Carmel Snow, editora en jefe de Harper´s
Bazaar, y cuando entró en su despacho, Snow no se levantó de su silla, tampoco
levantó la mirada. Sólo sonrió y le dijo “Blumenfeld! Necesito dos páginas
imposibles y el cabrón de George [Hoyningen-Heune] se ha ido de nuevo de
vacaciones! Cierro el número de septiembre mañana, asi que corre al estudio y
hace tomas fabulosas”.
De esa forma, las imágenes a
color altamente estilizadas de Blumenfeld pasaron a convertirse en el aspecto
de los años cuarenta y cincuenta. Trabajó para Bazaar y Vogue y a pesar del
entorno comercial en el que trabajaba, continuó experimentando y se negó a
comprometerse con su fotografía de moda, por cojones, siendo que de su cámara
salieron algunas de las portadas más emblemáticas de la revista más importante
del mundo. En ese estudio en el número 222 de Central Park South, además de su
casa en Los Hamptons, pasaron desde Marlene Dietrich a Grace Kelly, y entre
medio otras como Audrey Hepburn y la mítica Carmen Dell'Orefice, con quien
entablaría amistad hasta el día de su muerte, en esa plaza en Roma. Pese a las
tragedias y el horror, fue uno de los hombres más carismáticos de la industria
y las mujeres lo adoraban. Pero como todo funciona en ciclos en la industria,
la revista cambió, cambió la cultura, cambió la ropa, los diseñadores habían
cambiado y Blumenfeld fue consecuente con sus tiempos. Abandonó la fotografía y
sus últimos años de vida los dedicó a trabajar en su autobiografía, que quería,
fuese su legado después de su muerte. Posterior a su deceso, en 1969,
Blumenfeld dejó un impresionante patrimonio que incluía 8000 grabados, 30.000
transparencias y más de 150 collages, muchos de los cuales nunca han sido
publicados o vistos por el público. Ahora sus nietos y primos, han trabajado
junto a Schinz para hacer posible la exposición que se abre dentro de tres días
exactos. Ahora, por primera vez desde su muerte, la obra de Erwin Blumenfeld
estará reunida en un mismo lugar, y físicamente. Si se lo pierde, será,
sencillamente, imperdonable. Deberá recibir un puñetazo, y ya no de
Blumenfeld... no la deje pasar.
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