Image::MR HEDI SLIMANE PHOTOGRAPHER © PARIS::
Pues de eso se trata este
artículo, de su nombre. ¿Por qué? Porque viene a la mesa aquella palabra que
parece nadie, o prácticamente nadie entender, muchísimo menos replicar, ni asimilar
en la corteza cerebral entre esta perpetua brutalización contemporánea. Se dice
que la caballerosidad es el comportamiento propio de un hombre que obra con
cortesía, nobleza y amabilidad. Eso, por nuestros días, ¿Usted lo ve? Puedo
asegurarle que no, a menos que trate con hombres ya de una cierta edad por
donde los embates de la vida, el dolor, el sufrimiento y las propias historias
personales a lo largo de los años lo hayan aleccionado lo suficiente como para
tener esa importante condición, y a esa gente, hoy convertidos en abuelos, o
tercera edad, nadie les presta atención, víctimas del olvido y el desprecio
provocado por el vértigo en el que nuestro mundo gira y avanza contra el tiempo,
el espacio y nosotros mismos, sin piedad.
Saco el tema de debajo de la
alfombra porque al menos, para quién os escribe, así lo entiende, y debido al
trato diario, desde hace ya tiempo considerable, con mucha gente, de todas las
edades, razas y condiciones, económicas, sociales y culturales. Y es importante
hablar de ello. ¿Por qué? Porque resulta que en épocas cómo estas, gobernadas
por la depresión económica y el decaimiento de la moral a todo tipo de niveles,
es cuando surgen los nacionalismos, los facismos y se alzan las diferencias
entre unos y otros, la xenofobia, el racismo y el odio... basta que mire a su
alredor o lea lo que ocurre a diario en los cinco puntos del globo, en medios
de cualquier idioma... es angustiante. Es muy, muy doloroso, en el sentido
común de apelar a eso, a la cabellerosidad de los hombres, que parece,
prácticamente todos, hayan guardado dentro de una caja sellada en casa para
abrirla cuando la vida se haya cansado de darle hostias... o se los lleve antes
siquiera de recordar que aquella caja existía, en algún sitio olvidado, sin
poder encontrarla.
Hace ya meses, apareció otro
concepto en el imaginario de los medios, que apareció primero en el mundo de las
tendencias para luego saltar a la moda y de ahí, transformarse en caballo de
batalla para el fortalecimiento de la industria textil, la cosmética y la
perfumería dirigida al público masculino. Me refiero al Dandismo. Autores de
distinta estirpe se metieron en el tema publicando obras en presentaciones
públicas donde lo que menos se veía eran eso: dandies. Uno miraba todo aquello,
sino estupefacto, abiertamente sorprendido. El dandismo. Una búsqueda rápida
por donde todos ya conocemos, nos dice que esos tipos son refinados en el
vestir, con grandes conocimientos de moda, provenientes de la burguesía, de
personalidad arrolladora y dueños de nuevos valores fortalecidos por la
sobriedad que terminarían transformándose en referentes de su época. También se
convertirían en referente para la moda masculina, contestatarios con sus
distintas sociedades y separados de todo tipo de corrientes, incasillables,
convirtiéndose en celebridades de la imagen y diversas tribus urbanas.
Ahora bien. Dígame Usted,
sinceramente, cuantos de esos conoce. La respuesta es, salvo impresionantes
excepciones, ninguno. Hablamos de esto regidos estrictamente a nuestra sociedad
contemporánea, actual. ¿Dandy el que se pasea, cual pavo real o pato ciego, por
arriba y abajo valiéndose de la sobriedad para convertirse en un payaso de
feria?, ¿Dandy el que mira con desprecio a otro u otra por su aspecto, o su
realidad o sus costumbres?, ¿Dandy aquel que utiliza marcas de alta costura
convertidas hoy por hoy en retailers para conseguir alguna instantánea en
alguna revista?, ¿Dandy el que asiste alguno de esos eventos que no son más que
estrategias publicitarias baratas de otras empresas usándolos como rostros de
forma gratuita como un absoluto pringado?, ¿Dandy todos esos que están en todos
sitios y son conocidos pero que no dominan ningún tema en profundidad de ese
inmenso abanico que construye al hombre como sujeto, que son la historia, la
literatura, la cultura, la religión, los idiomas, la diplomacia, el habla, la
comunicación y la capacidad de emoción, y si los dominan, los usan no para
ayudar ni mejorar cosas, sino para la práctica de esas vulgaridades dignas de
nuestro tiempo, de las que os hablaba más arriba producto de la depresión y la
crisis, y por supuesto, la imbecilidad? Me parece que todos esos autores
entraron en el tema antes de tiempo, cuando vieron de un momento a otro sólo
castillos en el aire, porque todo eso, después del bombo, sigue sin existir.
Quizás, hoy el Dandismo se revele
más como una reafirmación (debido a su ausencia absoluta en lo público) de la
caballerosidad. Y la caballerosidad es usar todos ese abanico que construye al
hombre como sujeto en el servicio a los demás, partiendo con uno, luego con el
de al lado, y por supuesto, a la pública discreción. Y en ese camino, tener la
disposición a abrirle siempre la puerta de un coche a una mujer, o la de casa o
el despacho a cualquiera que amablemente lo solicite sin importar quién es,
invitar una copa, o dos, ante la posibilidad de una buena conversación, tener
la capacidad de escuchar al otro y no imponerse, sino abrirse a las distintas
opiniones y en caso que sean, desde el sentido común correctas, aceptarlas, y
cambiar la propia para la generación de bienestar personal y también grupal,
plural; dar un consejo, o una opinión desde la bondad y la honestidad, poseer
un carácter incorruptible y en caso de ser necesario, tener el temple
suficiente para imponerse ante algo que afecte en detrimento del bienestar
propio, y también grupal. Un caballero, cuando algo no le parece, jamás, nunca,
se quedará callado, aunque a muchos les moleste. A la mierda. Con elegancia
siempre, por supuesto. Porque en eso, créame, todo el resto, todo lo accesorio
o superfluo, como la moda, viene sin margen de dudas, dentro del paquete, ¿por
qué? Porque ya lo tiene incorporado. Ya conoce lo suficiente. Si necesita una
escuela, o universidad que le enseñe de todo esto, pues simplemente vaya y
siéntese con los ancianos, mientras mayor sean, mejor. Y mientras más sean,
mejor. Le doy mi palabra, recibirá una cátedra, y magistral, que ni un Honoris
Causa. Y se lo pasará, con sus anécdotas, historias y consejos, infinitamente
mejor que con los de su propia generación pegando palos de ciego. Y asegúrense,
siempre, que sean hombres buenos, no hijos de puta. Caballerosidad. Y hágalo,
porque escasea. Nada más.
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