Image::MS JULIA HETTA PHOTOGRAPHER © AMSTERDAM::
No ha alcanzado a pasar una
semana desde que el sobrevalorado mundo de los bloggers de moda se ha
derrumbado cual castillo de naipes gracias a un experimento del diario español “El
País” [donde los lectores se han ido a la yugular del autor y sacado tras él a
una lista de nombres sonados que hubiesen sido colgados en la hoguera y que por
su parte, han brillado por su ausencia o bajado el perfil prácticamente a cero],
cuando ahora, es el mundo de los sacrosantos críticos de moda, los de
periódicos, los que parecen también, por ellos mismos, irse al garete, es decir
“Fuck you by Yourself”. Y la eterna discusión desde dentro y desde fuera sobre
quiénes son validos y quiénes no, pues parece que los unos y los otros se hayan
metido todos al mismo saco [o gran parte de ellos] como para cogerlo,
revolearlo y lanzarlo a tomar por viento [evitando otra palabra, claro está].
Se han vuelto todos locos dentro del circo aquel y la crisis, mis siempre
estimados lectores, llegó al periodismo de moda [escuelas privadas, a tomar
nota, si no queréis que todos esos programas de Masters que os habéis inventado
de la nada se queden vacíos]. Démosle la bienvenida, porque os lo pasaréis en
grande, y para seros honesto, quien os escribe lo espera con pasión. Extender
brazos, juntar manos, dar vuelta las palmas, y a crujir dedos. Empezamos.
Fechado el 31 de julio recién
pasado, el sitio virtual “The Business of Fashion” creado por Imran Amed y
adquirido recientemente por LVMH, el grupo de lujo de Bernard Arnault [hace
nada multado por tratar de adquirir durante una década por debajo de la mesa, a
lo vandido, la casa Hermès], recibía a los visitantes con un artículo escrito
ni más ni menos que por Colin McDowell. Para quién su nombre no le suene de
nada, os ubico. McDowell es un escritor y
periodista británico que casi en su totalidad ha desarrollado su carrera
en el periódico “The Sunday Times”. Ha escrito más de veinte libros sobre seis
diseñadores, sombreros, caballeros y pavos reales, sexo y moda, y dos novelas
con los creativísimos títulos “Una Mujer de Estilo” y “Una Mujer de Espíritu”
[imaginarán de qué van ambas…]. Su
primer libro se tituló “McDowell´s Directory of 20th Century Fashion”. Aparte
de eso, hace cinco años fue declarado miembro de la Orden del Imperio Británico
[MBE] por “servicios a la moda” y mientras estuvo trabajando como profesor en
Roma, fue asistente del diseñador italiano Pino Lancetti. Actualmente es parte
de la Sociedad Real de las Artes y ha sido reconocido con cinco doctorados
honorarios por parte de universidades británicas. Pues bien, de McDowell era el
artículo, texto del cual uno era de esperarse, recibiría una cátedra. Pues no
fue así, sino todo lo contrario. Era la primera y magistral señal para
enterarse que estaban todos completamente locos. Y pasa. La moda enloquece.
Escribía McDowell que el mundo de
la moda es un mundo de conveniencia, en el que algunos enunciados de cualquier
tipo pueden ser tomados en serio. El vacío y la falta de sinceridad, como las
reacciones exageradas e histéricas son de rigor, sobre todo cuando provienen
por funcionarios de la prensa o gentes de relaciones públicas. Por lo mismo, no
era de extrañar que a ellos, como a los diplomáticos, se les pagara no siempre
para seguir la verdad, sino para luchar contra la pared en nombre de marcas o
diseñadores que pagan sus sueldos. McDowell afirma que cuando se trata de
escritores de moda, son muy pocos los que tienen una opinión, y él, en un
arrebato de humildad, se auto promulga dentro de ese grupo y os dice a todos
que está orgulloso de ser uno de ellos, para luego deciros en su cara que son
menos de seis personas… Sigue McDowell, diciendo que uno [o él] es fuertemente
sancionado por decir la verdad, porque si no lo hace, el algodón de azúcar
autocomplaciente, aquel edificio de humo y espejos que es la moda, podría colapsar
y venirse abajo… Continúa McDowell
confirmando que en pasado las bofetadas a esos pobres mártires se llevaban a
cabo por relacionadores públicos pagados, cuya cruel venganza y sanción era
quitarles el lugar en el front-row para la siguiente colección… de una a tres
temporadas. Ninguna invitación era enviada a los “villanos” de decir la verdad
y ningún tipo de súplica les permitía acceder al tarjetón divino. O la
invitación era enviada para un asiento asignado que sabían el escritor no
encontraría aceptable, ya fuese personalmente o por el prestigio de la
publicación para la que estaba cubriendo dicho show. O, “lo peor de todo” según
McDowell, era recibir una invitación para primera fila y a pocos minutos de
empezar el desfile, ser expulsado del asiento con el máximo de la humillación
para poner a una celebridad televisiva de clase C, una condesa o una tipeja con
un peinado a lo María Antonieta imposible.
Sin embargo, McDowell dice que
toda esa anterior humillación es un juego de niños al lado del “veneno lanzado”
por diseñadores contra comentarios críticos. Tilda a la nueva generación de creadores
a la cabeza de las casas de alta costura de petulantes, paranoides, inmaduros e
inseguros que no se preocupan por la dignidad del comentarista profesional,
sintiéndose en su derecho de oponerse a la crítica con la que no están de
acuerdo, escribiendo cartas públicas insultantes dirigidas a periodistas e
incluso hacer ataques personales con el fin de expresar su malestar. Continuaba
McDowell con su artículo, comentando que la moda necesitaba de su cuarto poder,
tanto como lo necesita un gobierno. También que los intentos de silenciar, que
no son más que intimidación, debían ser resistidos por todos en el mundo de la
moda, por el bien del mundo de la moda… Según él, es una de las razones clave
por las que la moda no está en un buen lugar en la actualidad. Mientras que la mayoría
de las formas de arte se mantienen en estado de alerta por los comentarios
informados, el mundo de la moda no, o prácticamente ningunos. Dice que los
artículos únicos son sobre apertura de tiendas, informes de beneficios y el
juego de sillas musicales de diseñadores salientes y entrantes. Nada sobre la
creatividad. Sostiene que los verdaderos críticos evalúan la literatura, el
teatro, el cine, la música, la arquitectura, la pintura, la escultura y otras
actividades creativas que tienen contenido intelectual. El resto, el perraje,
son solo comentaristas sin importar los grandiosos títulos que elijan para sus
cosas. Se pregunta quién es realmente, en el curso de la batalla de las
palabras, el que está haciendo un trabajo de vital importancia para los últimos
estándares de la moda. Si el comentarista, el Relacionador Público o el
diseñador vengativo que ha perdido la cabeza por creer lo que sus esbirros
pagados le dicen, terminando su artículo con un broche de oro determinante,
diciendo como el más alto de los sabios, que mientras ellos estén pensando, tal
vez todos recordemos que un verdadero creador siempre acepta la crítica, sin
rencor, y por supuesto, sin responder… Toma ya.
No creía lo que acababa de leer.
Salí al campo a caminar unos kilómetros y volver pensando párrafo a párrafo en
lo escrito por McDowell. Me puse a leer los artículos del tipo. No encontré
nada deslumbrante, ni ninguna maravilla. Sus libros tampoco, poca cosa. No
estaban mal, pero desde luego no era Borges, ni Cortázar ni Benedetti ni Vargas
Llosa, vamos. Me fui a los archivos a buscar las noticias sobre los encontrones
de Hedi [Slimane] y Oscar [De la Renta] con la periodista del “The New York
Times” Cathy Horyn, o viceversa. Este artículo de McDowell era claramente
dirigido hacia aquellos sucesos, y cómo con este artículo-misiva se ponía al
lado de Horyn. Volví a leerme todo de nuevo. Pasé algo más de medio día en toda
esa tarea, más una ardua documentación de todo lo que hablaba, y de la gente a
la que se refería [que la memoria es siempre débil]. Ya con el cielo a oscuras,
es resultado fue absoluto, y pesado como un muro. El tipo era un completo
delirado [con mis respectivas disculpas para él e igual reconocimiento por su
carrera. Nada personal]. Se trataba de
un absoluto pirado. Ya os lo decía antes, en el segundo párrafo. La moda
enloquece.
En primer lugar, si bien McDowell
tenía una amplia carrera en esto, en la moda y en la parte editorial, de
pertenecer a la mesa de oro de los periodistas de moda, los creíbles, pues él, hoy,
ni de lejos. Primero por el medio de comunicación en el que había desarrollado
su carrera, el “The Sunday Times”, un dominical amarillista y sensacionalista que
desde hace cinco años antes de que se uniera a sus filas en 1986, ya pertenecía
a News Corp, el conglomerado editorial del mercenario Rupert Murdoch, famoso
por el escándalo de las escuchas donde estaba involucrada media Inglaterra,
desde Cameron hasta Scotland Yard y que saldría a la luz pública a raíz del
asesinato de una menor de edad donde periodistas de otro de sus tabloides, News
of the World, borrarían los mensajes de la menor asesinada para recibir más
misivas de su verdugo y tener la exclusiva, interfiriendo con toda la
investigación policial que sería el punto inicial de una bomba de tiempo para
todo el mundo de la prensa. No puedes hablar con esa arrogancia y ponerte
medallas propias de veracidad cuando deberías saber de sobra que has escrito [y
lo sigues haciendo] para un grupo editorial siniestro, y recibiendo una paga
por ello, honestamente. Ni lo mencionarías. Recordamos el viejo dicho “en casa
de herrero, cuchillo de…” En segundo lugar, el primer libro del periodista lo
titularía con su propio apellido, uniéndolo a las palabras “Directorio” y “Siglo
XX”. ¿Quién eres, Jesucristo? Y si en parte [en la tierra y en tu época]
pretendes serlo, nunca jamás, en tu primera obra, ni en ninguna venidera [por
una cosa de elegancia, de clase] utilizas tu nombre ni tu apellido como parte
de un título. Es de mal gusto, absoluto… como para después comparar lo que
escribes como un cuarto poder y ponerlo a la misma altura de la carrera
diplomática, mundo que parece McDowell no conocer ni a kilómetros, donde la
discreción es la regla número uno, y de front-rows te responden con la pregunta
“¿What is that?”. Suma y sigue.
McDowell luego, con la mano en la
frente, narra la pesadilla de ser relegado de una invitación al desfile de tal
o cual marca, o ser invitado y luego desplazado a otra silla en completa humillación.
Esto es un flipe, y es una de las más fuertes razones por las que él mismo
luego pone en su boca y la espalda de otros la culpa de la pérdida de credibilidad
de la moda: los pirados. Porque hasta donde sé, un periodista de moda, pese a
serlo en esta área, llena de focos, glamour, pasarelas, front rows y payasos de
circo, sigues siendo un periodista, y eso jamás lo puedes olvidar, y… ¿Sabrá
McDowell lo que es un periodista? Pues uno que se pone un frac para ir a un
front-row en primera o última fila, también un uniforme para ir a cubrir una
guerra en Afganistán o un disfraz de maleante para irse a meter a un barrio
putero con tal de conseguir la exclusiva, o la noticia, y pueden creerme que en
esto, en moda, es bastante más fácil como para victimizarse en “completa
humillación” que te corran de tu sitio. Humillación… menudo. Vamos a por más.
Continúa McDowell con el tema de los diseñadores, aquellos desalmados que tras
ser insultados con una vulgaridad fuera de control, como la de Horyn, que no se
ha hecho famosa precisamente por la calidad de su prosa, sino por descalificar
y descalificar a gente que ni conoce por sus propias frustraciones personales,
y por sobre todo, a gente de una calidad despampanante. Meterte con Oscar de La
Renta, cuyas colecciones siguen superándose una vez tras otra tratando de
combinar de la forma más elegante que el hortera mercado americano se lo
permite a las señas de los grandes de antaño, es conmovedor. O con Hedi,
siempre tan suyo, que pasó más allá de ser diseñador o fotógrafo para
convertirse en icono, con una calidad que te corta la respiración y
probablemente, el último y verdadero eslabón de las vanguardias que de París
pasa a los barrios marginales de Los Angeles para fotografiar recitales under
pasando olímpicamente de todos en completa soledad y discreción, y por supuesto
de Horyn, pues tienes que tener un par de zapatos muy grandes, o una educación
cultural digna de una barriada poligonera, y ni así. Pero bueno, sabemos todos que
oriunda de Ohio… de la América profunda a Washington y luego a la Big Apple. Es que cualquiera se flipa. Qué os puedo decir. McDowell,
mejor que nadie, debería saber que nadie, absolutamente nadie, muchísimo menos
en este negocio, se molesta realmente por una crítica a su trabajo o imaginario
[porque son parte de las reglas del juego], a excepción, claro, que se te
descalifique personalmente, a tu propia integridad, y a un nivel inaceptable.
La duda recae entonces, si este artículo publicado en “The Business of Fashion”
es una treta de McDowell [como la de su apellido en su primer libro] de poner
su nombre al lado de Horyn para subir un escalón, o es realmente la de un
periodista que acaba de perder todo tipo de conexión con la realidad y con la
dignidad de las personas, y con la realidad de esta industria, que pese a toda
su maravilla, jamás debe olvidar que se trata de un área productiva, no
artística, así fue concebida, y así sigue, aunque algunos, muy pocos [menos de
lo que él se piensa y de los que ha escrito libros gruesos] hayan despuntado.
McDowell también vuelve a errar,
una vez más, al referirse a ese grupo de periodistas de moda [menos de media
docena] que según él son los dueños del cotarro. Ni siquiera Horyn a estas
alturas. Para hacerle un listado rápido, en su idioma, Suzy Menkes
[International Herald Tribune] seguida por Grace Coddington y Anna Wintour [Vogue
USA, pese a sus delirios de estrella], la discreta Alexandra Shulman [Vogue UK]
y Hillary Alexander [The Daily Telegraph, ya fuera de las pistas pero aún
vigente]; Franca Sozzani única en Italia [Vogue]; en Francia Emmanuelle Alt
[Vogue France, siguiendo los pasos a su antecesora en la edición gala y también
a la actual americana en sus divismos], Carine Roitfield [CR Book] y Sybille
Walter [Encens Magazine]; Finalmente en el idioma que nos comprende, las voces,
hasta ahora únicas, son las de Eugenia de la Torriente [El País], Yolanda
Muelas [Metal Magazine] y Joana Bonet [Prisa]. El resto es ruido, mala calidad
y para América Latina, de lo existente en todo el continente, un mal chiste.
Pues ya veis, una docena de féminas. Ya sabéis a quiénes leer, si quiere buenas
críticas de moda, sobrias y educadas… y del resto, como consejo, mire siempre
primero su procedencia. No entrará en crisis.
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