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31.7.13

CRÍTICOS DE MODA EN CRISIS

Image::MS JULIA HETTA PHOTOGRAPHER © AMSTERDAM::



No ha alcanzado a pasar una semana desde que el sobrevalorado mundo de los bloggers de moda se ha derrumbado cual castillo de naipes gracias a un experimento del diario español “El País” [donde los lectores se han ido a la yugular del autor y sacado tras él a una lista de nombres sonados que hubiesen sido colgados en la hoguera y que por su parte, han brillado por su ausencia o bajado el perfil prácticamente a cero], cuando ahora, es el mundo de los sacrosantos críticos de moda, los de periódicos, los que parecen también, por ellos mismos, irse al garete, es decir “Fuck you by Yourself”. Y la eterna discusión desde dentro y desde fuera sobre quiénes son validos y quiénes no, pues parece que los unos y los otros se hayan metido todos al mismo saco [o gran parte de ellos] como para cogerlo, revolearlo y lanzarlo a tomar por viento [evitando otra palabra, claro está]. Se han vuelto todos locos dentro del circo aquel y la crisis, mis siempre estimados lectores, llegó al periodismo de moda [escuelas privadas, a tomar nota, si no queréis que todos esos programas de Masters que os habéis inventado de la nada se queden vacíos]. Démosle la bienvenida, porque os lo pasaréis en grande, y para seros honesto, quien os escribe lo espera con pasión. Extender brazos, juntar manos, dar vuelta las palmas, y a crujir dedos. Empezamos.



Fechado el 31 de julio recién pasado, el sitio virtual “The Business of Fashion” creado por Imran Amed y adquirido recientemente por LVMH, el grupo de lujo de Bernard Arnault [hace nada multado por tratar de adquirir durante una década por debajo de la mesa, a lo vandido, la casa Hermès], recibía a los visitantes con un artículo escrito ni más ni menos que por Colin McDowell. Para quién su nombre no le suene de nada, os ubico. McDowell es un escritor y  periodista británico que casi en su totalidad ha desarrollado su carrera en el periódico “The Sunday Times”. Ha escrito más de veinte libros sobre seis diseñadores, sombreros, caballeros y pavos reales, sexo y moda, y dos novelas con los creativísimos títulos “Una Mujer de Estilo” y “Una Mujer de Espíritu” [imaginarán de qué van ambas…]. Su primer libro se tituló “McDowell´s Directory of 20th Century Fashion”. Aparte de eso, hace cinco años fue declarado miembro de la Orden del Imperio Británico [MBE] por “servicios a la moda” y mientras estuvo trabajando como profesor en Roma, fue asistente del diseñador italiano Pino Lancetti. Actualmente es parte de la Sociedad Real de las Artes y ha sido reconocido con cinco doctorados honorarios por parte de universidades británicas. Pues bien, de McDowell era el artículo, texto del cual uno era de esperarse, recibiría una cátedra. Pues no fue así, sino todo lo contrario. Era la primera y magistral señal para enterarse que estaban todos completamente locos. Y pasa. La moda enloquece.



Escribía McDowell que el mundo de la moda es un mundo de conveniencia, en el que algunos enunciados de cualquier tipo pueden ser tomados en serio. El vacío y la falta de sinceridad, como las reacciones exageradas e histéricas son de rigor, sobre todo cuando provienen por funcionarios de la prensa o gentes de relaciones públicas. Por lo mismo, no era de extrañar que a ellos, como a los diplomáticos, se les pagara no siempre para seguir la verdad, sino para luchar contra la pared en nombre de marcas o diseñadores que pagan sus sueldos. McDowell afirma que cuando se trata de escritores de moda, son muy pocos los que tienen una opinión, y él, en un arrebato de humildad, se auto promulga dentro de ese grupo y os dice a todos que está orgulloso de ser uno de ellos, para luego deciros en su cara que son menos de seis personas… Sigue McDowell, diciendo que uno [o él] es fuertemente sancionado por decir la verdad, porque si no lo hace, el algodón de azúcar autocomplaciente, aquel edificio de humo y espejos que es la moda, podría colapsar y venirse abajo…  Continúa McDowell confirmando que en pasado las bofetadas a esos pobres mártires se llevaban a cabo por relacionadores públicos pagados, cuya cruel venganza y sanción era quitarles el lugar en el front-row para la siguiente colección… de una a tres temporadas. Ninguna invitación era enviada a los “villanos” de decir la verdad y ningún tipo de súplica les permitía acceder al tarjetón divino. O la invitación era enviada para un asiento asignado que sabían el escritor no encontraría aceptable, ya fuese personalmente o por el prestigio de la publicación para la que estaba cubriendo dicho show. O, “lo peor de todo” según McDowell, era recibir una invitación para primera fila y a pocos minutos de empezar el desfile, ser expulsado del asiento con el máximo de la humillación para poner a una celebridad televisiva de clase C, una condesa o una tipeja con un peinado a lo María Antonieta imposible.



Sin embargo, McDowell dice que toda esa anterior humillación es un juego de niños al lado del “veneno lanzado” por diseñadores contra comentarios críticos. Tilda a la nueva generación de creadores a la cabeza de las casas de alta costura de petulantes, paranoides, inmaduros e inseguros que no se preocupan por la dignidad del comentarista profesional, sintiéndose en su derecho de oponerse a la crítica con la que no están de acuerdo, escribiendo cartas públicas insultantes dirigidas a periodistas e incluso hacer ataques personales con el fin de expresar su malestar. Continuaba McDowell con su artículo, comentando que la moda necesitaba de su cuarto poder, tanto como lo necesita un gobierno. También que los intentos de silenciar, que no son más que intimidación, debían ser resistidos por todos en el mundo de la moda, por el bien del mundo de la moda… Según él, es una de las razones clave por las que la moda no está en un buen lugar en la actualidad. Mientras que la mayoría de las formas de arte se mantienen en estado de alerta por los comentarios informados, el mundo de la moda no, o prácticamente ningunos. Dice que los artículos únicos son sobre apertura de tiendas, informes de beneficios y el juego de sillas musicales de diseñadores salientes y entrantes. Nada sobre la creatividad. Sostiene que los verdaderos críticos evalúan la literatura, el teatro, el cine, la música, la arquitectura, la pintura, la escultura y otras actividades creativas que tienen contenido intelectual. El resto, el perraje, son solo comentaristas sin importar los grandiosos títulos que elijan para sus cosas. Se pregunta quién es realmente, en el curso de la batalla de las palabras, el que está haciendo un trabajo de vital importancia para los últimos estándares de la moda. Si el comentarista, el Relacionador Público o el diseñador vengativo que ha perdido la cabeza por creer lo que sus esbirros pagados le dicen, terminando su artículo con un broche de oro determinante, diciendo como el más alto de los sabios, que mientras ellos estén pensando, tal vez todos recordemos que un verdadero creador siempre acepta la crítica, sin rencor, y por supuesto, sin responder… Toma ya.



No creía lo que acababa de leer. Salí al campo a caminar unos kilómetros y volver pensando párrafo a párrafo en lo escrito por McDowell. Me puse a leer los artículos del tipo. No encontré nada deslumbrante, ni ninguna maravilla. Sus libros tampoco, poca cosa. No estaban mal, pero desde luego no era Borges, ni Cortázar ni Benedetti ni Vargas Llosa, vamos. Me fui a los archivos a buscar las noticias sobre los encontrones de Hedi [Slimane] y Oscar [De la Renta] con la periodista del “The New York Times” Cathy Horyn, o viceversa. Este artículo de McDowell era claramente dirigido hacia aquellos sucesos, y cómo con este artículo-misiva se ponía al lado de Horyn. Volví a leerme todo de nuevo. Pasé algo más de medio día en toda esa tarea, más una ardua documentación de todo lo que hablaba, y de la gente a la que se refería [que la memoria es siempre débil]. Ya con el cielo a oscuras, es resultado fue absoluto, y pesado como un muro. El tipo era un completo delirado [con mis respectivas disculpas para él e igual reconocimiento por su carrera.  Nada personal]. Se trataba de un absoluto pirado. Ya os lo decía antes, en el segundo párrafo. La moda enloquece.



En primer lugar, si bien McDowell tenía una amplia carrera en esto, en la moda y en la parte editorial, de pertenecer a la mesa de oro de los periodistas de moda, los creíbles, pues él, hoy, ni de lejos. Primero por el medio de comunicación en el que había desarrollado su carrera, el “The Sunday Times”, un dominical amarillista y sensacionalista que desde hace cinco años antes de que se uniera a sus filas en 1986, ya pertenecía a News Corp, el conglomerado editorial del mercenario Rupert Murdoch, famoso por el escándalo de las escuchas donde estaba involucrada media Inglaterra, desde Cameron hasta Scotland Yard y que saldría a la luz pública a raíz del asesinato de una menor de edad donde periodistas de otro de sus tabloides, News of the World, borrarían los mensajes de la menor asesinada para recibir más misivas de su verdugo y tener la exclusiva, interfiriendo con toda la investigación policial que sería el punto inicial de una bomba de tiempo para todo el mundo de la prensa. No puedes hablar con esa arrogancia y ponerte medallas propias de veracidad cuando deberías saber de sobra que has escrito [y lo sigues haciendo] para un grupo editorial siniestro, y recibiendo una paga por ello, honestamente. Ni lo mencionarías. Recordamos el viejo dicho “en casa de herrero, cuchillo de…” En segundo lugar, el primer libro del periodista lo titularía con su propio apellido, uniéndolo a las palabras “Directorio” y “Siglo XX”. ¿Quién eres, Jesucristo? Y si en parte [en la tierra y en tu época] pretendes serlo, nunca jamás, en tu primera obra, ni en ninguna venidera [por una cosa de elegancia, de clase] utilizas tu nombre ni tu apellido como parte de un título. Es de mal gusto, absoluto… como para después comparar lo que escribes como un cuarto poder y ponerlo a la misma altura de la carrera diplomática, mundo que parece McDowell no conocer ni a kilómetros, donde la discreción es la regla número uno, y de front-rows te responden con la pregunta “¿What is that?”. Suma y sigue.



McDowell luego, con la mano en la frente, narra la pesadilla de ser relegado de una invitación al desfile de tal o cual marca, o ser invitado y luego desplazado a otra silla en completa humillación. Esto es un flipe, y es una de las más fuertes razones por las que él mismo luego pone en su boca y la espalda de otros la culpa de la pérdida de credibilidad de la moda: los pirados. Porque hasta donde sé, un periodista de moda, pese a serlo en esta área, llena de focos, glamour, pasarelas, front rows y payasos de circo, sigues siendo un periodista, y eso jamás lo puedes olvidar, y… ¿Sabrá McDowell lo que es un periodista? Pues uno que se pone un frac para ir a un front-row en primera o última fila, también un uniforme para ir a cubrir una guerra en Afganistán o un disfraz de maleante para irse a meter a un barrio putero con tal de conseguir la exclusiva, o la noticia, y pueden creerme que en esto, en moda, es bastante más fácil como para victimizarse en “completa humillación” que te corran de tu sitio. Humillación… menudo. Vamos a por más. Continúa McDowell con el tema de los diseñadores, aquellos desalmados que tras ser insultados con una vulgaridad fuera de control, como la de Horyn, que no se ha hecho famosa precisamente por la calidad de su prosa, sino por descalificar y descalificar a gente que ni conoce por sus propias frustraciones personales, y por sobre todo, a gente de una calidad despampanante. Meterte con Oscar de La Renta, cuyas colecciones siguen superándose una vez tras otra tratando de combinar de la forma más elegante que el hortera mercado americano se lo permite a las señas de los grandes de antaño, es conmovedor. O con Hedi, siempre tan suyo, que pasó más allá de ser diseñador o fotógrafo para convertirse en icono, con una calidad que te corta la respiración y probablemente, el último y verdadero eslabón de las vanguardias que de París pasa a los barrios marginales de Los Angeles para fotografiar recitales under pasando olímpicamente de todos en completa soledad y discreción, y por supuesto de Horyn, pues tienes que tener un par de zapatos muy grandes, o una educación cultural digna de una barriada poligonera, y ni así. Pero bueno, sabemos todos que oriunda de Ohio… de la América profunda a Washington y luego a la Big Apple. Es  que cualquiera se flipa. Qué os puedo decir. McDowell, mejor que nadie, debería saber que nadie, absolutamente nadie, muchísimo menos en este negocio, se molesta realmente por una crítica a su trabajo o imaginario [porque son parte de las reglas del juego], a excepción, claro, que se te descalifique personalmente, a tu propia integridad, y a un nivel inaceptable. La duda recae entonces, si este artículo publicado en “The Business of Fashion” es una treta de McDowell [como la de su apellido en su primer libro] de poner su nombre al lado de Horyn para subir un escalón, o es realmente la de un periodista que acaba de perder todo tipo de conexión con la realidad y con la dignidad de las personas, y con la realidad de esta industria, que pese a toda su maravilla, jamás debe olvidar que se trata de un área productiva, no artística, así fue concebida, y así sigue, aunque algunos, muy pocos [menos de lo que él se piensa y de los que ha escrito libros gruesos] hayan despuntado.



McDowell también vuelve a errar, una vez más, al referirse a ese grupo de periodistas de moda [menos de media docena] que según él son los dueños del cotarro. Ni siquiera Horyn a estas alturas. Para hacerle un listado rápido, en su idioma, Suzy Menkes [International Herald Tribune] seguida por Grace Coddington y Anna Wintour [Vogue USA, pese a sus delirios de estrella], la discreta Alexandra Shulman [Vogue UK] y Hillary Alexander [The Daily Telegraph, ya fuera de las pistas pero aún vigente]; Franca Sozzani única en Italia [Vogue]; en Francia Emmanuelle Alt [Vogue France, siguiendo los pasos a su antecesora en la edición gala y también a la actual americana en sus divismos], Carine Roitfield [CR Book] y Sybille Walter [Encens Magazine]; Finalmente en el idioma que nos comprende, las voces, hasta ahora únicas, son las de Eugenia de la Torriente [El País], Yolanda Muelas [Metal Magazine] y Joana Bonet [Prisa]. El resto es ruido, mala calidad y para América Latina, de lo existente en todo el continente, un mal chiste. Pues ya veis, una docena de féminas. Ya sabéis a quiénes leer, si quiere buenas críticas de moda, sobrias y educadas… y del resto, como consejo, mire siempre primero su procedencia. No entrará en crisis.  



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