Image::MR YVES SUTER PHOTOGRAPHER © ZURICH::
En el último decenio, cuando el
cambio de milenio se asomaba como una transformación gloriosa de todos los
avances hasta el momento descubiertos, el arte era ya una androginia poco
definida donde el arte contemporáneo ya pisaba fuerte en su propia hibridación.
Un híbrido. Quizás fuese la exposición “Sensation” creada y manipulada por Charles Saatchi, el publicista, el que rompería un paradigma hasta
ese minuto, que era la idea de que el arte, para que como tal lo fuese, debía
de estar legitimizado. El artista y su obra respaldado tanto por la institución
[el Museo, la Galería], la academia [historiadores, críticos, universidades y
pares] y los medios de comunicación. La unión de esos tres poderes eran la
llave maestra de acceso al rango de artista de verdad, y a la obra, como tal,
cierta. Para que aquello sucediese, más que cumplir con las normas que exigían
que una obra y un artista fuesen considerados como tal [que antaño regía todo
esto], parecía más rápido y efectivo tener una buena red de contactos y de ahí
se entraba como un tubo a todas ellas, y el trabajo más difícil ya estaba hecho,
en rumbo. Pero las cosas, desde entonces, han cambiado.
Si bien las universidades y
escuelas de arte [con cero noción de lo que el arte se ha convertido] siguen
atrincheradas en aquellas normas anteriores, el arte, como tal, el mundo del
arte, se fue al carajo. Antes un artista debía pasearse quizás toda una vida
gastando lo que no tenía en repartir portafolios por galerías, probablemente,
sin obtener mayor atención que la de una desinteresada recepcionista o
secretaria, cual escritor tocando puertas [cerradas] de editoriales. Con el
nacimiento de las nuevas tecnologías y poco después las redes sociales,
recepcionistas y secretarias empezaron a desesperarse de no recibir más visitas
de nadie. Los artistas cambiaron de estrategia, creaban sus mapas virtuales y
de un día para otro el desconocido mundo de internet se transformó en un medio
más óptimo que ser portada de alguna revista de distribución internacional. Si
una galería no te exhibía, pues que les dieran. Te exhibías tú mismo. Si una
editorial o un sello discográfico no te publicaba, pues que también les dieran.
Te autopublicabas, y gratis, y bien. Por los mismos días, sería quizá Damien
Hirst que también rompería el paradigma del mercado del arte al pasar de
galeristas y marchantes al autoexhibirse y venderse el mismo en una subasta que
llegaría a cifras récord de ventas de una sola vez. Ahora si que las cosas
estaban negras. Los galeristas y marchantes sudaban frío. Luego entraría en
acción Amazon, que se cargaría, literariamente, gran parte de librerías,
distribuidoras y hasta editoriales.
Lógicamente, todos estos avances
y cambios de paradigma han significado un avance sustancial para la propia
supervivencia de los artistas. El famoso “By Yourself”. En esa linea,
muchísimos se han profesionalizado, algunos a tal punto de confundirse con los
más cotizados en una linea horizontal perfecta, y en algunos casos, hasta superarlos.
Los propios críticos y especialistas han tenido que salir de sus cuatro paredes
a la calle, mirar a su alrededor y ver que o se actualizaban, o perdían como en
la guerra. Y lo han hecho. Algunos artistas se han convertido en referentes
palpables y lúcidos de estos cambios, transformándose prácticamente en empresas
de autogestión, cuyo modelo con el tiempo otros van copiando para lograr aquel
acceso a los tres poderes [institución, academia y medios] a fin de lograr la
tan ansiada legitimidad. Y lo van logrando. Ahora bien. Llegado a ese punto,
¿Qué sucede después? A esta pregunta llegamos para abrir un debate sobre lo que
a todas luces vemos hoy, y me refiero al arte como espectáculo.
Si miramos el caso de Marina
[Abramovic] o Ai [Weiwei], que de ser artistas connotados con unas trayectorias
envidiables, han descubierto ese “modus operandi” utilizando los medios de comunicación
y el campo de lo “celebrity” o “star system” para llegar a convertirse en
fenómenos de masas cual Lady Gaga o alguna estrella de rock’n’roll. Este punto
es fundamental caballeros. ¿Es válido el uso del mundo del espectáculo?, ¿En
qué te conviertes, cuando pasas más allá del mundo del arte para confundirte en
ese otro mundo, o que te confundan?, ¿Dónde estás, en la alta o en la baja
cultura?, ¿Quién eres, tú o tu obra, o ambas?, ¿Qué pesa más, tú a modo de
personaje celebridad o tu trabajo?, ¿Se deslegitimiza toda tu obra y
trayectoria dentro de una alta cultura por acabar siendo otro mero objeto del
uso popular?, ¿Puede llegar a ser respetable un artista que llegue al millar de
seguidores por alguna de las redes de información social, limitándome
exclusivamente, al mundo del arte? Parece que llegado a este punto, muchos
pensarán que si.
En la actualidad, hordas y hordas
de artistas que ya han logrado un nivel respetable de visibilidad con su obra, y
de un momento a otro, parecen haber cambiado el switch a una postura en la que
ahora debiesen convertirse en algún tipo de… ¿celebridad?. ¿Es eso el mundo del
arte?, ¿Es eso lo que debiese llegar a ser un artista? Me parece que no. O
quizá si. En estos tiempos aparece la figura de Andy [Warhol] y su arte
popular, quien mezclaba todos aquellos mundos de forma magistral, pero lo hizo
justamente para reírse en la cara de todo ello, uniendo obra y personaje en un
mismo fin, de por sí, absoluta y completamente crítico, y fue el primero, el
que pisó el palito. ¿Y ahora?, ¿Qué pasa, que todos quieren ser Warholes?... No
se pasen. Resulta, para quien os escribe, patético a un nivel de olimpiadas ver
esa cantidad de supuestos artistas que anteponen sus caras por delante de sus
obras, cegados en ese brillo de supuesta fama, que como el mismo Andy decía,
como prediciendo nuestra época… nuestra actualidad… esta horterada en donde
cualquier infeliz querrá y podrá tener sus quince minutos de fama. Y es que va
pasando tal cual. Es, sencillamente, alucinante. El ego y amor propio por sobre
el talento. Probablemente Marina o Ai puedan permitirse ese lujo, porque
superar ya la sexta década de vida donde el talento y la obra de toda esa vida
puedan justificar y hasta defender ese giro propio al rango de celebridad. Pero…
¿Uno de mi generación?... ¿Qué grado de espectacularidad e importancia tiene la
obra de cada uno como para poder defender esa pedancia mal entendida de querer
convertirse en una celebridad? Respuestas, por supuesto, pueden haber muchas,
para todos los colores. Lo cierto es que solamente se va tirando de la copia de
modelos para los propios, y eso nunca puede ser bueno caballeros. ¿Por qué?
Porque es cosa que esos modelos cambien radicalmente de estrategia como para
dejarlos a todos en el aire, y como se sabe, lo que queda en el aire, el viento
se lo lleva. Este es un elemento sustancial del arte contemporáneo, ¿Por qué?
Porque el arte contemporáneo, si bien ha sido futurizado por Warhol, y creada
su pérdida de sentido por el publicista Saatchi, ninguno de los dos, en esto,
tuvieron ni tendrán la última palabra. ¿Por qué? Porque el arte no es
publicidad, tampoco es fama, aunque por nuestros tiempos así lo parezca, y como
un absoluto.
Existe una máxima en el arte,
para los artistas, que es la relación capacidad-disposición. Y desde la antigüedad
hasta nuestros días, aunque como se ve muchos pasen de ella, sigue igual de
vigente. Aquello corresponde a una suerte de montaña rusa, donde el artista
sube y sube hasta llegar al punto culmine de su capacidad, que es la técnica. Y
en esto, hablo de las técnicas tradicionales. El dominio perfecto del punto y
la línea, de la oscuridad y la luz, la comprensión en la observación y la
representación de la proporción, la figura humana y la naturaleza, la
representación perfecta. Como Picasso, que podía darse el lujo de ningunear y
mirar en menos a todo el mundo y pintar cubismo y formas imposibles, ¿Por qué?
Porque era capaz de dibujar como Donatello o Leonardo Da Vinci, con la misma
precisión, coger un lápiz sobre un papel y crear una figura perfecta sin
levantar ese lápiz de ese papel… y eso lo legitimizaba para tener su
disposición. La disposición. Una vez en ese punto más alto, técnicamente
hablando, de la montaña rusa, es cuando interna y moralmente, puedes darte el
lujo de lanzarte montaña abajo a toda velocidad y dibujar o pintar como un niño
de tres años, meterte en la instalación, la performance, la escultura o lo que
quieras, en todas sus formas y diversidades y gozar con la experimentación. Con
todo eso, ahí si, créase una celebridad. Y le aseguro, que la gran mayoría de
quienes sean capaces de dominar eso, jamás, nunca, querrán serlo. ¿Por qué?
Porque ya saben que lo son. No caerán en el arte como espectáculo, ¿Y por qué?
Porque ya, por ellos mismos, en su propia intimidad, ya lo son, y lo saben. Un
espectáculo.
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