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7.10.13

REGALOS

Image::MR SYLVAIN NORGET PHOTOGRAPHER © BASTIA::


Hace nada tuve la suerte de estar con un grupo de gente, en un buen asado, de esos donde aquello parece, en abundancia, a las bodas de Caná. Vamos, que no falta de nada. Ahí estaban Julia y su amigo, dos cientistas políticos de Buenos Aires; Franco, un cineasta animador chileno casado y radicado en Polonia; Tiziana, una doctora italiana; Manuela, otra inmigrante italiana pasada los cincuenta que se deslomaba haciendo pizzas en la cocina de un restaurante; David, un americano joven oriundo de Texas haciendo un intercambio estudiantil; Giorgia, una buena amiga, otra italiana traductora políglota de siete idiomas [árabe incluido] a quien quería presentar a Tiziana y Manuela [siempre es importante caballeros, si eres inmigrante en otro país, tener otros nuevos amigos o conocidos con los cuales poder hablar de tus cosas en tu propio idioma… vivir en otro idioma cansa… mentalmente hablando, y conocer a otros paisanos nunca está mal, por no decir que está muy bien. Te relaja] y José, un surfista brasileño de un sitio poco conocido, cercano a una playa de aguas color calipso y con más conocimientos y cultura general que un historiador medievalista, escondido tras una barba, un pelo rubio desordenado y una sonrisa suya que era su principal divisa y que sólo quería para su vida lo mismo: sonrisas. Así estaba el panorama. Nada mal, considerando que estaban todos con la cantidad suficiente de alcohol en la sangre como para asesinar a cualquier mosquito africano o caribeño del tamaño de un helicóptero. Fulminado caía a tierra. De esa barbacoa improvisada pero excelentemente organizada, salimos todos rumbo a una discoteca. Ahí Benjamin, otro amigo, francés, me esperaba junto a su novia y un amigo suyo, otro francés. No alcanzamos a entrar al sitio cuando lo tenía en mis brazos, completamente inconsciente de la borrachera. Dejé tirados a todos a la puerta de la discoteca para tirar a Benjamin dentro del jeep de su amigo como un saco de patatas, ir hasta el departamento de su novia, subirlo entre ambos hasta su piso y tirarlo con todas tus fuerzas en la cama como el puto saco de patatas que era, a poco tiempo de que saliera el sol. Digamos, una noche como las de antaño. Aquellas que se recuerdan. Fue lo más.



Ya al día siguiente, pasada la resaca, te metes de nuevo en tu mundo personal, en soledad, con todo el cambio de switch que aquello implica y sigues en lo tuyo, aunque te cuesta desvincularte de lo que sucedió la noche anterior, y te cuesta desvincularte porque compartiste con mucha gente que de un momento a otro se transforman en cercanos y conoces sus vidas, sus historias, sus personalidades… sus vidas, y porque tú también tomaste la opción de abrirte lo suficiente con ellos para que todo aquello sucediese, y conociesen a su vez la tuya, que pasara de forma prácticamente natural sin más herramienta que una gran y limpia sonrisa, a propósito, y que se convirtiera, como total, en una fucking película... Se me venía la pregunta a la cabeza: ¿No es eso acaso, el más lindo regalo del que puede enorgullecerse el ser humano, digamos, esta especie en particular… la convivencia entre personas con sus raciocinios particulares, ya que es la única especie, según dicen, capaces de racionalizar a través del intelecto más allá de la intuición? Pues claro que sí. Y es lo más. Lo humano… lo humano. Siempre gana más una sonrisa, o la risa fácil.  Y para quién os escribe todo esto le resulta muy importante, después de conocer hace muy poco aquella frase dicha por Theodor Adorno en 1949, que rezaba que no era posible escribir poesía después de Auschwitz… supongo que sabrán de qué os hablo, y ese algo es una cosa que para quién os escribe, pone de mal humor. Que te da pena. Mucha pena. Y no solamente a uno… You know.



Vivir en el mundo contemporáneo resulta perturbador, donde casi todo ha perdido su significado. Casi todo ha perdido su valor y donde todo tiene un precio, donde casi todos tienen un precio. Casi todo es comprable. El amor parece ser el único antídoto para no caer en la locura, y casi todos están solos, y si están con alguien, lo engañan. ¿Por qué? Por lo mismo, porque el sujeto ve todo tan comprable y tan a su alcance, que quiere tenerlo todo, sin valorar de verdad los sentimientos básicos que impiden caer en la locura de esa otra persona que intenta tener un compromiso contigo. Y así van acabando, con sus vidas destruidas, mirando para atrás y ver solo mierda y más mierda acumulada, lo que desde la perspectiva muy personal, ha sido gatillada por la falta de cultura, por la falta de educación. A medida que hemos evolucionando, la raza humana va consiguiendo los más altos logros respecto a la tecnología. Internet ha cambiado radicalmente nuestros hábitos de consumo, y desde ahí, a la forma de relacionarnos. Todo es comprable sin la necesidad de intercambiar ni una sola palabra con nadie, y de un momento a otro, la sociedad actual ha comenzado a mantener relaciones personales y sentimentales con una pantalla de ordenador, y la gente sola es aún más sola, y los idiotas son aún más idiotas. Caminar por las calles se ha convertido en una carrera de obstáculos entre los que miran sus móviles y tabletas, los que escuchan sus i-pod, que escriben mensajes perdiéndose la relación con los demás, que es el verdadero sentido de la vida en sociedad. La gente llega a sus casas y siguen manteniendo relaciones que parecen casi obscenas con otra pantalla, la de la televisión, donde la vulgaridad se ha convertido en materia prima de casi el 80% de la producción audiovisual moderna, donde la soledad o el encierro de otra gente les entretiene, como en su tiempo Nerón lo hiciese en un circo romano de tí, sólo tú, en soledad frente a la bestia ante la eyaculación bárbara de las masas y cómo te salvas el pellejo by yourself. La soledad. Hoy vives rodeado de gente en la más completa soledad, en la más absoluta depresión. Y las ventas de los videojuegos, ordenadores y plasmas se disparan, y la gente se va convirtiendo por ella misma en algo parecido a la nada. La nada.



En un reciente texto escrito por el filósofo iraní Ramin Jahanbegloo, precioso y demoledor, Ramin habla de la rebelión de la sinrazón, y luego de llegar al punto final tragas saliva y te das cuenta que tienes la garganta seca, y los ojos vidriosos. Usa para ello la figura de Auschwitz, uno de los más altos símbolos del terror y la destrucción a gran escala. La barbarie nazi fue una ramificación de la ilustración y la modernidad capitalista, y en procesos perturbadores de la cultura occidental que terminó con seres humanos vivos en cenizas, minimizando al mismo tiempo todas las formas discursivas al nivel de lo innombrable. La cultura y la barbarie al mismo tiempo. Es lo siniestro del asunto. Constituyó la destrucción de la propia idea de cultura vigente hasta el siglo XX. Sin embargo, la cultura humana ya se había utilizado para envolver los crímenes más bárbaros. Así, ejemplos como Auschwitz son aberraciones de nuestras esencias, porque constituyen una degradación y una destrucción ilimitadas de la condición humana, y no son accidentes o errores históricos. Son traumas de la civilización, que como una locura no han quedado detrás de nuestra historia como conjunto, sino más bien nos mira a la cara como frente a un espejo hacia el futuro como un imperativo ético. Por lo mismo caballeros, el mantenimiento del fiel ejercicio de la ética sea quizá, el más fuerte instrumento para salvaguardar la cultura del mundo actual, mío y suyo por igual, y no se confunda, porque no se trata de ser fiel a la ética en el deseo que la propia vida vaya lo mejor posible, sino se trata en hacer lo que sea éticamente mejor para que la vida y el futuro sean diferentes, y en eso radicará el mejoramiento, tanto personal como colectivo. De ahí la veracidad de aquella frase que dice que la idea de que se puede analizar la vida planteándose preguntas intemporales y universales, siga siendo tan revolucionaria hoy como en la época de Sócrates. Y pensar en la cultura es una labor crítica que sin embargo, se mete dentro de otra labor aún mayor, que es la lucha contra la mediocridad. La mediocridad. Si nuestro mundo hoy es mediocre, y si mira a su alrededor cercano y ve por todas partes mediocridad, es aún más necesaria esa lucha, conseguir que los individuos que buscan la excelencia sean más receptivos de las lecciones de su época mediocre. La cultura, para ello, para esa lucha contra la mediocridad, es uno de los ejemplos más sobresalientes, pero en nuestra época se ha disparado a los pies ella misma. Como dice Jahanbegloo con muchísimo acierto, la mediocridad, con su insistencia en la fama más que en la ejemplaridad, ha minado la repercusión moral del arte, la filosofía y la literatura en la sociedad contemporánea, y lo grave de todo este asunto es que caminando así, el presente será incapaz de criticarse a sí mismo mientras no pueda acceder a lo que le es ajeno o conceptualizarlo. Sin una crítica vigorosa al asqueroso conformismo general, este presente de mierda se extenderá indefinidamente y sin solución de continuidad hasta el futuro, y la idea es que las cosas vayan mejor. Nos acabamos de salvar de la explosión de una tercera guerra mundial, con las atrocidades que eso conlleva, por un pelo. Las cosas se han vuelto, verdaderamente, muy jodidas. La crítica es la posibilidad de ruptura experimentada en el presente, y no hay que tener miedo, ni paralizarse. Es una situación en el mundo vivido que ofrece posibilidades alternativas que exigen atención para evitar su propia autodestrucción, y en todas las áreas de la vida por igual. Ya lo decía Ortega y Gasset, que la vida es esencialmente un diálogo con el entorno, y porque así es. Y punto. Nos enfrentamos [salga a la calle y véalo con sus propios ojos y siéntalo en su propia piel] a la rebelión de la sinrazón en la vida cotidiana, plasmada en todas las caras del absolutismo y fundamentalismos que ponen en peligro las reglas básicas de la civilización humana. También esa zorra de la sinrazón nos condujo a la unidimensionalidad del pensamiento y de ahí, al eclipse de la alta cultura y la extinción de los valores intelectuales clásicos entre una población de subnormales que se han vuelto absolutamente indiferentes al sentido de la vida, una panda de cretinos que no saben lo que les pasa y eso es lo que les pasa, no saber qué te pasa. Es decir, la pérdida de nuestra concepción del futuro, lo que confirma la mediocrización de la cultura humana en el mundo sobre el cuál Usted está viviendo y respirando.



Sean, con poco margen de dudas, la excelencia y nobleza en grandes documentos del pasado que inspiren a esos pocos gritos individuales dentro de un cuarto oscuro en esta soledad inmensa que nos ahoga, donde tratamos de salir a flote a través de aparatos electrónicos y medios de distracción que hace mucho dejaron de tener elegancia, convirtiéndonos en lo que son: una absoluta ordinariez. Somos ordinarios. Somos vulgares. Pero por algo lo somos, y se miran todos como gallinas dentro de un corral gigantesco picando las teclas para enviarse entre ellos un whasap, o como se llame aquella tontería. Vuelvo a aquel asado de hace un par de días, porque lo maravilloso de aquello, fue, por un instante, estar en medio de un grupo de gentes que desde sus distintas trincheras, algo hacían al respecto a la lucha contra la mediocridad. La erudición caballeros, no es siempre garantía de cultura. A veces es una máscara del vacío o de la mera vanidad. En ello, y con respecto a ellos, como a muchos otros, quizás a Usted, me gustaría sacar otro ejemplo a la palestra, en un texto formidable firmado por Mario Vargas Llosa sobre el deceso del historiador y novelista Martín de Riquer. ¿Cuánta gente conoce Usted con verdadera pasión por el conocimiento, que nunca es gratuita, paseándose lo mismo por la Edad Media que por las discusiones teológicas en los concilios papales y luego por una decena de literaturas, luego la gastronomía, la política, el arte o la astronomía? Estar con gente así es un subidón que no se compara ni con una linea o más de cocaína. Os lo puedo asegurar. Personas que guarden distancias siderales entre lo que se creía, se decía, se escribía y se hacía en épocas donde no existían ni remotamente ideas sobre los aparatos tecnológicos que hoy lo agobian cuando le llega el estracto de su tarjeta de plástico… creo que me entiende. ¿Por qué no esforzarse por asimilarse, en su vida personal, por ejempo, a Riquer, a ese medievalista que describía sin aliento lo que debió de ser la vida en occidente hace mil años atrás, en medio de esa sociedad donde, como narra Vargas Llosa, la espiritualidad más refinada y la brutalidad más feroz se confundían y se pasaba del cielo al infierno o viceversa sin darse cuenta… de los salones cortesanos donde se inventaba el amor a los helados monasterios donde se resucitaba a Platón y Aristóteles y se traducía a Homero… estar en medio de bosques plagados de forajidos, santos, peregrinos, locos y leprosos, o en las plazas de las aldeas donde masas de analfabetos escuchaban embobados las aventuras en las canciones de gestas, como ese hombre, Martín de Riquer, que lo describía con elocuencia y vigor… en vez de estar sentado en la sala al frente del televisor mirando un reality show o jugando al Candy Crush, o como se llame en su móbil de última generación? No sea imbécil. Personas como esas son regalos, auténticos, porque personas tan valiosas deberían ser tan longevas como los patriarcas bíblicos… personas humanistas de cultura múltiple y visión universal. Se acaban, porque el conocimiento futuro estará almacenado en ordenadores, como ahora, donde cualquiera podrá acceder sólo apretando un botón. La memoria y el esfuerzo intelectual serán prescindibles o patrimonio de esas mismas máquinas, que podremos mirarlas y saber que gracias a ellas sabremos lo único que podremos saber: que nadie sabrá ya nada. Blade Runner. Espero que no termine así, y si no quiere, búsquese gente distinta, como la de antes, y al resto de gilipollas, sáqueselos de encima. Que les den. Serán regalos, y se lo pasará en grande. Regalos.





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