Image::MR SYLVAIN NORGET PHOTOGRAPHER © BASTIA::
Hace nada tuve la suerte de estar
con un grupo de gente, en un buen asado, de esos donde aquello parece, en
abundancia, a las bodas de Caná. Vamos, que no falta de nada. Ahí estaban Julia
y su amigo, dos cientistas políticos de Buenos Aires; Franco, un cineasta
animador chileno casado y radicado en Polonia; Tiziana, una doctora italiana;
Manuela, otra inmigrante italiana pasada los cincuenta que se deslomaba
haciendo pizzas en la cocina de un restaurante; David, un americano joven
oriundo de Texas haciendo un intercambio estudiantil; Giorgia, una buena amiga,
otra italiana traductora políglota de siete idiomas [árabe incluido] a quien
quería presentar a Tiziana y Manuela [siempre es importante caballeros, si eres
inmigrante en otro país, tener otros nuevos amigos o conocidos con los cuales
poder hablar de tus cosas en tu propio idioma… vivir en otro idioma cansa…
mentalmente hablando, y conocer a otros paisanos nunca está mal, por no decir
que está muy bien. Te relaja] y José, un surfista brasileño de un sitio poco
conocido, cercano a una playa de aguas color calipso y con más conocimientos y
cultura general que un historiador medievalista, escondido tras una barba, un
pelo rubio desordenado y una sonrisa suya que era su principal divisa y que
sólo quería para su vida lo mismo: sonrisas. Así estaba el panorama. Nada mal,
considerando que estaban todos con la cantidad suficiente de alcohol en la
sangre como para asesinar a cualquier mosquito africano o caribeño del tamaño
de un helicóptero. Fulminado caía a tierra. De esa barbacoa improvisada pero
excelentemente organizada, salimos todos rumbo a una discoteca. Ahí Benjamin,
otro amigo, francés, me esperaba junto a su novia y un amigo suyo, otro
francés. No alcanzamos a entrar al sitio cuando lo tenía en mis brazos,
completamente inconsciente de la borrachera. Dejé tirados a todos a la puerta
de la discoteca para tirar a Benjamin dentro del jeep de su amigo como un saco
de patatas, ir hasta el departamento de su novia, subirlo entre ambos hasta su
piso y tirarlo con todas tus fuerzas en la cama como el puto saco de patatas
que era, a poco tiempo de que saliera el sol. Digamos, una noche como las de
antaño. Aquellas que se recuerdan. Fue lo más.
Ya al día siguiente, pasada la
resaca, te metes de nuevo en tu mundo personal, en soledad, con todo el cambio
de switch que aquello implica y sigues en lo tuyo, aunque te cuesta
desvincularte de lo que sucedió la noche anterior, y te cuesta desvincularte
porque compartiste con mucha gente que de un momento a otro se transforman en
cercanos y conoces sus vidas, sus historias, sus personalidades… sus vidas, y
porque tú también tomaste la opción de abrirte lo suficiente con ellos para que
todo aquello sucediese, y conociesen a su vez la tuya, que pasara de forma
prácticamente natural sin más herramienta que una gran y limpia sonrisa, a
propósito, y que se convirtiera, como total, en una fucking película... Se me
venía la pregunta a la cabeza: ¿No es eso acaso, el más lindo regalo del que
puede enorgullecerse el ser humano, digamos, esta especie en particular… la
convivencia entre personas con sus raciocinios particulares, ya que es la única
especie, según dicen, capaces de racionalizar a través del intelecto más allá
de la intuición? Pues claro que sí. Y es lo más. Lo humano… lo humano. Siempre
gana más una sonrisa, o la risa fácil. Y
para quién os escribe todo esto le resulta muy importante, después de conocer
hace muy poco aquella frase dicha por Theodor Adorno en 1949, que rezaba que no
era posible escribir poesía después de Auschwitz… supongo que sabrán de qué os
hablo, y ese algo es una cosa que para quién os escribe, pone de mal humor. Que
te da pena. Mucha pena. Y no solamente a uno… You know.
Vivir en el mundo contemporáneo
resulta perturbador, donde casi todo ha perdido su significado. Casi todo ha
perdido su valor y donde todo tiene un precio, donde casi todos tienen un
precio. Casi todo es comprable. El amor parece ser el único antídoto para no
caer en la locura, y casi todos están solos, y si están con alguien, lo
engañan. ¿Por qué? Por lo mismo, porque el sujeto ve todo tan comprable y tan a
su alcance, que quiere tenerlo todo, sin valorar de verdad los sentimientos
básicos que impiden caer en la locura de esa otra persona que intenta tener un
compromiso contigo. Y así van acabando, con sus vidas destruidas, mirando para
atrás y ver solo mierda y más mierda acumulada, lo que desde la perspectiva muy
personal, ha sido gatillada por la falta de cultura, por la falta de educación.
A medida que hemos evolucionando, la raza humana va consiguiendo los más altos
logros respecto a la tecnología. Internet ha cambiado radicalmente nuestros
hábitos de consumo, y desde ahí, a la forma de relacionarnos. Todo es comprable
sin la necesidad de intercambiar ni una sola palabra con nadie, y de un momento
a otro, la sociedad actual ha comenzado a mantener relaciones personales y
sentimentales con una pantalla de ordenador, y la gente sola es aún más sola, y
los idiotas son aún más idiotas. Caminar por las calles se ha convertido en una
carrera de obstáculos entre los que miran sus móviles y tabletas, los que
escuchan sus i-pod, que escriben mensajes perdiéndose la relación con los
demás, que es el verdadero sentido de la vida en sociedad. La gente llega a sus
casas y siguen manteniendo relaciones que parecen casi obscenas con otra
pantalla, la de la televisión, donde la vulgaridad se ha convertido en materia
prima de casi el 80% de la producción audiovisual moderna, donde la soledad o
el encierro de otra gente les entretiene, como en su tiempo Nerón lo hiciese en
un circo romano de tí, sólo tú, en soledad frente a la bestia ante la eyaculación
bárbara de las masas y cómo te salvas el pellejo by yourself. La soledad. Hoy
vives rodeado de gente en la más completa soledad, en la más absoluta
depresión. Y las ventas de los videojuegos, ordenadores y plasmas se disparan,
y la gente se va convirtiendo por ella misma en algo parecido a la nada. La
nada.
En un reciente texto escrito por
el filósofo iraní Ramin Jahanbegloo, precioso y demoledor, Ramin habla de la
rebelión de la sinrazón, y luego de llegar al punto final tragas saliva y te
das cuenta que tienes la garganta seca, y los ojos vidriosos. Usa para ello la
figura de Auschwitz, uno de los más altos símbolos del terror y la destrucción
a gran escala. La barbarie nazi fue una ramificación de la ilustración y la
modernidad capitalista, y en procesos perturbadores de la cultura occidental
que terminó con seres humanos vivos en cenizas, minimizando al mismo tiempo
todas las formas discursivas al nivel de lo innombrable. La cultura y la
barbarie al mismo tiempo. Es lo siniestro del asunto. Constituyó la destrucción
de la propia idea de cultura vigente hasta el siglo XX. Sin embargo, la cultura
humana ya se había utilizado para envolver los crímenes más bárbaros. Así,
ejemplos como Auschwitz son aberraciones de nuestras esencias, porque
constituyen una degradación y una destrucción ilimitadas de la condición
humana, y no son accidentes o errores históricos. Son traumas de la
civilización, que como una locura no han quedado detrás de nuestra historia como
conjunto, sino más bien nos mira a la cara como frente a un espejo hacia el
futuro como un imperativo ético. Por lo mismo caballeros, el mantenimiento del
fiel ejercicio de la ética sea quizá, el más fuerte instrumento para
salvaguardar la cultura del mundo actual, mío y suyo por igual, y no se
confunda, porque no se trata de ser fiel a la ética en el deseo que la propia
vida vaya lo mejor posible, sino se trata en hacer lo que sea éticamente mejor
para que la vida y el futuro sean diferentes, y en eso radicará el
mejoramiento, tanto personal como colectivo. De ahí la veracidad de aquella
frase que dice que la idea de que se puede analizar la vida planteándose
preguntas intemporales y universales, siga siendo tan revolucionaria hoy como
en la época de Sócrates. Y pensar en la cultura es una labor crítica que sin
embargo, se mete dentro de otra labor aún mayor, que es la lucha contra la
mediocridad. La mediocridad. Si nuestro mundo hoy es mediocre, y si mira a su
alrededor cercano y ve por todas partes mediocridad, es aún más necesaria esa
lucha, conseguir que los individuos que buscan la excelencia sean más
receptivos de las lecciones de su época mediocre. La cultura, para ello, para
esa lucha contra la mediocridad, es uno de los ejemplos más sobresalientes,
pero en nuestra época se ha disparado a los pies ella misma. Como dice Jahanbegloo
con muchísimo acierto, la mediocridad, con su insistencia en la fama más que en
la ejemplaridad, ha minado la repercusión moral del arte, la filosofía y la
literatura en la sociedad contemporánea, y lo grave de todo este asunto es que
caminando así, el presente será incapaz de criticarse a sí mismo mientras no
pueda acceder a lo que le es ajeno o conceptualizarlo. Sin una crítica vigorosa
al asqueroso conformismo general, este presente de mierda se extenderá
indefinidamente y sin solución de continuidad hasta el futuro, y la idea es que
las cosas vayan mejor. Nos acabamos de salvar de la explosión de una tercera
guerra mundial, con las atrocidades que eso conlleva, por un pelo. Las cosas se
han vuelto, verdaderamente, muy jodidas. La crítica es la posibilidad de
ruptura experimentada en el presente, y no hay que tener miedo, ni paralizarse.
Es una situación en el mundo vivido que ofrece posibilidades alternativas que
exigen atención para evitar su propia autodestrucción, y en todas las áreas de
la vida por igual. Ya lo decía Ortega y Gasset, que la vida es esencialmente un
diálogo con el entorno, y porque así es. Y punto. Nos enfrentamos [salga a la
calle y véalo con sus propios ojos y siéntalo en su propia piel] a la rebelión
de la sinrazón en la vida cotidiana, plasmada en todas las caras del
absolutismo y fundamentalismos que ponen en peligro las reglas básicas de la
civilización humana. También esa zorra de la sinrazón nos condujo a la
unidimensionalidad del pensamiento y de ahí, al eclipse de la alta cultura y la
extinción de los valores intelectuales clásicos entre una población de
subnormales que se han vuelto absolutamente indiferentes al sentido de la vida,
una panda de cretinos que no saben lo que les pasa y eso es lo que les pasa, no
saber qué te pasa. Es decir, la pérdida de nuestra concepción del futuro, lo
que confirma la mediocrización de la cultura humana en el mundo sobre el cuál
Usted está viviendo y respirando.
Sean, con poco margen de dudas,
la excelencia y nobleza en grandes documentos del pasado que inspiren a esos
pocos gritos individuales dentro de un cuarto oscuro en esta soledad inmensa
que nos ahoga, donde tratamos de salir a flote a través de aparatos
electrónicos y medios de distracción que hace mucho dejaron de tener elegancia,
convirtiéndonos en lo que son: una absoluta ordinariez. Somos ordinarios. Somos
vulgares. Pero por algo lo somos, y se miran todos como gallinas dentro de un
corral gigantesco picando las teclas para enviarse entre ellos un whasap, o
como se llame aquella tontería. Vuelvo a aquel asado de hace un par de días,
porque lo maravilloso de aquello, fue, por un instante, estar en medio de un
grupo de gentes que desde sus distintas trincheras, algo hacían al respecto a
la lucha contra la mediocridad. La erudición caballeros, no es siempre garantía
de cultura. A veces es una máscara del vacío o de la mera vanidad. En ello, y
con respecto a ellos, como a muchos otros, quizás a Usted, me gustaría sacar
otro ejemplo a la palestra, en un texto formidable firmado por Mario Vargas
Llosa sobre el deceso del historiador y novelista Martín de Riquer. ¿Cuánta
gente conoce Usted con verdadera pasión por el conocimiento, que nunca es
gratuita, paseándose lo mismo por la Edad Media que por las discusiones
teológicas en los concilios papales y luego por una decena de literaturas, luego
la gastronomía, la política, el arte o la astronomía? Estar con gente así es un
subidón que no se compara ni con una linea o más de cocaína. Os lo puedo
asegurar. Personas que guarden distancias siderales entre lo que se creía, se
decía, se escribía y se hacía en épocas donde no existían ni remotamente ideas
sobre los aparatos tecnológicos que hoy lo agobian cuando le llega el estracto
de su tarjeta de plástico… creo que me entiende. ¿Por qué no esforzarse por
asimilarse, en su vida personal, por ejempo, a Riquer, a ese medievalista que
describía sin aliento lo que debió de ser la vida en occidente hace mil años
atrás, en medio de esa sociedad donde, como narra Vargas Llosa, la
espiritualidad más refinada y la brutalidad más feroz se confundían y se pasaba
del cielo al infierno o viceversa sin darse cuenta… de los salones cortesanos
donde se inventaba el amor a los helados monasterios donde se resucitaba a
Platón y Aristóteles y se traducía a Homero… estar en medio de bosques plagados
de forajidos, santos, peregrinos, locos y leprosos, o en las plazas de las
aldeas donde masas de analfabetos escuchaban embobados las aventuras en las
canciones de gestas, como ese hombre, Martín de Riquer, que lo describía con
elocuencia y vigor… en vez de estar sentado en la sala al frente del televisor
mirando un reality show o jugando al Candy Crush, o como se llame en su móbil
de última generación? No sea imbécil. Personas como esas son regalos,
auténticos, porque personas tan valiosas deberían ser tan longevas como los
patriarcas bíblicos… personas humanistas de cultura múltiple y visión
universal. Se acaban, porque el conocimiento futuro estará almacenado en
ordenadores, como ahora, donde cualquiera podrá acceder sólo apretando un
botón. La memoria y el esfuerzo intelectual serán prescindibles o patrimonio de
esas mismas máquinas, que podremos mirarlas y saber que gracias a ellas
sabremos lo único que podremos saber: que nadie sabrá ya nada. Blade Runner.
Espero que no termine así, y si no quiere, búsquese gente distinta, como la de
antes, y al resto de gilipollas, sáqueselos de encima. Que les den. Serán
regalos, y se lo pasará en grande. Regalos.
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