Image::MR EDDY LEMAISTRE PHOTOGRAPHER © PARIS::
Un miércoles de
enero sería un día especial. Conocería a Eva, mi primera sobrina que acababa de
llegar desde Francia junto a mi hermano y mi cuñada, una estupenda periodista
oriunda de granada. No pensaba en nada más, solo en esa belleza de cuatro meses
que solo conocía por las fotos y los videos que me enviaban a la distancia. No
era menor. Se trataba de la primera mujercita en una familia de hombres con
caracteres bastante fuertes. Entre pura testosterona había aparecido de
repente, un puntito de ojos grandes que chupaba su chupete a lo Magie Simpson
mirándolo todo, descubriendo el mundo y todo lo que en él se mueve. Y así
estaba ese miércoles, al medio de una tienda infantil por primera vez en mi
vida tratando de descubrir las tallas en las etiquetas de la ropa para bebés,
un nuevo mundo para quién os escribe, indignado por los precios absurdos en las
etiquetas de prendas que tendría puesta la niña como mucho tres meses.
En esas andanzas
por el mundo de osos de peluche, zapatos talla dos y etiquetas entre cero a
cuatro meses, trataba de entender lo que estaba ocurriendo, excitado no,
excitadísimo, cuando el móvil me avisaba de un mensaje de texto. “Mira ya la
prensa” escribía una amiga desde París. Algo había pasado. Algo gordo. Pagué
rápido la cuenta irritante de un vestido hermoso y salí de aquella tienda de
Inditex buscando el mesón de informaciones del centro comercial. Al conectarme
y ver lo que ocurría, portada de los más importantes tabloides del mundo, y en
realidad de todos, tuve que sentarme y dejar la bolsa con el vestido a un lado.
La noticia era francamente perturbadora, y me tocaba especialmente siendo
ilustrador, al igual que mi hermano. Hacía menos de una hora, a media mañana,
al menos dos de tres tipos vestidos de negro de pies a cabeza, entraban al
número 10 de la rue Nicolas Appert en París, armados hasta los dientes con
kalashnikovs y abrían fuego a quemarropa contra los empleados y periodistas de
la revista satírica “Charlie Hebdo”, conocida en Francia por el tono de sus
sátiras cómicas contra todos y todo e internacionalmente por ser amenazada por
el fundamentalismo islámico radical, o por grupos terroristas con todas sus
letras.
Probablemente nunca un crimen de
páginas policiales ocupase tanto espacio y portadas ni en Francia ni en el
resto del mundo, y es que el “Caso Charlie” se convirtió en viral, y eso,
debido a que atacó directamente al corazón de los medios de comunicación y en
la ciudad emblemática del mundo occidental. Al más puro estilo hollywoodense,
las kalashnikov se pasearon y escupieron fuego a libre albedrío en las calles
de París, inimaginable, pero cierto. Francia se blindó en cuestión de horas, al
igual que sus ciudadanos. El país entero salió a las calles y el evento se
convirtió en la mayor manifestación social tras décadas de letargo. El
nacionalismo se convirtió en grito de guerra en una sociedad acostumbrada a
renegar de ese mismo nacionalismo, demostrando que esa misma característica,
tan francesa, estaba más arraigada en el inconsciente colectivo que la primera
vacuna.
Las críticas al extremismo
islámico vinieron de todos los frentes, por partes de ricos y pobres, derechas
e izquierdas, jóvenes y adultos, moros y cristianos. Los artistas e
ilustradores de todo el planeta se tomaron revancha contra la censura
extremista multiplicando sus creaciones por diez mil; radios, televisiones,
diarios y revistas se dieron la mano para realizar la cobertura jamás vista a un
hecho policial, masturbando el sensacionalismo mediático hasta la eyaculación y
por un instante, Occidente entero desafió, advirtió y amenazó a Medio Oriente,
a través de la imagen, que la estupidez que acababan de hacer no le
atemorizaría, ni ahora ni nunca. Todos los responsables fueron cazados como
perros por los servicios de inteligencia y asesinados a tiros sin misericordia
ante la expectación nacional y mundial de millones de espectadores. La cacería
filmada minuto a minuto en un espectacular reality show.
Independiente de esta lección
cívica, política y artística, pocos se han detenido a pensar, sin embargo, en
las razones para que un grupo de personas lleguen a esa locura que es el
asesinato por la ridiculización de creencias y personajes religiosos. Dìcese
que la sátira es propia de sociedades adultas y democráticas donde la
posibilidad de duda es tremendamente sana para no permitir las idas de olla de
ninguna ideología. Pero este
pensamiento, muy locuaz, no puede pretender ser entendido por una suma
escalofriante de millones de personas que no saben ni siquiera leer ni
escribir, históricamente sumidos en la pobreza, manipulables y sensibles a la humillación bajo el yugo de dictaduras y fuerzas armadas de
violencia indescriptible. Francia, desde su poltrona intelectual y educativa,
desde siempre se ha esmerado, quizá de forma inconsciente, de sentirse y
creerse superior al resto de culturas, y hacérselos saber de forma pedante y
muy bien diseñada. Quien os escribe, ya desde algunos años en el extremo sur
del planeta y el continente latinoamericano, no ha visto, porque no es común,
la mofa de ninguna religión en los medios de comunicación escritos de
ningún país sudamericano. Puede deberse a que son gentes menos intelectuales a
nivel general y masivo. O puede deberse también, a que están todos los pueblos
de habla castellana dedicados a la devoción por la alegría y la buena
convivencia en pro de una paz, a diferencia del primer mundo, por la
convivencia sana en los industrializados, donde aún, en un lugar del mundo
viven en paz judíos, musulmanes y cristianos. La sátira viene a la vida
política de sus países y a la vida común de sus sociedades, cotidiana, no a las
creencias, porque desde siempre también, ha crecido en sus mundos de mitología
y espíritus. Francia debe aprender de Charlie Hebdo, a entender de una vez que
la verdadera democracia radica en la aceptación por la diferencia, no en su
ataque, mucho menos a través de sus artistas. Nadie es quién para meterse con
la fe de las personas, mucho menos cuando es la piedra angular para superar el
sufrimiento de los problemas, la pobreza y la miseria para cientos de millones
de almas. El ser una cultura laica, intelectual y racional, no le da ningún
derecho a menospreciar a otras y es curioso, precisamente en el caso francés,
que en su superioridad agnóstica, sea según el barómetro de la felicidad, uno
de los países más infelices de la tierra. Parece ser que los que no creen en
nada y saben más, tienden a estar más tristes. Habrá que esperar a ver cómo
siguen las cosas. Si el nacionalismo y la xenofobia tras el Caso Charlie ganará
terreno en suelo galo, por ende en el resto de Europa complicando aún más la
lucha por la igualdad y el mantenimiento de sus pseudo democracias... Si el fundamentalismo
islámico volverá a tomarse revancha envenenando más el sentir y pensar de sus
súbditos… Si los artistas serán capaces de generar un nuevo tratado universal
que regule una ética en el ejercicio del lápiz y el papel para que este tipo de
horrores jamás vuelvan a ocurrir, y básicamente caballeros, si seremos capaces,
entre todos, de que este mundo sea un poco menos circo, aunque como están las
cosas, es poco probable. Mi pésame a todos los colegas de Charlie Hebdo, a sus
familias y en especial, a sus hijos.
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